jueves, 5 de julio de 2012

El Big Bang

Y vio Dios todo lo que había hecho después del Génesis, Big Bang, Inflación Cósmica o como quieran llamarlo.

Entonces pasaron todos los eones, las eras, los milenios, los periodos, las épocas, las edades, los años… Y en ese ir y venir Dios provocó un diluvio universal que desapareció a cuanto humano estuvo en pie, pero el patriarca Noé, su familia y Utnapishtim siguieron viviendo. Pero no parecía satisfecho, entonces envió a Josué para apoderarse de Jericó y pasar cuchillo a todo ser vivo presente en su interior, pero la prostituta Rajab, junto con su padre, sus hermanos y toda su familia siguieron viviendo… Entonces apareció Herodes I el Grande y ordenó la Matanza de los Inocentes, pero el niño Jesús siguió viviendo. Después, Urbano II exhortó a los cruzados a socorrer al emperador bizantino para contener la invasión musulmana —“Dios lo quiere”—, les dijo, y cebaron a los musulmanes, judíos, cristianos y a todos los que encontraron en su camino, pero los soldados que defendían la llamada Torre de David siguieron viviendo… Entonces llegó la peste negra y se llevó a los judíos y no judíos que sobrevivieron a todos estos acontecimientos, pero el humano siguió viviendo… Después llegó Colón, la viruela y el exterminio de los “indios”, pero los americanos siguieron viviendo. Luego Pizarro y sus muertos de hambre invadieron y destrozaron el Tahuantinsuyo, pero los criollos siguieron viviendo, y con ellos los “indios” a su alrededor. Entonces llegó la era del guano, la guerra con España, el contrato Dreyfus, el monopolio del salitre y la Guerra del Pacífico y la explotación del caucho en un país llamado ¡Perú!, pero la aristocracia, que explotaba a los “indios”, siguió viviendo. Así llegó el sistema tripartito con la primavera democrática y el Ochenio de un tal Odría y sus “Hechos y no palabras”, y los apristas y los rojos siguieron viviendo. Hasta que un orgasmo con todos sus recutecos hizo el milagro, y la luz se hizo sombra y nació el indio. Entonces apareció Charly como una sombra ineludible, prisionero en tu suelo, indio cautivo...

Al año lo bautizaron en la iglesia del barrio. Y dicen que aquel día hacía mucho frio y había una espesa neblina. Cuando llegaron a la casa, inmediatamente lo colocaron en medio de la familia e invitados; y como sobrevivía por sí mismo, todos se condolieron hipócritamente. ¿No será hijo de Mefistófeles? ¿O solo es un murciélago?, susurró la más chismosa, que llevaba puesto un sombrero de paja. “¡Qué marroncito, pero está bonito!” —exclamó otra vecina, provocando en su rostro una jeta de cerdo. “Y tiene el pelo lacio, como un chino” —dijo otra. Solo su madre, alzando la voz, se felicitó por este primor que había salido de su vientre. Al fin de cuentas, no era culpa de él, y nadie tenía porque excusarse. Los genes son los genes, y se trasmiten de generación en generación.

Y fue así como se le proporcionó a uno de los barrios chalacos este espécimen único en su género. Desde entonces, y a pesar de todo, fue criado con esmero y razón. Primero, íntima y cariñosamente; después, con el correazo y la correteada palo en mano por haberse pasado de chistoso. Tal vez uno de los tantos palos que recibió, hizo blanco en la cabeza de Charly. Esta es la única explicación que se ha conjeturado para entender el comportamiento de este primate que no se atreve a cambiar. Único en su especie por su abominable terquedad.

Sin equivocarme en fechas, horas, amigos, colegas y circunstancias, les iré enumerando todas y cada una de las bestialidades cometidas por Charly. Las que se dan a partir del momento en que tuvo la desgracia de conocer a una flaquita, cegatona y reservada. Acaso ustedes se quedarán morados o pálidos por la catarata de estupideces que Charly logró acumular, tanto como Bill Gates su fortuna.

Finalizaba los años setentas e ingresábamos a los grandiosos años ochenta, cuando Charly, erguido como un mono, fue en busca de su amada e idealizada flaquita.

Pero tenemos que detenernos y agregar un pequeño inconveniente: Charly no trabajaba, en el sentido estricto y perentorio de la palabra. Y es por este pequeño y consentido legajo en su contra, que sus bolsillos no pesaban ni un gramo. Puestos al derecho y al revés, solo presentaban un vacío oscuro y casi perfecto. Para variar, no tenía obligaciones de ninguna especie. En su inútil perfección, y por la fuerza de la costumbre, pasaba el tiempo en la lectura. Un poco por eso, logró que su filosofía ante la vida consistiera en sobarse, plácida y armoniosamente, la manija. Aunque a veces, lleno de alucinaciones, imaginaba lo que haría el día en el cual su flaquita lo aceptara… Tener sexo y reproducirse, por ejemplo, era una de sus opciones trascendentales. Conclusión al que llegó al entender bien la prehistoria; fijándose principalmente en aquella, la de la primera vez en que el homo sapiens, subiéndose sobre su mona, danzó como un gorila. Para él, que había entendido bien este principio, no cabían conjeturas: ese era y sería para el hombre su deporte favorito.

Sus amigos no lograban hacerle entender que, en la vida real, hay cosas más importantes que solo darle gusto al cuerpo. Les parecía cruel y hasta un sacrilegio, que su amigo estuviera perdiendo el tiempo zambullido en la penumbra de sus pensamientos libidinosos. Por lo tanto, él tenía que estudiar duro y parejo, y también aprender otros idiomas. Para ellos, que lo querían mucho, Charly merecía ser todo un profesional de cabo a rabo, alguien en este mundo. Porque, la dura vida consistía en ello, y no solo en pasarla bien con sus pensamientos y sueños placenteros. Pero él, torpemente, no los escuchaba.

Bueno, honestamente, en esto yo concuerdo con Charly. Y coincidir con Charly ya es todo un problema. Pero, en fin, no es asunto mío, sino el de sus amigos.

Pero sigamos… Les decía que Charly iba al encuentro de su flaquita. El día era húmedo y él caminaba zigzagueante. Ya cerca del objetivo, reconoció la puerta. Sonó el timbre y ella salió y se encontraron frente a frente. Él hizo unos gestos y balbuceó algunas palabras. Ella, sin pensarlo, le contestó. Él inmediatamente identificó la voz que le había contestado. Fue entonces cuando se produjo el deshielo. La temperatura de su cuerpo subió a más de 40 grados y tembló inesperadamente con grado 10 en la escala de Mercalli, lo que originó la desintegración de sus cavilados pensamientos.

En efecto, las aguas y la sangre en su cerebro se expandieron, como un globo de chicle, logrando un big bang en sus neuronas. Lo que originó que el paraíso mental de Charly se fuera a la mismísima mierda. Su flaquita, a quien maceraba con un terrible miedo, pero amorosamente, día a día, segundo a segundo, desde el cuarto de secundaria, le dijo que “¡SÍ!”. Que ¡Sí! y en su primer intento de invitación al cine. ¡No! No lo podía creer… ¿Por qué no se hizo la difícil? ¿Por qué?

¡Pero le dijo que sí!...

Es decir, como ocurre siempre en estos casos, el Sí logró en Charly profundos cambios estructurales y hormonales. Su andamiaje, creado e imaginado con tanta pasión, se desparramó como casino de naipes. ¿Por qué se la hizo tan fácil? ¡Por qué!

Luego de lo ocurrido, el muy bruto de Charly se largó inmediata y sigilosamente sin propinarle siquiera un besito de despedida. Sentado en el trono de Zeus, en el Olimpo, su soberbia fue como el primer diluvio: ¡Universal!

Esa fue su perdición. Haber creído que ya la tenía comiendo de su mano.

Camino a casa, obligado, solo el viento le hacía detenerse un poco. Ya en su cuarto, hamacado en un sillón, se hizo infinitas preguntas, las que al final lograron un incomprensible e intrincado acertijo cuántico. En este extraño vértigo de preguntas y respuestas, se imaginaba ser el gato en la paradoja de Schrödinger. ¿Estoy vivo o estoy muerto? —se preguntaba. Abrazado a esta interrogante, un laberinto de símbolos matemáticos parecía hacer colisión en su cerebro. Era increíble…, pero salían chispas como un rayo, vulcanizándole las neuronas.

El pobre Charly no sabía lo que le esperaba.

Los sabios ya hemos explicado que a las mujeres no se les puede dar un diferencial de ventaja. Fue por este axioma, que no merece hipótesis, que el gran Charly simplemente se fue de cara y perdió el dominio de la oportunidad.

Mejor dicho, Charly se dedicó, ciegamente, a sus divagaciones y dejó de originar pensadas y originales triquiñuelas y estar un paso adelante. Absurdamente, en cinco minutos se planteó un statu quo, mediante el cual él le proporcionaría el calor necesario y ella su compañía y amor ideal… Ahora lo acompañaría Goethe… y Charly vendería su alma al diablo.

Así, ya todo puesto en su lugar, Charly se vistió preferiblemente y no tuvo mejor idea que irse de juerga un día antes de la susodicha cita. Su prima se casaba y él tenía que estar presente, fuera como fuese. Era una manera de celebrar el inicio de la conquista del Perú y del nuevo mundo; porque ya era un Pizarro repartiendo el tesoro del Sapa Inca Atahualpa; era el joven Alejandro después de haber ganado la batalla junto a su padre a las polis griegas en Queronea, y el de Gaugamela contra el ejército persa de Darío III. Porque él, después del Sí, comprobó, tácitamente, que su flaquita pertenecía al sexo débil. Apresurándose a creer que ella era solo una papayita trozada y lista para ingresar a la licuadora.

Pero, no. No, no…

Sigamos… Adivinen, ¿qué?

Exacto. El pollo de Charly se mandó con todo en el gran festejo del matricidio hasta que el suelo fue su límite. Chupó a vaso lleno, hasta morir, sin dejar siquiera el conchito. Ya no era él, sus reflejos, su percepción más aguda y su intuición estaban bajo tierra. Cuando lo sacaron de la fiesta, estaba como pepeado, más muerto que esqueleto desenterrado y manipulado por alumnos de San Fernando.

Horas después, tirado sobre una cama deshecha, ni el zumbido de las palas de un taladro, ni las voces chillonas de los obreros que reventaban a tajo abierto un trozo de pista, lograban despertar al iracundo borracho. Parecía sumergido, profunda y placenteramente, en lo mejor del mundo onírico, porque sus labios esgrimían una sonrisita perruna y un rostro de idiota. Estuvo así hasta que uno de sus primos lo despertó de un sacudón. Charly, con la mirada perdida, con la cabeza adolorida, y sin saber dónde mierda se encontraba, solo atinó a preguntarle:

—Primo… ¿Ya es domingo? ¿Qué hora es?...

—Las diez de la mañana —le contestó el primo—. Vamos a comer un cebichito. Los otros primos ya salieron hace unos minutos.

—Muy bien. Espera un toque, voy a lavarme la cara.

Charly se encaminó muy deprisa al baño. Pero por la azarosa noche, su mente estaba en blanco y su estómago parecía contener varios galones de ácido muriático. A pesar de que le dijo no “tengo hambre”, si la tenía junto a una sed de los mil demonios.

Así partieron al encuentro de los otros primos. Ni bien llegó, se despachó un chupe de camarones, una jalea mixta, un cebichito —con la yapita de leche de tigre— y el chilcano de complemento. Naturalmente, se sentía un Cónsul romano después de una declarada orgía.

Ya repuesto del barril de chelas, Charly recordó que estaba en el mismo día de la cita pactada con su flaquita. Y ya eran las doce del mediodía. Entonces pensó —he ahí el problema— que todavía era temprano para volver a su barrio y dirigirse al encuentro con su amada. Ya que después de la comelona, se sentía fresco y ganador. Nada interrumpía su dicha y gloria. Su mujer ideal lo estaría esperando, bien arregladita y con su ropita nueva para la ocasión.

Como tambor chino, una voz aguardentosa se escucha.

—En el refrigerador del taller hay una cajita llena de chelas —dijo uno de sus primos, el zambito.

—Entonces hay que darle curso —respondió Lalo, el primo que lo sacó de su casa y lo llevó al matricidio el día anterior.

—Bueno, pero que sea una chiquita. A las cinco de la tarde tengo que estar en mi barrio… voy a salir por primera vez con una hembrita de mi promo. Es una flaquita que ya la tengo comiendo de mi mano. Se muere por mí —lo dijo con una soltura rotunda e inconmovible. El hombre estaba “sobradazo”, y hablaba con cara de cínico.

Mientras tanto, en la otra esquina, la flaquita se encontraba en espera de su galán de telenovela mexicana. El ejecutor de esta espera, de esta debilidad, entendía que su flaquita tenía alma de mártir. Ella era la señalada por el destino para sufrir a su lado, en silencio, y también para soportar su inmenso amor, estoicamente.

Bueno, eso era lo que creía Charly, que ahora sonreía furtiva y alegremente, tertuliando con sus primos; aunque a veces, se quedaba pensativo y mudo, como si recordara la susodicha cita; pero luego volvía a su alegría al agitar el vaso y encender un nuevo cigarrillo.

Cuando preguntó la hora por quinta vez, Charly concluyó que llegaría con retraso. Por ello hizo que le pasaran el teléfono y la llamó. Le dijo que llegaría un poco retrasado, pero que igual llegaría de todas maneras, cueste lo que cueste.

Una hora después, hizo una segunda llamada. Ya los cigarrillos y la cerveza habían hecho estragos en el cerebro de Charly, dejándolo en offside. Así cogiera un helicóptero, no había forma de llegar al compromiso. Por eso, solo atinó a decirle que para otra vez será. Es decir, quedó como un ser plumífero inestable, mediocre, farsante, desleal a sus palabras y otras plumas más.

Charly, en efecto, quedó como una zapatilla china de cinco soles y un caradura de miércoles, jueves y viernes; algo así como un borrachín de cantina de poca monta, y a quien botan junto con el aserrín y la basura. Pero esto no hizo mella en Charly. Su vanidad de macho, su donjuanismo, y los mecanismos de engranajes en su cerebro le hicieron pensar que no había perdido nada. Ya se le pasará a la flaquita, que se muere por él, y que a la siguiente semana la volvería a invitar. Tampoco era para tanto. Para ser más exactos, este homínido necesitaba demostrarse algo: que seguía siendo un seductor.

Lo que Charly no sabía es que su flaquita ya lo había examinado a profundidad; y que ahora consideraba, sin reserva alguna, que Charly estaba fuera del mercado matrimonial para ella. Lo había desaprobado, hiciera lo que hiciera; así se parara de cabeza o en cuatro patas como un perro. Y es por ello, que la aspirante a enamorada de Charly se sugirió esperar un poco. Porque para mujeres como esta, la venganza es dulce y gratificante. Estaba segura de que no era el último tren ni se quedaría a vestir ropa de santos como cualquier otra de su especie. Por lo tanto, la trama tenía que ser muy bien planificada; y para ello, le era imprescindible obtener más información. La que consistía en conocer a la familia, posición, ingresos y salidas, capacidad para el trabajo, sentido de la responsabilidad, y, por último, la obediencia. Esta era la principal. Y Charly parecía tenerla; más no así la capacidad para el trabajo, que para ella le era incierto.

Trascurrieron otros miles de años para Charly, aunque para sus congéneres el tiempo solo transcurrió como siempre: solo un añito más. Y su flaquita, luego de hacerse la difícil, como parte del plan, cedió ante sus miles de insistencias. En todo ese tiempo, Charly gastó una fortuna en llamadas... Hasta que sus ruegos hicieron efecto. Eso creía. Así, ahora, era toda una realidad la segunda cita y la planificada venganza.

A partir de ese momento, Charly estaba perdido. Ya no había amigo, siquiatra o poder sobrehumano que lo salvara. Charly se había lanzado, desde el trampolín más alto de su barrio, calatito, a una piscina sin agua.

Mientras tanto, la flaquita ya había escogido el lugar, la banca y fecha de su venganza. Tenía que ser un lugar con frondosos árboles, a la salida del cine y cuando a Charly se le hubieran subido los humos a la cabeza.

Y ese día llega. También el plan, por supuesto. Y es por esto, que cuando Charly quiere reaccionar, ya es demasiado tarde. Ahora está saliendo del cine y siendo llevado a la bendita banca de cemento, fría como una tumba, fría como la venganza misma; lo lleva —encadenado— de la mano. Charly parece ir sin dudas, bordeando la vereda: “¡La tengo de rodillas, muriéndose por mí!”, piensa, y se duerme en sus laureles, sin hacer ruidos, satisfecho; cree saber que él le interesa a ella.

Luego, no hay más que levantar el telón, y encontrar el inicio de un drama colmado de fresca y descarada tranquilidad. Romeo y Julieta es un mamotreto para lo que viene. Werner Herzog se quedaría impresionado con este antihéroe.

A partir de este momento, y apertrechada de todos los mecanismos que una mujer herida lleva consigo, la flaquita empezó con su gracia, con su risita a lo Mona Lisa…

—¿Has oído hablar de Raquel y Manuel? —pregunta, moviendo misteriosamente la cabeza.

—No. Hace mucho tiempo que no sé nada de ellos. Creo que eran enamorados en el colegio, ¿no? —responde Charly frunciendo las cejas.

—Sí. El sábado que pasó, se casaron… Él ya se graduó de Ingeniero y creo que van a ir a vivir en un lugar muy bonito… lleno de jardines.

El trampolín estaba listo para recibir a Charly.

Estas últimas palabras hicieron que su cerebro diera un trémulo brinco. Reponiéndose, trató de pensar. Entonces, bajo aquellos frondosos árboles, meditó.  ¡Grandísimo error!  porque sus neuronas ya estaban girando alrededor de Plutón. Como no queriendo entender la cosa, se quedó mudo y excitado, como en las peores películas de terror. Volviendo trabajosamente en sí, exasperado, logró peinarse los cabellos con las dos manos, y tomar aire, tratando de resucitar.

Ella, sin detenerse, dijo más; más embustes de todo calibre: Que su familia, que su vecino, que su primo… y un etcétera, “ahora viven de la gloria de ser unos buenos profesionales”.

Aquí se hizo la muda. No hubo más.

Charly sabía que nunca estuvo en sus planes ser un Rey o un Sultán, si es que él sabía que era un Sultán, y que no estaba en búsqueda de una Reina para su reinado.

El solo se conformaría con una mujer que lo ame y le dé hijos a los que él pudiera mantener de buena manera.

—Así. ¡Qué bien! —dijo Charly con toda dulzura e irónicamente.

La cosa empezó a ser más interesante —para ella por supuesto—. Charly ya no era dueño de la situación —si es que alguna vez lo fue—. Irguiéndose, se dio ánimo; entonces, las mentiras, una tras otra, acudieron a su mente. Volvió a sentarse, había olvidado lo que quiso proponerle al principio. Ahora quería abrumarla de mentiras, sin consideración, derrotarla grandiosamente.

—Yo estoy organizando una empresa de exportaciones. Va a ser una empresa de avanzada, grandiosa. —le dijo Charly sin dudas.

Charly realmente creía que todo lo que le contaba, palabra por palabra, iba a ser aceptada por la chica de sus sueños. Porque ella no daba muestras de sorpresa.

Entonces, su flaquita, levantando los hombros y echando sus cabellos lacios, negros y brillantes, hacia sus espaldas, le dijo:

—No sé nada de eso —lo pronunció secamente —no tengo la menor idea... Por otra parte —¡¿cuál otra parte?!—, déjame decirte de una vez y para siempre que no te creo nada.

Saltó la liebre… 

Ella tenía en sus manos el currículo de Charly.     

No necesitaba una agenda… ¡No! ¿Para qué? Este tipo de mujeres no la necesitan; ya nacen con un cerebro capaz de registrar y grabar en su memoria RAM y en el caché los más mínimos agravios y sacarlos a flote y pegártelo en la reverenda cara con un Ctrl + V (venganza) en el preciso y cronometrado tiempo.    

Sencillamente los sabios sabemos que a eso se le llama: “chantaje”. Esto logró que Charly quedara degollado y pataleando como pollo ingresado de cabeza en un cono. Ahora, todo estaba por hacerse de nuevo. Y es por esto que todo el cuerpo de Charly se quedó nuevamente paralizado.  

Su flaquita le respondió que ¡NO! ¡Que no te creo nada! Y se lo dijo en un tono tan rotundo que el pobre Charly tardó una vida para entenderlo. Y es que, a estas alturas del diálogo, Charly ya no manejaba ni su propia lengua materna; la situación le era francamente incómoda. Este golpe bajo lo dejó grogui y le removió todos los cimientos de su almidonada alma. Era tarde para pensar con tranquilidad, pero Charly terco como el mismo, se recupera y vuelve al ruedo, creyendo entrar a matar. Lo que no sabía es que a su flaquita le quedaban diez o quince ¡NO!

Ella se compadece y le da diez minutos de intermedio, porque entendía que ya lo tenía contra las cuerdas, y es por ello que prefirió darle un poco de respiro. “Parece que se me pasó la mano”, se dice.

Cuando salen de sus dos minutos de silencio, queda ya muy poco de Charly; solo le queda la urgencia de ir al baño. Ella, por su lado, como si estuviera acompañada de un gran público, levanta las orejas y el rabo de Charly, presumiendo ser una buena torera. Aplausos; muchos aplausos.

Charly, como sabemos, es un terco de mierda…

Piensa que se las sabe todas. Y es por eso, que la rodea y le da una perorata sobre la vida, el destino y el amor. Ella, meciendo su cartera, lo escucha muy atentamente. Sabe que ya tiene las orejas y el rabo de Charly. Y sabe también que tiene algo de experiencia; pues haciendo memoria, recuerda que en la secundaria un cantante de los cantantes y un zambito se le habían mandado de a cheque. Y que también, ni corta ni perezosa, los choteó más allá de la estratosfera; ya que aquel día, solo le bastó un par de frases que perduran por los siglos de los siglos, amen.

Luego de mirarse como gallitos, por unos segundos, ambos se quedan callados.

Suena la campana y ambos púgiles pasan a la vía de los hechos. Charly tontamente pide la revancha. Ella le concede.

La flaquita se pone en pie; sus huesos suenan y cree orgullosamente que están crocantes. Hace un ademán y lo observa de pies a cabeza, llena de arrogancia; parece buscar una interrogación mejor y lanzarse directo al cuello de Charly. Y lo hace.

—¿Quieres estar conmigo? —le dice, sonriendo sutilmente.

Charly pide diez minutos más de intermedio. Porque él sabe que sus neuronas han hecho un corto-circuito y lo han dejado con los ojos bizcos para afuera. Las rodillas se le doblan, y parece indispensable darle una respiración boca a boca. El pobre Charly es un paciente casi descerebrado, que apenas tiene algunos reflejos en el lóbulo frontal. Su rostro presenta una inconfundible expresión de idiota feliz.

Como es natural, Charly toma aire y se recupera. Hasta cree tener conciencia de lo que ocurre. Pero para mal, porque solo tiene dos caminos: o huye a la punta del Himalaya y se convierte en monje budista, o le dice Sí a su flaquita y el matrimonio lo resuelve todo. Él sabe que le será imposible vivir sin ella. Ella sabe que le será imposible vivir con él.

La flaquita entiende que es una autodidacta en estos temas del abrazo del oso y del choteo. Sabe que lo tiene al revés y doblándole el cuello. Por eso le da un poco de pena, se siente incómoda e inhibida, pero paralogizada hasta los límites. Se pregunta en que maldita hora conoció a este ser exhibicionista e inmaduro. “Peor es nada”, se dijo.

Traumatizado por aquella pregunta, Charly dará un pobre espectáculo a la hora de liquidar con su ambigua respuesta.

—¡Sí! Por supuesto…

Nuevamente la olla se llena de presión. Ahora está la pelota en la cancha de ella.

—¿Me amas?

No puedo negar que la pregunta viene con una corta mecha y fulminante; mejor dicho, el sol está pronto a convertirse en supernova.

—Sí. ¡Claro! —responde, con un tono tan rotundo que él mismo se lo cree.

La cosa no es tan fácil. Ojalá lo fuera en esta historia, pero NO.

Un largo silencio siguió, como si su flaquita se hubiera marchado y él estuviera hablando solo como un loco. Pero ella apareció otra vez como por arte de magia. Entonces, sus labios empezaron a moverse, inquisidoras, proyectándose a mil años en el futuro. Le quedó mirando atenta y le soltó como fuegos artificiales la siguiente y contundente pregunta:

—¿Y te casarías conmigo? —dijo con voz militar.

—¡Sí! —aúlla nuevamente Charly con una presión de treintaiocho y el corazón en ciento cincuenta pulsaciones por minuto.

Este golpe seco y por debajo del cinturón no deja que Charly pueda pensar. Ya es demasiado tarde para el iluminado mono.

A partir de ese momento puede ocurrir cualquier cataclismo. Y puede ser el principio para muchas cosas.

En esa perplejidad, la pareja empieza a perfeccionar su relación hasta que alcanza niveles exponenciales. El viento, como prediciendo lo que iba a ocurrir, saca susurros del follaje y está lista para una tormenta. La flaquita detuvo por un instante sus acaramelados labios y los refresca con el viento que le da en la cara. De pronto, detallando sus ideas, y sonriente como conductora de televisión, se apoya en el respaldo de la banca y estira la catapulta para lanzar la siguiente frase:

—Mi papá y mi mamá quieren hablar contigo…

Parecía que así planteadas las cosas Charly iría directo al matrimonio (que es a donde acaban todos los donjuanes del universo). El partido parecía un empate, un cinco a cinco y definido por penales. Para ser más reales, ella le había regalado cinco goles.

Pero no fue así.

Por el contrario, el apasionado Charly, que no estaba en condiciones de aceptar esta demanda, se deslizó sin ruido a lo largo de todos los pisos regionales que su pobre cerebro poseía, para ir en busca de una respuesta seria y real. No la halló. Entonces se sintió un pobre diablo a lado de su bella flaquita. Esto produjo su efecto, un efecto estúpidamente mágico. La miró, desconcertado. Buscaba un hueco para hundir la cabeza. ¿Qué iba a hacer? Tenía que decidirlo.

—Déjame pensarlo… —contestó sin énfasis, y en tono de reproche.

Esto dura, dura un tiempo terriblemente largo. En este interín, Charly se había puesto en pie, boquiabierto, mudo, sin siquiera mover sus ojos. Ella lo observa descorazonada. Se incorpora y mira nuevamente a Charly. Se le acerca, mirándolo fríamente y con curiosidad. No entiende nada. O no quiere entender.

—Hace muchísimo tiempo que tú tienes miedo de ver la realidad. No hay persona más indecisa y tonta que tú… ¿Qué diablos te sucede?... No estoy acostumbrada a este tipo de humillaciones. ¡Y no te la toleraré ni a ti ni a nadie, ya lo sabes!... Y por favor, ya no me busques… Todo terminó aquí. ¡Adiós!

Charly se tiró bruscamente en la banca; y se quedó sentado con la cabeza tirada hacia atrás, mirando el firmamento. Mientras ella, hamacada, iba desapareciendo, lenta, inalcanzablemente, hasta que dobló la esquina y desapareció para siempre.

Loro

1 comentario:

  1. Uyuyuyyyy... ¿El complejo de culpa?. Esto hará que usted se debilite, admirado amigo. Es un chimpancé enardecido. ¿Comprende?... Estoy llevando un minucioso registro de agravios que salen de su pluma como un collar de perlas. El mono pre-historico sigue habitando en usted. Para decirlo francamente, esta preparando un Diluvio Universal... como era de esperarse. Chita a vuelto buscando recalentarse... con las siete plagas de Egipto, las ocho torturas de la China y las catorce pestes de Mesopotamia...
    Nota: A ver si subes mi otro relato.
    Bety

    ResponderEliminar