jueves, 17 de noviembre de 2011

¡Ahora o Nunca 2! El día.


Mi amigo Charly, este hombre, este ser afectivo o sentimental, que no quiere morirse nunca, que a toda hora le duele Dios, y que prefiere la desgracia a la no existencia, tuvo una experiencia que les voy a contar. Y no sirve decir que él es un medio, sino un fin. "Una alma humana vale por todo el universo", lo ha dicho alguien, no sé quién, pero ha dicho una verdad, repitió Miguel de Unamuno en su obra “Del sentimiento trágico de la vida”. Charly es un alma desnuda, una herida a flor de piel. Pero, además, es un empedernido saltimbanqui histriónico que cree que la felicidad es un estado relativo y comatoso, la cual nunca será su meta. No es ni nunca ha sido admirablemente inteligente. Y sus problemas económicos los resolvió por pura acción - reacción y por la peculiaridad de poseer un talento lucrativo.
Entonces, me atreveré a relatar ese día; ojalá él no se moleste:
Caía la tarde templada, con un cielo limpio sobre Lima. Charly se encontraba tumbado sobre el asiento de un ómnibus en marcha, mirando las calles pasar por la ventana, y le acudían a su mente imágenes del día. Entonces apareció de pronto, sobre el entorno de su presente, los recuerdos de aquellos días en que vivió enamorado de una jovencita, allá por los años ochenta: la de Sendero Luminoso, Lech Walesa, Ronald Reagan, La guerra de Las islas Malvinas, Thriller de Michael Jackson y el nacimiento del primer bebé probeta. Las dudas eran comprensibles, se dirigía ahora a una cita con la misma mujer, la jovencita de la cual estuvo enamorado y que no había visto hacía veinte años. Uno lo veía sonriendo, con los ojos llenos de una luz pícara que se volvía eléctrica cuando su boca hacía un gesto y reía; bromeaba para sus adentros.
Empezó a protestar porque el tráfico era insoportable y los minutos se hacían cada vez más rápidos. Aún tenía tiempo para llegar a su destino sin problemas, pero él estaba intranquilo. No quería que nada ni nadie se interpusieran con su objetivo.
Sonó el celular.
—Aló, buenas tardes, ¿con quién tengo el gusto?
—Hola, Charly. ¿Desde dónde hablas exactamente?
—¡Ah! Hola. Te hablo desde el ómnibus, estoy llegando al paradero, cerca del aeropuerto, no te puedo dar detalles, hay una bulla terrible. Pero ya estoy en camino.
—Ah, qué bien. Ok… Te espero.
Cerró el celular. Pronto apareció ante sus ojos el óvalo del aeropuerto. Se puso en pie y caminó hasta la puerta.
—¡Bajan en aduanas!
Charly se apeó del ómnibus, caminó unos metros y se detuvo con las manos levantadas. Trataba de detener al primer taxi que se le presentó, pero este estaba lleno. Al rato, paró otro y rápidamente subió y ocupó el asiento de la parte delantera, junto al joven conductor de bigote gordo y cuerpo oblongo como el de un militar; no se saludaron; el auto arrancó, giró a la izquierda e ingresó a la vía rápida de la Av. Elmer Faucett, pasó por delante de unos edificios; después, por unas pintorescas casas de ladrillos y unos aparcamientos en donde había camionetas y motos. También se veía murales publicitarios con anuncios de gaseosas, celulares, café y muchas cosas que no le atribuyó importancia. Cuando el auto cruzó el río Rímac, su cabeza de manera automática giró hacia la izquierda y sus ojos se quedaron viendo su antiguo barrio, su antiguo distrito; se le vinieron mil recuerdos, espantosamente cercanos, reconocibles, hasta que unas vías de tren, dando sacudidas al auto, lo sacaron de su embobamiento. El sacudón fue tan fuerte que de los asientos salió como un polvo negruzco; más adelante, había unos policías de tránsito haciendo señas para agilizar el tráfico. El viaje se volvió demasiado rápido, lo cual le pareció un presagio de buen día.
El conductor lo miró; él solo levantaba los ojos y parecía mirar lo que sucedía tras de la ventana, como si dirigiese la vista a un invisible fantasma.
—Buenos días, señor… ¡Qué clima! Bochorno…, eso es lo que se siente —dijo el chófer del taxi.
Charly giró la cabeza y arqueó las cejas, asombrado. Quedó mirando el rostro del joven; aunque sus ojos se fijaron en el gordo y curioso bigote.
—Buenos días… Sí; el clima está para matarnos, pero de cólera. No se puede saber con qué uno tiene que salir vestido… Todos le echan la culpa al Fenómeno del Niño —respondió Charly.
—Debe ser, aunque no sé nada sobre el tema. Yo solo me dedico a esto… —contestó el joven conductor, enseñando los dientes amarillos y haciendo una mueca con su boca, para luego soltar una palabrota en contra de los políticos de turno.
Charly dijo “sí, pues”, para ser condescendiente. Ya habían recorrido buen tramo. Consultó uno de los bolsillos del pantalón sin darse explicaciones. Necesitaba saber que no había olvidado algo de importancia.
—Uno se descuida y la gripe se nos pega... Disculpe señor, usted no me ha dicho aún a dónde lo voy a llevar. Ya estamos llegando a la "Av. La Marina". ¿A dónde lo llevo?...
Charly no escuchó la primera interrogación. El taxista levantó un poco más la voz y se lo repitió. Tampoco lo escuchó, estaba pensativo, estaba lejos de allí, en otro lugar. Hoy era un día especial y sus pensamientos tenían rienda suelta. Todo era tan perfecto que necesitaba recordarlo para siempre. Hasta el aire en el auto se prestaba para el recuerdo, estaba impregnado de un suave olor a fragancia de flores que se mezclaba con el ligero perfume de Charly. Respirando a fondo, Charly degustaba la embriagadora fragancia que lo rodeaba. El taxista, aprovechando una luz roja, frenó en seco, haciendo que Charly saliera de su obnubilación y despertara. 
—Señor, ¿a dónde lo llevo?
—¡Vaya, que tonto!; disculpe… Un momento. Estaba sacando unas cuentas mentalmente. Pensaba en la crisis de los ochenta… No había ni para el té… Al menos ahora se puede respirar…
Metió la mano en el bolsillo de su camisa, sacó un papelito y se lo entregó.
—Esta es la dirección, no tengo mucha prisa. ¿La conoce? No vaya tan rápido. Estoy tranquilo con el tiempo.
—Sí, la conozco. Hasta allá le voy a cobrar 15 nuevos soles. ¿Está bien?
—Ok. No hay problema, está bien.
—¿Tiene una reunión de negocios? Disculpe que me meta…, pero como mencionó la crisis de aquellos años y me dijo que estaba sacando cuentas mentalmente, pensé que tenía una reunión de trabajo.
—¡No! No, no. Voy a salir con una amiga después de veinte años. ¿Qué le parece? De locos, ¿no? ¡Qué tal pausa!
—¡Asuuu! Se han reprimido bastante tiempo. Yo creo que usted hoy va a campeonar. Se le ve en la cara.
—¡Tiene que ser... sí o sí! Hoy he dejado a mi cerebro como mi segundo órgano favorito. 
—Sí, pues, pero recuerde que el sexo es exquisito si es perfectamente sucio y si se hace bien... Así que adelante, y si se puede póngale retroceso... y no se olvide de ponerle música de zampoña y flauta... ja, ja, ja.
—Usted sí que se las sabe todas. Debería de estar como profesor de sexo en cualquier junta de vecinos. Que hay muchos que aún no saben qué hacer con sus mujeres... o con sus hombres. No saben que la inactividad sexual produce cuernos.
En cierto modo a Charly, más que al conductor del taxi, le gustaba la conversación. Sintiéndose aún más alborotado, si eso era posible, Charly deliberadamente le hizo una pregunta.
—¿Usted es casado?
—No. Convivo con mi señora. Tengo cuatro hijos, pero de diferentes mujeres. El último es con mi actual mujer. Ella me ha resultado muy celosa. Me llama a cada rato. Esto de los celulares creo que es un invento de mujer. Pero como dicen, mujer que no jode es hombre...
—Qué puedo decirle. De diez taxistas que conozco, siete viven una vida como la de usted. Ser taxista es un privilegio, sexualmente hablando. No se conforman con una. Y, además, todos tienen esa manera de decirle a su ex-mujer: "es la madre de mis hijos". A ninguno le he escuchado que me diga es mi ex-mujer. ¿Por qué esa manía?
El taxista volteó y lo quedó mirando. Ahora, con el ceño arrugado, tenía cara de malos amigos. Paró el auto en seco. Le hizo una seña. Charly se quedó sorprendido. ¿Su pregunta fue impertinente? Quieto, estaba tratando de averiguar lo que había originado con su pregunta. El taxista giró aún más la cabeza, estiró el brazo, casi rozándole las piernas, y abrió la puerta que daba con Charly.
—¿Qué pasa ahora? ¿Le ha molestado mi pregunta?
—No, para nada. Lo que pasa es que ya llegamos, señor. Esta es la dirección que tengo apuntado en el papel que usted me dio.
            —Perdone. Estaba distraído. Hace veinte años que no venía por aquí. Se me nota, ¿verdad?
Charly sacó un billete y se lo entregó.
—Retenga el vuelto. ¿Me puede esperar un momento? Si demoro mucho, le compensaré su tiempo. Mi amiga vive a unos metros de aquí. Voy y vuelvo, vamos a ir a Barranco. ¿Qué tiempo haremos de aquí al Parque Municipal?
—Creo que unos 20 minutos si vamos por el "Circuito de Playas".
—Ok. Entonces espere, ya vuelvo.
Charly ya de pie se dirigió ansioso en busca de su amiga. Caminaba taciturno, recordando la primera cita, aquella cuando ambos vivían en el mismo barrio y cuando no se presentó y la dejó plantada. Se detuvo un instante; pensó que le faltaba algo. Baja la cabeza, mete la mano en uno de los bolsillos del pantalón y saca un cofrecito negro. “¡Aquí está!”, se dijo a sí mismo y lo volvió a guardar en el mismo lugar. De tiempo en tiempo se detenía y miraba a su alrededor con expresión de nostalgia y tristeza. Pensó algo más, moviendo los labios. Se dio cuenta de los ademanes que hacía, entonces se llevó la mano a la cabeza y disimuló.
—Bueno, ya estoy aquí; lo que tiene que suceder que suceda.
Tocó el timbre y se hizo una pausa larga para Charly, pero que no fue ni unos segundos. Al instante se abrió la puerta y apareció su amiga. Ella lo miró sin asombro, como si lo hubiera visto de siempre. Fijando la mirada en él puso una cara muy tonta; por lo que Charly no pudo menos que sonreír con ironía apenas perceptible. Ambos trataban de disimular sus emociones. Sus caras ofrecían de golpe la imaginación de un millón de pensamientos por lo menos. Abrieron sus brazos, en señal de perplejidad, y se dieron un enorme y fuerte abrazo. Esto les hizo notar que en resumidas cuentas ya nada importaba.
—¡Me da lo mismo que hable de esto toda la promoción! 
—¡Pues a mí también me da igual! —expresó Charly, enardecido y feliz.
—Pasa…, toma asiento, espérame un momento. Voy a traer mi cartera.
—Mientras no lleves un libro en su interior, eso estaría bien.
Ambos dieron una carcajada sonora y amplia. Charly tomó asiento en un sillón y se reclinó suspirando. Era el mismo sillón en el que se había sentado veinte años atrás. La casa no había cambiado nada, a excepción de que se notaba la falta de un cuadro que le había gustado a él aquel día. Era un cuadro que representaba a un unicornio en un campo amplio y solitario. Quiso preguntarle qué había sido de aquel cuadro, pero se contuvo. Ella cogió su cartera que estaba colgada sobre una de las sillas del comedor y se volvió a él y lo quedó mirando detenidamente por unos segundos. Se le escapó una sonrisa; para disimularlo, le dijo:
—Eres un bobo, eso es lo que eres. No te preocupes, solo voy a llevar una enciclopedia.
—No sé, así lo contaremos —riéndose, contestó Charly.  
Bety estaba con una blusa colorida y un pantalón blanco; la luz de la habitación no era muy clara. Tal vez por ello Charly estaba muy atrevido. Hacía tiempo que deseaba besarla, hacía un infinito de tiempo. Por entonces le fue imposible. Y ahora, cuando estaban a solas y ella vestida de manera coqueta, lo creyó posible. Cortó toda palabra, se puso en pie y la tomó de la cintura y le dio un beso. Un interminable beso. Se separaron por unos segundos. Lo que aprovechó Charly para sacar de su bolsillo el cofrecito negro, que en el instante lo destapó y se lo mostró. Tenía un anillo en su interior. Bety, experimentando una singular duda, se frotaba suavemente las manos y lo miraba severa y atenta; no podía articular palabra; estaba pasmada. Al reaccionar, movió la cabeza, dándole una pequeña sacudida; le dijo:
—¿Qué significa esto?
—Cuál. ¿El beso o el anillo? 
—Sabes a lo que me refiero. ¡Conque esas tenemos!
—No sé… ¡Creo que me has vuelto loco! O loco me dejaste veinte años atrás…
Charly le cogió la mano izquierda e introdujo el anillo en uno de sus dedos. 
—Dios, ¡qué bien te queda! ¡Preciso! ¡Cómo anillo al dedo!
Bety volvió a sacudir la cabeza, pero ahora en señal de asombro. Aunque ya sabía lo que hacían, veía el anillo y no podía dar crédito a sus ojos. Quedó presa entre el beso y el anillo. Charly la había hecho linda por primera vez. 
—Sí. ¡Pero eso no es todo! Un auto nos espera en la calle. Déjame darte una sorpresa. Te voy a llevar a un lugar, donde la pasaremos... ¡muy bien!
Bety se estremeció y lo miró extrañada; un escalofrío le recorrió la espalda y se volvió a quedar muda. Lo que aprovechó Charly para tomarle de la mano y llevarla hasta la puerta de salida. Salieron y caminaron con un inconsciente movimiento, como queriendo descifrar algunas palabras todavía borrosas de aquel encuentro. Charly comprendió, además, al mirarla, un dolor inmenso, comprendió que ella jamás había perdido la esperanza de llegar a este encuentro. Hacía veinte años que se habían alejado, desaparecido, haciendo cada cual su destino. 
—No está mal, me ha gustado... Estoy totalmente sorprendida. ¿Eres tú? —dijo Bety, exhalando un suspiro.
—Pues, sí.  Supongo que sí.  Sé que lo comprendes... ¿Por qué? ¿Te excité demasiado?
—Perdón, perdón... A ver a ver, ¡repite lo que has dicho!... Te estás burlando... ¿no? No puedes con tu genio —lo interrumpió ella, muy festiva, casi riéndose.
—No. ¡Para nada! No hace falta... Bueno, ahora es igual. ¿No te gustó mi beso? Porque besas muy bien. También me has sorprendido —dijo él sin aspaviento. 
—Para que veas. Tú también besas ahora mejor... —dio una risotada— Dime una cosa: ¿Quién es este muchacho? ¿Charly o su mentor?  ¿Con quién estoy saliendo?
—Aún no lo sé. Creo que con ambos; están jugando en pared. ¿Qué haría yo sin mí? Los dos te desean... ja, ja, ja.
Ella esbozó una sonrisa indeterminada y le tendió las manos. Él le dio las suyas. Ahora estaban agarrados. Luego le miró y estirándose echó a reír sin estar muy segura. Pero al rato se borró de su cara la expresión de inseguridad y puso la suya de siempre, la que la hacía inconfundible con nadie más en el mundo. 
—¡Claro! Eres el mismo. Eres tú, porque estás temblando... Pero, acércate más... Ya hemos estado por mucho tiempo demasiado lejos. ¿Me tienes miedo?
Charly no respondió enseguida. Aunque sonreía. Se quedó meditando para impresionar. Luego interrogó con voz tranquila:
—¿Miedo? Ese miedo ya no existe. Como te darás cuenta, no te he olvidado y eso jode un poco. Estás muy guapa y sexy.  Es la primera vez que te veo sensualmente. Nunca me atreví a verte de esta manera… El beso a mí sí me excitó. Dime la verdad, ¿a ti no?
Se soltaron. Bety se puso a reír. Y al cabo de un instante, se quedó allí mirándolo, y se detuvo a pensar. Quiso responder y preguntarle algo, pero no se atrevió. Pensó tontamente que no estaba tan hermosa como iba vestida. Entonces giró sobre una pierna, se llevó la mano a la mejilla y puso ojos de asombro. Ruborizada, estaba muy conmovida por aquella actitud, ya que lo veía muy suelto, y eso le agradaba. También se daba cuenta de que, conforme iba pasando el tiempo, iban teniendo mayor confianza.
Llegaron a la avenida. El taxista sentado y leyendo un periódico, en el interior del auto, aún seguía esperando. Charly abrió la puerta trasera, le hizo una señal a Bety y ella ingresó. Luego él hizo lo mismo. Era la primera vez que viajaban juntos en un taxi.
—Gracias amigo. ¿Hemos demorado mucho? Usted sabe, el tiempo no interesa cuando hay un encuentro después de tantos años.
—No se preocupe. Para eso estamos. Entonces, lo llevo a Barranco. ¿Me dijo que lo deje en el Parque Municipal?
—Sí. Allí mismo.
—¿Quiere que le ponga alguna música de su agrado?
Bety cruzó la mirada con Charly, fue el momento en que volvieron a tantearse el uno al otro. Ahora ella volvió la mirada al conductor y le dijo:
—Si tuviera "When I Look at You" de Miley Cyrus, sería fantástico.
—Tengo algo de ella, pero no sé si es la que usted me pide. Mi hija es fanática y escucha a toda hora a esta cantante. A ver, tome este Cd, si lo encuentra lo pongo. 
—Sí. Acá está, es el Nº 1. 
Entonces, rascándose la cabeza, Charly se quedó mirando al conductor con una sonrisa larga y con el rostro lleno de admiración.
—Creo que acerté cuando lo contraté. Me ha dejado sin palabras. Mis respetos... No sólo sabía de sexo… ¡Buen arsenal de música!... ¿No tendrá una de Silvio Rodríguez? 
—¿Quién es ese? No lo conozco... ¿Qué música toca?...
Bety sonrió burlonamente, se acomodó en el asiento y dirigió la mirada hacia la ventana. Quiso burlarse, pero prefirió quedarse callada.
La calle oscurecía de apoco y eso era magnífico para el torbellino de pensamientos y emociones que ambos sentían.  
Al rato estaban bajando al Circuito de Playa de la Costa Verde. El mar hacía su aparición en el horizonte. El chófer cogió el Cd y lo introdujo en el reproductor, esbozando una sonrisa irónica. La música empezó a sonar. Los dos ya no se percataban de nada ni de las calles llena de luces quietas ni de la gente que iba moviéndose con sus pensamientos propios. Miraban fijamente al mar sin provocarse ninguna palabra. Sus pensamientos ingresaron en un sinfín de emociones y recuerdos que no podían comprender. 
De pronto, la canción llegó a su fin. Bety, saliendo de sus pensamientos, le pidió al conductor que la volviera a reiniciar... 
—Por favor, puede repetir la canción.
—¡Muy bien! Otra vez. 
—Y tú, ¿por qué no hablas? ¿En qué piensas? ¡Habla algo! ¡No te quedes callado! —le dijo a Charly.
Charly seguía sentado sin decir palabras, tenía el brazo derecho sobre el cuello de ella, y le cogía una de las manos, la que pegaba sobre el pecho de Bety. Se mantenía quieto, mirando al mar en silencio. Ella tenía la cabeza pegada al hombro de él y su mano izquierda apoyada sobre su muslo, mirando de reojo a Charly. Daba la impresión de que iba a asirse con esa mano y llevar la otra al rostro de Charly.
Charly se echó a reír. Bajó la cabeza y se quedó por un momento mirándola. Tenía el pelo revuelto por el viento que ingresaba por la ventana medio abierta. Sentía la brisa del mar y su rostro no dejaba de hacer muecas deliciosas para Bety. 
—¡Vaya! Todo ha salido mejor de lo que yo esperaba. Es muy raro, a pesar de todo ya estamos aquí, juntos, no sé por cuánto tiempo. Todo esto es tan imprevisto para mí que me ha dejado especulando. Pero no me hagas caso. Me has pedido que hable y estoy hablando tonterías.
—¡Qué cosas, ¿no?! ¿Y qué tal?... No se me ponga a filosofar ahora. Otra vez será, no vale la pena perder el tiempo... Muy bien. Pues, ¿quieres saber por qué motivo estoy ahora aquí contigo? Uno muy importante. Quiero que lo sepas…
—Bueno, te escucho. Me gustaría saber todo lo que has pensado y piensas de mí. Y qué fue y será de tu vida luego de esto. 
Siguió una pausa. Bety se quedó meditando con el rostro vuelto a la ventana. Sin pensarlo, volvió hacia él y le dio un beso furtivo, a escondidas de la mirada del taxista; le hizo saber que estaba presente.
—No es casual que nos hayamos encontrado. Tú lo sabes. Soy la misma Bety de siempre, con el mismo cabello, con algunos kilitos de más, pero que piensa de la vida igual que antes. Sigo siendo la misma de la que tú te enamoraste loca y perdidamente. No sé si he madurado...
Charly tuvo que hacer un esfuerzo para no decirle que no sólo era la misma de siempre, sino que estaba muy provocativa y que iba vestida, como nunca, sensualmente, aunque ya no fuera la jovencita con la cual salió varias veces y quien le había robado un beso en la Universidad. Además, de lo que totalmente se daba cuenta y sin conjeturas, era que todas las facciones de Bety se habían remarcado. Se parecía a sí misma más que antes. Su blusa colorida con mangas cortas y un pequeño lazo verde junto al escote lo estaban matando. No recordaba que jamás hubieran estado abrazados, agarrándose las manos y hablando tanto.
Le preguntó si se acordaba de la última conversación en la casa de ella, allá por los inicios de los años noventa. Bety lo miró seria, pero afectuosamente. Su mirada y su voz tenían que ser discretas.  
—No. No recuerdo nada. Ni quiero recordarlo. No hablemos más de eso ¿Para qué lo quieres recordar? Estaba segura de que habías olvidado esa historia.
Fue la peor pregunta para ella. Es posible que, si hubiera logrado mirarlo bien a los ojos, él habría comprendido mucho. Pero ella no quería mirarlo. No quería saber nada de su pregunta.
—¡Como ves, no lo he olvidado! Pero mejor lo dejamos ahí. Tienes razón, ya es historia. 
Los dos se quedaron callados. Charly había metido la pata y quería cambiar de tema. 
—Disculpa. Te corté lo que estabas por contarme. 
—Eso ya veo. Te has ido por las ramas y quieres ponerme nostálgica.
El auto se estacionó. Hicieron una pausa en la conversación. Ella miró a su alrededor y se quedó muy satisfecha, como si le complaciese lo que vendría después. Charly se encargó de darle una buena propina al taxista. Bajaron del taxi, se cogieron de la mano y se dirigieron lentamente al lugar que él ya tenía destinado.
—Si me hubieras traído por aquí la primera vez que salimos, te aceptaba sin chistar... ja, ja, ja.
—En esos tiempos tendría que haber hecho una colecta más amplia entre mis amigos. Pero hubiera valido la pena ¡Qué cosas! —Exclamó, alargando la palabra— ¡Es tremendo e indescifrable el destino…!
—Sí, tremendo. Hubiera cambiado toda tu vida... y la mía. Aunque no sé, tal vez no te hubiera aceptado en la primera... tal vez en la segunda... Sabes que no era una chica fácil... ja, ja, ja. Conociéndote, como te conozco: ¿te hubieras declarado?... Pero dejémonos ya de bobadas. Estamos acá en este tiempo y a disfrutarlo. ¿Tú qué dices?
—Eso es muy cierto. Y lo único que yo necesito para disfrutar es un lugar como éste y una chica guapa y sensual que me acompañe sentada o echada en un lugar exacto. Y eso es lo que tengo ahora. Entonces, a disfrutar... Y de loco que estoy por usted, la quiero disfrutar cada segundo. Además, ten en cuenta que no he mencionado la palabra inteligente que es algo tácito en usted. Prefiero que hoy no lo sea. Acabaríamos en un enredo de sinfín; y no hemos venido para eso. ¿No?
—Ja, ja, ja... Y quien te ha dicho que me disfrutarás. Yo disfrutaré de usted que es muy diferente. Y gracias por lo de guapa y sensual... que me lo merezco... ja, ja, ja. Y no te preocupes, he dejado la inteligencia en casa porque sabía con quién iba a salir. 
—Ohm. Con golpes bajos es la cosa. Por suerte estamos en el mismo nivel. Mi órgano pensante para estas ocasiones lo he traído conmigo. El otro lo tengo colocado en mi cabeza para que le haga contrapeso... ja, ja, ja.
Se detuvieron en el sitio destinado por Charly, y seguían riéndose. Se les acercó un mozo que los saludó con mucha condescendencia. Charly ya sabía el lugar que ocuparían los dos. Había poca gente. Sonó el celular. Ella contestó. Le provocó una sonrisa mientras miraba a Charly. Él imaginaba de quién era la llamada... Dirigiéndose al mozo, le hizo una pregunta:
—¿Nos puede atender en el segundo piso?
—¡Cómo no!
Ambos caminaron hacía la escalera; subieron despacio y sin preocupación alguna. Estaban muy relajados, y aún era muy temprano. Llegaron a su mesa y tomaron asiento. Charly pidió una jarra de cerveza y Bety un pisco sour.
—Disculpe, ¿dónde queda el baño? —interrogó ella.
—Venga conmigo. Le voy a indicar.
Le hizo una seña a Charly y, pasando su mano por su cabeza, le dijo:
—Espera unos instantes, volveré enseguida ¡No te me vayas a escapar!...
Se puso en pie y siguió al mozo, dirigiéndose al baño. Él lo siguió con la mirada; le pasó revista de la cabeza a los pies; memorizaba las características de su cuerpo y, sin pretenderlo, fijó la mirada en el culo y la costura central de su pantalón. Siguió mirándola atentamente hasta que dobló y no la pudo ver. Trató de recordar las veces que salieron juntos, aquellas cuando eran jóvenes, y no tuvo memoria de haber hecho la misma mirada hacía esa parte del cuerpo de Bety.
Charly se quedó por unos momentos solo; entonces notó como era la risa de ella y la pinta que tenía cuando la miraba; se sentía feliz por eso; lo que lo volvió al pasado y lo llenó de recuerdos. Estaba recordando todos los instantes que pasó con aquella mujer en su juventud. Desde su primera salida hasta la última vez que se vieron. Ella ahora estaba allí, con él, y no podía creerlo. Volvió la cabeza y se dio cuenta de que había muy poco movimiento. De pronto, pasaron dos parejitas, muy cerca de su mesa, riéndose. Él las quedó viendo. Las chicas tenían los ojos hermosos y la tez un poco roja. No paraban de reír. Saliendo de sus pensamientos, Charly hizo un ademan con las manos cuando el mozo llegó con el pedido. Casi en el momento llegó Bety y tomó asiento. 
—¡Vaya! Todavía estás aquí. Pensé que se te habían encogido las "boloñas"... ¿En qué piensas? Tienes una cara de nostalgia acumulada. Apaga esa luz y vuelve... Aunque estás muy guapo con esa carita de no sé quién. 
Él se quedó por un momento en silencio. Cogió la jarra y llenó el vaso. Bebió un sorbo. Le provocó un cigarrillo, pero en sitios cerrados no se podía fumar. De todos modos, se atrevió a sacar la cajetilla; a medida que lo hacía, miraba a Bety y se detuvo. 
—¡Qué injusticia!, te permiten comer la grasa que quieras hasta reventar con el colesterol y no permiten que uno fume ni un cigarrillo. Eso es discriminación...
—No sé, pero si no fumas es mejor. Además, para ti es un vicio menor, ¿sí o no?
—Tienes mucha razón. Es un vicio menor. De acuerdo, no voy a fumar ahora. Cambiando de tema: disculpa, pero te he quedado viendo cuando te ibas al baño. Conservas tus cositas y están bien puestas. Y viéndote así, cómo se me puede reducir algo. Nada se me ha reducido, al contrario, está que crece sin detenerse… Sabes, contigo no puedo evitar la nostalgia. Son tantos años... Y si estoy guapo ahora es por culpa suya. 
Charly inclinó el cuerpo y se le acercó y le dio un beso en los labios. Ella se encogió de hombros, pero respondió el beso que se prolongó por un buen rato... No sabían aun lo que podían hacer. Era una especie de milagro...
—Oh, oh... Nos están mirando. Hay unas chicas que se están fijando en nosotros —dijo Bety.
—¿Y eso qué nos importa? Ellas están hablando y riéndose de otra cosa.
Él apoyaba la cabeza de su eterno amor sobre su brazo. Ella, inclinada, tenía los ojos cerrados. Pero se daban cuenta de que las chicas les estaban mirando. Se soltaron. Entonces Bety cogió el vaso de pisco sour y le dio un sorbo largo. Charly hizo lo mismo. Estaban ruborizados, pero sonreían. Se miraban tiernamente. Ella aprovechó el momento y le preguntó:
—¿Sabes en qué pienso? Que seguimos siendo estudiantes. Que no ha pasado el tiempo; y que todo está como lo dejamos. ¿Qué es lo que piensas?
Charly lo comprendió. Se dio cuenta, en ese instante, de que los recuerdos más prolongados y gratos con ella eran los que nunca fueron consumados. Ahora, esos contactos incompletos habían provocado en ellos un estado de exasperación tal que ni el agua fría podía aliviar. De modo que nada de romance pueril, el amor no era suficiente. Ella había temblado y crispado los músculos de las piernas cuando él la besó en el ángulo abierto de sus labios. Le había sentido el cuello tan desnudo como ella bajo su blusa liviana...
—Voy a pedir la cuenta. Te voy a llevar a otro lugar en donde estaremos solos...
Mientras él tomaba el último sorbo de cerveza, ella no dejaba de mirarlo. Jugueteaba con su vaso, haciéndolo girar.
Cuando llegó Charly del baño y de pagar la cuenta, dieron un ¡salud! levantando y haciendo chocar los vasos vacíos, y echándose a reír. Bety notó en la cara de su amigo una irónica mueca y comprendió las intenciones de éste.
—Pues, sí, a ver si eres capaz. Parece que tú tienes intenciones muy concretas, ¿no? Has venido con la espada desenvainada... ¿Y a dónde me va a llevar? ¿Tal vez aquí en la escalera? ¿O descenderemos al bulevar?
Ella dijo algo más, pero Charly, sin esperar nada, le había tomado de una mano y la llevaba hacía las escaleras. Bamboleaban un poco cuando salieron a la calle. 
Hacía fresco, y ambos estaban sin abrigo; y la brisa del mar llegaba a sus rostros; y las luces a su alrededor hacían que sus pensamientos volaran sin ninguna contención. Cuando uno hablaba el otro se reía; no paraban de hacerse bromas de todo calibre. Los tragos habían hecho efecto de buena manera; había logrado destruir aquel bloque de hielo que en el pasado los alejó. Mientras se dirigían al Puente de los suspiros, se movían de una manera frenética, impúdica. Allí, en el Puente, se quedaron petrificados por el inigualable paisaje de luces y coloridos, y por el ambiente de pasión que se desplomaba por todos lados. Sus manos, medio ocultas, se deslizaban sin contemplación, aprovechando cada bendita grieta abierta en el espacio y tiempo. Estaban muy juntos y se abandonaban al impulso de besarse, y sus bocas temblorosas, crispadas, se acercaban con intensa aspiración.
La repentina agitación de una pareja, que estaba a su costado, impidió que se desbordaran. Se separaron, volviendo a divisar el racimo de luces y el hechicero ambiente que los rodeaba. Se quedaron por un momento en silencio. Hasta que ella soltó una sonrisa larga y atrevida. Le dio un suave puñete en el estómago. Él lo recibió dándole un abrazo y apretando la cabeza de ella contra su pecho. Le susurró algo al oído. 
—¡Qué tonterías estás diciendo! Eres un telegrafista magnífico... muy puntual y directo; ¿sabes qué? ¡Te late con tanta fuerza el corazón! Y a mí también, mira. 
Bety le tomó una de las manos y la puso encima de su corazón. 
—Me da miedo sentir todo este remolino de cosas. Parece que el pisco ha hecho efecto en mi razón. He caído en tu trampa.
—¡Vaya que estamos muy emocionados! Entonces tiene gracia lo que te he sugerido, ¿verdad?... ¿Has caído en mi trampa? No, para nada. El sexo es la trampa de la naturaleza para no extinguirse... El que creó al hombre hizo la trampa, una excelente trampa…
Cuando se soltaron, sintieron que sus vidas necesitaban una sacudida. Charly le cogió de la mano y la hizo subir a la acera. Ella, sin pestañear, se apegó a él, le tomó del brazo, y empezaron a caminar durante algún tiempo.
—¿Todo está bien? —preguntó Charly.
Bety fijó sus ojos en él como si la respuesta hubiera sido demasiado simple para las palabras. Después se encogió ligeramente de hombros y le dijo:
—Todo está bien.
Poco más adelante, apareció el lugar que una vez, en otro tiempo, lograron bordearlo por una cobardía mutua.
Cuando llegaron, la gente se hacía cada vez más en las avenidas. La noche había caído bruscamente. En la puerta, un hombre joven los hizo pasar y los dejó de pie sobre una alfombra colorida con diseño andino. Y una señorita haciendo gestos condescendientes se disponía a atenderlos. El salón de recepción tenía diversos adornos: sobre la mesita de centro se posaba un artefacto de madera, de los que se venden como artesanía, y una reproducción de una pintura de la escuela cuzqueña, colocada en una de las paredes, detrás de la guapa señorita que los atendía, parecía que los observaba.
La señorita de la recepción estaba entre los veintidós o veinticuatro, tenía el cabello suelto, cejas depiladas y rasgos muy agradables, podría definirse como un clon de Vanessa Jeri.
—Buenas noches. ¿Desean una habitación matrimonial? —les preguntó, moviendo lentamente la cabeza, mirándolos directamente a los ojos, con los suyos, negros y severos; sus expresiones combinaban un frío atrevimiento con una modestia que hacía que sus palabras tuvieran una nitidez de una profesora de dicción.
—Sí. Está bien... ¿Podría llevarnos un buen vino?
—¡Cómo no! 
Les mostró un fólder forrado, en el que estaban impresos las marcas de los vinos. Charly le dio una mirada interrogativa a Bety, y ella, tímidamente, señaló la de su preferencia. La recepcionista asintió con la cabeza y llamó al joven que cuidaba la puerta, para que los guiara hasta el ascensor. 
—Por favor, acompáñenme.
La puerta del ascensor se abrió. Ambos ingresaron lentamente. Una pareja de jóvenes se apareció de improviso y subió junto con ellos. Todos se quedaron mudos dentro del ascensor. Cortando el silencio, Bety le susurró algo al oído de Charly.  El joven portero apuró y apretó el conmutador. Poco después paró el ascensor en el piso indicado por éste que se quedó en el primer piso. Ambas parejas salieron. Otro jovencito con uniforme de color rojo y complementado con una gorrita ridícula del mismo color, los esperaba. La otra pareja ignoró al joven del uniforme. Habían salido a comer y estaban volviendo. En el corredor, una gorda, con los ojos saltones, venía hacia ellos moviendo el vientre y cargando unas sábanas blancas. No se dieron cuenta, pero la gorda ingresó súbitamente a uno de los cuartos. Desapareció...
—Buenas noches. Por favor acompáñenme. Les voy a indicar el lugar de su hospedaje. 
En silencio, la amiga de Charly disfrutaba esos momentos. Se le veía en el encantador rostro y en los labios secos, que los movía con coquetería. Su corazón parecía latir en todas partes al mismo tiempo. Mientras Charly parecía tener una aguda conciencia de la proximidad del lugar al cual se estaban acercando. Al hablar, hacía ademanes imperceptibles, queriendo tocarle la mano, la cintura o el hombro a Bety. 
—Es aquí. Cualquier pedido nos lo hacen llegar por el intercomunicador. ¡Buenas noches!
Al fin, después de tantos años, estaban allí, solos y en un mismo cuarto. Bety, inevitablemente, sintió el sonido de la puerta cuando se cerró y repiqueteó el cerrojo. Su perfil adorable, sus labios entreabiertos, su pelo negro, lacio y brillante estaban a pocos centímetros de Charly. Lo miraba con una sonrisa que lo invitaba al beso. Él se acomodó junto a ella, que estaba sentada en la orilla de la cama, sintió la tibieza de sus piernas a través de su pantalón blanco, ligero y habitual. De pronto supo que podía besarla; supo que ella lo dejaría hacerlo, y hasta cerraría los ojos, como en su casa, cuando la besó después de veinte años. Por eso, empezó a deslizarse sobre ella, recostándola en la cama, abrazada y sin dejar de besarla. Sus cuerpos inquietos mostraban el perfil de dos rostros con la mirada perdida. Lo espiritual y lo físico estaban fundiéndose con una perfección incomprensible y misteriosa. Ella lo cogía de la cintura; sus piernas no estaban muy juntas; aprovechó y le dio un tirón, girándolo, y lo abalanzó sobre ella. Sus piernas, sus inigualables piernas, abiertas, atraparon el cuerpo de Charly y lo ubicaron al centro de sus provocadores senos. Logró sentarlo atrapada a él, sintiendo el roce acalorados de sus entrepiernas. Luego, mientras se echaba atrás, agarrada de su cuello y con las rodillas que apretaban la cintura de él, se dejó caer. Cuando quedó tendida, balbuceo, murmuró algo casi imperceptible y empezaron mutuamente a quitarse la ropa. Charly, acompasado, la acompañaba en cada movimiento, en cada gesto que ella hacía. Cuando volvieron a sentarse ya estaban totalmente desnudos y con las piernas entrecruzadas. Entonces, Charly se soltó y se paró al pie de la cama y la contempló por un instante, con un rostro abismal, amplio; se inclinó y se puso de rodillas; Bety colocó sus dos piernas sobre los hombros de Charly y las entrecruzó...
Estaban tan lejanos del mundo, desnudos piel contra piel… No es fácil relatar lo que siguió a continuación. Creo que lo más sensato es dejarlos allí, exactamente en ese espacio y tiempo, en donde el amor siga prisionero con toda libertad, y en el que el aire que respiran sólo responda a la agitación de sus movimientos.
No sé, y es por eso que prefiero dejarlo ahí. Lo que pasó totalmente debajo de las sábanas es una cuestión de ellos y no tengo ningún derecho a ingresar. Sólo quiero concluir este relato, diciendo que ellos siguen siendo felices lejos el uno del otro.
Los dejo allí, en aquel cuarto de hotel con su ventana que daba a la avenida y dejaba ver a mucha gente, caminando como hormigas. Los dejo allí, tal vez, en la sala de recepción con su mostrador y sus diarios del día, con aquellos dos rostros reflejando miradas eternas y alegrías nunca imaginadas... Los dejo allí, con todo lo que luego serán recuerdos con pelos y señales, como un cartelito colgando de sus cerebros y como una zanja que siempre quedará marcado. Lleva un tiempo comprender que los designios del destino son así, inescrutables, enigmáticos; o diríamos simplemente, que los milagros existen y han ocurrido ahora.       

Loro