lunes, 6 de febrero de 2012

Cuestión de opiniones

—¡Salud por ellas!…
—Si, compa… ¡aunque mal paguen!
—Así es, ¡Salud por ellas!… ¡aunque cobren!
La tarde ya termina y por fin la temperatura comienza a descender. Hoy sí que ha hecho calor y el ambiente ha estado propicio para el cebiche de costumbre y las cervezas de reglamento. Y, para variar, estamos particularmente sedientos, así que entre los tres ya nos hemos despachado más de una piscina de cerveza bien helada.
La propietaria del restaurante “Sabor Marino” está de plácemes; aunque no acudimos tan seguido como ella quisiera, ya nos conoce y nos considera habituales en su local, así que nos brinda el mejor trato, y ya no nos incomoda cobrándonos el consumo por adelantado.
Los tres estamos algo mareados luego de tanto brindis; tal vez yo lo esté más que mis dos amigos, pero continuamos brindando, mientras conversamos y bromeamos de todo y por todo a más no poder. El ambiente se presta para la joda, y no existe ningún tema que no tratemos o que se nos escape. Cada uno de nosotros tiene historia y hemos compartido todo tipo de anécdotas, de las buenas y de las no muy buenas, así que somos extremadamente irreverentes al momento de joder. Y jodemos con ahínco jarocho, sin respetar casi a nada ni a nadie. Lo que sí pareciera un acuerdo tácito entre nosotros es evitar inmiscuir a la familia. Nada que ver. Es un tema proscrito para la joda. Siempre nos jodemos cara a cara, directamente, viéndonos a los ojos. Ahí sí que no se salva nadie… por supuesto que no, bien sea por algo que hicimos o por algo que no hicimos, o por la amiguita que afanabas, o por cualquier “agarre”, “choque y fuga”, trampita o roche que se hizo público. No pedimos ni brindamos ningún tipo de tregua en estos asuntos. Nunca nos enredamos la lengua para pedir chepa, ni otras cojudeces. Después de todo, como dice la canción: “ya lo pasado, pasado, no me interesa…”.
La conversación está en lo mejor cuando, como ya se ha hecho costumbre en estas últimas semanas, salió a relucir lo de siempre.
—… Es que no es justo. Por un inocente correo se enfadó conmigo. No la entiendo. No sé porqué ha malinterpretado lo que le escribí.
—Ya comenzaste de nuevo con esa jarana lastimera. Ya suéltala.
—¡Es que no me parece justo!
—Qué justezas ni qué cojudeces. Te lo dije bien clarito: Échale un buen polvo y se va a poner sedita contigo.
—Así es, ya te lo repetimos en más de una ocasión: huevo con ella…
—¡No!… por eso no es. Ya les he repetido cuchucientos veces que yo hice lo que tenía que hacer. Se hizo lo que se pudo… ¿Por qué me hacen repetirlo otra vez?
—Será porque te conocemos y sabemos que eres medio palero
—¿Medio palero?… ¡Palerazo!… Hablando en serio, ¿te la cepillaste, sí o no?
—Carajo, ya les dije que sí… ¿O es que acaso no me creen?
Conozco a este granuja desde siempre y sé que no sabe mentir, aunque siempre insiste en intentarlo. Lo miro directamente a los ojos tratando de descifrar la verdad en ellos. Me sostiene la mirada unos segundos, y luego la desvía hacia el suelo. Dudo.
—Creo que este pendeivis nos está engañando. Para mí que no hubo matanga ni katanga… pero hay que otorgarle el beneficio de la duda. Después de todo, no creo que intente mentirnos sólo para que le paguemos un cebichón.
—¡Carajo! ¿Y por qué iba a mentirles?… Por supuesto que me la cepillé.
—Y entonces por qué se molestaría. Eso no tiene sentido. Más me suena a excusa. Tal vez se enfadó porque no se lo hiciste bien.
—¡Eso debe ser!… Más que seguro que no le hiciste un buen servicio y por eso se molestó.
—Como les gusta joder. Con ella usé lo mejor de mi repertorio. Miren que la hice subir y bajar varias veces del tobogán… ¡Si hasta la hice cantar como un zinzontle!
—Y dale tú con tu puto tobogán y con el pajarraco ese ¿Y quién miércoles ha escuchado como canta un puto zinzontle?
—Pero si ya les he explicado varias veces que, según mi experiencia, durante el sexo la mujer es como si subiera a un tobogán, y cuando llega al orgasmo es como si se deslizara cuesta abajo.
—Tal vez tu tobogán tiene un solo escalón, huevonazo.
—Eso es, seguro que tu tobogán es muy chiquitito.
No pude contener la risa por más tiempo. Me carcajeé tanto que me comenzó a doler el abdomen. Y no es que el tema de marras me interesara en lo más mínimo. Allá él si por fin se dio el gusto con su “roperito” como a veces la llama. Simplemente tengo mis dudas acerca de la veracidad de su relato. Y es que este pendeivis es un pésimo mentiroso y, cuando está ebrio, tiene muy mala memoria, por lo que ya se parece al tal Mamanchura ese, que en cada ocasión relata una versión diferente del mismo hecho.
Además, no puedo desaprovechar esta magnífica oportunidad para incomodarlo. Después de todo, él solito ha introducido su cabezota dentro de la guillotina, así que no puede quejarse si intentamos cercenársela.
—Pues la verdad es que no puedo imaginármela trinando como un zinzontle… con ese carácter de cachaco que se adivina en su cacharro. Para mí que no pasó nada.
—Pues se los vuelvo a repetir. Me la cepillé en dos ocasiones, primero esa misma noche, en Barranco, y luego el sábado siguiente, en su casa, después de prepararle un buen cebiche de pejerrey.
—Que raro entonces.
—Tus historias no me cuadran compa. Tus versiones son muy diferentes. Y si se ha molestado es por algo que no hiciste, o tal vez por algo que hiciste mal. Quizás no le satisfizo tu performance en el ring de las cuatro perillas. A ver, a ver… ¿te podemos preguntar al respecto?
—Pregunten nomás, que aquí estoy, par de pendejos.
—A ver… ¿cuántos polvitos al hilo?
—Uno nomás… ella no quiso repeticuá.
—¿Y hubo sopita?
—Por supuesto. Si fue ella misma quien entrecruzó sus piernas alrededor de mi cuello.
—¿Y te hizo un buen karaoke?
—Eso si que no hubo; ella dice que no le entra a esas vainas del mameluco, y no logré convencerla. Será para la próxima.
—¿Y qué tal se mueve?
—Ahí si que no pasa nada… como diría don Pedrito: cusí cusá.
—¿Y se lo hiciste por el chiquilín?
—¡Puta madre!…¡No sean pendejos!… ¿Cómo voy a darle la vuelta y hacer eso en el primer polvo? ¿Acaso ustedes lo harían? A ver respondan pues, pendejos.
—Por supuesto  —contestamos, casi en coro.
—Eso dicen ahora, pero ya quisiera verlos. Par de pendejos, hablan así sólo para joder.
—Pues no te hagas problemas. Si no nos crees podemos hacer una encuesta con los muchachos, a ver qué nos contestan  —le sugerí, comenzando a buscar mis contactos en mi teléfono celular.
—A ver pregúntales…
—Aló Hxxxxx, holas promo. Aquí estamos reunidos, intentando hacer una pequeña encuesta. Dime, ¿a la trampa por el chiquito en el primer polvo?
—Por supuesto. Por atroya, así ha sido siempre y siempre será.
—Gracias Hxxxxx, a ver si nos encontramos para la próxima  —Me despedí y continué llamando a los demás amigos. La respuesta fue unánime.
—¿Escuchaste huevonazo? Absolutamente todos están de acuerdo… ¡a la trampa con cariño y contra el tráfico desde el primer polvo!
—¡Ahhh!… Entonces eso debe ser pues, par de pendejos, lo que pasa es que ella no es mi trampa
—¿Cómo que no es tu trampa? ¿Y cómo la llamas entonces?
—Ella es mi amiga… sólo eso… mi amiga.
—¿O sea que a todas tus amigas te las tiras?
—¡No!… cómo va a ser, pero…
—Nada huevón. Si te la cepillas, y no es la firme, entonces es tu trampa… ¡Por definición!… No puede haber discusión.
—¡No jodan!… cómo va a ser eso.
—Eso es… además, si te la tiraste en más de una ocasión, tampoco califica como “choque y fuga”.
—¿Viste? Por si no te has dado cuenta, con un par de polvos todo cambió entre ustedes. Desde entonces es tu trampa, huevón.
—Y pensar que hasta hace poco la considerabas una diosa… Y con un par de polvos la convertiste en tramposa… ¡Como es la vida!… ¡De diosa a tramposa!
Nuevamente lo miré fijamente. Sus ojos parecían estar inmersos en una súbita meditación, como si estuviese evaluando el alcance de lo que nos estaba narrando. Si hubiese más silencio seguro que podría escuchar los engranajes de su cerebro trabajando a toda máquina para encontrar una respuesta adecuada. Nada. Sólo silencio. Entonces me convencí. El muy pendeivis no decía la verdad. Viendo su expresión podría apostar que nos había mentido desde el principio. Para mí era evidente que nunca la había tocado. Sólo hacía falta hincarlo un poco más para que finalmente confiese. Con sonrojo he de reconocer que recurrimos al golpe más bajo que se nos ocurrió.
—¿Y, te acuerdas cuando compartimos la trampita aquella?
—Claro que sí. La pasamos requetebién.
—Entonces, estarás dispuesto a compartir tu nueva trampita… ¿no es cierto?… No creo que tengas problemas para convencerla.
Ahora sí que le estábamos dando en donde más le dolía. Fue un golpe muy bajo. Lo vi sumamente ofuscado, apretando los puños, con su famosa expresión de indio raco, pero sin saber cómo reaccionar. Todavía se resistía a confesar. Tuvimos que seguir fustigándolo con nuestras palabras.
—Por supuesto. Tendrás que compartirla. Después de todo, ya es toda una jugadoraza… ¿no es cierto?
—Y ahora que pienso acerca de eso, eres una verdadera mierda… ¿Cómo es posible que al gran amor de tu vida, a quien te quitaba el sueño, a la dueña de tu inspiración, a quien le escribiste cientos de poemas, la hayas convertido en una simple tramposa, en una jugadora, en una vil player?
Supongo que esta afrenta colmó el vaso de su paciencia. Sin notarlo nos pusimos mosca por si reaccionaba con violencia. Pero, para mi sorpresa, su expresión pasó de la cólera a la tristeza. Bajó la mirada y por fin desembuchó la verdad.
—Ya sé adónde quieren llegar, pendejos. Ya párenla. Está bien, les diré la verdad —Hizo una pausa para llenar su vaso y secarlo de inmediato. Luego prosiguió, con expresión resignada y voz entrecortada:
—Ella continúa siendo solamente mi amiga. Si, pendejos, sólo mi amiga. Nunca hubo sexo entre nosotros ¿Están contentos? No sé porque les mentí. Pero ya saben la verdad. Sólo hubo algunos toqueteos pero nada de sexo.
Lo vi totalmente abatido. Pero ahora tenía una expresión más resuelta. Por fin podía mirarnos a los ojos, con esa mirada límpida que siempre le he conocido. Supuse que se había quitado un gran peso de encima.
—¿Ya viste que decir la verdad no duele?
—Si, porque ya nos tenías cojudos. En cada ocasión dabas una versión diferente de tus encuentros con ella. Ya te estabas pareciendo cada vez más al tal Mamanchura, huevonazo.
—Es que ustedes no entienden, par de pendejos. Con ella nunca tuve un problema sexual… únicamente se trató de un problema sentimental… Sólo eso, únicamente un problema sentimental… Es que ustedes no entienden… ustedes no entienden…
Anonimus

1 comentario:

  1. hummm...Así que esas tenemos. Sigan abriendo el cofre de sus encuentros. La verdad tiene una ventaja, no se puede esconder...Todo tiene un precio y se tiene que pagar. Ya verán..ya tendrán noticias muy pronto.

    ResponderEliminar