jueves, 11 de abril de 2013

Aritmética SI, triquiñuelas NO.

Una soleada tarde de domingo experimenté una curiosa alegría. No había como parar de sonreír. La risa se me subía hasta los labios. Mis ojos y mis pensamientos se llenaban de júbilo. Hasta me puse a tararear, en espera de lo que acontecía. Esa tarde tuve la suerte de escuchar y ver en la televisión, que a Boca de Urna: el NO le llevaba al SI casi 8%.
Hora y media más tarde, todo estaba confirmado. ¡Ganó el NO!
No cabía duda; tenía ante mí la confirmación de mi primer triunfo, de mi primera victoria en una apuesta. Al oír el flash no pude menos que sonreír a la idea clara y feliz de mi conquista y a la idea de lucirme cuando llegara el momento de cobrarla. No había palabra humana que turbara aquel instante.
Eso supuse.    
Días atrás, pasando una velada con dos apreciados y atentos amigos, yo había apostado con uno de ellos; mi apuesta fue que la señora Villarán no iba a ser revocada, que seguiría como alcaldesa. Él apostaba, alegremente, que se iba de todas maneras, que sería revocada. Yo no tenía idea de otra cosa más que esa, nunca tuve en mi mente apostar por si se quedaban o se iban sus allegados en la alcaldía; el espíritu de la apuesta era esa, o es blanco o es negro. Simple apuesta. No nos interesó apostar por el arco iris que la circundaba. La aritmética era rudimentaria, como que 2 + 2 son 4 en la base 10. Resultaba innecesario ingresar al cálculo diferencial con tan simple y ligera apuesta, el tiempo y las cervezas se hubieran calentado hasta hervir.
Desde el primer momento de la apuesta, Juan, nuestro otro amigo, que compartía la conversación y las cervezas, lo entendió así. Porque no lo vi sacar ninguna calculadora o detenerse a pensarlo con minuciosidad. Acepté las condiciones de la sencilla apuesta a pesar de que todas las encuestas le daban el 10% a favor del SI… Joe, “honestamente” se echó a reír, imaginando que la victoria era suya. No lo dudó. Sonreí con curiosidad ecléctica y Juan hizo lo mismo. Nuestra confianza por la apuesta era de lo más natural. —Va la apuesta, tres cervezas bien heladas…
Transcurrieron no sé cuantos días. Mi ansia por disfrutar mi victoria se hacía cada vez más evidente. Hasta pasaba ideas ingenuas por mi mente, por ejemplo: saborear las espumantes y heladas cervezas acompañadas de una porción de canchitas. Tal vez haya que añadir una conversación amena, fresca y extendida.
Sin embargo, cuando llegó el momento de cobrar la apuesta, un día en el que nos reunimos como tantas veces, encontré a Joe, orgulloso de su victoria y vanagloriándose con una singular peculiaridad. Dijo que matemáticamente el SI había ganado, lo dijo hasta el capricho. Me saqué los anteojos, limpié los cristales innecesariamente, como tratando de salir de mi asombro. Pero él allí, sumaba y sumaba sin dejar ningún número abandonado. Entonces, un presentimiento pesaroso y confuso me ingreso hasta el estómago, haciendo presagiar lo inesperado. Mi felicidad se desvanecía cada vez que lo escuchaba ahondar en su victoria; mi feliz verdad estaba siendo convertida en una triste verdad. Se me encogía mi aritmético corazón cuando lo veía y escuchaba con atención, como quien mira y escucha a un expedicionario en busca de misteriosos sonidos y huellas exactas en lo oscuro de su memoria analítica. No sé si mis pobres y vulgares indagaciones hubieran servido en esos momentos para refutarlo.
Joe, seguía en lo suyo. Todo esto lo hacía con una sonrisa triunfal en los labios y con el rostro casi dramático. Guardé silencio. No sabía qué decir. Es algo que me sucede cuando alguien prorrumpe con triquiñuelas, encontrando motivos desesperados bajo la manga. En una frase, le falto dar un puñetazo a la mesa para que aceptáramos su matemática verdad.
—Matemáticamente el SI ganó… —dijo, sonriendo tercamente.
—Oh, sí… —contesté amigablemente.
Durante un rato le oímos hacer preguntas y observaciones preliminares, hablaba consigo mismo a veces. Esto dio ocasión de muchas bromas en su contra. Pero él, satisfecho en su vanidad, volvía a su cuadro matemático: —Miren, la mayoría de concejales han sido revocados. Las matemáticas no engañan… El SI ganó—… Faltó solo una pizarra para que nos diera una clase de sumas y restas. ¿Se trataba de un arrebato emocional por no saber perder? ¿Su memoria era difusa?... Tal vez era la lógica en la que incurren los hombres más consecuentes.
Juan escuchaba mis explicaciones y le daba valor a cada una de mis palabras, eso me azoraba mucho el ánimo y lograba que mi alegría, por mi primera victoria en una apuesta, volviera a mis sentidos. Por primera vez lo escuchaba y lo veía demasiado dócil y cortés conmigo. Únicamente se reía escuchando los argumentos de Joe, bromeaba haciéndole entender que la apuesta fue si se iba o no se iba la señora Villarán; pero Joe, solamente pintaba regodeo en su rostro, el cual representaba concienzudamente, el papel de un catedrático de verdades definitivas, exactas. En su oráculo no tenía cabida la hipótesis o la duda; su método científico era el suyo mismo. Incluso jugaba maquiavélicamente con las matemáticas como nunca, pero lo hacía de modo acordado por él mismo, desconociendo la simple aritmética de la apuesta.
Y, pausadamente, desorientado de mi verdad, renuncié…
—Que lo decida Marco —le dije, cerrándole la puerta a mi vapuleada aritmética. 
Loro

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