—¡Salud por ellas!…
—Si, compa… ¡aunque mal paguen!
—Así es, ¡Salud por ellas!… ¡aunque cobren!
La tarde ya termina y por fin la temperatura
comienza a descender. Hoy sí que ha hecho calor y el ambiente ha estado
propicio para el cebiche de costumbre y las cervezas de reglamento. Y, para
variar, estamos particularmente sedientos, así que entre los tres ya nos hemos
despachado más de una piscina de cerveza bien helada.
La propietaria del restaurante “Sabor Marino” está de plácemes; aunque
no acudimos tan seguido como ella quisiera, ya nos conoce y nos considera
habituales en su local, así que nos brinda el mejor trato, y ya no nos incomoda
cobrándonos el consumo por adelantado.
Los tres estamos algo mareados luego de tanto
brindis; tal vez yo lo esté más que mis dos amigos, pero continuamos brindando,
mientras conversamos y bromeamos de todo y por todo a más no poder. El ambiente
se presta para la joda, y no existe
ningún tema que no tratemos o que se nos escape. Cada uno de nosotros tiene
historia y hemos compartido todo tipo de anécdotas, de las buenas y de las no
muy buenas, así que somos extremadamente irreverentes al momento de joder. Y
jodemos con ahínco jarocho, sin
respetar casi a nada ni a nadie. Lo que sí pareciera un acuerdo tácito entre
nosotros es evitar inmiscuir a la familia. Nada que ver. Es un tema proscrito
para la joda. Siempre nos jodemos cara a cara, directamente, viéndonos a los
ojos. Ahí sí que no se salva nadie… por supuesto que no, bien sea por algo que
hicimos o por algo que no hicimos, o por la amiguita que afanabas, o por
cualquier “agarre”, “choque y fuga”, trampita o roche que se hizo público. No
pedimos ni brindamos ningún tipo de tregua en estos asuntos. Nunca nos
enredamos la lengua para pedir chepa,
ni otras cojudeces. Después de todo, como dice la canción: “ya lo pasado, pasado, no me interesa…”.
La conversación está en lo mejor cuando, como
ya se ha hecho costumbre en estas últimas semanas, salió a relucir lo de
siempre.
—… Es que no es justo. Por un inocente correo
se enfadó conmigo. No la entiendo. No sé porqué ha malinterpretado lo que le
escribí.
—Ya comenzaste de nuevo con esa jarana
lastimera. Ya suéltala.
—¡Es que no me parece justo!
—Qué justezas ni qué cojudeces. Te lo dije
bien clarito: Échale un buen polvo y se va a poner sedita contigo.
—Así es, ya te lo repetimos en más de una
ocasión: huevo con ella…
—¡No!… por eso no es. Ya les he repetido cuchucientos veces que yo hice lo que
tenía que hacer. Se hizo lo que se pudo… ¿Por qué me hacen repetirlo otra vez?
—Será porque te conocemos y sabemos que eres
medio palero…
—¿Medio palero?…
¡Palerazo!… Hablando en serio, ¿te la
cepillaste, sí o no?
—Carajo, ya les dije que sí… ¿O es que acaso
no me creen?
Conozco a este granuja desde siempre y sé que
no sabe mentir, aunque siempre insiste en intentarlo. Lo miro directamente a
los ojos tratando de descifrar la verdad en ellos. Me sostiene la mirada unos
segundos, y luego la desvía hacia el suelo. Dudo.
—Creo que este pendeivis nos está engañando. Para mí que no hubo matanga ni katanga… pero hay que
otorgarle el beneficio de la duda. Después de todo, no creo que intente
mentirnos sólo para que le paguemos un cebichón.
—¡Carajo! ¿Y por qué iba a mentirles?… Por
supuesto que me la cepillé.
—Y entonces por qué se molestaría. Eso no tiene
sentido. Más me suena a excusa. Tal vez se enfadó porque no se lo hiciste bien.
—¡Eso debe ser!… Más que seguro que no le
hiciste un buen servicio y por eso se molestó.
—Como les gusta joder. Con ella usé lo mejor
de mi repertorio. Miren que la hice subir y bajar varias veces del tobogán… ¡Si
hasta la hice cantar como un zinzontle!
—Y dale tú con tu puto tobogán y con el
pajarraco ese ¿Y quién miércoles ha escuchado como canta un puto zinzontle?
—Pero si ya les he explicado varias veces
que, según mi experiencia, durante el sexo la mujer es como si subiera a un
tobogán, y cuando llega al orgasmo es como si se deslizara cuesta abajo.
—Tal vez tu tobogán tiene un solo escalón, huevonazo.
—Eso es, seguro que tu tobogán es muy
chiquitito.
No pude contener la risa por más tiempo. Me
carcajeé tanto que me comenzó a doler el abdomen. Y no es que el tema de marras
me interesara en lo más mínimo. Allá él si por fin se dio el gusto con su
“roperito” como a veces la llama. Simplemente tengo mis dudas acerca de la veracidad
de su relato. Y es que este pendeivis
es un pésimo mentiroso y, cuando está ebrio, tiene muy mala memoria, por lo que
ya se parece al tal Mamanchura ese,
que en cada ocasión relata una versión diferente del mismo hecho.
Además, no puedo desaprovechar esta magnífica
oportunidad para incomodarlo. Después de todo, él solito ha introducido su
cabezota dentro de la guillotina, así que no puede quejarse si intentamos
cercenársela.
—Pues la verdad es que no puedo imaginármela
trinando como un zinzontle… con ese carácter de cachaco que se adivina en su cacharro. Para mí que no pasó nada.
—Pues se los vuelvo a repetir. Me la cepillé
en dos ocasiones, primero esa misma noche, en Barranco, y luego el sábado
siguiente, en su casa, después de prepararle un buen cebiche de pejerrey.
—Que raro entonces.
—Tus historias no me cuadran compa. Tus
versiones son muy diferentes. Y si se ha molestado es por algo que no hiciste,
o tal vez por algo que hiciste mal. Quizás no le satisfizo tu performance en el
ring de las cuatro perillas. A ver, a ver… ¿te podemos preguntar al respecto?
—Pregunten nomás, que aquí estoy, par de
pendejos.
—A ver… ¿cuántos polvitos al hilo?
—Uno nomás… ella no quiso repeticuá.
—¿Y hubo sopita?
—Por supuesto. Si fue ella misma quien
entrecruzó sus piernas alrededor de mi cuello.
—¿Y te hizo un buen karaoke?
—Eso si que no hubo; ella dice que no le
entra a esas vainas del mameluco, y
no logré convencerla. Será para la próxima.
—¿Y qué tal se mueve?
—Ahí si que no pasa nada… como diría don
Pedrito: cusí cusá.
—¿Y se lo hiciste por el chiquilín?
—¡Puta madre!…¡No sean pendejos!… ¿Cómo voy a
darle la vuelta y hacer eso en el primer polvo?
¿Acaso ustedes lo harían? A ver respondan pues, pendejos.
—Por supuesto —contestamos, casi en coro.
—Eso dicen ahora, pero ya quisiera verlos. Par
de pendejos, hablan así sólo para joder.
—Pues no te hagas problemas. Si no nos crees
podemos hacer una encuesta con los muchachos, a ver qué nos contestan —le sugerí, comenzando a buscar mis contactos
en mi teléfono celular.
—A ver pregúntales…
—Aló Hxxxxx, holas promo. Aquí estamos
reunidos, intentando hacer una pequeña encuesta. Dime, ¿a la trampa por el chiquito en el primer polvo?
—Por supuesto. Por atroya, así ha sido siempre y siempre será.
—Gracias Hxxxxx, a ver si nos encontramos
para la próxima —Me despedí y continué
llamando a los demás amigos. La respuesta fue unánime.
—¿Escuchaste huevonazo? Absolutamente todos están de acuerdo… ¡a la trampa con cariño y contra el tráfico desde el primer polvo!
—¡Ahhh!… Entonces eso debe ser pues, par de
pendejos, lo que pasa es que ella no es mi trampa…
—¿Cómo que no es tu trampa? ¿Y cómo la llamas entonces?
—Ella es mi amiga… sólo eso… mi amiga.
—¿O sea que a todas tus amigas te las tiras?
—¡No!… cómo va a ser, pero…
—Nada huevón.
Si te la cepillas, y no es la firme,
entonces es tu trampa… ¡Por
definición!… No puede haber discusión.
—¡No jodan!… cómo va a ser eso.
—Eso es… además, si te la tiraste en más de
una ocasión, tampoco califica como “choque y fuga”.
—¿Viste? Por si no te has dado cuenta, con un
par de polvos todo cambió entre
ustedes. Desde entonces es tu trampa,
huevón.
—Y pensar que hasta hace poco la considerabas
una diosa… Y con un par de polvos la convertiste en tramposa… ¡Como es la
vida!… ¡De diosa a tramposa!
Nuevamente lo miré fijamente. Sus ojos
parecían estar inmersos en una súbita meditación, como si estuviese evaluando
el alcance de lo que nos estaba narrando. Si hubiese más silencio seguro que
podría escuchar los engranajes de su cerebro trabajando a toda máquina para
encontrar una respuesta adecuada. Nada. Sólo silencio. Entonces me convencí. El
muy pendeivis no decía la verdad. Viendo su expresión podría apostar que nos
había mentido desde el principio. Para mí era evidente que nunca la había
tocado. Sólo hacía falta hincarlo un poco más para que finalmente confiese. Con
sonrojo he de reconocer que recurrimos al golpe más bajo que se nos ocurrió.
—¿Y, te acuerdas cuando compartimos la trampita aquella?
—Claro que sí. La pasamos requetebién.
—Entonces, estarás dispuesto a compartir tu
nueva trampita… ¿no es cierto?… No creo que tengas problemas para convencerla.
Ahora sí que le estábamos dando en donde más le
dolía. Fue un golpe muy bajo. Lo vi sumamente ofuscado, apretando los puños,
con su famosa expresión de indio raco,
pero sin saber cómo reaccionar. Todavía se resistía a confesar. Tuvimos que
seguir fustigándolo con nuestras palabras.
—Por supuesto. Tendrás que compartirla.
Después de todo, ya es toda una jugadoraza… ¿no es cierto?
—Y ahora que pienso acerca de eso, eres una
verdadera mierda… ¿Cómo es posible que al gran amor de tu vida, a quien te
quitaba el sueño, a la dueña de tu inspiración, a quien le escribiste cientos
de poemas, la hayas convertido en una simple tramposa, en una jugadora, en una
vil player?
Supongo que esta afrenta colmó el vaso de su
paciencia. Sin notarlo nos pusimos mosca
por si reaccionaba con violencia. Pero, para mi sorpresa, su expresión pasó de
la cólera a la tristeza. Bajó la mirada y por fin desembuchó la verdad.
—Ya sé adónde quieren llegar, pendejos. Ya
párenla. Está bien, les diré la verdad —Hizo una pausa para llenar su vaso y
secarlo de inmediato. Luego prosiguió, con expresión resignada y voz
entrecortada:
—Ella continúa siendo solamente mi amiga. Si,
pendejos, sólo mi amiga. Nunca hubo sexo entre nosotros ¿Están contentos? No sé
porque les mentí. Pero ya saben la verdad. Sólo hubo algunos toqueteos pero
nada de sexo.
Lo vi totalmente abatido. Pero ahora tenía
una expresión más resuelta. Por fin podía mirarnos a los ojos, con esa mirada
límpida que siempre le he conocido. Supuse que se había quitado un gran peso de
encima.
—¿Ya viste que decir la verdad no duele?
—Si, porque ya nos tenías cojudos. En cada
ocasión dabas una versión diferente de tus encuentros con ella. Ya te estabas
pareciendo cada vez más al tal Mamanchura,
huevonazo.
—Es que ustedes no entienden, par de
pendejos. Con ella nunca tuve un problema sexual… únicamente se trató de un
problema sentimental… Sólo eso, únicamente un problema sentimental… Es que
ustedes no entienden… ustedes no entienden…
Anonimus
hummm...Así que esas tenemos. Sigan abriendo el cofre de sus encuentros. La verdad tiene una ventaja, no se puede esconder...Todo tiene un precio y se tiene que pagar. Ya verán..ya tendrán noticias muy pronto.
ResponderEliminar