“Ahora o nunca… ahora o nunca”. Charly no cesaba de repetir esta
frase mientras se acercaba a la casa de su chica. Y en tanto lo hacía,
mentalmente iba repasando todos los detalles que desde hace varios días había
planificado meticulosamente. Había repetido cada detalle innumerables veces,
pero todavía dudaba. ¡AHORA O NUNCA! Repitió en voz alta. Las personas con
quienes se cruzó voltearon a verlo con curiosidad, pero Charly ni se percató. Estaba
absorto, y continuaba caminando, y repasando su plan: primero irían al cine y
de allí al “telo” en donde por fin le
tiraría el primer polvito a su flaca.
Se acicaló lo mejor que pudo. Se
bañó no sólo una, sino tres veces seguidas, y aunque no era su costumbre, robó
un poquito de la colonia “Old Spice”
de su cuñado para perfumarse. Total… no se iba a enterar.
Durante su tercer baño prestó
especial atención a su pichula: la lavó rigurosamente, la secó con mucho mimo
y, en voz muy baja, le susurró: espero que no me falles… Carajo —le increpó
ahora, levantando un poco la voz—, no me he corrido la paja casi una semana,
así que no me puedes fallar.
Eran los inicios de la década de
los 80. Todavía estudiaba en la UNI, y muy de vez en cuando le salía un
trabajito mal remunerado como profesor de Física, por lo que ya parecía que “misio” era el estado natural de Charly.
Era la época de las vacas flacas. Sumando todo lo que había ahorrado, más lo
que le había pedido prestado a sus amigos, sólo llegó a juntar 80 soles.
Sin embargo, había sacado las
cuentas y estaba confiado de que esta cifra le alcanzaría para los pasajes, el
cine y el “telo”. Para asegurarse,
unos días antes aprovechó un tiempo libre y se dirigió a Lima junto con uno de
sus amigos, para inspeccionar el terreno. Abordaron un ómnibus que los condujo
a la Avenida Tacna y de allí empalmaron otro hacia la avenida Arequipa, hasta
el Cine Roma. Hasta allí gastaba 25 soles, incluyendo entradas, golosinas y
gaseosas. Luego tenía planeado ir caminando hasta la Plaza de Armas de Lima,
que no se encontraba muy lejos. A media cuadra de allí estaba su destino final:
el Hotel Mochica. Hotel de 3 estrellas, que aunque no era lo mejor de lo mejor,
sí que era muy elegante, y estaba al alcance de su presupuesto. Cuarenta y
cinco soles la noche. En total invertiría 70 soles, así que le sobrarían 10
morlacos para cualquier imprevisto.
“Ahora o nunca… ahora o nunca”. De pronto, tomó conciencia de que se
encontraba a tan sólo una cuadra de su destino inicial. Se detuvo en la
esquina. Había una tienda. Entró a comprar cigarrillos. Frente a él había un
gran espejo. Se lanzó una mirada de aprobación: pelo bien recortado y peinado,
camisa blanca, casaca oscura y jeans. Sólo le incomodaban sus zapatos que,
aunque ambos marrones, no eran del mismo modelo ¡Qué mierda!, nadie se dará
cuenta —pensó—, mientras se inclinaba hacia adelante, para que la bastilla del
pantalón cubriese ese detalle.
“Ahora o nunca… ahora o nunca”. A medida que se aproximaba a la casa
de su amada, la duda comenzó a acecharlo ¿Y si algo salía mal? Sin darse cuenta
comenzó a transpirar y sintió que las rodillas le temblaban ligeramente. Se
detuvo durante un momento, encendió un cigarrillo, y luego de un instante de
vacilación, levantó la cabeza y reinició su marcha. Después de todo, su plan
debía resultar sí o sí pues unos días antes había conversado con su flaca y
habían convenido en que ya era el momento de disfrutar de su primera
experiencia sexual. Ella ya sabía a lo que iba.
Eran las cuatro de la tarde. Llegó
con la puntualidad acostumbrada. Tocó el timbre. Al poco rato alguien asomó la
cabeza a través de una de las ventanas del segundo piso. Era Rebeca, la hermana
de Estrella.
—Hola Charly ¿Buscas a Estrella?
Ahorita le paso la voz.
Luego de unos instantes, Estrella
bajó por las escalinatas que conducían a la puerta que daba al exterior. Ella
residía en el segundo piso de esa casa. Era una mujer flaca, no mal parecida. A
nosotros no nos parecía atractiva, así que debía tener algún “no sé qué que qué se yo”, pues a Charly
le fascinaba.
—Hola Estrella, estás preciosa.
—Gracias Charly, como siempre tan
puntual.
Charly le echó un vistazo con sus
ojos enamorados: Cabello muy bien peinado, rostro muy poco maquillado, blusa
blanca, chompa azul, pantalón del mismo color y zapatos negros de tacón bajo.
Llevaba un bolso de mediano tamaño colgado en uno de sus hombros. Durante un
segundo, Charly se preguntó qué llevaría adentro: ¿tal vez algún baby doll o lencería para hacer más
atractiva la noche? No preguntó ni quiso pensar más en ello, pero esa idea lo
acosaría durante toda la cita.
Ambos se sonrieron y se lanzaron
una mirada cómplice, pero no se besaron. Su relación era así, insondable,
misteriosa, inexplicable. Nunca la entendimos totalmente. Pero de que se
amaban, permítanme certificar fehacientemente que Charly no sólo la amaba, la
idolatraba. Si hasta quería casarse con ella. En cuanto a Estrella… no sabría
decirlo, pues nunca tuvimos la oportunidad de conversar seriamente sobre ese
asunto. Lo cierto es que salían juntos y compartieron alguna parte de la
historia de sus vidas.
Llegaron al cine temprano. Una
gran multitud se agolpaba en sus ventanillas, que lucían el típico cartel:
“Entradas agotadas”, para beneplácito de los revendedores. Aunque se estrenó
hace más de dos semanas, la afluencia masiva de espectadores evidenciaba el gran
interés por la puesta en escena de la vida de Mahatma Gandhi.
Estrella volteó a mirar a Charly
con ojos de preocupación, apretando su bolso contra su pecho. Charly, sacando
de su bolsillo los boletos, sonrió: No te preocupes —le dijo, mostrándoselos—, los
tengo comprados desde hace varios días.
Había planificado cada detalle y
no iba a permitir que algo tan minúsculo le echara a perder su gran noche. Adquirió
las entradas con tanta anticipación, que incluso se dio el lujo de elegir
asientos numerados, ubicados en la parte central del cine, desde donde podrían disfrutar
la película con mayor comodidad. Charly descartó su idea inicial de comprar
asientos en la última fila, ya que, parafraseando al “chato” César, “eran para los mocosos inexpertos y para los misios
de mierda, que no disponían de billete suficiente para alquilar un ‘telo’
decente”. Nada de chapes ni manoseos de amateur
durante la película. Ya sobraría tiempo para eso.
La película comenzó pero Charly
era incapaz de concentrar su atención en la pantalla. En medio de la penumbra,
sólo atinaba a mirar y remirar de reojo a Estrella, repasando mentalmente y por
enésima vez todos los detalles que acontecerían en el hotel. Por alguna razón,
tampoco podía dejar de prestar su atención al bolso que Estrella tenía ahora
sobre sus muslos ¡Maldita sea!, si sólo pudiese saber qué había en su interior.
Tal vez sólo artículos de maquillaje —se decía a sí mismo—. Pero no, el bolso
era grande y se notaba que “algo” había en su interior.
Por fin terminó el filme. Para no
revelar su ansiedad, Charly permaneció sentado durante un buen rato, esperando a
que el cine se despejara. Extrañamente, Estrella permaneció en silencio,
sujetando fuertemente su bolso contra su regazo, mirando fijamente el écran,
como si la película no hubiese acabado. Charly la cogió suavemente de la mano,
y le propuso, con voz decidida: ¿Vamos? Estrella se irguió y se dejó llevar,
esquivando su mirada.
¿Caminamos hasta la Plaza de
Armas? —preguntó Charly. Estrella asintió. Charly le pasó una mano sobre su
hombro y caminaron así, abrazados, en esa dirección.
Eran casi veinte cuadras. Ya era
de noche y el clima estaba templado; el cielo limeño lucía completamente azul y
permitía divisar infinidad de estrellas. Noche propicia para el romance —pensó
Charly—pero, como nunca, no se le ocurrió algo romántico que decir, por lo que
centraron su conversación en algunos pasajes de la película.
A medida que se acercaban a la
Plaza de Armas, Charly notó que el paso de Estrella se hacía cada vez más
pesado y lento, y que parecía aferrarse con mayor fuerza a su bolso. Carajo —pensó—,
si esto continúa así voy a tener que empujarla hasta el hotel o llevarla
cargada. La apretó con energía, pero con suavidad, y percibió en ella un leve
estremecimiento, luego de lo cual pareció recuperar el paso.
Llegaron a la Plaza de Armas.
Charly buscó una banca desocupada y la invitó a sentarse. La abrazó y
comenzaron a besarse. Charly murmuró algunas frases de amor y le pareció
escuchar que ella replicaba: —“yo también”. Luego de unos minutos, la cogió
suavemente por los brazos y la separó con ternura, mirándola fijamente a los
ojos. Para su sorpresa, vio en ellos una chispa de audacia y escuchó que
Estrella le decía: —¿Vamos?
Charly, asombrado, notó que había
perdido la iniciativa ¡Puta madre! —pensó—, esa pregunta tenía que haberla
hecho yo. Únicamente atinó a sonreír y a contestar: ¡Vamos!
Sólo había una distancia de media
cuadrita —cincuenta metros—hasta el Hotel, que a Charly le pareció
interminable. A medida que avanzaba, notó cierto disconfort en las piernas y perdió el control de su pichula, que ya
comenzaba a ponerse medio “al palo”. Mil
ideas cruzaban por su afiebrado cerebro. Intentó no pensar más en ello y centró
su atención en Estrella y en su bolso. Se dio cuenta —o tal vez sólo lo imagino—
que ella temblaba ligeramente bajo su abrazo.
Ya estaban cerquita: faltaban
cinco pasos, cuatro, tres, dos, uno… Para su sorpresa, Estrella continuó de
largo ¡Puta madre! —pensó—, si ya estábamos allí ¡Esto no figuraba entre los
planes! Respiró profundo y continuó caminando.
—No te preocupes mi amor. Podemos
dejarlo para otra ocasión —mintió Charly—, al mismo tiempo que, con disimulo,
introducía una mano dentro de su bolsillo, intentando acomodar su pichula, que
ahora estaba totalmente “al palo”,
exteriorizándose bajo la fea apariencia de un bulto sobre su muslo derecho.
—Demos una vuelta a la manzana y
entramos —contestó Estrella, con convicción, fingiendo no haberse percatado de
la “maniobra” de Charly.
Siguieron su trayecto por los jirones
Junín, Lampa, Huallaga y Wiesse, pasando frente a varias iglesias, incluida la
Catedral de Lima ¡Qué tour más
propicio para terminar de convencerla!
No obstante, Estrella había
recobrado el paso, mientras que Charly ya no sabía qué pensar y su erección lo
había abandonado. Recorrieron nuevamente los 50 metros hasta el Hotel Mochica.
Se detuvieron en el acceso y, tras unos segundos de duda, ingresaron, subiendo
las escaleras que los conducían a la recepción en el segundo piso.
Estrella se sentó en el hall de la recepción, mientras Charly se
acercaba al puesto del recepcionista.
—Buenas noches, mi nombre es
Charly… y tengo reservada la habitación 225 —se presentó, mientras le entregaba
sus documentos.
—Muy bien señor Charly, todo en
regla. Tenga sus llaves y disfrute la noche —le contestó el recepcionista,
sonriéndole con picardía—, ¿Le puedo servir en algo más?
—¡Ah sí! —recordó súbitamente
Charly—, ¿tendrá algunos jebes? —preguntó, bajando la voz.
—Por supuesto señor.
Charly recibió sus condones y se
dirigió con Estrella hacia la habitación designada.
En el trayecto, Estrella le
preguntó:
—No escuché bien qué es lo que le
pedías al recepcionista ¿Qué es eso de G.B.S?
—Luego te lo explico, contestó
Charly, sin poder evitar sonreír ampliamente.
Abrió la puerta y contempló a
Estrella mientras ingresaba.
Al fin, solos —pensó—, mientras
notaba que nuevamente la sensación de excitación lo invadía, y que otra vez su pene
amenazaba con independizarse. Trató de pensar en otra cosa y recordó el dichoso
bolso ¿Qué contendría el bolso que Estrella insistía en aferrar contra su
pecho?
Cerró la puerta con llave y,
tomados de la mano, contemplaron su “nidito de amor”. La construcción era
antigua, probablemente una casona colonial que había sido acondicionada como
Hotel. La habitación, muy amplia, estaba decorada con muy buen gusto y disponía
de lo necesario para una noche de pasión. Un balcón daba hacia el jirón Junín,
disponía de una pequeña estancia, y en la parte central exhibía una
espectacular cama king size. A un lado,
sobre una de las mesitas de noche se había colocado, tal como Charly lo había
solicitado, una botella de vino y dos copas. En la otra mesa, un pequeño radio tocacassette esperaba emitir sus
melodías. Ahora sí, todo estaba conforme a lo planeado.
—Pongámonos cómodos —sugirió
Charly—, mientras se sacaba la casaca y la colgaba en una de las perchas de la
habitación.
—¿Quieres que cuelgue aquí tu
bolso?
—No te preocupes. Lo llevaré
conmigo a la cama.
¡Lo sabía! —pensó Charly,
imaginando qué contenido sumamente sexy contendría el dichoso bolso. ¿Un baby doll, un negligé, alguna lencería?… En fin, ¿algo especial para la ocasión?
Obviamente, Charly no estaba
preparado para lo que ocurrió a continuación:
Sin darle tiempo para nada,
Estrella se sentó en uno de los bordes de la cama, abrió su bolso, extrajo de
su interior un voluminoso libro de Dostoievski y se acostó encima de la cama,
comenzando con su lectura, sin prestarle mayor atención a Charly, que
permaneció de pie junto a la cama, sin saber qué hacer.
¡Puta madre! —Pensó Charly— ¡Qué
mujer para indescifrable! ¡Maldito bolso! ¡A quién se le ocurre traer un puto
libro para dedicarse a la lectura precisamente ahora!
Lanzó un suspiro y la contempló
así, acostada sobre la cama, indiferente, completamente vestida y leyendo a Dostoievski.
Paradójicamente, en esa condición le pareció que lucía más atractiva y sensual
que nunca. En su enfebrecida mente recordó un fragmento de la Égloga de
Garcilaso de la Vega:
“Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!...”
Esto no hizo más que atizar su
pasión. Pues bien —pensó —, si se hace la difícil mi satisfacción será mayor.
Si quiere jugar a que la seduzca, pues soy el mejor seductor. Si ella quiere
ser Galatea, yo seré Juan Tenorio. Colocó un cassette en la radio, que inmediatamente comenzó a reproducir la
inolvidable balada “heridas de amor”.
—¿Te apetece una copa de vino? Lo
elegí especialmente para esta ocasión.
—Por ahora no me provoca,
respondió Estrella, sin apartar sus ojos de la lectura.
—¿Sabes que te adoro?, preguntó
Charly, mientras lentamente se acostaba a su lado.
Charly conocía muy bien a Estrella
por lo que, inmediatamente que le declaró su adoración, se arrepintió de
haberlo hecho. La conocía lo suficiente y sabía que ella era extremadamente
insegura y reservada, y que difícilmente expresaría sus sentimientos para no
parecer vulnerable. Aunque él también se sentía amado, no esperó recibir la
clásica respuesta: “yo también te adoro mi amor” u otra similar. Sabía que le
respondería con otra pregunta, pero esta vez se equivocó. Simplemente no
recibió ninguna respuesta. Sólo silencio. Ella seguía con su lectura.
Quien calla otorga —pensó para
darse ánimo—, y nuevamente se lanzó a la carga. La besó suavemente detrás de la
oreja, e intentó pegar su cuerpo al de ella para que sintiera su erección…
“Ella, seguía con su lectura, impasible; pero luego, acomodando sus
gafas, lo miró fijamente y le dijo: —Está bien. Ahora el libro, con las páginas
cerradas, quedó libre sobre la cama. Charly sacudió la cabeza y arrastrando la
última paciencia que le quedaba se acomodó tendido en la cama. Ella le quedó
mirando dulcemente. Luego, sonriendo le dijo: —Mira ahora hacia aquí y dime:
¿aún no entiendes mi secreto?—. Otra sonrisa pícara volvió a iluminar el rostro
de Charly. Cogió el vaso de vino y de un solo trago lo secó. Pero Estrella ya
no estaba sentada sobre la cama. Incluso daba la impresión de no haberlo estado
jamás. Puedes apagar la luz, por favor —le pidió en tono bajito—¡Bien!—aplaudió
Charly, dejando el vaso vacío sobre la mesita; luego apagó la luz, se aproximó
a ella y la empezó a besar con una pasión que nunca antes experimentó. Se
tendieron en la cama y no paraban de besarse. Sus ropas yacían entrelazadas en
el suelo. Pudo observar, a pesar de la luz tenue, su apetecible silueta, y dieron
rienda suelta a sus deseos, penetrando en lo más profundo de lo que fue un
secreto”…
Súbitamente, Charly sintió un
sobresalto y durante un instante se sintió confundido. Mil imágenes se
arremolinaron en su mente. Abrió lentamente sus ojos y contempló a Estrella,
quien continuaba acostada a su lado, completamente vestida y ensimismada con su
lectura.
Por un segundo no comprendió nada,
pero en el siguiente recobró la lucidez: ¡Puta madre! —pensó—, ¡me quedé
dormido!… ¡Todo había sido un sueño!
Intentó rememorar en qué momento
lo venció Morfeo… Respiró profundamente y se esforzó por discriminar en dónde
terminó la realidad y cuándo empezó su sueño húmedo… y recordó. Recordó haber
insistido y persistido vanamente en su afán seductor. ¡Mujer de hielo!...
¡Galatea había vencido a Juan Tenorio! Su último recuerdo fue que, tras varias
negativas, se dio momentáneamente por vencido. Iba a darse una pequeña tregua
para luego insistir en su afán seductor… recordó haber cerrado los ojos tan
solo un instante…
Un fuerte dolor de cabeza lo
invadió y se sintió solo, terriblemente solo ¿Qué había ocurrido?... ¿Qué había
hecho mal?... ¿Era por falta de experiencia?… ¡Qué mujer para indescifrable!
Bueno —pensó—, obviamente la culpa
es mía. Y decidió renunciar —al menos por esa noche— de sus planes amatorios. Volvió
a mirarla. Suspiró. En su corazón palpitó el gran amor que le inspiraba, y en
su mente comenzaron a martillar unas estrofas de la canción “óleo de mujer con sombrero”, de Silvio
Rodríguez:
“Una mujer se ha perdido
conocer el delirio y el polvo,
se ha perdido esta bella locura,
su breve cintura debajo de mí.
Se ha perdido mi forma de amar,
se ha perdido mi huella en su mar”…
…“La cobardía es asunto
de los hombres, no de los amantes.
Los amores cobardes no llegan a amores,
ni a historias, se quedan allí.
Ni el recuerdo los puede salvar,
ni el mejor orador conjugar.”
El resto de la noche transcurrió
sin novedad. No hubo recriminaciones. Hubiese parecido que habían acordado
tácitamente ignorar lo sucedido. Volvieron a ser los amigos de siempre, y
conversaron, y sonrieron, y rieron, y decidieron seguir amándose a su manera.
Era de madrugada cuando la dejó en
su casa. Ahora tenía que enfrentar el camino de regreso a la suya. “Ahora o
nunca” —pensó—. Un sentimiento de absoluta frustración se apoderó de él.
Sonrió, decepcionado de sí mismo ¡Qué huevón!…
¡Si había estado tan cerquita!
Pensó en buscar a sus amigos para
compartir unas cervecitas. Sabía que si los llamaba ellos lo acompañarían, sin
importar la hora. Pero no… no tenía ni humor para eso. Mejor lo dejaría para
otro día. Encendió un cigarrillo y siguió caminando, mientras miraba cómo
ascendía y se difuminaba el humo que exhalaba. Intentó meditar acerca de lo
acontecido, pero no pudo arribar a ninguna conclusión. Recordó lo que le decían
los muchachos y lo que él mismo había repetido en más de una oportunidad… ¡Lo
más difícil es convencerla! Pero, una vez en el “telo” todo es tan fácil…
¡huevo con ella! Pero no, al muy huevón
le faltaron huevos…
Por fin llegó a su casa. No tenía
sueño. Se dirigió a la ducha ¡Un buen baño con agua caliente lo relajaría!
Intentó relajarse y poco a poco lo consiguió; todo iba bien hasta que miró a su
pichula, que ahora parecía reclamarle la falta de acción.
¿Para eso los siete días de
abstención?… ¿Y para eso le exhorto a que no le falle?
Involuntariamente pasaron por su
mente algunos episodios del hotel. Sin explicarse cómo se sintió excitado ¿Qué
haría? Se dio cuenta de que ya no había tiempo, ni disponía de fichas
suficientes para buscar a alguna de las fulanas
o acudir adonde “Las Charapitas” a
desahogar su pasión ¿Qué opción le quedaba?
Nuevamente miró a su pichula. Y de
nuevo le habló en voz muy bajita: Puta madre —le dijo, como si en verdad le
escuchara—, tú no tienes la culpa. El cojudo he sido yo. Y me disculparás, pero
no me queda más que darle solución
manual al asunto…
Anonimus
¿Y cómo finaliza la historia?
ResponderEliminarHahahaha. Esto es un cage de risa. El hotelito a ver si me lo recomiendas. Lorenzo, eres una cagada. ya sé con quien fue. Dura la chica...no te lo soltó..hahaha
ResponderEliminarHi Lorenzo. Es una historia inventada o en verdad sucedió? Por las coordenadas que ahí pones, me imagino que es el hotel Chavín. Es el único que conozco por ese lugar. Si es verdad, me gustaría conocer a la amiga. ¿también es de la promo?...eres una cagada. Yo estuve en el aula 5B
ResponderEliminarHolas Charly
ResponderEliminarExcelente idea la de incluir en el relato las canciones de Silvio.
Un abrazo.
El Anonimus
Jajajaja...Eres una cagada. Acabo de leer la actualización. Acabó en una acuchillada de la PTM. Oe Juanca...hubiera acabado con las charapitas calientes...o en sauna...algo era algo,...jajajaja. La flaca está que se caga de risa...Lo ha impreso y lo está regando como volante electoral...
ResponderEliminarNo jodas Charly (alias lorito)
ResponderEliminarMira que la flaca estuvo muy contenta mientras pensó que eras un pajero inofensivo ...
Y ahora que lo recuerdo, Charly, ¿no fue en esos tiempos que te salió un ganglión?
ResponderEliminarAhora ya sabemos la causa :D
J.C.
Jajaja...Si...Pero eso fue por jugar pin pon...o no sé por que mierda. No seas pendejo...jajaja. Bueno, ya cagaste mi marketing...Qué mierda...ya nadie me creerá...Eres mi amigo o estás jugando en pared con la flaca...Tamare...como son parte del plus de escritores, hacen cuerpo...jajaja.
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