domingo, 3 de febrero de 2013

A falta de huevos

Acabo de saborear un placentero y rico pollo a la brasa. El servicio de entrega funciona muy bien en estos lares. La música de Toto, África, suena por todo mi cuarto. Estoy examinando un libro que lleva por título "Manual de autoayuda". ¡Vaya, qué estupidez! De veras, yo no escribiría algo semejante a esta tropelía. ¿Por qué? No soy nadie para acabar con la autoestima de algún lector despistado. Porque los dichosos manuales son como las dietas o los benditos gimnasios, incalificables dramas que, en el fondo, se ríen de nosotros. Esperanzas, promesas que nos dejan deprimidos y con la moral por los suelos. Si sigues al pie de la letra sus teorías, dicen sin tapujos, la fortuna te sonreirá y los más agraciados se enamorarán de ti. Pero al final son como los Red Bull, te dan alas, pero cuidadito con ponerte a volar. Tu caída será catastrófica.

Sin embargo, los manuales de autoayuda funcionan muy bien con aquellos que se esfuerzan y logran conseguir las siete llaves de la felicidad. No es mi caso. No llegaría a poner en práctica ni la primera de las siete llaves. Y creo que, en el fondo, todos o la gran mayoría, somos así. Cuando uno se da cuenta del problema, suele ser tarde. ¿Por qué? Porque somos unas olímpicas vagas. No hay nada malo en decirlo. Aunque no se reconozca, formamos una gran base de la sociedad. Nos sacrificamos para evitar que el mundo caiga en manos de esos fanáticos del sacrificio y de la vida mejor. Siempre hemos estado y lo seguiremos estando, y no tenemos por qué avergonzarnos. Somos lo mejor que este mundo ha creado para evitar su autodestrucción. No somos políticos, ni militares que juegan a dominar el mundo, ni tecnócratas obnubilados que consideran que pueden inventar las más sofisticadas maravillas, telefonitos, maquinitas que juegan solas y tantas estupideces más. Pobre Jobs, se murió sin disfrutar lo que él quería que otros disfruten. Únicamente queremos vivir en paz, comer un riquísimo pollo a la brasa, vivir bien, enamorarnos de un enano si se da el caso, obtener el máximo efecto con el mínimo esfuerzo. De no ser por nosotros, todos estarían haciendo de religiosos: religiosamente buscando la luz de la vida, la musculatura precisa, la cinturita de avispa, el potito rico a las miradas y otras tonterías más por el estilo, como llenarse de dinero.

Como muchos, puede que cometamos algunos pecados o pecadillos, pero nunca infringiremos las leyes de la naturaleza. El mono prehistórico —no el náufrago— habitaba en un ambiente paradisiaco donde tenía todo a su alcance. No se preocupaba por el cambio climático; todo lo contrario, la temperatura de su entorno era deliciosa y el placer de vivir le inspiraba algunas pequeñas satisfacciones, detalles simples como dormir siestas lujuriosas, comer opíparamente y rascarse la panza si era necesario. Es decir, más o menos lo que hacemos hoy en día este grupo de vagas. Claro, ahora con un número menor de unidades por vaga, porque la propaganda está en auge, y en auge de una manera descomunal. Son incontables los libros con recetas para vivir feliz, vivir en la gloria y sentirse realizado con varios millones en tu cuenta.

Pobre del mono y la mona actual. Las instituciones de los Cornejos, de los Napoleones Hill, de los Deepack Chopra, etcétera: "Cómo superar el fracaso y obtener el éxito", "Un feliz bolsillo lleno de dinero", "Las siete leyes del éxito", etcétera, etcétera, no los dejan mantenerse en pie. Sobre todo, no se los ve quejarse nunca de calambres cerebrales, hasta que se meten un tiro en la sien o se lanzan del puente más cercano creyéndose pájaros… —¡Soy un mediocreeeeeeeeeeeeee!— Un plock… y un mono o una mona menos.

Por suerte, existimos nosotros, los principales responsables de cualquier tema de conversación sin estrés, de hacer cualquier mamotreto escrito sin importarnos si es novela, cuento o relato… ¡Qué importa!... Si no fuera por nosotros, el mundo sería más aburrido que peinar todos los días a mi hermana menor. Evidentemente, no hay que confiarse demasiado, porque puedes tener al enemigo muy cerca de ti. Sí, ese que te recomienda acumular riqueza y más riqueza hasta el cansancio, un matrimonio feliz, los hijos de tu adoración y el bolsillo lleno de dinero.

No es fácil ser vago en esta época. No, no, no —digamos vago, que nos generaliza a todos los humanos de nuestra especie—… Los ocupados no tienen la menor idea de esto, no ves que siempre están ocupados. Ser vago requiere mucha paciencia, mucha dedicación y, sobre todo, un absoluto rechazo a entrar en razones. La incertidumbre de la vida es nuestro lema. Aunque la presión de la vida nos exige parecer más hermosos, meditar más, beber menos y alejarnos de nuestros hermanos de vagancia, para así elevarnos a la gloria.

De joven, caí en la trampa de recorrer el mundo en busca de mi alma gemela. Encontrar a ese maravilloso hombre que cumpliera con los requisitos de las personas que quieren lo mejor para una. Los prejuicios de la sociedad y mi familia me llevaron a buscar esos secretos que no creen en picazones o sensación de calorcito. "Tu felicidad es otra cosa". "Shakespeare es un idiota, no podría haber vivido un segundo en este paraíso de escritura virtual". Entonces, me convertí en Indiana Jones en busca del tesoro perdido. Fue inútil, nunca logré encontrarlo. ¿Saben por qué? Porque lo tenía frente a mis narices y no pude darme cuenta. De hecho, estos prejuicios no sirven a nadie, y para los que somos vagos por naturaleza, menos aún. Son reglas especialmente inútiles para aceptarlas.

Hoy sé que mi vago especial, mi guía, mi gurú, se ha convertido a la otra religión. Se ha cambiado de camiseta. ¡¿Por qué, ah?!... Ahora tiene el gusto asociado al precio de lo que consume. Si es barato, es malo. Si es caro, es bueno. Si es carísimo, es exquisito. Ha llegado al colmo de entrar a hurtadillas a su casa, utilizando exclusivamente las manos para guiarse. Trata de evitar el escándalo por la hora de llegada; para él son las cinco de la madrugada, cuando para todo el mundo no es más que medianoche. Lo han vuelto bruto. Pobre de sus amigos, los tiene abandonados.

Les cuento esto porque lo he visto hace poco. Ahora sé que los malos consejos abundan. Estaba cambiado. Lo que quiero decir es que no era él, no podía ser él. Me vino con lo de: "Sé tú misma". ¡Qué barbaridad! Yo me preguntaba: ¿Qué, ¿luce un traje de Ermenegildo Zegna? Me miré en el espejo que estaba a mi lado y observé que seguía vestida como siempre: unos jeans y una blusa. Seguía siendo la misma mujer de siempre. Pero ¿yo misma?... No sé si seré la misma cuando alguien me haga falta o me saque de quicio. Es que nadie en su sano juicio puede ser uno mismo. Es un postulado que se lo escuché a él. ¿Por qué entonces esa pregunta?...

Lo que pasa es que, en el fondo, todos somos unas gallinas hipócritas y quejonas. Nos cerramos a ciertos gustos que no son los nuestros. ¿Por qué queremos ser otras personas? Él sabe que siempre digo lo que pienso, le guste o no. Lo que realmente hace indigesta una reunión es ver que alguien a quien tú conoces cambie de la noche a la mañana. Ahí sí se puede decir esta frase ingrata: "Sé tú mismo"...

Su abierta inteligencia se había vuelto perezosa. No quiso discutir, prefería que yo tuviera razón y no él. La vida lo había vuelto un mal jugador, un filósofo cínico de imprecaciones mágicas. Su falta de imaginación lo llevaba a moverse hacia lo cruel, hacia lo desconocido. El idioma se volvió complejo, no lograba entenderlo. Pronunciaba las palabras de otra manera, con un sentido contrario. Todas sus frases eran truncas.

La vaga, sin una palabra, ahora solo sonríe... Si el poema no excita, no siente nada. No me arrepiento de haber combatido en sus filas contra el mundo de la excelencia. —¿Me amas? —Le pregunté. —Mira que hasta puedo opinar sobre autos y decoraciones. Por favor, ¿me prestas tu último Manual de autoayuda? ¿Por qué imaginas que nosotras nos tragamos esas barbaridades? El amor es tan simple: solo encontrar a alguien que te deje darle un revolcón y susurrarle tonterías al oído.

Libertad

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