sábado, 24 de diciembre de 2011

Los Pelagatos

¡Mi admiración a esta memoria pícara y picante nada sicalíptica!...Está escrita con mano muy traviesa; pero soy de la opinión de que merece un premio. ¡Aunque sólo sea por lo extraño de la imaginación profundizada por nuestros recuerdos! Esta puerta entreabierta ha dejado sin argumento a mi memoria retentiva. Bien, no es verdad que éste no es el primero ni el segundo de la saga...Marcolino nos seguirá deleitando con otros capítulos más...todos concatenados históricamente... A esperarlo pacientemente. Loro
II
En el cielo matutino del primer día del mes de Enero transcurría ahora el año 1976, implícito, rozagante, pletórico, avizorando nuevos bríos para el cumplimiento de mis deseos cristalinos.
Ahora más tranquilo y relajado, me encuentro cavilando sobre toda la carga yuxtapuesta de actitudes retrógradas y estrambóticas cometidas en el infausto y mezquino año anterior; la evaluación se hacía evidente y para bien o para mal debía reconocer mis errores ante la opinión pública estudiantil. Parecía darle demasiada importancia al asunto, contemplar los hechos bajo un criterio cursi y ridículo, pero debí hacerlo; y el pensamiento reflexivo me impulsaba al cambio definitivo de actitud; los términos “corregir y enmendar” representaban casi siempre una constante pesadilla en mi voluble e impredecible actitud.
Por fin llegamos al cuarto de secundaria, aunque el cambio de sección no podía explicarse: luego de haber pertenecido al 2° “A” y 3° “A”, el ser transferido al 4° “B” parecía desconcertante, como una moneda lanzada al aire.
En el angosto horizonte se atisbaba un contingente nuevo de compañeros de aula. Una nueva sección representaba nuevos alumnos…¿con quiénes me encontraría?.
Para satisfacción de mis convulsionadas ilusiones, Liliana también había sido incluida en el 4° “B”, con su pletórica presencia. Era más de lo que había imaginado, y deseado acaso.
Habíamos pasado ya los tres lustros de existencia, prometí mejorar y hacer un cambio diametralmente opuesto para reivindicarme ante todos mis congéneres; tenía el deseo de acercarme nuevamente a ella, de entablar conversación, sentir su presencia y escuchar su voz y quién sabe otro afán huachaferil adicional. Era evidente su influencia, constituía el centro permanente de mi atención, aunque parezca incierto, no era amor en mi expresa confesión y, la explicación se convierte en burla sicalíptica para el deleite desenfrenado en tertulias de reencuentros amicales. Así somos, así éramos, empedernidos bajo un pensamiento líbido y cretino, bajo una cortina de ideas primitivas y cansinas. Luego dicen que el Perú no avanza… ¡Quién los entiende, la conveniencia es la razón de los incautos!…
Habría que mencionar al complemento “racional” de la sección, algunos amigos a detallar: el “doctor” Joe, quien no salía ni a la esquina de su casa, “chancón solapado”, ensimismado en su mundo interior. Otros menganos eran: el “bongo” Isla, ya descrito en diferentes idiomas, ahora con aires de gallo colorete; el “chato” Montilla, un enajenado más para la olla de grillos y alacranes ¿De qué planeta lo trajeron? ¿Qué huaico o avalancha lo condujo a esta sección? Según la opinión pública, este tipo sería considerado como una “mierda” descrita en mil colores. Dos jumentos más: los hermanos Chávez, a quienes solíamos diferenciar con los apodos de “loco grande” y “loco chico”, ambos a la par, paranoicos por naturaleza, mas peligroso que “mono con ametralladora”, sabuesos desconcertantes, pero muy buenos amigos a final de cuentas. Más traviesos figuran a continuación: el “chato” Gavilán, figuretti por excelencia, el “negro” Espino, un badulaque más; el “pichanguita”, el “canguro”, el “terror de las quinceañeras”, el “cantante” Canchu, el “peloconcaca” Melgar, el “lobito” Adolfo, el “ricopelo” Rojas, el trastocado Cárdenas, el “rosquillo” Portillo, que a la larga se convertiría en el “punto” del aula; la “gata” Delgado y su yunta el Cordovés. Posiblemente he podido omitir a algún parroquiano más, pero dejo para el lance final a mi amigo J.C., con quien tuve la mejor amistad de cercanía y confidencia, el cual merecería un capítulo posterior aparte.
Entre las féminas, sólo recuerdo a unas cuantas, aparte de Liliana o Lucecita no había más para el gusto selectivo de los cernícalos fufurufos del aula, “pachacos desgarbados”, imitación burda de “casanovas de pueblo joven”; más refritos se agregan: la “dama boba”, Dorita, la cuadrilínea Lucy, Nanci y su hermana…¡Qué barbaridad…!
A buen entendedor por ende, cada género vivía su mundo aparte; alguno que otro samaritano compartía relaciones de estudios e intercambio de opiniones. En nuestro reducto se había formado ya el grupillo de trabajo, para justificar nuestra presencia en el colegio, pero había que agregar algo; de pronto nos encontrábamos en un ambiente extraño, alejado de nuestra alma mater: el Centro Base “RPB” no podía acogernos en sus precarias instalaciones, todavía era un bisoño plantel en proceso de construcción, y para evitar las rudimentarias lecciones al aire libre en salones semiconstruidos y sin techar, con un ladrillo como asiento, seguramente el flamante nuevo Director, el ingeniero “Vladimiro” de seguro había tomado la decisión de expectorarnos hacia otra galaxia contigua. Efectivamente, nuestra aula se encontraba fuera del colegio. Habíamos sido cobijados en un salón del “Porritas”, nombre con que designamos a la escuela primaria que se encontraba al costado del Centro Base.
Fue así que estuvimos listos para iniciar el año lectivo 1976, en el turno tarde. En las cómodas instalaciones de un nuevo aposento escolar me preguntaba: ¿Dónde michi estarían nuestros amigos de antaño?… Qué sería del “tigre” Betito, mi vecino y confidente exclusivo de asuntos romanceriles ¿En qué cuchitril habría aterrizado?; A qué sección habrían enviado al ladino Lorenzo, experto en intrincados trances perromuerteros ¿Qué redil cobijaría su “micropresencia”? Estas cuestiones y otras dudas no hacen más que presumir el funcionamiento anárquico de un sistema educativo modesto, franciscano y anacrónico. Era la realidad específica de turno, la verdad desnuda de un mundo insospechado.
¿Y quiénes eran nuestros preceptores? Algunos cristianos confesados que tuvieron el don y gracia de enfrentar las cortapisas del inescrutable destino. Ellos eran de mayor a menor rango por concepción propia. El “chino” Elías, profesor emblemático del curso de matemática, de carisma serio, ceño fruncido y estampa a veces adusta, un gran personaje, quien siempre se encontraba en el otro extremo de un sempiterno cigarrillo, pero magnífico prototipo de maestro casi exigente con el que muchos de nosotros aprendimos el curso de Geometría elemental y descubrimos los aportes legados a la posteridad por el gran Euclides, casi nada, pero por allí estaba el “chino”, socavando paulatinamente en el escondrijo destinado a sus pupilos, en un mundo impropio y advenedizo, lleno de postulados y teoremas… “El todo es mayor que cualquiera de sus partes”, decía en alguna eventual exposición la cuasi renombrada y bien ponderada Liliana, la de los corazones marchitos, y efectivamente, el profesor asintió asertivamente la proposición axiomática, habiendo miles de teoremas y enunciados, a la compañera del sentimiento se le ocurriría musitar aquella frase; el resto divagaban en el limbo.
También se presentó, una semana después, la afanada profesora de Lenguaje y Literatura, “la poderosa”, con más fama que linaje; no era tan fiera la leona como la pintaban, pantalla y pintura corrida, algo menos que regalona y nada más.
Otro espécimen de preceptor era el “serrucho borracho” Melvin, profesorucho de Educación Cívica y de Psicología… ¡Ufff! sólo era pavo relleno y cuento chino, con más aspavientos que cultura, ¿y qué menos podríamos exigir?. Sin embargo, tan menesteroso personajillo llegaría a influir superficialmente en la mentalidad supina de alguno que otro mengano y sutano que se encontraría inmerso en aquel universo troglodita de ideas cretinas e hipotrofiadas; aún más, llegaría a ser el tutor ad honorem de la prepromoción de nuestra sección, aula que a la postre sería siempre cuestionada, criticada y vapuleada por tirios y troyanos.
El resto de la plana docente resultaría ser una comparsa más de refritos según comentarían a futuro las lenguas viperinas.
Otro complemento de comidilla era el grupete “apostólico” docente, abanderado por la profesora de química, Magda Romero, el profesor “pajarito” de Educación Física, la profesora Sisi Días de Biología y la profesora de Arte a la que pintorescamente llamáramos “Lily Munster”.
Finalmente, endilgados con todas sus “chinas” y su “4 tilches” completaban este universo galáctico de ilustres personajes los docentes a figurar: el “lobo” Pachas, abusivamente improvisado en el curso de Inglés; la profesora Durán, una maestra bonachona de Historia del Perú, quien reemplazó a una infeliz novata que tuvo el atrevimiento de hacer su primer ingreso a nuestra aula vistiendo una minifalda roja, toda una provocación mórbida para la líbida mirada ansiosa y desenfrenada de la jauría en el salón. Por cierto, la llegada de esta profesora, cuyo nombre nunca llegué a conocer, fue debut y despedida, pues tras ingresar al aula y ser recibida con silbidos y piropos subidos de tono, procedió a retirarse y nunca más volvimos a saber de ella. Quien sabe, tal vez nos privamos de una magnífica profesora.
El círculo de nuestros profesores se cierra con la ascética presencia de doña Luz Benavides en el curso de Religión, la impredecible Betty Silva en Física Elemental, con alguna variación, cuyo hipotético reemplazante sería el ilustre pelafustán don Jeriberto, por primera vez conocido y sólo eso, porque nunca llegaría a tomar posesión de su cargo en el aula; sin duda otro apócrifo paladín del redil escolar.
Debe ser por demás aburrido hacer la presentación carismática de cada docente en su asignatura, pero los formalismos hay que cumplirlos así relinchen los lectores, aún más agregaremos a la pléyade de nombres al auxiliar Felipa y del ingeniero Vladimiro, director encargado de nuestra alma mater.
MARCOLINO

La primera ilusión

Esta es una saga que nuestro amigo Marcolino nos regala con mucho cariño. Es uno de los pocos amigos en el que se ha quedado grabado cada instante, cada momento, como si el tiempo se detuviera, incólume, íntegro, incorrupto y completo de nuestro paso por el colegio "Centro Base RPB". Gracias a su fina y buena memoria, y al convencimiento que pudimos lograr para que lo haga claro, patente y palmario en esta otra realidad, nos deleita con su prodigiosa pluma y su agraciado cerebro. Tenemos, pues, esta hermosa saga; o si quieren fábula, leyenda u odisea,...que no queda mas que gozarla...Loro 
I
El presente relato constituye una visión retrospectiva de los acontecimientos sucedidos en una etapa especial de la “adolescencia”, donde el predominio de la inmadurez personal era una actitud constante propagados por la inercia volitiva de nuestros estereotipados pensamientos.
Ocurrió hace mucho tiempo, tanto como 35 años o más, y sin embargo el recuerdo altisonante de los hechos se refleja en mi memoria como una ráfaga rutilante que evoca la dimensión del tiempo; allí estaban los personajes canijos del concomitante pasado; desde el precoz tunante hasta el cándido taciturno, incluyendo a la vez a la caterva de gaznápiros resquicios, “dizque” lo “mejorcito” de la “mancha” en aquél salón: Tercer año “A” de secundaria. Corría entonces el año 1975, época de esplendor del gobierno militar, en las postrimerías del siglo XX. ¡Qué tiempos aquellos!
Sin aplicar calificativos rimbombantes aparecen los nombres sorprendentes del controvertido “loco” Valencia, el “loco” Chávez y su hermano “Toto”, otro enajenado más, asimismo el “bongo” Isla, el “Macario” Humareda, el “Doctor Lechuzón” Joe Falla, el “cabazorro” Medina, el “petizo” Valderrama, el “gusano” Caycho, el “cuy” Cuya, el “beodo” Cuti, el “burro” Celestino, el “ricopelo” Rojas, el “pelícano” Ganoza, el “patero” Ramos Cajo, el “hombre par” Almonacid, el “Ringo” J.C., el “oso” Rondinel y, exclusivamente, quien os redacta estas líneas, mal denominado “Martín” por algún galifardo a quien se le ocurrió este remedo de seudónimo.
Otros comparsas varoniles no los incluyo, pero los que figuran evidentemente están perennizando como la pléyade estelar de pingües personajes que desfilaron por esta desdichada vida que huye del mundanal ruido. Por supuesto, guardo un especial comentario hacia las féminas del aula en cuestión, compañeras de estudios en un universo decadente.
Y sin embargo estaba allí presente, la chica que perturbaba mis sentidos y exaltaba mis emociones, podría decir “la ilusión quimérica de mi existencia” – en ese entonces – Su nombre no hace falta mencionarlo, es evidente a la luz de todos los sentidos, es obvio, tácito; está implícito ante la atiborrada mirada de sus recelosos y cínicos admiradores circunspectos que también estaban devotamente obnubilados por aquella musa de mis ensueños, verbigracia, el asolapado “bongo” o el “Ringo” J.C, por citar tan solo a dos pueriles menganos de turno.
Y con esta breve introducción hemos hecho aparecer en el universo ideal del tiempo a ciertos personajes cuyo rol protagónico en los años venideros desembocaría en un sinnúmero de anécdotas, hazañas y aventuras dignas de un argumento novelesco de los tiempos modernos.
No puedo dejar de incluir algunos personajes del entorno femenino, como la agradable y simpática presencia de Rosmery, compañera íntima de Liliana, mi perturbación latente y manzana de la discordia ante todas las desventuras, afanes y anhelos. Como decía, la constante cercanía de Rosmery y Liliana representaba un gran obstáculo que debía superar, más por el carácter sumiso e introvertido que tenía con las hijas de Eva, y también por un maquillado elemento con aparentes conductas formales; y aún más con una inseguridad y nerviosismo difícil de disimular ante la mirada intempestiva de Liliana y compañía; aún así, la recepción amical desde el primer día representaba para mí siempre un momento agradable, pero la inmadurez adolescente y la cretina, enajenada y maquiavélica actitud de nuestros pensamientos se encargaría de trastocar los más recónditos sentimientos y virtudes íntimas de aquellas samaritanas que aparecían ante nuestra existencia. Evoco ahora un sentimiento cínico y risible de aquellos lejanos tiempos ¿Y qué pensarán ahora los bellacos, pícaros, paladines, mediocres y libertinos protagonistas de esa época? Recordar es volver a vivir, y tal vez soñar… morir y… volver a vivir.
Sería tedioso describir el cúmulo de peripecias acontecidas en aquel año de 1975. Pienso que el recuerdo más grato fue el galardón obtenido en la “Copa América”, donde la selección peruana de fútbol se coronó campeona de Sudamérica venciendo a la selección de Colombia en cancha neutral de Venezuela por 1-0, con el magistral gol de cabeza marcado por el inigualable “cholo” Sotil. Aún hoy existen fanáticos que sueñan con la evocación y nostalgia de sendos encuentros deportivos, que también influirían en nuestras vidas cotidianas en virtud de este singular deporte; el fulbito era ya parte de la rutina escolar de la semana, y como tal contribuía a concatenar los lazos y vínculos amicales de sus protagonistas. Allí percibo en el tiempo nuevamente la presencia del “borrachín” Cuti, el más entusiasta e inofensivo personaje; a su lado el “burrito” Celestino, discutido por su teoría esquelética del miembro viril, que desataba socarronas risotadas en el “grupoide mancheril”; también eran parte del juego el “Bongo” Jorge, quien desde entonces era muy aficionado a errar los penales, aunque cauto, pasivo y tranquilo, siempre un “capitán” vitalicio para el juego, dando órdenes a diestra y siniestra, queriendo ser siempre el protagonista del lance. Otros como el “doctor” Falla, el “oso” Rondinel o el polémico y cuestionado “macario” Humareda, representaban la comparsa, relleno y comidilla del equipo, como decía el amigo J.C: “sólo sirven para jugar de mantequilla y nada más”.
Nuestra presencia durante el tercer año de secundaria sirvió tal vez para conocer nuevas amistades, de uno y otro bando, en sentidos contrapuestos, “joviales doncellas” y “libertinos mozalbetes”. En mi opinión, y con el respaldo firme y monolítico del gran Sigmund Freud: ¡No se ofenda quien parezca aludido!: “En los tiempos de antes, donde los caballeros no eran elegantes, las mozuelas eran tal vez ciertamente arrogantes en el mundillo de perlas y diamantes, por cierto, en bruto y sin bruñir”.
Agreguen a todo ello el despertar del sentimiento emotivo, afectivo, sensual, o la ilusión platónica de algunos cristianos paganos; era pues el inicio de un nuevo amanecer en el amplio horizonte cristalino que nosotros procuraríamos transformar y convertir en un vaivén subrepticio de chanzas y desventuras.
Me quedo con la evocación reminiscente de las dos chicas que tanto admiré y que no supe confrontar, en la actitud de un buen trato y demostración de fingidos modales y recatada cortesía; no podía hacer más. El dilema era aparentar siempre la fingida escena de un “chico modelo” para entablar una improvisada conversación, casi siempre de temas de estudio y en ciertas ocasiones de gustos personales. Como decía anteriormente, era Liliana quien más absorbía mi atención. Desde entonces su semblante y sublime presencia se incrustaría en mi órgano cardíaco como puñal enhiesto en lo más recóndito de mi existir. ¿Ironías del destino o expresiones cursis del momento?
Y transcurrió sin pena ni gloria aquel año controvertido; no he querido relatar algunas “travesuras oprobiantes” cometidas contra el honor, sentimiento y valor personal de algunas compañeras del aula. Casi siempre el punto de fastidio eran Liliana y compañía, la Justiniano, la china Vanessa, la Caroly, hermana del “caballo” Medina, otro energúmeno y avieso personaje. Había tiempo para todo, y para todas las inocentes cristianas que por infortunio del destino caían en el centro medular de nuestros avorazados pensamientos.
En este acápite pretendo hacer una mención singular, censurable tal vez, pero influyente en el espectro de una parafernalia mediática para todos los sucesos dirigidos hacia las consortes de turno, contra el recato y las buenas costumbres. Tal era la semblanza del “loco” Cardenas, un tipo sin escrúpulos, intrépido ante cualquier circunstancia y provisto de un odio exacerbado contra toda imagen femenina; en múltiples ocasiones fue el impulsor de muchas de las ofensivas actitudes y degradantes travesuras que cometimos, sin deslindar por ello gran parte de la responsabilidad asumida por ser unos entes mecánicamente robotizados, dejándose llevar por el descontrol compulsivo del circunspecto intervalo de tiempo. Aquí no “caben” disculpas y no hay tiempo para arrepentimientos.
Es posible señalar algunos hechos en forma peyorativa, aunque señalo que, casi siempre, la palomillada licantropesca estaba a la vanguardia para arremeter contra el redil de las noveles ovejitas que sufrían los percances sorprendidas por la imprevista actitud de ladinos bribonzuelos. Por ejemplo, sacar las hojas de los cuadernos, hurtar los libros, lapiceros y colores. Había una banda en esta especialidad, donde el “cabazorro” Medina fungía de líder y capataz de estas diligencias. Otras acciones relacionadas, como la de sacar la carátula del cuaderno de alguna víctima y pegarla con terokal sobre la carpeta de la susodicha era, hasta cierto punto, una actitud censurable y risible también, de ello puede testimoniar mi buen amigo J.C., quien alguna vez fue testigo involuntario de este tipo de acción.
Asimismo, como no, señalar la vez en la cual pintarrajeamos las paredes del aula con tamañas groserías y curvilíneos corazones graficados con crayolas, producto de la imaginación de una mente infantil involucionada o algo por el estilo… el “che” Gavilán podría decir algo más, por cierto, si lo recuerda naturalmente. Pero pienso que se nos pasó la mano cuando un día lunes, del cual quiero olvidarme, cometimos un atropello, una afrenta contra el honor, precisamente de ellas, Liliana y Rosmery, quienes siempre llegaban temprano a clases, y aquel día no fue la excepción. Hasta hoy me pongo a pensar cuál fue el hipertrofiado motivo que nos condujo a tan detestable actitud; no concibo por ningún lado la razón de nuestros patológicos actos y, sin embargo, lo hicimos. Esta vez me encontraba en el escenario junto con el “ricopelo” Rojas, el paranoico “loco” Chávez y para colmo el sumamente “loco” Cárdenas. Fue idea de este último, que Dios nos coja confesados. Fue un acto detestable, deleznable y degradante. Pintamos la pizarra y paredes del aula con inscripciones deshonestas, referidas a la virtud y honor personal de las dos compañeras que me brindaron personalmente su amistad. Fue un suceso deplorable. No puedo abundar en detalles pero, los términos de “casquivanas” o “pelanduscas” en versión figurativa era una banal y nimia referencia hacia ellas. Hoy, en el crepitar estelar del sórdido firmamento, tengo aún la esperanza de recibir la inmerecida comprensión por tamaña burla y escarnio, cuya escena resquebrajó abruptamente la tenue cercanía amical hacia la chica de mis fantasías ilusorias y de quiméricos ensueños. No supe y no pude conservar su amistad. Dentro de mí emergía permanente el estigma del espíritu chocarrero, personificado en la novela del Doctor Jeckil y Mister Hyde, un yo subconsciente que actúa por instinto y no por razón, sin mediar las consecuencias; en fin, el mundo gira todavía y tengo la ilusión que la dimensión desconocida del tiempo nos ofrecerá posteriormente una revancha para reivindicarnos de nuestros errores y desenfrenos.
No puedo obviar acaso la especial atracción que me producía la presencia de Liliana; algunas veces conversamos cadenciosamente, con limitaciones y cortapizas a la par de una esporádica mirada que desaparecía fugazmente del espacio perceptible…; en otra circunstancia la observaba disertando en la exposición, en la clase de Lenguaje, hablando del origen y evolución del idioma castellano, otras veces en el curso de Historia Universal, refiriéndose al apogeo del Imperio Italiano. En realidad me fascinaba su don de memoria y su aparente elocuencia; no fingía ni improvisaba, tenía el dominio del tema, y esas cualidades atraían mi atención, no era tanto en consecuencia el posible sentimiento afectivo hacia ella, más allá de una repentina ilusión está mi imponderable admiración y su don de agraciada simpatía.
He querido reseñar algunos aspectos personales de Liliana, la protagonista central del tema, aunque guardo en mis “circuitos” neuronales muchos detalles más. Esta presentación protocolar se proyecta hacia el desarrollo y comprensión del peliagudo percance y misterioso dilema de la chompa azul, una prenda desaparecida en la cuarta dimensión, por cierto, pertenencia íntima de nuestra incomparable amiga Liliana. La historia recién comenzaría el año venidero.

MARCOLINO

viernes, 16 de diciembre de 2011

Un amigo necesario

Recuerdo el día; caminando lentamente, bordeábamos las faldas de unos pequeños cerros pelados; el viento levantaba de vez en cuando una nube de polvo que llegaba a nuestras gargantas. Todo allí parecía un campo de batalla, lleno de cráteres y huesos esparcidos que dormitaban por todos lados. Por fin, después de haber recorrido laderas adormiladas, llegamos al lugar que buscábamos; nos pareció un sitio preciso para hacer una excavación y poder encontrar un esqueleto enterrado en el interior de aquel abandonado santuario. Cuando hicimos nuestra primera excavación, encontramos algunos huesos desfigurados por el tiempo, sueltos y entrecruzados, pertenecientes a seres humanos de diversas edades; todo allí era el escenario de extrañas tragedias que se repetían a su alrededor.

No era lo que buscábamos, así que avanzamos un poco más e hicimos otro agujero. Solo había más escenas sombrías de huesos revueltos con otros huesos de distintos dueños. Pero seguíamos buscando y excavando sin desanimarnos. Entendíamos que esta tierra había sido la tierra de los preincas antes de ser anexada al Tahuantinsuyo. Y seguro había también, en esos agujeros, escenas sangrientas de batallas y suplicios espantosos que nadie se atrevería a escribir... Y encontraríamos lo que quedaba de aquellos muertos que habían sido vivos, un puñado de esqueletos descansando bajo esta tierra, sobre cuya superficie yacían, sueltos o momificados, tal y como fueron en vida. Sabíamos, además, que estábamos excavando y desenterrando divinidades telúricas, divinidades que ellos adoraban, aun en el fondo de las tumbas. No lo discutimos, pero creo que aquellas pesadas melancolías entristecían nuestros sentidos y nos llevaban a lugares lejanos en el tiempo. Sí, esos cadáveres sueltos y enterrados tenían mucho que contar.

Éramos tres buenos y peculiares amigos en busca de un bendito esqueleto en un altozano muy próximo a la casa de nuestro amigo Martín. Los rayos del sol, implacables, nos quemaban el rostro y el cuerpo sin misericordia ni compasión. A menudo, nos ventilábamos el rostro agitando las manos.

Durante un rato, pero no mucho, luego de buscar a tientas, encontramos delante de nosotros lo que parecía un montoncito de tierra. Al lado se encontraban dos rocas dispuestas como asientos. Nos detuvimos y acomodamos nuestras cosas. Yo tomé asiento sobre el saco de tocuyo que extendí en el suelo y luego me puse a jugar con un cubo mágico. Poncho inició la excavación…

Éramos jóvenes aún, llenos de mucha energía y con ganas de muchas aventuras. Nuestras bocas y narices estaban cubiertas por pañuelos para evitar que el polvo llegara completo a nuestros pulmones…

Se excavaba con mucho afán. Al rato, Poncho chocó la pala con algo duro y exclamó unas palabrotas. Entonces, acerqué la cabeza y me quedé mirando el hoyo sobre el trasfondo del polvo que se había originado por la excavación. Sí, era un fardo funerario. Su forma elíptica, su vago olor a moho que subía del fondo, me lo hizo suponer. “¡Lo logramos al fin!”, gritamos al unísono. Poncho, con más ahínco, siguió con la excavación hasta desenterrarlo por completo. Me puse en pie, me acerqué y extendí la mano para ayudar a sacar al muerto. El corazón me latía con mucho esfuerzo, como queriendo salir de su lugar. Joel, inclinado, hizo lo mismo. Al fin, lo pudimos sacar y lo pusimos sobre el suelo. En ese momento, un hombre de unos treinta años se nos acercó y nos quedó viendo por un buen rato. Sorprendido, lo miré de pies a cabeza pensando que se trataba de un guardián. Era un hombre de tez blanca, vestido de manera peculiar. Aunque noté que mis amigos no le prestaban atención, estaba allí, muy cerca, observándonos. Mientras desenvolvíamos el fardo funerario para descubrir el esqueleto, transcurrió un tiempo indefinido. Con asombro, nos dimos cuenta de que aquella osamenta carecía de cráneo; su calavera no estaba presente. Supusimos que lo habían degollado.

—Buenas tardes. Parece que consiguieron lo que buscaban. He oído sus exaltaciones. Disculpen, mi nombre es Nicolás.

Por su hablar pausado y de confianza, se me fue la preocupación. No podía ser un guardián. Ahora solo empecé a temer a la hora que mediaba entre las seis de la tarde y las siete de la noche, cuando el día se transforma en oscuridad. El aire casi nocturno era como una sauna sofocante. Bajé el pañuelo que tapaba mi boca y mi nariz y me lo puse al cuello.

—Hola, ¿qué tal? Sí, lo pudimos encontrar —le contesté, con los ojos mirando la osamenta—. Mi nombre es Lorenzo.

—Vaya, qué casualidad. Conozco a un tocayo suyo que es amante del esplendor y a quien admiro mucho.

—Me alegra... ¿Usted vive por acá?

—No, no, no... Vivo en Florencia, que hoy está bajo el mandato de Lorenzo de Médici.

No sé qué gestos hice, pero me volví hacia él, sorprendido, y lo quedé mirando. A su espalda, a lo lejos, podía divisar el parpadeo de las luces de los alumbrados públicos, los que se ubicaban como a unos quinientos metros de distancia.

No era cierto. ¿O sí? Pero, cualquiera que fuera mi razonamiento a semejante afirmación, solo sé que me llevó a salir disparado por un portal paralelo, transportándome muy lejos en el tiempo y muy cerca en el espacio con mis amigos.

—Disculpe, ¿usted me quiere tomar por tonto? El Renacimiento se produjo en Europa occidental en el siglo XV y XVI. Y de eso, ya hace muchísimo tiempo. Estamos en el siglo XXI.

Aquel hombre, vestido peculiarmente, que se apartó a un lado saltando por sobre el hoyo y levantó la pala para que yo pudiera pasar y acomodarme, estaba impecablemente vestido, con un traje cálido de color gris y rayas rojas en el cuello. Tenía hombros muy anchos y cuerpo delgado, pero elegantemente atlético.

—Sí. Ya me doy cuenta. Tienes mucha razón. Mira tú. Entonces debes de saber que soy un estudioso de la historia, autor de comedias y tragedias… ¡Vaya! ¿Todos esos años son suyos? Muchos siglos de diferencia. Amigo, tienes en tus manos mucha inteligencia reunida... ¿Que lo he tomado por tonto? Todos ven lo que tú aparentas; pocos advierten lo que eres. Yo mismo no entiendo el estar aquí, hablando contigo. Antes de llegar a este lugar, estaba conversando con Leonardo, sentados, cómodamente, en el patio de su casa. Hablábamos sobre la belleza y el amor.

Levantó lentamente los ojos y me quedó mirando. Su mirada era como si fuera un punzón que quería atravesar una pared muy dura. Sus ojos eran intensamente marrones y estaban sobre exaltados. Me quedé mudo por un momento. Luego empecé a balbucear con frases propias de una mente fraccionada y aturdida. Me recuperé. Tenía que hacer esa pregunta. Tenía que preguntárselo. Musité:

—¿Con Leonardo Da Vinci? ¿Sobre la belleza y el amor? Suena muy interesante. Pero ¿esto es cierto o ya me volví loco?

Me puse cómodo; doblé las rodillas y me senté sobre una de las rocas. Él hizo lo mismo; se puso en frente mío; pero mantenía los ojos clavados en el suelo, y las manos recias, inmóviles, sobre las rodillas, como pensando lo que me iba a decir.

—Tan cierto como que estamos conversando los dos. Locos somos todos, es imposible encontrar un ser cuerdo. Sería engañarte. Los hombres son tan simples y unidos a la necesidad, que siempre el que quiera engañar encontrará a quien le permita ser engañado. Leonardo me decía que todo nuestro conocimiento tiene su principio en los sentimientos. Y los sentimientos, amigo, generan belleza y amor.

Yo estaba quieto, sentado sobre la roca, observando a mis amigos, pero meditando. Estaba creyendo que tal vez me había quedado dormido y que todo era un sueño de mal gusto. Una pesadilla sin importancia. Me di ánimos. Esta vez quise hacerme el loco y seguirle la corriente. ¿Era posible que un perturbado, dentro de mi sueño, me tomara el pelo? Lo llamé dándole una palmada en el hombro. Volvió la cabeza, y le pregunté:

—Tienen que examinarlo mejor, señor Nicolás —le dije, con toda la delicadeza que pude—. Porque para mí el amor pasional es el dulce bálsamo de la mentira. Las pinturas más perfectas, Romeo y Julieta, La Nueva Eloísa, Werther, etc., ¿cree usted que nos pueden descubrir el amor? Creo que sin verdad no hay arte cabal. Y el amor pasional es una pobre y triste mentira. Una enorme pérdida de tiempo.

Como si mirara de lejos la pantalla de un cine, me volví a ver a mis amigos que, en cuclillas, desmantelaban el fardo funerario. Luego vi que nuestro visitante dibujaba con un dedo unas figuras casi ininteligibles para mí, lo vi meditar por un momento. Me quedé examinando las figuras hechas en el suelo. No las entendía. Eran unos jeroglíficos, solo eso; un pictograma que no me decía nada.

—¿Eso crees del amor? Mira, Lorenzo, yo no digo nunca lo que creo, ni creo nunca lo que digo; y si se me escapa alguna verdad, de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras que es difícil reconocerla. El amor pasional es eso. Lo sientes, pero lo escondes. El miedo al desamor es inmensamente más grande que el amor mismo. Solo pocos se atreven a enfrentarlo. Si no, dale una pequeña mirada a tu tiempo y a los que te rodean, para averiguar que el amor pasional es un accesorio, una salida al supermercado y una tarjeta de crédito. Se ha convertido en una mercancía.

—Pero también hay un gran número de individuos a quienes esta pasión los conduce al manicomio. Y cada año aumentan los casos de suicidio por este loco sentimiento. ¿Por qué esos esfuerzos, esos arrebatos, esas ansiedades y esa miseria?

—Ya lo dijo nuestro amigo Erich Fromm, que es casi de tu tiempo: "No se trata de que la gente piense que el amor carece de importancia. En realidad, todos están sedientos de amor; ven innumerables películas basadas en historias de amores felices y desgraciados, escuchan centenares de canciones triviales que hablan del amor, y, sin embargo, casi nadie piensa que hay algo que aprender acerca del amor". El desamor aparece, amigo, en la otra persona cuando al otro ser se le considera inestable, superficial, afeminado, pusilánime e indeciso... La Naturaleza es sabia. La Naturaleza necesita esa estratagema para lograr sus fines, querido amigo. Tú también debes saber por el amigo Arturo Schopenhauer, "que por desinteresada e ideal que pueda parecer la admiración por una persona amada, el objetivo final es, en realidad, la creación de un ser nuevo, determinado. El amor no se contenta con un sentimiento recíproco, sino que exige la posesión misma, lo esencial, es decir, el goce físico". A las mujeres hay que acariciarlas o destruirlas, pues, vengarán un insulto leve, pero quedarán indefensas si se les aplica un golpe duro, bajo y vil, pero hermoso y subliminal: El sexo y unas flores. Bueno, ahora sería una tarjeta de crédito en vez de flores. El objetivo es el mismo; la prolongación de tu vida a través de tus hijos.

—Lo que me quiere decir entonces es que el fin es engendrar un hijo: ¿ese es el fin único y verdadero de toda novela de amor, aunque los enamorados no lo sospechen? ¿La intriga que conduce al desenlace es cosa accesoria? Entonces estás equivocado en tu premisa de dar un golpe, duro bajo y vil. Eso funcionaría muy bien en tu siglo. Ahora en mi tiempo uno tiene que ser sociable y tolerante para llegar al sexo. Pero en lo que sí estoy de acuerdo con usted es en el objetivo, que es el mismo.

—Tú lo acabas de decir: El fin justifica los medios... La única diferencia entre seducción y violación es tiempo: al final, el objetivo es el mismo. No se debe confundir el ser con el deber ser. No hay que perder de vista este fin real, si se quiere explicar tantas maniobras, tantos rodeos y esfuerzos. ¿Pero el amor pasional, o sea la intriga, puede servirnos para estar solos? No. Por más que digamos que sí. Su fin es procrear, vivir en conjunto. El egoísmo no llega a intriga, amigo Lorenzo, se queda encerrado con su terrible soledad, sufriendo hasta su muerte. El amor es lo más natural y hermoso porque crea belleza; el egoísmo es antinatural y jamás creará belleza o arte alguno. Lo único que le queda a este pobre individuo es buscar un lazarillo, una mascota, para que al menos pueda sonreír disimuladamente un poco.

—Pero amigo, una cosa es que una persona se enamore cuando siente que ha encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio, y otra cosa es ese amor, intrínseco, loco, inhumano que llega a la obsesión. ¿Ese amor qué es? ¿Me puedes explicar?

—Te lo voy a explicar mejor con un párrafo de nuestro amigo Erich Fromm. "... tal tipo de amor es, por su misma naturaleza, poco duradero. Las dos personas llegan a conocerse bien, su intimidad pierde cada vez más su carácter milagroso, hasta que su antagonismo, sus desilusiones, su aburrimiento mutuo, terminan por matar lo que pueda quedar de la excitación inicial. No obstante, al comienzo no saben todo esto: en realidad, consideran la intensidad del apasionamiento, ese estar «locos» el uno por el otro, como una prueba de la intensidad de su amor, cuando solo muestra el grado de su soledad anterior". El flechazo no basta amigo, es tan simple, tan pobre, que la naturaleza solo lo aprovecha como es, como lo que tiene que ser: una simple intriga. El amor es un arte y como arte lo tienes que aprender como cualquier otro arte: música, pintura, carpintería o el arte de la medicina o la ingeniería... Ese es el verdadero amor. El que debemos enseñar a nuestros hijos. Un amor que necesita esfuerzo y comprensión, que necesita cultura cuerda y optimista. En pocas palabras, amigo, es una carrera, una profesión.

De pronto, todo se puso en movimiento y volví como de un sueño. Al menos eso pensé. No quise decirle nada a mis amigos, porque supuse que se burlarían. Ellos habían terminado de sacar el esqueleto de sus envolturas y lo echaban al saco de tocuyo. Poncho me vio y sonrió; “huevas, despierta; la flaca, siempre la flaca; ven y carga esta huevada”. Entonces fui a su encuentro; mientras me acercaba, vi que Joel, soltando unas lisuras, retrocedió un paso alejándose del humor que desprendía el esqueleto. Luego de esto, nos pusimos en marcha. Ya en la pendiente, como a cien metros del hoyo funerario, sentí que alguien nos seguía a nuestras espaldas. Me volví y pude ver al hombre del abrigo renacentista; lentamente nos seguía, como si fuera un cuarto amigo del grupo… Luego se detuvo. Entonces, comprendí todo al instante. Claro, el amor es eso. Giré mi cabeza y lo vi haciéndome una seña de despedida y como diciendo: “vuelves”; se quedó parado en lo alto del cerro. Pensé volver luego; pero ya era tarde. Ahora yo iba descendiendo, con el bulto sobre mis hombros, y meditando pensamientos que no entendía. Iba con la cabeza gacha y perdida en el limbo de mis reflexiones; tanto que no vi una valla de una empalizada y mi pecho chocó con ella, dejándome sin respiración y logrando derribarme al suelo, cayendo boca arriba, y haciendo que el esqueleto volara por los aires, originando una curva parabólica, para luego aterrizar en un pedregal. Con el corazón en vilo lo miré caer a escasos centímetros de Poncho. Cayó sobre un montón de piedras sueltas, al otro lado de la empalizada.

—¡Puta! Se ha desparramado el esqueleto sin cabeza. —farfulló Poncho.

—La cagaste, pitufo. Ahora tenemos que encontrar todos sus pedazos. Y ya está oscuro —dijo Joel.

—No es nada. ¡Puta madre, no vi la valla de mierda! —Balbuceé adolorido.

A todas mis tonterías vino a sumarse esta. Se me subió la sangre a la cabeza de cólera. Ver el esqueleto desparramado era para reírse a carcajadas.

Sacudiéndome la ropa, me puse en pie y comencé a andar en silencio; por detrás, soplaba un tibio viento empolvado que hinchaba mi polo y espolvoreaba mis pantalones. Les dirigí una rápida mirada apacible y juguetona, pero a mis amigos no les pareció una broma. Después de aquella escena, me sentía como un tonto.

Haber discutido con el mismísimo Maquiavelo casi toda la tarde me tenía revoloteando las ideas en la cabeza. Recordé haber leído acerca de sus visitas a la bella dama Ponte Delle Grazie, que siempre lo aguardaba "con el coño abierto", según el deslenguado Andrea di Romolo. Él pensaba casarse con ella, pero le habría parecido demasiado fría, vacía y silenciosa, como la casa que le dejó su padre al morir. Entonces, optó por Marietta Corsini, de condición social similar a la suya, lo cual era común en esos tiempos. Ella no fue para él un gran amor, y mucho menos el gran amor de su vida, pero sí una compañera importante, nada sumisa ni complaciente. Recordaba también sus infidelidades ya estando casado y que nunca abandonó. Pero más que las infidelidades de Niccolo, en su corazón pesaban las prolongadas ausencias de él... Recordaba también a Leonardo y su Monna Lisa, nunca entregada. Sí, recordaba a este precursor de Bacon y Copérnico, esbelto y bien constituido, de lentitud proverbial, que nunca tuvo amorosamente entre sus brazos a una mujer. No recordaba que hubiera en su vida una pasión platónica, como la de Miguel Ángel por Vittoria Colona. Además, ¿cómo olvidar el sueño que tuvo con el buitre introduciendo la cola en la boca del niño...

Logramos reunir todos los pedazos de la osamenta en poco tiempo. ¿Sería posible que este ser metido en un saco de tocuyo fuera un personaje que conoció el amor verdadero? Era tan insignificante: simples huesos dispersos en nuestras manos.

Caminábamos deprisa, y a cada paso, reconocía lo maravilloso que es la vida. Mi mente se proyectaba, sin proponérmelo, hacia lo que sentía por una chiquilla delgada, silenciosa y fría. Me resultaba muy bonito reflexionar sobre esas cosas sin sentido —¡Demonios! La he vuelto a extrañar—. Me entró una pena, una nostalgia. Seguía aún reflexionando sobre esto mientras caminaba junto a mis amigos hacia la casa de Martín, quien nos esperaba.

—Habla, habla, Lorenzo, ¿dónde te encuentras? —me decía a mí mismo. Poncho me dio una palmada en el hombro. Salí de mi confusión.

—No me digas en qué piensas, porque lo sé… —dijo.

—Nada. Solo me preguntaba, ¿quién es este amigo que ahora está metido en un saco y con una historia guardada para siempre?

Así fui comprendiendo, de tumbo en tumbo, que yo tenía la culpa de muchas cosas, especialmente por lo que me había sucedido debido al amor pasional. No había por qué hablar de ella con mis amigos, de la chiquilla delgada y fría, sin antes habérselo dicho. Fue un craso error. Fui un egoísta al no plantear el destino que quería junto a ella. Arriesgar un futuro por un amor propio de pacotilla, de cobardía. Creo que por lo que más odié a Maquiavelo en ese momento fue por su tremenda parrafada tan corta y categórica. El amor es solo intriga y esta tenía que concluir en lo más simple: Sexo; el arte más intrínseco que la naturaleza nos ha regalado y del cual aún no hemos aprendido nada. No sabemos ni efectuarlo. Le tenemos mucho miedo.

Llegamos. Vi en el umbral a Martín con su modo de vestir, con la misma figura del hombre primitivo del libro de Historia Universal. Ingresé. Me abalancé hacia el sillón que se encontraba en su sala e hice caer pesadamente el saco de tocuyo con los huesos empolvados y golpeados por mi caída, pero completos. ¡Qué alegría me dio! Sentí que me había quitado un gran peso de encima. Yo me eché a reír tontamente. El aspecto de mis amigos era serio y preocupado. Diría que de cansancio. Sin embargo, Martín nos recibió con unas cervezas bien heladas que cambiaron totalmente nuestros rostros. ¡Qué bien lo entendía ahora! Como si cada palabra de mi amigo Maquiavelo se diera lentamente la vuelta delante de mí y yo viera por el otro lado, por el lado oculto de la vida.

Loro

jueves, 17 de noviembre de 2011

¡Ahora o Nunca 2! El día.


Mi amigo Charly, este hombre, este ser afectivo o sentimental, que no quiere morirse nunca, que a toda hora le duele Dios, y que prefiere la desgracia a la no existencia, tuvo una experiencia que les voy a contar. Y no sirve decir que él es un medio, sino un fin. "Una alma humana vale por todo el universo", lo ha dicho alguien, no sé quién, pero ha dicho una verdad, repitió Miguel de Unamuno en su obra “Del sentimiento trágico de la vida”. Charly es un alma desnuda, una herida a flor de piel. Pero, además, es un empedernido saltimbanqui histriónico que cree que la felicidad es un estado relativo y comatoso, la cual nunca será su meta. No es ni nunca ha sido admirablemente inteligente. Y sus problemas económicos los resolvió por pura acción - reacción y por la peculiaridad de poseer un talento lucrativo.
Entonces, me atreveré a relatar ese día; ojalá él no se moleste:
Caía la tarde templada, con un cielo limpio sobre Lima. Charly se encontraba tumbado sobre el asiento de un ómnibus en marcha, mirando las calles pasar por la ventana, y le acudían a su mente imágenes del día. Entonces apareció de pronto, sobre el entorno de su presente, los recuerdos de aquellos días en que vivió enamorado de una jovencita, allá por los años ochenta: la de Sendero Luminoso, Lech Walesa, Ronald Reagan, La guerra de Las islas Malvinas, Thriller de Michael Jackson y el nacimiento del primer bebé probeta. Las dudas eran comprensibles, se dirigía ahora a una cita con la misma mujer, la jovencita de la cual estuvo enamorado y que no había visto hacía veinte años. Uno lo veía sonriendo, con los ojos llenos de una luz pícara que se volvía eléctrica cuando su boca hacía un gesto y reía; bromeaba para sus adentros.
Empezó a protestar porque el tráfico era insoportable y los minutos se hacían cada vez más rápidos. Aún tenía tiempo para llegar a su destino sin problemas, pero él estaba intranquilo. No quería que nada ni nadie se interpusieran con su objetivo.
Sonó el celular.
—Aló, buenas tardes, ¿con quién tengo el gusto?
—Hola, Charly. ¿Desde dónde hablas exactamente?
—¡Ah! Hola. Te hablo desde el ómnibus, estoy llegando al paradero, cerca del aeropuerto, no te puedo dar detalles, hay una bulla terrible. Pero ya estoy en camino.
—Ah, qué bien. Ok… Te espero.
Cerró el celular. Pronto apareció ante sus ojos el óvalo del aeropuerto. Se puso en pie y caminó hasta la puerta.
—¡Bajan en aduanas!
Charly se apeó del ómnibus, caminó unos metros y se detuvo con las manos levantadas. Trataba de detener al primer taxi que se le presentó, pero este estaba lleno. Al rato, paró otro y rápidamente subió y ocupó el asiento de la parte delantera, junto al joven conductor de bigote gordo y cuerpo oblongo como el de un militar; no se saludaron; el auto arrancó, giró a la izquierda e ingresó a la vía rápida de la Av. Elmer Faucett, pasó por delante de unos edificios; después, por unas pintorescas casas de ladrillos y unos aparcamientos en donde había camionetas y motos. También se veía murales publicitarios con anuncios de gaseosas, celulares, café y muchas cosas que no le atribuyó importancia. Cuando el auto cruzó el río Rímac, su cabeza de manera automática giró hacia la izquierda y sus ojos se quedaron viendo su antiguo barrio, su antiguo distrito; se le vinieron mil recuerdos, espantosamente cercanos, reconocibles, hasta que unas vías de tren, dando sacudidas al auto, lo sacaron de su embobamiento. El sacudón fue tan fuerte que de los asientos salió como un polvo negruzco; más adelante, había unos policías de tránsito haciendo señas para agilizar el tráfico. El viaje se volvió demasiado rápido, lo cual le pareció un presagio de buen día.
El conductor lo miró; él solo levantaba los ojos y parecía mirar lo que sucedía tras de la ventana, como si dirigiese la vista a un invisible fantasma.
—Buenos días, señor… ¡Qué clima! Bochorno…, eso es lo que se siente —dijo el chófer del taxi.
Charly giró la cabeza y arqueó las cejas, asombrado. Quedó mirando el rostro del joven; aunque sus ojos se fijaron en el gordo y curioso bigote.
—Buenos días… Sí; el clima está para matarnos, pero de cólera. No se puede saber con qué uno tiene que salir vestido… Todos le echan la culpa al Fenómeno del Niño —respondió Charly.
—Debe ser, aunque no sé nada sobre el tema. Yo solo me dedico a esto… —contestó el joven conductor, enseñando los dientes amarillos y haciendo una mueca con su boca, para luego soltar una palabrota en contra de los políticos de turno.
Charly dijo “sí, pues”, para ser condescendiente. Ya habían recorrido buen tramo. Consultó uno de los bolsillos del pantalón sin darse explicaciones. Necesitaba saber que no había olvidado algo de importancia.
—Uno se descuida y la gripe se nos pega... Disculpe señor, usted no me ha dicho aún a dónde lo voy a llevar. Ya estamos llegando a la "Av. La Marina". ¿A dónde lo llevo?...
Charly no escuchó la primera interrogación. El taxista levantó un poco más la voz y se lo repitió. Tampoco lo escuchó, estaba pensativo, estaba lejos de allí, en otro lugar. Hoy era un día especial y sus pensamientos tenían rienda suelta. Todo era tan perfecto que necesitaba recordarlo para siempre. Hasta el aire en el auto se prestaba para el recuerdo, estaba impregnado de un suave olor a fragancia de flores que se mezclaba con el ligero perfume de Charly. Respirando a fondo, Charly degustaba la embriagadora fragancia que lo rodeaba. El taxista, aprovechando una luz roja, frenó en seco, haciendo que Charly saliera de su obnubilación y despertara. 
—Señor, ¿a dónde lo llevo?
—¡Vaya, que tonto!; disculpe… Un momento. Estaba sacando unas cuentas mentalmente. Pensaba en la crisis de los ochenta… No había ni para el té… Al menos ahora se puede respirar…
Metió la mano en el bolsillo de su camisa, sacó un papelito y se lo entregó.
—Esta es la dirección, no tengo mucha prisa. ¿La conoce? No vaya tan rápido. Estoy tranquilo con el tiempo.
—Sí, la conozco. Hasta allá le voy a cobrar 15 nuevos soles. ¿Está bien?
—Ok. No hay problema, está bien.
—¿Tiene una reunión de negocios? Disculpe que me meta…, pero como mencionó la crisis de aquellos años y me dijo que estaba sacando cuentas mentalmente, pensé que tenía una reunión de trabajo.
—¡No! No, no. Voy a salir con una amiga después de veinte años. ¿Qué le parece? De locos, ¿no? ¡Qué tal pausa!
—¡Asuuu! Se han reprimido bastante tiempo. Yo creo que usted hoy va a campeonar. Se le ve en la cara.
—¡Tiene que ser... sí o sí! Hoy he dejado a mi cerebro como mi segundo órgano favorito. 
—Sí, pues, pero recuerde que el sexo es exquisito si es perfectamente sucio y si se hace bien... Así que adelante, y si se puede póngale retroceso... y no se olvide de ponerle música de zampoña y flauta... ja, ja, ja.
—Usted sí que se las sabe todas. Debería de estar como profesor de sexo en cualquier junta de vecinos. Que hay muchos que aún no saben qué hacer con sus mujeres... o con sus hombres. No saben que la inactividad sexual produce cuernos.
En cierto modo a Charly, más que al conductor del taxi, le gustaba la conversación. Sintiéndose aún más alborotado, si eso era posible, Charly deliberadamente le hizo una pregunta.
—¿Usted es casado?
—No. Convivo con mi señora. Tengo cuatro hijos, pero de diferentes mujeres. El último es con mi actual mujer. Ella me ha resultado muy celosa. Me llama a cada rato. Esto de los celulares creo que es un invento de mujer. Pero como dicen, mujer que no jode es hombre...
—Qué puedo decirle. De diez taxistas que conozco, siete viven una vida como la de usted. Ser taxista es un privilegio, sexualmente hablando. No se conforman con una. Y, además, todos tienen esa manera de decirle a su ex-mujer: "es la madre de mis hijos". A ninguno le he escuchado que me diga es mi ex-mujer. ¿Por qué esa manía?
El taxista volteó y lo quedó mirando. Ahora, con el ceño arrugado, tenía cara de malos amigos. Paró el auto en seco. Le hizo una seña. Charly se quedó sorprendido. ¿Su pregunta fue impertinente? Quieto, estaba tratando de averiguar lo que había originado con su pregunta. El taxista giró aún más la cabeza, estiró el brazo, casi rozándole las piernas, y abrió la puerta que daba con Charly.
—¿Qué pasa ahora? ¿Le ha molestado mi pregunta?
—No, para nada. Lo que pasa es que ya llegamos, señor. Esta es la dirección que tengo apuntado en el papel que usted me dio.
            —Perdone. Estaba distraído. Hace veinte años que no venía por aquí. Se me nota, ¿verdad?
Charly sacó un billete y se lo entregó.
—Retenga el vuelto. ¿Me puede esperar un momento? Si demoro mucho, le compensaré su tiempo. Mi amiga vive a unos metros de aquí. Voy y vuelvo, vamos a ir a Barranco. ¿Qué tiempo haremos de aquí al Parque Municipal?
—Creo que unos 20 minutos si vamos por el "Circuito de Playas".
—Ok. Entonces espere, ya vuelvo.
Charly ya de pie se dirigió ansioso en busca de su amiga. Caminaba taciturno, recordando la primera cita, aquella cuando ambos vivían en el mismo barrio y cuando no se presentó y la dejó plantada. Se detuvo un instante; pensó que le faltaba algo. Baja la cabeza, mete la mano en uno de los bolsillos del pantalón y saca un cofrecito negro. “¡Aquí está!”, se dijo a sí mismo y lo volvió a guardar en el mismo lugar. De tiempo en tiempo se detenía y miraba a su alrededor con expresión de nostalgia y tristeza. Pensó algo más, moviendo los labios. Se dio cuenta de los ademanes que hacía, entonces se llevó la mano a la cabeza y disimuló.
—Bueno, ya estoy aquí; lo que tiene que suceder que suceda.
Tocó el timbre y se hizo una pausa larga para Charly, pero que no fue ni unos segundos. Al instante se abrió la puerta y apareció su amiga. Ella lo miró sin asombro, como si lo hubiera visto de siempre. Fijando la mirada en él puso una cara muy tonta; por lo que Charly no pudo menos que sonreír con ironía apenas perceptible. Ambos trataban de disimular sus emociones. Sus caras ofrecían de golpe la imaginación de un millón de pensamientos por lo menos. Abrieron sus brazos, en señal de perplejidad, y se dieron un enorme y fuerte abrazo. Esto les hizo notar que en resumidas cuentas ya nada importaba.
—¡Me da lo mismo que hable de esto toda la promoción! 
—¡Pues a mí también me da igual! —expresó Charly, enardecido y feliz.
—Pasa…, toma asiento, espérame un momento. Voy a traer mi cartera.
—Mientras no lleves un libro en su interior, eso estaría bien.
Ambos dieron una carcajada sonora y amplia. Charly tomó asiento en un sillón y se reclinó suspirando. Era el mismo sillón en el que se había sentado veinte años atrás. La casa no había cambiado nada, a excepción de que se notaba la falta de un cuadro que le había gustado a él aquel día. Era un cuadro que representaba a un unicornio en un campo amplio y solitario. Quiso preguntarle qué había sido de aquel cuadro, pero se contuvo. Ella cogió su cartera que estaba colgada sobre una de las sillas del comedor y se volvió a él y lo quedó mirando detenidamente por unos segundos. Se le escapó una sonrisa; para disimularlo, le dijo:
—Eres un bobo, eso es lo que eres. No te preocupes, solo voy a llevar una enciclopedia.
—No sé, así lo contaremos —riéndose, contestó Charly.  
Bety estaba con una blusa colorida y un pantalón blanco; la luz de la habitación no era muy clara. Tal vez por ello Charly estaba muy atrevido. Hacía tiempo que deseaba besarla, hacía un infinito de tiempo. Por entonces le fue imposible. Y ahora, cuando estaban a solas y ella vestida de manera coqueta, lo creyó posible. Cortó toda palabra, se puso en pie y la tomó de la cintura y le dio un beso. Un interminable beso. Se separaron por unos segundos. Lo que aprovechó Charly para sacar de su bolsillo el cofrecito negro, que en el instante lo destapó y se lo mostró. Tenía un anillo en su interior. Bety, experimentando una singular duda, se frotaba suavemente las manos y lo miraba severa y atenta; no podía articular palabra; estaba pasmada. Al reaccionar, movió la cabeza, dándole una pequeña sacudida; le dijo:
—¿Qué significa esto?
—Cuál. ¿El beso o el anillo? 
—Sabes a lo que me refiero. ¡Conque esas tenemos!
—No sé… ¡Creo que me has vuelto loco! O loco me dejaste veinte años atrás…
Charly le cogió la mano izquierda e introdujo el anillo en uno de sus dedos. 
—Dios, ¡qué bien te queda! ¡Preciso! ¡Cómo anillo al dedo!
Bety volvió a sacudir la cabeza, pero ahora en señal de asombro. Aunque ya sabía lo que hacían, veía el anillo y no podía dar crédito a sus ojos. Quedó presa entre el beso y el anillo. Charly la había hecho linda por primera vez. 
—Sí. ¡Pero eso no es todo! Un auto nos espera en la calle. Déjame darte una sorpresa. Te voy a llevar a un lugar, donde la pasaremos... ¡muy bien!
Bety se estremeció y lo miró extrañada; un escalofrío le recorrió la espalda y se volvió a quedar muda. Lo que aprovechó Charly para tomarle de la mano y llevarla hasta la puerta de salida. Salieron y caminaron con un inconsciente movimiento, como queriendo descifrar algunas palabras todavía borrosas de aquel encuentro. Charly comprendió, además, al mirarla, un dolor inmenso, comprendió que ella jamás había perdido la esperanza de llegar a este encuentro. Hacía veinte años que se habían alejado, desaparecido, haciendo cada cual su destino. 
—No está mal, me ha gustado... Estoy totalmente sorprendida. ¿Eres tú? —dijo Bety, exhalando un suspiro.
—Pues, sí.  Supongo que sí.  Sé que lo comprendes... ¿Por qué? ¿Te excité demasiado?
—Perdón, perdón... A ver a ver, ¡repite lo que has dicho!... Te estás burlando... ¿no? No puedes con tu genio —lo interrumpió ella, muy festiva, casi riéndose.
—No. ¡Para nada! No hace falta... Bueno, ahora es igual. ¿No te gustó mi beso? Porque besas muy bien. También me has sorprendido —dijo él sin aspaviento. 
—Para que veas. Tú también besas ahora mejor... —dio una risotada— Dime una cosa: ¿Quién es este muchacho? ¿Charly o su mentor?  ¿Con quién estoy saliendo?
—Aún no lo sé. Creo que con ambos; están jugando en pared. ¿Qué haría yo sin mí? Los dos te desean... ja, ja, ja.
Ella esbozó una sonrisa indeterminada y le tendió las manos. Él le dio las suyas. Ahora estaban agarrados. Luego le miró y estirándose echó a reír sin estar muy segura. Pero al rato se borró de su cara la expresión de inseguridad y puso la suya de siempre, la que la hacía inconfundible con nadie más en el mundo. 
—¡Claro! Eres el mismo. Eres tú, porque estás temblando... Pero, acércate más... Ya hemos estado por mucho tiempo demasiado lejos. ¿Me tienes miedo?
Charly no respondió enseguida. Aunque sonreía. Se quedó meditando para impresionar. Luego interrogó con voz tranquila:
—¿Miedo? Ese miedo ya no existe. Como te darás cuenta, no te he olvidado y eso jode un poco. Estás muy guapa y sexy.  Es la primera vez que te veo sensualmente. Nunca me atreví a verte de esta manera… El beso a mí sí me excitó. Dime la verdad, ¿a ti no?
Se soltaron. Bety se puso a reír. Y al cabo de un instante, se quedó allí mirándolo, y se detuvo a pensar. Quiso responder y preguntarle algo, pero no se atrevió. Pensó tontamente que no estaba tan hermosa como iba vestida. Entonces giró sobre una pierna, se llevó la mano a la mejilla y puso ojos de asombro. Ruborizada, estaba muy conmovida por aquella actitud, ya que lo veía muy suelto, y eso le agradaba. También se daba cuenta de que, conforme iba pasando el tiempo, iban teniendo mayor confianza.
Llegaron a la avenida. El taxista sentado y leyendo un periódico, en el interior del auto, aún seguía esperando. Charly abrió la puerta trasera, le hizo una señal a Bety y ella ingresó. Luego él hizo lo mismo. Era la primera vez que viajaban juntos en un taxi.
—Gracias amigo. ¿Hemos demorado mucho? Usted sabe, el tiempo no interesa cuando hay un encuentro después de tantos años.
—No se preocupe. Para eso estamos. Entonces, lo llevo a Barranco. ¿Me dijo que lo deje en el Parque Municipal?
—Sí. Allí mismo.
—¿Quiere que le ponga alguna música de su agrado?
Bety cruzó la mirada con Charly, fue el momento en que volvieron a tantearse el uno al otro. Ahora ella volvió la mirada al conductor y le dijo:
—Si tuviera "When I Look at You" de Miley Cyrus, sería fantástico.
—Tengo algo de ella, pero no sé si es la que usted me pide. Mi hija es fanática y escucha a toda hora a esta cantante. A ver, tome este Cd, si lo encuentra lo pongo. 
—Sí. Acá está, es el Nº 1. 
Entonces, rascándose la cabeza, Charly se quedó mirando al conductor con una sonrisa larga y con el rostro lleno de admiración.
—Creo que acerté cuando lo contraté. Me ha dejado sin palabras. Mis respetos... No sólo sabía de sexo… ¡Buen arsenal de música!... ¿No tendrá una de Silvio Rodríguez? 
—¿Quién es ese? No lo conozco... ¿Qué música toca?...
Bety sonrió burlonamente, se acomodó en el asiento y dirigió la mirada hacia la ventana. Quiso burlarse, pero prefirió quedarse callada.
La calle oscurecía de apoco y eso era magnífico para el torbellino de pensamientos y emociones que ambos sentían.  
Al rato estaban bajando al Circuito de Playa de la Costa Verde. El mar hacía su aparición en el horizonte. El chófer cogió el Cd y lo introdujo en el reproductor, esbozando una sonrisa irónica. La música empezó a sonar. Los dos ya no se percataban de nada ni de las calles llena de luces quietas ni de la gente que iba moviéndose con sus pensamientos propios. Miraban fijamente al mar sin provocarse ninguna palabra. Sus pensamientos ingresaron en un sinfín de emociones y recuerdos que no podían comprender. 
De pronto, la canción llegó a su fin. Bety, saliendo de sus pensamientos, le pidió al conductor que la volviera a reiniciar... 
—Por favor, puede repetir la canción.
—¡Muy bien! Otra vez. 
—Y tú, ¿por qué no hablas? ¿En qué piensas? ¡Habla algo! ¡No te quedes callado! —le dijo a Charly.
Charly seguía sentado sin decir palabras, tenía el brazo derecho sobre el cuello de ella, y le cogía una de las manos, la que pegaba sobre el pecho de Bety. Se mantenía quieto, mirando al mar en silencio. Ella tenía la cabeza pegada al hombro de él y su mano izquierda apoyada sobre su muslo, mirando de reojo a Charly. Daba la impresión de que iba a asirse con esa mano y llevar la otra al rostro de Charly.
Charly se echó a reír. Bajó la cabeza y se quedó por un momento mirándola. Tenía el pelo revuelto por el viento que ingresaba por la ventana medio abierta. Sentía la brisa del mar y su rostro no dejaba de hacer muecas deliciosas para Bety. 
—¡Vaya! Todo ha salido mejor de lo que yo esperaba. Es muy raro, a pesar de todo ya estamos aquí, juntos, no sé por cuánto tiempo. Todo esto es tan imprevisto para mí que me ha dejado especulando. Pero no me hagas caso. Me has pedido que hable y estoy hablando tonterías.
—¡Qué cosas, ¿no?! ¿Y qué tal?... No se me ponga a filosofar ahora. Otra vez será, no vale la pena perder el tiempo... Muy bien. Pues, ¿quieres saber por qué motivo estoy ahora aquí contigo? Uno muy importante. Quiero que lo sepas…
—Bueno, te escucho. Me gustaría saber todo lo que has pensado y piensas de mí. Y qué fue y será de tu vida luego de esto. 
Siguió una pausa. Bety se quedó meditando con el rostro vuelto a la ventana. Sin pensarlo, volvió hacia él y le dio un beso furtivo, a escondidas de la mirada del taxista; le hizo saber que estaba presente.
—No es casual que nos hayamos encontrado. Tú lo sabes. Soy la misma Bety de siempre, con el mismo cabello, con algunos kilitos de más, pero que piensa de la vida igual que antes. Sigo siendo la misma de la que tú te enamoraste loca y perdidamente. No sé si he madurado...
Charly tuvo que hacer un esfuerzo para no decirle que no sólo era la misma de siempre, sino que estaba muy provocativa y que iba vestida, como nunca, sensualmente, aunque ya no fuera la jovencita con la cual salió varias veces y quien le había robado un beso en la Universidad. Además, de lo que totalmente se daba cuenta y sin conjeturas, era que todas las facciones de Bety se habían remarcado. Se parecía a sí misma más que antes. Su blusa colorida con mangas cortas y un pequeño lazo verde junto al escote lo estaban matando. No recordaba que jamás hubieran estado abrazados, agarrándose las manos y hablando tanto.
Le preguntó si se acordaba de la última conversación en la casa de ella, allá por los inicios de los años noventa. Bety lo miró seria, pero afectuosamente. Su mirada y su voz tenían que ser discretas.  
—No. No recuerdo nada. Ni quiero recordarlo. No hablemos más de eso ¿Para qué lo quieres recordar? Estaba segura de que habías olvidado esa historia.
Fue la peor pregunta para ella. Es posible que, si hubiera logrado mirarlo bien a los ojos, él habría comprendido mucho. Pero ella no quería mirarlo. No quería saber nada de su pregunta.
—¡Como ves, no lo he olvidado! Pero mejor lo dejamos ahí. Tienes razón, ya es historia. 
Los dos se quedaron callados. Charly había metido la pata y quería cambiar de tema. 
—Disculpa. Te corté lo que estabas por contarme. 
—Eso ya veo. Te has ido por las ramas y quieres ponerme nostálgica.
El auto se estacionó. Hicieron una pausa en la conversación. Ella miró a su alrededor y se quedó muy satisfecha, como si le complaciese lo que vendría después. Charly se encargó de darle una buena propina al taxista. Bajaron del taxi, se cogieron de la mano y se dirigieron lentamente al lugar que él ya tenía destinado.
—Si me hubieras traído por aquí la primera vez que salimos, te aceptaba sin chistar... ja, ja, ja.
—En esos tiempos tendría que haber hecho una colecta más amplia entre mis amigos. Pero hubiera valido la pena ¡Qué cosas! —Exclamó, alargando la palabra— ¡Es tremendo e indescifrable el destino…!
—Sí, tremendo. Hubiera cambiado toda tu vida... y la mía. Aunque no sé, tal vez no te hubiera aceptado en la primera... tal vez en la segunda... Sabes que no era una chica fácil... ja, ja, ja. Conociéndote, como te conozco: ¿te hubieras declarado?... Pero dejémonos ya de bobadas. Estamos acá en este tiempo y a disfrutarlo. ¿Tú qué dices?
—Eso es muy cierto. Y lo único que yo necesito para disfrutar es un lugar como éste y una chica guapa y sensual que me acompañe sentada o echada en un lugar exacto. Y eso es lo que tengo ahora. Entonces, a disfrutar... Y de loco que estoy por usted, la quiero disfrutar cada segundo. Además, ten en cuenta que no he mencionado la palabra inteligente que es algo tácito en usted. Prefiero que hoy no lo sea. Acabaríamos en un enredo de sinfín; y no hemos venido para eso. ¿No?
—Ja, ja, ja... Y quien te ha dicho que me disfrutarás. Yo disfrutaré de usted que es muy diferente. Y gracias por lo de guapa y sensual... que me lo merezco... ja, ja, ja. Y no te preocupes, he dejado la inteligencia en casa porque sabía con quién iba a salir. 
—Ohm. Con golpes bajos es la cosa. Por suerte estamos en el mismo nivel. Mi órgano pensante para estas ocasiones lo he traído conmigo. El otro lo tengo colocado en mi cabeza para que le haga contrapeso... ja, ja, ja.
Se detuvieron en el sitio destinado por Charly, y seguían riéndose. Se les acercó un mozo que los saludó con mucha condescendencia. Charly ya sabía el lugar que ocuparían los dos. Había poca gente. Sonó el celular. Ella contestó. Le provocó una sonrisa mientras miraba a Charly. Él imaginaba de quién era la llamada... Dirigiéndose al mozo, le hizo una pregunta:
—¿Nos puede atender en el segundo piso?
—¡Cómo no!
Ambos caminaron hacía la escalera; subieron despacio y sin preocupación alguna. Estaban muy relajados, y aún era muy temprano. Llegaron a su mesa y tomaron asiento. Charly pidió una jarra de cerveza y Bety un pisco sour.
—Disculpe, ¿dónde queda el baño? —interrogó ella.
—Venga conmigo. Le voy a indicar.
Le hizo una seña a Charly y, pasando su mano por su cabeza, le dijo:
—Espera unos instantes, volveré enseguida ¡No te me vayas a escapar!...
Se puso en pie y siguió al mozo, dirigiéndose al baño. Él lo siguió con la mirada; le pasó revista de la cabeza a los pies; memorizaba las características de su cuerpo y, sin pretenderlo, fijó la mirada en el culo y la costura central de su pantalón. Siguió mirándola atentamente hasta que dobló y no la pudo ver. Trató de recordar las veces que salieron juntos, aquellas cuando eran jóvenes, y no tuvo memoria de haber hecho la misma mirada hacía esa parte del cuerpo de Bety.
Charly se quedó por unos momentos solo; entonces notó como era la risa de ella y la pinta que tenía cuando la miraba; se sentía feliz por eso; lo que lo volvió al pasado y lo llenó de recuerdos. Estaba recordando todos los instantes que pasó con aquella mujer en su juventud. Desde su primera salida hasta la última vez que se vieron. Ella ahora estaba allí, con él, y no podía creerlo. Volvió la cabeza y se dio cuenta de que había muy poco movimiento. De pronto, pasaron dos parejitas, muy cerca de su mesa, riéndose. Él las quedó viendo. Las chicas tenían los ojos hermosos y la tez un poco roja. No paraban de reír. Saliendo de sus pensamientos, Charly hizo un ademan con las manos cuando el mozo llegó con el pedido. Casi en el momento llegó Bety y tomó asiento. 
—¡Vaya! Todavía estás aquí. Pensé que se te habían encogido las "boloñas"... ¿En qué piensas? Tienes una cara de nostalgia acumulada. Apaga esa luz y vuelve... Aunque estás muy guapo con esa carita de no sé quién. 
Él se quedó por un momento en silencio. Cogió la jarra y llenó el vaso. Bebió un sorbo. Le provocó un cigarrillo, pero en sitios cerrados no se podía fumar. De todos modos, se atrevió a sacar la cajetilla; a medida que lo hacía, miraba a Bety y se detuvo. 
—¡Qué injusticia!, te permiten comer la grasa que quieras hasta reventar con el colesterol y no permiten que uno fume ni un cigarrillo. Eso es discriminación...
—No sé, pero si no fumas es mejor. Además, para ti es un vicio menor, ¿sí o no?
—Tienes mucha razón. Es un vicio menor. De acuerdo, no voy a fumar ahora. Cambiando de tema: disculpa, pero te he quedado viendo cuando te ibas al baño. Conservas tus cositas y están bien puestas. Y viéndote así, cómo se me puede reducir algo. Nada se me ha reducido, al contrario, está que crece sin detenerse… Sabes, contigo no puedo evitar la nostalgia. Son tantos años... Y si estoy guapo ahora es por culpa suya. 
Charly inclinó el cuerpo y se le acercó y le dio un beso en los labios. Ella se encogió de hombros, pero respondió el beso que se prolongó por un buen rato... No sabían aun lo que podían hacer. Era una especie de milagro...
—Oh, oh... Nos están mirando. Hay unas chicas que se están fijando en nosotros —dijo Bety.
—¿Y eso qué nos importa? Ellas están hablando y riéndose de otra cosa.
Él apoyaba la cabeza de su eterno amor sobre su brazo. Ella, inclinada, tenía los ojos cerrados. Pero se daban cuenta de que las chicas les estaban mirando. Se soltaron. Entonces Bety cogió el vaso de pisco sour y le dio un sorbo largo. Charly hizo lo mismo. Estaban ruborizados, pero sonreían. Se miraban tiernamente. Ella aprovechó el momento y le preguntó:
—¿Sabes en qué pienso? Que seguimos siendo estudiantes. Que no ha pasado el tiempo; y que todo está como lo dejamos. ¿Qué es lo que piensas?
Charly lo comprendió. Se dio cuenta, en ese instante, de que los recuerdos más prolongados y gratos con ella eran los que nunca fueron consumados. Ahora, esos contactos incompletos habían provocado en ellos un estado de exasperación tal que ni el agua fría podía aliviar. De modo que nada de romance pueril, el amor no era suficiente. Ella había temblado y crispado los músculos de las piernas cuando él la besó en el ángulo abierto de sus labios. Le había sentido el cuello tan desnudo como ella bajo su blusa liviana...
—Voy a pedir la cuenta. Te voy a llevar a otro lugar en donde estaremos solos...
Mientras él tomaba el último sorbo de cerveza, ella no dejaba de mirarlo. Jugueteaba con su vaso, haciéndolo girar.
Cuando llegó Charly del baño y de pagar la cuenta, dieron un ¡salud! levantando y haciendo chocar los vasos vacíos, y echándose a reír. Bety notó en la cara de su amigo una irónica mueca y comprendió las intenciones de éste.
—Pues, sí, a ver si eres capaz. Parece que tú tienes intenciones muy concretas, ¿no? Has venido con la espada desenvainada... ¿Y a dónde me va a llevar? ¿Tal vez aquí en la escalera? ¿O descenderemos al bulevar?
Ella dijo algo más, pero Charly, sin esperar nada, le había tomado de una mano y la llevaba hacía las escaleras. Bamboleaban un poco cuando salieron a la calle. 
Hacía fresco, y ambos estaban sin abrigo; y la brisa del mar llegaba a sus rostros; y las luces a su alrededor hacían que sus pensamientos volaran sin ninguna contención. Cuando uno hablaba el otro se reía; no paraban de hacerse bromas de todo calibre. Los tragos habían hecho efecto de buena manera; había logrado destruir aquel bloque de hielo que en el pasado los alejó. Mientras se dirigían al Puente de los suspiros, se movían de una manera frenética, impúdica. Allí, en el Puente, se quedaron petrificados por el inigualable paisaje de luces y coloridos, y por el ambiente de pasión que se desplomaba por todos lados. Sus manos, medio ocultas, se deslizaban sin contemplación, aprovechando cada bendita grieta abierta en el espacio y tiempo. Estaban muy juntos y se abandonaban al impulso de besarse, y sus bocas temblorosas, crispadas, se acercaban con intensa aspiración.
La repentina agitación de una pareja, que estaba a su costado, impidió que se desbordaran. Se separaron, volviendo a divisar el racimo de luces y el hechicero ambiente que los rodeaba. Se quedaron por un momento en silencio. Hasta que ella soltó una sonrisa larga y atrevida. Le dio un suave puñete en el estómago. Él lo recibió dándole un abrazo y apretando la cabeza de ella contra su pecho. Le susurró algo al oído. 
—¡Qué tonterías estás diciendo! Eres un telegrafista magnífico... muy puntual y directo; ¿sabes qué? ¡Te late con tanta fuerza el corazón! Y a mí también, mira. 
Bety le tomó una de las manos y la puso encima de su corazón. 
—Me da miedo sentir todo este remolino de cosas. Parece que el pisco ha hecho efecto en mi razón. He caído en tu trampa.
—¡Vaya que estamos muy emocionados! Entonces tiene gracia lo que te he sugerido, ¿verdad?... ¿Has caído en mi trampa? No, para nada. El sexo es la trampa de la naturaleza para no extinguirse... El que creó al hombre hizo la trampa, una excelente trampa…
Cuando se soltaron, sintieron que sus vidas necesitaban una sacudida. Charly le cogió de la mano y la hizo subir a la acera. Ella, sin pestañear, se apegó a él, le tomó del brazo, y empezaron a caminar durante algún tiempo.
—¿Todo está bien? —preguntó Charly.
Bety fijó sus ojos en él como si la respuesta hubiera sido demasiado simple para las palabras. Después se encogió ligeramente de hombros y le dijo:
—Todo está bien.
Poco más adelante, apareció el lugar que una vez, en otro tiempo, lograron bordearlo por una cobardía mutua.
Cuando llegaron, la gente se hacía cada vez más en las avenidas. La noche había caído bruscamente. En la puerta, un hombre joven los hizo pasar y los dejó de pie sobre una alfombra colorida con diseño andino. Y una señorita haciendo gestos condescendientes se disponía a atenderlos. El salón de recepción tenía diversos adornos: sobre la mesita de centro se posaba un artefacto de madera, de los que se venden como artesanía, y una reproducción de una pintura de la escuela cuzqueña, colocada en una de las paredes, detrás de la guapa señorita que los atendía, parecía que los observaba.
La señorita de la recepción estaba entre los veintidós o veinticuatro, tenía el cabello suelto, cejas depiladas y rasgos muy agradables, podría definirse como un clon de Vanessa Jeri.
—Buenas noches. ¿Desean una habitación matrimonial? —les preguntó, moviendo lentamente la cabeza, mirándolos directamente a los ojos, con los suyos, negros y severos; sus expresiones combinaban un frío atrevimiento con una modestia que hacía que sus palabras tuvieran una nitidez de una profesora de dicción.
—Sí. Está bien... ¿Podría llevarnos un buen vino?
—¡Cómo no! 
Les mostró un fólder forrado, en el que estaban impresos las marcas de los vinos. Charly le dio una mirada interrogativa a Bety, y ella, tímidamente, señaló la de su preferencia. La recepcionista asintió con la cabeza y llamó al joven que cuidaba la puerta, para que los guiara hasta el ascensor. 
—Por favor, acompáñenme.
La puerta del ascensor se abrió. Ambos ingresaron lentamente. Una pareja de jóvenes se apareció de improviso y subió junto con ellos. Todos se quedaron mudos dentro del ascensor. Cortando el silencio, Bety le susurró algo al oído de Charly.  El joven portero apuró y apretó el conmutador. Poco después paró el ascensor en el piso indicado por éste que se quedó en el primer piso. Ambas parejas salieron. Otro jovencito con uniforme de color rojo y complementado con una gorrita ridícula del mismo color, los esperaba. La otra pareja ignoró al joven del uniforme. Habían salido a comer y estaban volviendo. En el corredor, una gorda, con los ojos saltones, venía hacia ellos moviendo el vientre y cargando unas sábanas blancas. No se dieron cuenta, pero la gorda ingresó súbitamente a uno de los cuartos. Desapareció...
—Buenas noches. Por favor acompáñenme. Les voy a indicar el lugar de su hospedaje. 
En silencio, la amiga de Charly disfrutaba esos momentos. Se le veía en el encantador rostro y en los labios secos, que los movía con coquetería. Su corazón parecía latir en todas partes al mismo tiempo. Mientras Charly parecía tener una aguda conciencia de la proximidad del lugar al cual se estaban acercando. Al hablar, hacía ademanes imperceptibles, queriendo tocarle la mano, la cintura o el hombro a Bety. 
—Es aquí. Cualquier pedido nos lo hacen llegar por el intercomunicador. ¡Buenas noches!
Al fin, después de tantos años, estaban allí, solos y en un mismo cuarto. Bety, inevitablemente, sintió el sonido de la puerta cuando se cerró y repiqueteó el cerrojo. Su perfil adorable, sus labios entreabiertos, su pelo negro, lacio y brillante estaban a pocos centímetros de Charly. Lo miraba con una sonrisa que lo invitaba al beso. Él se acomodó junto a ella, que estaba sentada en la orilla de la cama, sintió la tibieza de sus piernas a través de su pantalón blanco, ligero y habitual. De pronto supo que podía besarla; supo que ella lo dejaría hacerlo, y hasta cerraría los ojos, como en su casa, cuando la besó después de veinte años. Por eso, empezó a deslizarse sobre ella, recostándola en la cama, abrazada y sin dejar de besarla. Sus cuerpos inquietos mostraban el perfil de dos rostros con la mirada perdida. Lo espiritual y lo físico estaban fundiéndose con una perfección incomprensible y misteriosa. Ella lo cogía de la cintura; sus piernas no estaban muy juntas; aprovechó y le dio un tirón, girándolo, y lo abalanzó sobre ella. Sus piernas, sus inigualables piernas, abiertas, atraparon el cuerpo de Charly y lo ubicaron al centro de sus provocadores senos. Logró sentarlo atrapada a él, sintiendo el roce acalorados de sus entrepiernas. Luego, mientras se echaba atrás, agarrada de su cuello y con las rodillas que apretaban la cintura de él, se dejó caer. Cuando quedó tendida, balbuceo, murmuró algo casi imperceptible y empezaron mutuamente a quitarse la ropa. Charly, acompasado, la acompañaba en cada movimiento, en cada gesto que ella hacía. Cuando volvieron a sentarse ya estaban totalmente desnudos y con las piernas entrecruzadas. Entonces, Charly se soltó y se paró al pie de la cama y la contempló por un instante, con un rostro abismal, amplio; se inclinó y se puso de rodillas; Bety colocó sus dos piernas sobre los hombros de Charly y las entrecruzó...
Estaban tan lejanos del mundo, desnudos piel contra piel… No es fácil relatar lo que siguió a continuación. Creo que lo más sensato es dejarlos allí, exactamente en ese espacio y tiempo, en donde el amor siga prisionero con toda libertad, y en el que el aire que respiran sólo responda a la agitación de sus movimientos.
No sé, y es por eso que prefiero dejarlo ahí. Lo que pasó totalmente debajo de las sábanas es una cuestión de ellos y no tengo ningún derecho a ingresar. Sólo quiero concluir este relato, diciendo que ellos siguen siendo felices lejos el uno del otro.
Los dejo allí, en aquel cuarto de hotel con su ventana que daba a la avenida y dejaba ver a mucha gente, caminando como hormigas. Los dejo allí, tal vez, en la sala de recepción con su mostrador y sus diarios del día, con aquellos dos rostros reflejando miradas eternas y alegrías nunca imaginadas... Los dejo allí, con todo lo que luego serán recuerdos con pelos y señales, como un cartelito colgando de sus cerebros y como una zanja que siempre quedará marcado. Lleva un tiempo comprender que los designios del destino son así, inescrutables, enigmáticos; o diríamos simplemente, que los milagros existen y han ocurrido ahora.       

Loro