lunes, 24 de septiembre de 2012

Un encuentro primaveral

Es ya primavera. Pero el tiempo está cambiado. No ha salido el sol, el firmamento está lleno de una densa neblina; un viento frio recorre por todos lados. Las gentes caminan abrigadas, con ropa gruesa, caminan sumergidos en el infierno de la gran ciudad.
Una mujer se acerca hasta un banco de madera como puede. Sus manos cargan paquetes y bolsas con marcas de un supermercado. Hay un grupo de curiosos que no hacen caso a ese malabarismo, hay miradas que se desparraman por todos lados, mientras sus cuerpos se encaminan deambulando, con destino fijo, indefinido, temporal.
Nadie tiene la culpa de este encuentro; el hecho es puramente fortuito. Él no se lo ha propuesto, ella tampoco; a él se le ve sentado, atento, sumergido en una lectura, inmerso en lo que lee y relee; convocado y presente en un momento; se le ve con los ojos bien abiertos, extendiendo su imaginación, abstrayéndose del espacio y tiempo.
Ella se ha quitado la cartera y la maneja tratando de ubicarla en algún lado de su cuerpo. Trastabilla, levanta la mirada, la fija y se da cuenta que es él, se sorprende, se sonroja. Él morbosamente sigue coleccionando palabras de su lectura. Se sienta a su lado, ramifica una idea, deja los paquetes en el suelo y se atreve a sorprenderlo, le da un beso en la mejilla al distraído, apoyando uno de sus brazos en su hombro y acariciándolo con una palmada muy débil sobre la cabeza, agitándole los lacios cabellos. El caballero se levanta emocionado, interminablemente, advirtiendo una sorpresa, haciendo un ademan con sus manos extendidas, excitadas, levantando el libro. Ella se levanta junto a él, y él grita ya en el abrazo, entusiasmadísimo:
—¡Hola, amiga…! ¿Qué sorpresa? —Se aleja un poco, y la examina sonriendo— La verdad… es que parece usted una chiquilla con esos vestidos de ocasión, muy primaverales… Y la estación no está cumpliendo sus funciones… ¡Y qué anteojos!... ¡Dígame que estoy soñando!
El hecho es significativo, inesperado, una imitación de lo tantas veces imaginado por él, por ella, para facilitar sus días estando despiertos, días y noches irrecuperables, paralelos. Algunos recuerdos desbordan sus pensamientos, en plural, sin limitarse, como un fantasma intranquilo que llega de repente y los acosa. Esperanza presente, recuerdo presente y un pasado que no tiene realidad, falseado, mutilado, ligeramente horrible.
La mujer tiembla de sobreexcitación, lo mira sin moverse, sumamente abochornada por el comentario. Mueve la cabeza y conviene para sí que está bella, que está radiante; ya se lo había advertido su imagen en el espejo, su duplicada apariencia, su intercambio de sonrisas y hasta la cerradita de ojos como despedida, antes de marcharse rumbo al consumismo.
Su imaginación empieza a trabajar, recuerda la última vez que se vieron; la tarde en que hablaron de todo menos de lo que debían, la tarde en que se despidieron con las venas hinchadas y azuladas; muchos años que lo conocía, siglos de años relativos con ciertas abreviaturas. Siente un vértigo ligero en el pecho, puertas que se abren como una enciclopedia marcada, señalada para ser continuada su lectura.
  —Hola. Así que ahora se te ha dado por leer en los parques y escuchar el sonido de la calle… ¡Qué loco eres!... Y ¿por qué ya no me escribes?... ¡Hum! No sé por qué se te ha dado por ignorarme…
Él se da cuenta que los argumentos no son del todo verídicos, no sustancial, que no está subordinado a ella, que no merece tanto escándalo… que sucede cada trescientos siglos, o cuando duerme y está con ella, inconcebible.
Se le ocurrió una idea descabellada, coherente, articulada. Lo había pensado, soñado, miles de veces, tenía hasta la licencia de este plan sistemático, imaginado; y que ahora se hacía realidad. Estaba del mejor humor, un poco avergonzado por la sorpresa.
La obligó a sentarse, respiró; estuvo algún tiempo mirándola; ella hacía lo mismo con él. Se quedaron quietos, sonriendo. Se dieron su tiempo, no tenían prisa; ambos estaban más seguros de sí mismos. Se resistían a formular la paradoja que ellos conocían, a un millón de años de enunciado el problema, de comenzado a padecer un vivo dolor.
Disimuló y probó su primer intento, sin metáforas, solo con una especie de resumen burlón, frívolo.
—Estaba esperándola… Siempre la espero donde usted quiera, donde usted prefiera… pero es tan molesto decidir uno mismo. ¡Uf! Sí lo es —dijo él, estirándose y mirándola con fría extrañeza, calculando sus palabras y sus gestos.
Ella lo descifró, se dio cuenta que las palabras no podían aclarar el misterio, el origen de la insensata perdición de miles de años acumulados, irreemplazables. El lenguaje oral fatigó el venerado secreto que ella hospedaba. Esas palabras, esas estructuras verbales que nunca se dijeron, que solo llegaron a variaciones a disparates, capaces de una justificación.   
Continuará
Loro

sábado, 15 de septiembre de 2012

El efecto Farmville

Se dice que si se puede identificar el problema, ya se tiene un noventa por ciento de la solución.
La vieja vendedora de golosinas había dado con el diagnostico exacto, todo indicaba que el fiel camarada Loriborio había sido envenenado con sopa de calzón; ahora no les quedaba otra que buscar la manera de revertir esta penosa situación, antes de que su compañero de mil batallas estuviera totalmente perdido; quedaba absolutamente claro que el pasar horas de horas jugando un juego de solteronas aburridas y maricos empedernidos, no encajaba para nada, con la conducta habitual de su compinche, y que el problema había pasado a mayores.
Todos sabían que nadie cambia de la noche a la mañana, así que debieron advertir que algo no estaba funcionando bien cuando Loriborio mencionó por primera vez el bendito juego; la manera como se expresaba del farmville no era propia de él, se notaba a las claras que era muy nuevo en el tema, pero que aparentemente le apasionaba, Joel internamente pensó que su pata Loriborio había decidido a la vejez salir del closet, no entendía bien la situación porque creía que lo conocía bien, pero los hechos así planteados demostraban claramente que no era así.
La situación se complicó aún más, cuando les mostró su más reciente adquisición, un flamante y reluciente Ipod 5, un fresco aparatejo recién lanzado a la venta en USA; y Loriborio era ya uno de los pocos afortunados en, toda la extensión de la tercera roca, que poseía uno de estos ultra-modernos gadget.
Una leve envidia se apodero de Juan y Joel en ese momento.
—A este Loriborio sí que le va muy bien —. Pensó cada uno de ellos para sí mismo.
—¡A la mela, juguetito nuevo!... ¡y vaya que juguetito! —exclamó Juan.
—Al menos uno de nosotros ha ingresado por la puerta grande al siglo XXI —replicó Joel.
—Es lo mínimo que uno se merece —dijeron al unísono.
Sí, era el juguetito que Loriborio se merecía, trabajaba muy duro, sin exagerar era una de las pocas personas que estaba  contribuyendo tesoneramente a que este Perú, por tanto tiempo postergado, continuara creciendo; su empeño en el trabajo era tal que se diría que Loriborio no trabajaba para vivir sino que vivía para trabajar.
El bicho que tenia era todo un prodigio, Loriborio no había escatimado en gastos con su nueva adquisición, había contratado el plan Internet Satelital con cobertura ilimitada, de tal manera que siempre podía estar enganchado a la nube,  estuviera donde estuviera, y esa era la característica que más estimaba, ya que le permitía monitorear el juego de marras en todo momento; en varias ocasiones se le veía absorto, concentrado en la pantalla, sus compinches pensaban que seguro debería estar contestando algún correo importante, o tal vez, revisando un documento crítico para el negocio, pero que podría ser tan importante que no podía esperar y requería su atención inmediata.
Es así que un día Joel, le dijo seriamente:
—Cumpa deja ya el trabajo, tienes que aprender a delegar responsabilidades, tu solo no puedes echarte a la espalda todo el fardo.
Casi sin salir de su abstracción, Loriborio le respondió:
—Es que si no alimento a mis vaquitas me voy a ver en serios problemas.
El incidente anterior también paso desapercibido, hasta que pocos días después, temprano por la mañana Loriborio llamó por teléfono a Joel; en su voz se podía percibir preocupación e impotencia, en muy contadas ocasiones Loriborio había recurrido a Joel por ayuda (excepto claro por billete), y por lo que Joel sabía nunca se levantaba tan temprano, las 8 de la madrugada eran para Loriborio una hora inapropiada para estar despierto, ya que a esa hora casi siempre se encontraba en brazos de Morfeo.
—Cumpa tú que sabes de computación y tienes harta experiencia… —dijo Loriborio.
Tras un breve silencio, Loriborio continúo:
—Sabes, tengo un gran problema, si podemos resolverlo podremos ganar una fortuna, por favor, podrías venir a mi casa para discutir los detalles.
Así que raudamente Joel partió hacia lo que él creía seria su gran encuentro con la diosa fortuna.
Al llegar a la casa, Joel notó que Loriborio era presa de una especie de ataque de ansiedad. Pasaron a su oficina y le mostró su computadora, lo único que pudo ver fue una interface de juego que no le atrajo mucho la atención, brevemente pero con un febril entusiasmo Loriborio le explicó las reglas del bendito juego a su amigo.
Al finalizar la singular explicación Joel le pregunto:
—… y que chucha quieres hacer con esta huevada.
Loriborio ligeramente contrariado, le confesó que el farmville le estaba quitando mucho de su tiempo y que necesitaba crear una especie de avatar que le permitiera seguir jugando sin estar él realmente presente.
A lo que Joel, tratando de hacerle entrar en razón, le dijo:
—Cumpa tu sí que estas tocado, en primer lugar, por lo que veo, este no es un juego de hombres, en segundo lugar estos juegos tienen algoritmos que le permiten detectar cuando el jugador es real y cuando un programa especial llamado bot ha sido puesto en marcha, y en tercer lugar, el más importante, me expondría a que en el intento de entender cómo funciona este juego, termine convertido en un completo marica, y eso como se dice no es un riesgo que esté dispuesto a correr, por mucho dinero que haya de por medio.
La reacción de Loriborio no se hizo esperar, se le notaba muy molesto y refunfuñaba para sí cosas ininteligibles. Por su lenguaje corporal se podría deducir que de seguro pensaba:
—Este tarugo no da la talla para programar algo tan sencillo, lo he llamado por gusto.
Nadie sabrá jamás que otros pensamientos cruzarían en ese momento por la mente febril de Loriborio, cautamente Joel decidió no entrar en confrontación. Se dijo para sus adentros:
—Esperaré a que a este aspirante a marico se le pase y después le conversare con calma, en este momento este chivo no entiende de razones.
Es así que Juan y Joel entendieron que el problema era muy grave y era necesario tomar al toro por las astas, debían encontrar una solución al problema, nadie les aseguraba que el mal no fuera contagioso y que al final todos los galifardos terminarían sus días alimentando vaquitas, regalando plantas exóticas y quien sabe que otras cojudeces más.
La supervivencia del grupo estaba en juego, debían declarar la emergencia cuanto antes. Conocían a Loriborio de casi toda la vida, nunca había sido un lanza como Percy, ni tampoco un don Juan como el zorrito, pero había tenido en su larga trayectoria varias intervenciones memorables y nunca lo hubieran catalogado como un marico o saco largo, pero quien sabe.
Hariwaki

domingo, 9 de septiembre de 2012

Una dama y un caballero

Una dama y un caballero se encuentran conversando muy amenamente, sentados, bordeando una mesita vestida de rojo, frente a frente, en la terraza de un café. Son las siete y media de la noche. La luna los mira, por la ventana, lenta e incompleta, inclinada; en la calle la gente camina alegre, triste, inexorable; se oyen ruidos indefinidos y alguna bocina en la distancia. El sonido acompasado de una balada directo al corazón se pasea suave por sus oídos. Ademanes, risas, movimientos, sombras extendidas; la noche parece detenerse como un sueño, están impacientes, esperan respuestas. Pasan revista a los presentes, volviéndose, levantando las cejas, sonrientes, mientras el mozo inclinado, llena los vasos con un vino tinto.
—Los señores están servidos —dice el mozo, con calma.
—¡Ah, sí!... Gracias. Luego lo llamamos, a ver qué le pedimos de cenar…, aún no hay hambre… ¡Muchas gracias! —agrega Charly acentuando la voz.
—¿Al final, ella te llegó a amar? —pregunta ella, corriendo la silla, pegándolo un poco más a su cuerpo, a su espalda. Lo sigue con la mirada, se acoda en la mesa, lo observa, desde muy lejos, desde muy cerca.
—No… Que yo sepa, no. Me llegó a odiar. Con un odio apasionado y rabioso.
—¿Cómo? Tanto así… Ella me ha dicho lo contrario.
—¿Qué? No. Nunca; es mentira… Tal vez me amó, ¡maldita sea!, ¡Ah, qué tiempo más estupendo, qué te puedo decir!..., pero ahora me odia con indiferencia. Yo sé lo que eso significa.
—¿Ninguna cosa buena ha quedado entre ustedes? ¿Qué le has hecho? ¿Qué le decías? Tú sabes que ella es mi mejor amiga. Pero también sabes que es muy reservada. Siempre me cambia la conversación. Pero un día me lo dijo…
—¿Qué te dijo? —continuó Charly, muy serio.
—Que te hubiera dicho que sí, si te hubieses empeñado. Tenías un gran poder sobre ella, que todo estaba en tus manos…
—¡Vaaa! Sabía que yo estaba enamorado de ella. No tengo inconveniente en decirlo. La he perseguido por muy buenos años. Todo fue inútil al final, y hoy ya no estoy para eso. En la última reunión no pude pronunciar ni siquiera un discurso burlón o tonto…, y cuando traté…, ella me dio un tirón, me sacudió, ustedes lo han visto… No tengo que repetirlo. 
A ambos lados de la mesa, agazapados, se hablan en alto, bajito, refugiados de miradas indiscretas. Ella lo hostigaba, buscaba provocarle, buscaba sus secretos. Él cerraba los ojos, los abría, abrazaba sus frases como buscando hablarse así mismo, la recordaba, así soñaba, andando, andando, insistiendo en su amor, sumido en la impotencia. No hallaba las palabras precisas, las buscaba alrededor, en el ambiente, le duele el corazón, esto lo ahoga.
—Tú querías casarte… Ella me lo dijo; pero que ella tuvo miedo…
—Tonterías… Nunca se lo propuse, nunca me declaré, ella lo sabe. Estaba seguro de que a ella nunca le interesó el matrimonio. Se lo escuché en la secundaria, un día cualquiera, no lo recuerdo; lo que sí recuerdo es que se lo dijo a su amiga de carpeta, a Reyes, ¿la recuerdas?, no sé si se lo dijo para que yo la escuchara, creo que sí, o no sé... Sólo que yo estaba presente.
Empezó a sonar un vals melancólico, “ódiame por piedad, yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia…”, volaba hacia ellos, salía por las ventanas, se acurrucaba en sus oídos, la nostalgia hacía su aparición, sufría por ello.
—Estoy segura de que ella aún te quiere, y mucho. Me lo ha dicho, justo en este mismo lugar, sentada donde tú estás; y cuanto más hablaba, su mente más trabajaba, concentraba toda su atención en lo que decía, giraba, movía las manos, la cabeza, se enfurecía sin reflexionar, alzaba los hombros,  pero luego acabó con un “ya no se puede hacer nada”.
—Sí. Eso lo sé…, el que ya no se puede hacer nada. Yo la perseguí, y ella me despreció. Esa es la verdad… Sabes, mejor ya no hablemos de ese tema, dejémoslo ahí…
—Entonces, para qué me has invitado… No te hagas el loco. Si ambos caminan obsesionados... Parece una historia sin fin.
Charly hizo una pausa por unos segundos, se contuvo, se percató de un error, estaba conversando con la mejor amiga de ella, reflexionó. Quiso agregar algo…
En aquel instante, de modo inesperado, se oyeron unos pasos lentos, agazapados, y una leve voz femenina.
—¡Por fin te encuentro! Estuve llamando a tu teléfono celular… y al de tu casa, me dijeron que te buscara en el lugar de siempre, en este café.
Besos en las mejillas, brazos que se envolvían en un saludo, un breve grito y un corazón que martillaba observándolas, quieto, impresionado. Nada escapaba a su atención; se paró junto a ella, la nueva amiga, tan cerca como pudo, casi pisándole los talones, esperando un saludo; se separó y la miró fijamente, esto dura unos pocos segundos —¡Charly!  —exclamó a media voz, sintiéndose enrojecer. Permanecieron estáticos, mirándose a los ojos; por fin, estiran sus brazos y se envuelven tímidamente, se apartan y esto les produce una sacudida, un pequeño choque en el alma, se volvieron a mirar, sus rostros cambiaron de color, se oye una respiración angustiada. Disimulan.
—¡Pero amiga de mi corazón!... ¿Cuándo llegaste? Me hubieras avisado que venías… —exclamó Judy, con el cuerpo hacia atrás, junto a él— Charly me invitó a cenar. No creo qué te importe… Pero siéntate… Por favor Charly, más atento con la dama…, una silla…  
—No, ¿por qué lo dices? ¿Qué insinúas? Somos sólo amigos, eso espero; ¿de qué están hablando? —dijo la recién llegada, tomando asiento, con cara seria, frunciendo el seño.
Los dos se quedaron callados, con las manos quietas, sentados. Charly se incorporó, hizo un ademan y fue al rincón en busca del baño. Eran las ocho de la noche.
—Estábamos hablando de ustedes…
—¿Qué? ¿Qué le has dicho? No te habrás atrevido… —dijo, escandalizada.
—Cálmate, estás muy sensible, muy alegórica…
—¿Alegórica?... ¿Qué quieres decir? Alegórica yo… no te pases, él es el alegórico… Tú crees que se ha ido al baño porque tenía ganas…
—Entonces hay que esperar su regreso. Me gustaría que se lo digas en su cara, que es un alegórico… —dijo Judy, soltando una sonrisa de intrusa, y dándole unos golpecitos en la mano.
—La culpa la tengo yo —dijo Estrella, indecisa—. Debí habértelo advertido. Nunca pensé que llegara a tanto…, el de invitarte a cenar y averiguar las conversaciones que tuvimos las dos.
—Pero si hablé contigo y me dijiste que no te importaba. Y la invitación fue de pura casualidad, nos encontramos en el camino, y yo lo traje a este lugar…, es un buen lugar para conversar…, un lugar tranquilo… Tú lo sabes… ¿Cuando vuelva se lo dirás?…
—¿Qué cosa?... Nada… Escucha: Charly es un sinvergonzón, un pillo muy sagaz… Se lo apunta todo en su memoria y luego se lo cuenta a sus amigotes… Está jugando conmigo. Eso me saca de quicio… Es un…   
 No terminaba de hablar, cuando Charly hizo su aparición.
—¿Y tú, cómo estás? ¿Por qué ya no me escribes? Un poco más y pongo aviso en todos los canales de televisión… ¿Ya no me quieres escribir? —dijo Charly, sentándose en la silla y volviéndose hacia Estrella.
—¡Ah! Se escriben… No me habías dicho nada… amiga. Ya veo que tienen secretos —dijo Judy, riendo y acariciándole el hombro.
Estrella se estremeció y los miró extrañada. Reaccionó.
—No te hagas el tonto. Al contrario, te escribí con toda intensión. Siempre me doy mi tiempo… No sé si coincide con el tuyo… eso me tiene sin cuidado —dijo Estrella, con una sonrisa agria, inclinada hacia atrás, apoyando uno de sus codos en la mesa y sosteniendo su mentón con una de sus manos.
—¡Hum! Bonitas gafas… Te quedan muy bien  —la interrumpe Charly, cariñosamente.
—Eres un hombre muy pero muy  divertido: cuentas historias que te convienen y echas adjetivos sin medir las consecuencias —afirma Estrella, enojada —. ¿Qué tiene que ver mis gafas en esta conversación? —remató, gruñendo.
—¡Uf! ¡Qué temperamento! ¡Qué cara, eh!... ¡Vaya, parece que no hemos resuelto nada!...
—Resuelto… ¿Qué?... ¿A qué te refieres? ¿Tengo algo que resolver contigo? —interrogó Estrella, amenazadora.
Allí estaban, con las miradas oscurecidas, mirándose con ferocidad. Judy acudió en su ayuda.
—¿Tanto se odian?... Creo que mejor me retiro para que limen sus asperezas.
—No. Tú no te retiras… Contigo no es. Es con este siempre mal pensado y cínico —dijo Estrella, agitando las manos en dirección de Charly—. ¿Quién te mandó, dime, a hacer lo qué has hecho? Tú crees que yo no me iba a enterar… Siempre buscas perfeccionar el horror que cometiste…
—No es momento para conversar de eso… —respondió Charly, como si le doliera alguna herida sin cicatrizar.
—¿Por qué? No estabas averiguando mis sentimientos, engatusando a mi amiga. Luego ¿qué?... ¿Para qué lo quieres saber?... Ah, para vanagloriarte… ¡Claro!... ¡Qué listo te crees!...
—¡Vamos, Estrella, siempre tan niña, no maduras, siempre como antes! Siempre resolviendo a tu manera ¿no?, ¿entonces? —dijo Charly, enérgico, queriendo parase y levantando la vista, haciendo un gesto de huida.
Judy, aturdida, no comprendía nada. ¿No era aquello cosa del demonio que quería poner fin a una relación de amigos? ¡Ni un segundo de paz desde que se encontraron frente a frente! ¿Qué había sucedido para llegar a esto? Se frotaba las manos, nerviosa, la dama estaba cada vez más asombrada. No había otra solución que terminar la velada.
—Sí, pues, cómo siempre… lanzas una lisura y te vas… Anda, márchate —dijo Estrella, exasperada, fuera de sí, como desnudando una espada.
Charly se vuelve a sentar, golpea el suelo con el pie, sus ojos están desmesuradamente abiertos. Judy lo observa, tratando de sonreír, muy nerviosa. Seguía sin entender nada.  
—No. Ahora quiero que vengas conmigo. Judy no tiene por qué aguantar tus majaderías y mi cara de diablo —contesta Charly, con voz áspera, casi perdiendo la paciencia.
—¡Ah, sí! ¡Ah, bien! —dijo Estrella, cogiendo el vaso de Judy y dándole un caótico sorbo.
—¡Bendito sea Dios!... ¡Tienen unas expresiones!... Por mí, no se preocupen. Yo me puedo ir sola… Pero no lo olvidaré… ustedes me han sorprendido —dijo Judy, moviendo la cabeza, enfadada, incrédula.
—Bueno. Salgamos entonces… —dijo Estrella, mirando enérgicamente a Charly, y dándole un beso a Judy, cogiéndole cariñosamente la mano, como indicándole a qué atenerse.
—Otro día conversamos amiga… La cuenta la voy a dejar pagada… —dijo Charly, muy cortés, despidiéndose de Judy.
Los dos se encaminan perfectamente pensativos, erguidos, lentamente, hasta la caja registradora; la dama comprende que era inevitable, los queda mirando, estupefacta, no salía de su asombro.
—¡Espera un poco! —Gritó Judy—. Tus gafas, están preciosas. ¡Te quedan muy bien! —Estrella se vuelve hacia ella y sonríe, hace un gesto con sus manos, reprimiéndola con suavidad, mirándola vivamente y con el rostro cambiado, activo, caluroso…                
Libertad