Definitivamente que aquel no había sido un
buen día para excavar. El sol ya alcanzaba su cénit y el calor prácticamente
nos estaba abrasando. Estábamos solos, alejados de todo, en medio de la nada.
No había sombra en donde guarecernos y, para colmo, nuestra provisión de agua
escaseaba. Sólo nos protegían unos gorritos, pero nada de eso parecía
preocuparnos a Joel, a Charly o a mí.
En ese momento era mi turno de excavar; me
encontraba de pie, en el fondo de uno de los varios hoyos que habíamos estado
cavando desde hacía varias horas. En esta fosa, como en las demás, ya habríamos
superado el metro de profundidad y todavía no encontrábamos nada, pero eso no
nos amilanaba.
Con ayuda de nuestra pala, proseguí con la
tarea de extraer la tierra que se encontraba debajo de mis pies, arrojándola
suavemente hacia afuera. No había viento, pero cada lampada de tierra se
convertía en una nueva nube de polvo. Continué así durante no sé que tiempo
hasta que, realmente agotado, hice una pequeña pausa para descansar un poquito.
Respiré profundamente, me erguí y, apoyándome en el manubrio de la lampa,
levanté la mirada para ver a mis camaradas.
Y durante un instante no pude reconocerlos:
estaban totalmente cubiertos de polvo y el sudor, al descender por sus rostros,
había dibujado unos surcos que le daban una apariencia cómica a sus facciones.
Era como si se les hubiese colocado una máscara de tierra con pinceladas de
barro.
Y aunque ya llevábamos más de tres horas en
nuestro afán excavador, no me explico porqué recién me percataba de su aspecto.
Supongo que se debería a que los tres concentrábamos toda nuestra atención en
lo que iba apareciendo en el fondo del hoyo que estábamos excavando, para ver
si por fin descubríamos algo.
Observé a mis amigos con atención y no pude
contener el ataque de risa. Y mi risa se convirtió en carcajada cuando los vi
mirarme con una mueca de interrogación y disgusto, que no hacía más que
acentuar lo grotesco en sus semblantes.
—¿Y a éste qué le pasa?… ¿De qué te ríes huevonazo?
—¿Qué te ocurre?… ¿Acaso el sol ya te
sancochó el cerebro?
Con gran esfuerzo logré dejar de reír, y con
falsa seriedad, les contesté:
—No jodan que me veo igual que ustedes.
Recién en ese momento parecieron tomar
conciencia del porqué de mi risa. Me miraron con detenimiento y luego se
echaron un vistazo entre ellos. Entonces, entre carcajadas, se increparon:
—¡Puta madre! Estamos hechos una mierda.
—¡No jodan que estamos así de horripilantes!…
¡Puta madre! Necesitamos un baño urgente ¿de quién fue esta puta idea?
¡De quién sería la idea! Ese dato no lo
recuerdo, aunque lo más probable es que hubiese surgido en una de nuestras
innumerables visitas al ex-Fundo Márquez. Para quienes no lo conocen, este
lugar se ubica en el distrito de Ventanilla, en el Callao, vecino a la refinería
“La Pampilla”, a orillas del mar y en la margen izquierda del Río Chillón, que
en aquellos tiempos todavía gozaba de agua cristalina y de infinidad de
pececitos. Paralelo a él se encuentra enclavada una cadena de cerros no muy
elevados, y detrás de ellos florece el valle del Chillón, en donde se
desarrolla una pequeña industria vitivinícola. Al norte del río se encuentra la
“Pampa de los perros”, una gran zona arqueológica, que desde entonces estaba
destinada a la crianza de cerdos.
Durante los ochentas, habíamos convertido al ex-Fundo
Márquez en uno de nuestros inocentes centros de operaciones, en donde solíamos
pasar más de un fin de semana. No sólo porque se ubicaba a una razonable
distancia de nuestras casas y allí tenía su domicilio nuestro buen amigo Marcolino,
quien vivía solito, con todo lo que eso implicaba, sino también por la
presencia de algunas de sus vecinitas, quienes realmente estaban como querían.
Además, podíamos disfrutar del mar y del río, y aventurarnos a recorrer los
cerros circunvecinos.
Con el ímpetu de nuestros casi veinte años de
edad, habíamos explorado casi todos los rincones cercanos. Trepamos los cerros
aledaños y, al recorrer estos inhóspitos lugares, nos topamos con todo tipo
hallazgos; desde sitios en donde aparentemente se habían practicado rituales de
magia negra, con velas de colores, fotografías, muñequitos, prendas, fogatas y
otros mejunjes relacionados, hasta zonas arqueológicas muy poco conocidas en
ese entonces.
En una de estas zonas arqueológicas, fuera de
su área intangible, descubrimos un lugar que había sido sistemáticamente
huaqueado, lo cual era atestiguado por la infinidad de hoyos excavados y la
gran cantidad de osamentas que estaban regadas por doquier. Es muy probable que
esto nos indujera a enfrascarnos en esta aventura de intentar recuperar un
esqueleto completito, con la idea de articularlo posteriormente, tal como
habíamos hecho hace unos meses con otro esqueleto que conseguí durante mis
estudios de Anatomía.
El hecho fue que, en algún momento, acordamos
embarcarnos en esta pequeña odisea, en la cual esta vez no habría hembritas de
por medio. Así que planificamos pernoctar en la casa de nuestro buen amigo
Marcolino, con la idea de salir tempranito con destino a la zona que ya
conocíamos. Lamentablemente, a último minuto Marcolino tuvo algún percance y
desistió de acompañarnos, pero nos proveyó de una lampa y unos costales de yute
para recolectar lo que hallásemos. Con esta deserción nos convertimos en tres
de cuatro, y partí junto con Charly y Joel a recorrer todos aquellos cerros
durante unas dos horas, atravesando las rutas que ya conocíamos, hasta llegar
al sitio en donde nos encontrábamos en ese momento.
—Naca
la pirinaca —sentencié, mientras les hacía gestos a Charly y a Joel, para
que me extendiesen sus brazos y así ayudarme a salir del agujero—, parece que
en este hueco no pasa nada…
—Así es —contestó Charly con expresión de
desesperanza—, parece que como huaqueros somos un fracaso. Ya excavamos cuatro
hoyos y no hemos encontrado nada de nada…
—¿Hacemos un último intento? —nos exhortó
Joel—, todavía es muy temprano para darnos por vencidos.
Así que decidimos cambiar de lugar. Nos
alejamos del último pozo y elegimos un nuevo sitio en donde volver a iniciar la
faena. Y esta vez el éxito nos sonrió, pues no habríamos cavado ni medio metro
de profundidad cuando por fin encontramos algo. Eran unas mantas muy raídas.
Esto reavivó de inmediato nuestro ímpetu excavador. Y fuimos turnándonos para
ir desenterrando, con ayuda de nuestra pala, lo que al final sería un gran
fardo ovoide, que mediría algo más de un metro de alto. Con exquisito cuidado
comenzamos a descubrirlo, hasta que por fin lo aislamos por completo.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Habrá que abrirlo para ver su contenido.
Emocionados comenzamos a retirar las telas
que lo envolvían. Eran unos mantos sumamente antiguos, que se iban rayendo
conforme los íbamos retirando. Había unas cuatro o cinco capas de estos mantos,
debajo de las cuales encontramos otras tantas capas de algodón que envolvían a
un cadáver momificado, acuclillado, en posición fetal. Casi de inmediato se
desprendió un hedor casi insoportable, que inicialmente pretendimos
contrarrestar utilizando nuestros polos como máscaras, pero que finalmente
tuvimos que ignorar como si estuviésemos momentáneamente privados del olfato.
Debía tratarse de la momia de una mujer joven,
pues en la parte inferior del fardo encontramos unas pequeñas canastas de paja
que contenían unas primorosas ruecas, agujas hechas de hueso, ovillos de hilo y
numerosos trozos de algodón de diferentes colores, junto a algunas vasijas de
barro dentro de las cuales se había depositado diversidad de granos y mazorcas.
Durante unos minutos permanecimos mudos,
pasmados ante lo que aparecía paulatinamente ante nuestros ojos. Ninguno
comentaba nada. Tan solo contemplábamos nuestro hallazgo. El calor no cesaba y
el hedor no disminuía. En el cielo, una multitud de gallinazos volaba en
círculos, como expectando lo que ocurría a nuestro alrededor.
Vamos a ver la momia —sugerí—, y terminé de
retirar las capas de algodón. No cabíamos en nuestro asombro cuando descubrimos
la osamenta que se encontraba en el interior. La sequedad del ambiente la había
momificado parcialmente. Sin embargo, nos quedamos totalmente estupefactos
cuando, luego de descubrirla por completo, caímos en la cuenta de que ¡la momia
no tenía cabeza! En vano la buscamos en el interior del fardo y en los
alrededores. No había ningún rastro del cráneo, ninguna pieza dental, nada.
Surgió una infinidad de interrogantes ¿Por qué extrañas razones a este
esqueleto le faltaría la calavera? ¿Sería la decapitación la causa de la
muerte? ¿O la habrían descabezado después de muerta? Este fue un detalle que
entonces, y aún ahora, no deja de llamarnos la atención y es motivo de más de
una conversación…
Y comenzamos con la minuciosa tarea de
recolectar los huesos. Yo los iba retirando uno a uno, mientras se los
entregaba a Charly y a Joel, quienes se encargaban de colocarlos cuidadosamente
dentro de los costales de yute que Marcolino nos había facilitado. Hasta me
tomé el trabajo de rotular con un lápiz cada hueso, cada costilla y cada
vértebra, con la idea de facilitar el futuro ensamblaje del esqueleto.
Empacamos todo cuidadosamente y emprendimos el camino de regreso. En estos
momentos ya no nos preocupaba el calor ni la falta de agua. Habíamos conseguido
nuestro objetivo y eso era lo principal. Un par de horas más y estaríamos de
vuelta en casa de Marcolino, en donde podríamos darnos un buen baño,
refrescarnos y matar el hambre que nos amenazaba.
Ya en casa de Marcolino, convenientemente
aseados, procedimos a hidratarnos con algunas cervecitas bien heladas, mientras
ayudábamos a Charly, quien se aprestaba a preparar uno de sus exquisitos
cebiches con el pescado y demás ingredientes que Marcolino había tenido la
previsión de comprar. En este aspecto, desde el inicio de nuestra amistad, el
buen Charly se convirtió en un integrante indispensable en nuestras
excursiones, viajes y escapadas, pues era el único entre nosotros que cocinaba
decentemente, lo que nos obligó a recurrir a sus habilidades culinarias en
innumerables ocasiones.
Sentados a la mesa, compartiendo nuestro
cebichón, los comentarios no se hicieron esperar ¡Vaya aventura! ¡Objetivo
cumplido! Que gran tema de conversación. Y entre brindis, la plática se
prolongó durante varias horas pues, en aquel momento, el esqueleto que habíamos
encontrado se convirtió en un objeto muy preciado, que en alguna forma estaba
galvanizando nuestra relación amical, pues para conseguirlo habíamos bregado
muy duro, hombro con hombro, hasta quedar prácticamente extenuados. Pero al
final el esqueleto estaba allí, para atestiguar nuestro logro.
Y llegó la hora de volver a nuestras casas,
así que procedimos a embalar a nuestro esqueleto sin cabeza dentro de una caja
de cartón, que aseguramos con cinta adhesiva. Era de noche cuando nos
embarcamos con rumbo a nuestros hogares. Nos despedimos de Marcolino y
encendimos unos cigarrillos que disfrutamos con fruición, mientras caminábamos
con dirección al paradero en donde abordaríamos el ómnibus que nos llevaría a
nuestro distrito. Acordamos dejar la caja que contenía la osamenta en la casa
de Charly, en donde supusimos que se encontraría a buen recaudo, hasta que por
fin nos animásemos a articular todo el esqueleto.
¡Por fin habíamos compartido una aventura en
la cual no había participado ninguna hembrita!
Al menos eso fue lo que pensamos Joel y yo,
porque con el palangana de Charly nunca se sabe. Y el tiempo nos lo demostró,
pues luego de unas semanas, para nuestra sorpresa y decepción, pudimos
enterarnos de que, el muy perruno, había decidido por sí y ante sí involucrar
secretamente a una fémina en este asunto, dándole otro destino al dichoso
esqueleto, que tanto esfuerzo nos costó conseguir… Pero esa es otra historia,
que tal vez en otra ocasión me anime a relatar…
Anonimus
No hay comentarios:
Publicar un comentario