sábado, 10 de septiembre de 2011

¡¡Ahora o nunca!!

Ahora o nunca… ahora o nunca”. Charly no cesaba de repetir esta frase mientras se acercaba a la casa de su chica. Y en tanto lo hacía, mentalmente iba repasando todos los detalles que desde hace varios días había planificado meticulosamente. Había repetido cada detalle innumerables veces, pero todavía dudaba. ¡AHORA O NUNCA! Repitió en voz alta. Las personas con quienes se cruzó voltearon a verlo con curiosidad, pero Charly ni se percató. Estaba absorto, y continuaba caminando, y repasando su plan: primero irían al cine y de allí al “telo” en donde por fin le tiraría el primer polvito a su flaca.
Se acicaló lo mejor que pudo. Se bañó no sólo una, sino tres veces seguidas, y aunque no era su costumbre, robó un poquito de la colonia “Old Spice” de su cuñado para perfumarse. Total… no se iba a enterar.
Durante su tercer baño prestó especial atención a su pichula: la lavó rigurosamente, la secó con mucho mimo y, en voz muy baja, le susurró: espero que no me falles… Carajo —le increpó ahora, levantando un poco la voz—, no me he corrido la paja casi una semana, así que no me puedes fallar.
Eran los inicios de la década de los 80. Todavía estudiaba en la UNI, y muy de vez en cuando le salía un trabajito mal remunerado como profesor de Física, por lo que ya parecía que “misio” era el estado natural de Charly. Era la época de las vacas flacas. Sumando todo lo que había ahorrado, más lo que le había pedido prestado a sus amigos, sólo llegó a juntar 80 soles.
Sin embargo, había sacado las cuentas y estaba confiado de que esta cifra le alcanzaría para los pasajes, el cine y el “telo”. Para asegurarse, unos días antes aprovechó un tiempo libre y se dirigió a Lima junto con uno de sus amigos, para inspeccionar el terreno. Abordaron un ómnibus que los condujo a la Avenida Tacna y de allí empalmaron otro hacia la avenida Arequipa, hasta el Cine Roma. Hasta allí gastaba 25 soles, incluyendo entradas, golosinas y gaseosas. Luego tenía planeado ir caminando hasta la Plaza de Armas de Lima, que no se encontraba muy lejos. A media cuadra de allí estaba su destino final: el Hotel Mochica. Hotel de 3 estrellas, que aunque no era lo mejor de lo mejor, sí que era muy elegante, y estaba al alcance de su presupuesto. Cuarenta y cinco soles la noche. En total invertiría 70 soles, así que le sobrarían 10 morlacos para cualquier imprevisto.
Ahora o nunca… ahora o nunca”. De pronto, tomó conciencia de que se encontraba a tan sólo una cuadra de su destino inicial. Se detuvo en la esquina. Había una tienda. Entró a comprar cigarrillos. Frente a él había un gran espejo. Se lanzó una mirada de aprobación: pelo bien recortado y peinado, camisa blanca, casaca oscura y jeans. Sólo le incomodaban sus zapatos que, aunque ambos marrones, no eran del mismo modelo ¡Qué mierda!, nadie se dará cuenta —pensó—, mientras se inclinaba hacia adelante, para que la bastilla del pantalón cubriese ese detalle.
Ahora o nunca… ahora o nunca”. A medida que se aproximaba a la casa de su amada, la duda comenzó a acecharlo ¿Y si algo salía mal? Sin darse cuenta comenzó a transpirar y sintió que las rodillas le temblaban ligeramente. Se detuvo durante un momento, encendió un cigarrillo, y luego de un instante de vacilación, levantó la cabeza y reinició su marcha. Después de todo, su plan debía resultar sí o sí pues unos días antes había conversado con su flaca y habían convenido en que ya era el momento de disfrutar de su primera experiencia sexual. Ella ya sabía a lo que iba.
Eran las cuatro de la tarde. Llegó con la puntualidad acostumbrada. Tocó el timbre. Al poco rato alguien asomó la cabeza a través de una de las ventanas del segundo piso. Era Rebeca, la hermana de Estrella.
—Hola Charly ¿Buscas a Estrella? Ahorita le paso la voz.
Luego de unos instantes, Estrella bajó por las escalinatas que conducían a la puerta que daba al exterior. Ella residía en el segundo piso de esa casa. Era una mujer flaca, no mal parecida. A nosotros no nos parecía atractiva, así que debía tener algún “no sé qué que qué se yo”, pues a Charly le fascinaba.
—Hola Estrella, estás preciosa.
—Gracias Charly, como siempre tan puntual.
Charly le echó un vistazo con sus ojos enamorados: Cabello muy bien peinado, rostro muy poco maquillado, blusa blanca, chompa azul, pantalón del mismo color y zapatos negros de tacón bajo. Llevaba un bolso de mediano tamaño colgado en uno de sus hombros. Durante un segundo, Charly se preguntó qué llevaría adentro: ¿tal vez algún baby doll o lencería para hacer más atractiva la noche? No preguntó ni quiso pensar más en ello, pero esa idea lo acosaría durante toda la cita.
Ambos se sonrieron y se lanzaron una mirada cómplice, pero no se besaron. Su relación era así, insondable, misteriosa, inexplicable. Nunca la entendimos totalmente. Pero de que se amaban, permítanme certificar fehacientemente que Charly no sólo la amaba, la idolatraba. Si hasta quería casarse con ella. En cuanto a Estrella… no sabría decirlo, pues nunca tuvimos la oportunidad de conversar seriamente sobre ese asunto. Lo cierto es que salían juntos y compartieron alguna parte de la historia de sus vidas.
Llegaron al cine temprano. Una gran multitud se agolpaba en sus ventanillas, que lucían el típico cartel: “Entradas agotadas”, para beneplácito de los revendedores. Aunque se estrenó hace más de dos semanas, la afluencia masiva de espectadores evidenciaba el gran interés por la puesta en escena de la vida de Mahatma Gandhi.
Estrella volteó a mirar a Charly con ojos de preocupación, apretando su bolso contra su pecho. Charly, sacando de su bolsillo los boletos, sonrió: No te preocupes —le dijo, mostrándoselos—, los tengo comprados desde hace varios días.
Había planificado cada detalle y no iba a permitir que algo tan minúsculo le echara a perder su gran noche. Adquirió las entradas con tanta anticipación, que incluso se dio el lujo de elegir asientos numerados, ubicados en la parte central del cine, desde donde podrían disfrutar la película con mayor comodidad. Charly descartó su idea inicial de comprar asientos en la última fila, ya que, parafraseando al “chato” César, “eran para los mocosos inexpertos y para los misios de mierda, que no disponían de billete suficiente para alquilar un ‘telo’ decente”. Nada de chapes ni manoseos de amateur durante la película. Ya sobraría tiempo para eso.
La película comenzó pero Charly era incapaz de concentrar su atención en la pantalla. En medio de la penumbra, sólo atinaba a mirar y remirar de reojo a Estrella, repasando mentalmente y por enésima vez todos los detalles que acontecerían en el hotel. Por alguna razón, tampoco podía dejar de prestar su atención al bolso que Estrella tenía ahora sobre sus muslos ¡Maldita sea!, si sólo pudiese saber qué había en su interior. Tal vez sólo artículos de maquillaje —se decía a sí mismo—. Pero no, el bolso era grande y se notaba que “algo” había en su interior.
Por fin terminó el filme. Para no revelar su ansiedad, Charly permaneció sentado durante un buen rato, esperando a que el cine se despejara. Extrañamente, Estrella permaneció en silencio, sujetando fuertemente su bolso contra su regazo, mirando fijamente el écran, como si la película no hubiese acabado. Charly la cogió suavemente de la mano, y le propuso, con voz decidida: ¿Vamos? Estrella se irguió y se dejó llevar, esquivando su mirada.
¿Caminamos hasta la Plaza de Armas? —preguntó Charly. Estrella asintió. Charly le pasó una mano sobre su hombro y caminaron así, abrazados, en esa dirección.
Eran casi veinte cuadras. Ya era de noche y el clima estaba templado; el cielo limeño lucía completamente azul y permitía divisar infinidad de estrellas. Noche propicia para el romance —pensó Charly—pero, como nunca, no se le ocurrió algo romántico que decir, por lo que centraron su conversación en algunos pasajes de la película.
A medida que se acercaban a la Plaza de Armas, Charly notó que el paso de Estrella se hacía cada vez más pesado y lento, y que parecía aferrarse con mayor fuerza a su bolso. Carajo —pensó—, si esto continúa así voy a tener que empujarla hasta el hotel o llevarla cargada. La apretó con energía, pero con suavidad, y percibió en ella un leve estremecimiento, luego de lo cual pareció recuperar el paso.
Llegaron a la Plaza de Armas. Charly buscó una banca desocupada y la invitó a sentarse. La abrazó y comenzaron a besarse. Charly murmuró algunas frases de amor y le pareció escuchar que ella replicaba: —“yo también”. Luego de unos minutos, la cogió suavemente por los brazos y la separó con ternura, mirándola fijamente a los ojos. Para su sorpresa, vio en ellos una chispa de audacia y escuchó que Estrella le decía: —¿Vamos?
Charly, asombrado, notó que había perdido la iniciativa ¡Puta madre! —pensó—, esa pregunta tenía que haberla hecho yo. Únicamente atinó a sonreír y a contestar: ¡Vamos!
Sólo había una distancia de media cuadrita —cincuenta metros—hasta el Hotel, que a Charly le pareció interminable. A medida que avanzaba, notó cierto disconfort en las piernas y perdió el control de su pichula, que ya comenzaba a ponerse medio “al palo”. Mil ideas cruzaban por su afiebrado cerebro. Intentó no pensar más en ello y centró su atención en Estrella y en su bolso. Se dio cuenta —o tal vez sólo lo imagino— que ella temblaba ligeramente bajo su abrazo.
Ya estaban cerquita: faltaban cinco pasos, cuatro, tres, dos, uno… Para su sorpresa, Estrella continuó de largo ¡Puta madre! —pensó—, si ya estábamos allí ¡Esto no figuraba entre los planes! Respiró profundo y continuó caminando.
—No te preocupes mi amor. Podemos dejarlo para otra ocasión —mintió Charly—, al mismo tiempo que, con disimulo, introducía una mano dentro de su bolsillo, intentando acomodar su pichula, que ahora estaba totalmente “al palo”, exteriorizándose bajo la fea apariencia de un bulto sobre su muslo derecho.
—Demos una vuelta a la manzana y entramos —contestó Estrella, con convicción, fingiendo no haberse percatado de la “maniobra” de Charly.
Siguieron su trayecto por los jirones Junín, Lampa, Huallaga y Wiesse, pasando frente a varias iglesias, incluida la Catedral de Lima ¡Qué tour más propicio para terminar de convencerla!
No obstante, Estrella había recobrado el paso, mientras que Charly ya no sabía qué pensar y su erección lo había abandonado. Recorrieron nuevamente los 50 metros hasta el Hotel Mochica. Se detuvieron en el acceso y, tras unos segundos de duda, ingresaron, subiendo las escaleras que los conducían a la recepción en el segundo piso.
Estrella se sentó en el hall de la recepción, mientras Charly se acercaba al puesto del recepcionista.
—Buenas noches, mi nombre es Charly… y tengo reservada la habitación 225 —se presentó, mientras le entregaba sus documentos.
—Muy bien señor Charly, todo en regla. Tenga sus llaves y disfrute la noche —le contestó el recepcionista, sonriéndole con picardía—, ¿Le puedo servir en algo más?
—¡Ah sí! —recordó súbitamente Charly—, ¿tendrá algunos jebes? —preguntó, bajando la voz.
—Por supuesto señor.
Charly recibió sus condones y se dirigió con Estrella hacia la habitación designada.
En el trayecto, Estrella le preguntó:
—No escuché bien qué es lo que le pedías al recepcionista ¿Qué es eso de G.B.S?
—Luego te lo explico, contestó Charly, sin poder evitar sonreír ampliamente.
Abrió la puerta y contempló a Estrella mientras ingresaba.
Al fin, solos —pensó—, mientras notaba que nuevamente la sensación de excitación lo invadía, y que otra vez su pene amenazaba con independizarse. Trató de pensar en otra cosa y recordó el dichoso bolso ¿Qué contendría el bolso que Estrella insistía en aferrar contra su pecho?
Cerró la puerta con llave y, tomados de la mano, contemplaron su “nidito de amor”. La construcción era antigua, probablemente una casona colonial que había sido acondicionada como Hotel. La habitación, muy amplia, estaba decorada con muy buen gusto y disponía de lo necesario para una noche de pasión. Un balcón daba hacia el jirón Junín, disponía de una pequeña estancia, y en la parte central exhibía una espectacular cama king size. A un lado, sobre una de las mesitas de noche se había colocado, tal como Charly lo había solicitado, una botella de vino y dos copas. En la otra mesa, un pequeño radio tocacassette esperaba emitir sus melodías. Ahora sí, todo estaba conforme a lo planeado.
—Pongámonos cómodos —sugirió Charly—, mientras se sacaba la casaca y la colgaba en una de las perchas de la habitación.
—¿Quieres que cuelgue aquí tu bolso?
—No te preocupes. Lo llevaré conmigo a la cama.
¡Lo sabía! —pensó Charly, imaginando qué contenido sumamente sexy contendría el dichoso bolso. ¿Un baby doll, un negligé, alguna lencería?… En fin, ¿algo especial para la ocasión?
Obviamente, Charly no estaba preparado para lo que ocurrió a continuación:
Sin darle tiempo para nada, Estrella se sentó en uno de los bordes de la cama, abrió su bolso, extrajo de su interior un voluminoso libro de Dostoievski y se acostó encima de la cama, comenzando con su lectura, sin prestarle mayor atención a Charly, que permaneció de pie junto a la cama, sin saber qué hacer.
¡Puta madre! —Pensó Charly— ¡Qué mujer para indescifrable! ¡Maldito bolso! ¡A quién se le ocurre traer un puto libro para dedicarse a la lectura precisamente ahora!
Lanzó un suspiro y la contempló así, acostada sobre la cama, indiferente, completamente vestida y leyendo a Dostoievski. Paradójicamente, en esa condición le pareció que lucía más atractiva y sensual que nunca. En su enfebrecida mente recordó un fragmento de la Égloga de Garcilaso de la Vega:

“Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!...”

Esto no hizo más que atizar su pasión. Pues bien —pensó —, si se hace la difícil mi satisfacción será mayor. Si quiere jugar a que la seduzca, pues soy el mejor seductor. Si ella quiere ser Galatea, yo seré Juan Tenorio. Colocó un cassette en la radio, que inmediatamente comenzó a reproducir la inolvidable balada “heridas de amor”.
—¿Te apetece una copa de vino? Lo elegí especialmente para esta ocasión.
—Por ahora no me provoca, respondió Estrella, sin apartar sus ojos de la lectura.
—¿Sabes que te adoro?, preguntó Charly, mientras lentamente se acostaba a su lado.
Charly conocía muy bien a Estrella por lo que, inmediatamente que le declaró su adoración, se arrepintió de haberlo hecho. La conocía lo suficiente y sabía que ella era extremadamente insegura y reservada, y que difícilmente expresaría sus sentimientos para no parecer vulnerable. Aunque él también se sentía amado, no esperó recibir la clásica respuesta: “yo también te adoro mi amor” u otra similar. Sabía que le respondería con otra pregunta, pero esta vez se equivocó. Simplemente no recibió ninguna respuesta. Sólo silencio. Ella seguía con su lectura.
Quien calla otorga —pensó para darse ánimo—, y nuevamente se lanzó a la carga. La besó suavemente detrás de la oreja, e intentó pegar su cuerpo al de ella para que sintiera su erección…

“Ella, seguía con su lectura, impasible; pero luego, acomodando sus gafas, lo miró fijamente y le dijo: —Está bien. Ahora el libro, con las páginas cerradas, quedó libre sobre la cama. Charly sacudió la cabeza y arrastrando la última paciencia que le quedaba se acomodó tendido en la cama. Ella le quedó mirando dulcemente. Luego, sonriendo le dijo: —Mira ahora hacia aquí y dime: ¿aún no entiendes mi secreto?—. Otra sonrisa pícara volvió a iluminar el rostro de Charly. Cogió el vaso de vino y de un solo trago lo secó. Pero Estrella ya no estaba sentada sobre la cama. Incluso daba la impresión de no haberlo estado jamás. Puedes apagar la luz, por favor —le pidió en tono bajito—¡Bien!—aplaudió Charly, dejando el vaso vacío sobre la mesita; luego apagó la luz, se aproximó a ella y la empezó a besar con una pasión que nunca antes experimentó. Se tendieron en la cama y no paraban de besarse. Sus ropas yacían entrelazadas en el suelo. Pudo observar, a pesar de la luz tenue, su apetecible silueta, y dieron rienda suelta a sus deseos, penetrando en lo más profundo de lo que fue un secreto”…

Súbitamente, Charly sintió un sobresalto y durante un instante se sintió confundido. Mil imágenes se arremolinaron en su mente. Abrió lentamente sus ojos y contempló a Estrella, quien continuaba acostada a su lado, completamente vestida y ensimismada con su lectura.
Por un segundo no comprendió nada, pero en el siguiente recobró la lucidez: ¡Puta madre! —pensó—, ¡me quedé dormido!… ¡Todo había sido un sueño!
Intentó rememorar en qué momento lo venció Morfeo… Respiró profundamente y se esforzó por discriminar en dónde terminó la realidad y cuándo empezó su sueño húmedo… y recordó. Recordó haber insistido y persistido vanamente en su afán seductor. ¡Mujer de hielo!... ¡Galatea había vencido a Juan Tenorio! Su último recuerdo fue que, tras varias negativas, se dio momentáneamente por vencido. Iba a darse una pequeña tregua para luego insistir en su afán seductor… recordó haber cerrado los ojos tan solo un instante…
Un fuerte dolor de cabeza lo invadió y se sintió solo, terriblemente solo ¿Qué había ocurrido?... ¿Qué había hecho mal?... ¿Era por falta de experiencia?… ¡Qué mujer para indescifrable!
Bueno —pensó—, obviamente la culpa es mía. Y decidió renunciar —al menos por esa noche— de sus planes amatorios. Volvió a mirarla. Suspiró. En su corazón palpitó el gran amor que le inspiraba, y en su mente comenzaron a martillar unas estrofas de la canción “óleo de mujer con sombrero”, de Silvio Rodríguez:

“Una mujer se ha perdido
conocer el delirio y el polvo,
se ha perdido esta bella locura,
su breve cintura debajo de mí.
Se ha perdido mi forma de amar,
se ha perdido mi huella en su mar”…
…“La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores,
ni a historias, se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar.”

El resto de la noche transcurrió sin novedad. No hubo recriminaciones. Hubiese parecido que habían acordado tácitamente ignorar lo sucedido. Volvieron a ser los amigos de siempre, y conversaron, y sonrieron, y rieron, y decidieron seguir amándose a su manera.
Era de madrugada cuando la dejó en su casa. Ahora tenía que enfrentar el camino de regreso a la suya. “Ahora o nunca” —pensó—. Un sentimiento de absoluta frustración se apoderó de él. Sonrió, decepcionado de sí mismo ¡Qué huevón!… ¡Si había estado tan cerquita!
Pensó en buscar a sus amigos para compartir unas cervecitas. Sabía que si los llamaba ellos lo acompañarían, sin importar la hora. Pero no… no tenía ni humor para eso. Mejor lo dejaría para otro día. Encendió un cigarrillo y siguió caminando, mientras miraba cómo ascendía y se difuminaba el humo que exhalaba. Intentó meditar acerca de lo acontecido, pero no pudo arribar a ninguna conclusión. Recordó lo que le decían los muchachos y lo que él mismo había repetido en más de una oportunidad… ¡Lo más difícil es convencerla! Pero, una vez en el “telo” todo es tan fácil… ¡huevo con ella! Pero no, al muy huevón le faltaron huevos…
Por fin llegó a su casa. No tenía sueño. Se dirigió a la ducha ¡Un buen baño con agua caliente lo relajaría! Intentó relajarse y poco a poco lo consiguió; todo iba bien hasta que miró a su pichula, que ahora parecía reclamarle la falta de acción.
¿Para eso los siete días de abstención?… ¿Y para eso le exhorto a que no le falle?
Involuntariamente pasaron por su mente algunos episodios del hotel. Sin explicarse cómo se sintió excitado ¿Qué haría? Se dio cuenta de que ya no había tiempo, ni disponía de fichas suficientes para buscar a alguna de las fulanas o acudir adonde “Las Charapitas” a desahogar su pasión ¿Qué opción le quedaba?
Nuevamente miró a su pichula. Y de nuevo le habló en voz muy bajita: Puta madre —le dijo, como si en verdad le escuchara—, tú no tienes la culpa. El cojudo he sido yo. Y me disculparás, pero no me queda más que darle solución manual al asunto
Anonimus

8 comentarios:

  1. ¿Y cómo finaliza la historia?

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  2. Hahahaha. Esto es un cage de risa. El hotelito a ver si me lo recomiendas. Lorenzo, eres una cagada. ya sé con quien fue. Dura la chica...no te lo soltó..hahaha

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  3. Hi Lorenzo. Es una historia inventada o en verdad sucedió? Por las coordenadas que ahí pones, me imagino que es el hotel Chavín. Es el único que conozco por ese lugar. Si es verdad, me gustaría conocer a la amiga. ¿también es de la promo?...eres una cagada. Yo estuve en el aula 5B

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  4. Holas Charly

    Excelente idea la de incluir en el relato las canciones de Silvio.
    Un abrazo.

    El Anonimus

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  5. Jajajaja...Eres una cagada. Acabo de leer la actualización. Acabó en una acuchillada de la PTM. Oe Juanca...hubiera acabado con las charapitas calientes...o en sauna...algo era algo,...jajajaja. La flaca está que se caga de risa...Lo ha impreso y lo está regando como volante electoral...

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  6. No jodas Charly (alias lorito)
    Mira que la flaca estuvo muy contenta mientras pensó que eras un pajero inofensivo ...

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  7. Y ahora que lo recuerdo, Charly, ¿no fue en esos tiempos que te salió un ganglión?

    Ahora ya sabemos la causa :D

    J.C.

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  8. Jajaja...Si...Pero eso fue por jugar pin pon...o no sé por que mierda. No seas pendejo...jajaja. Bueno, ya cagaste mi marketing...Qué mierda...ya nadie me creerá...Eres mi amigo o estás jugando en pared con la flaca...Tamare...como son parte del plus de escritores, hacen cuerpo...jajaja.

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