jueves, 25 de abril de 2013

La oronda y el mono

En la cima más alta del escalafón familiar habita, oronda, la dueña de casa. Bien abajo, calentándose los pies, vive el indiferente; aquel que se cansó de discutir y ahora se ha propuesto salir de parranda con sus amigos, para recordar viejos tiempos, viejos amores y viejos encontrones también, con viejas amigas o nuevas amigas, ¡por supuesto!

En otro tiempo, él y sus congéneres poblaron los picos superiores... de lo que ahora llaman hogares.

¡Tiempos aquellos!...

Lo que no comprenden es que fueron precisamente ellos quienes originaron este milagro, tanto por su ignorancia como por su impotencia.

Cuando recién casados, en plena juventud, siempre estaban con la matraca en ristre, preparada para aniquilar cualquier cuerpo en movimiento; luego, ya maduritos, confianzudos ellos, se vuelven imprudentes; ahora sus ataques son por ambos flancos; siempre, claro está, previo masaje y una untadita de alguna crema que sus amadas les echan sobre las manos. Por último, después de doblar la última esquina y cuando se han dado cuenta de que subir las escaleras es cosa seria, y el maldito cólico a la vesícula los tiene locos, piensan que lo que le ocurre a sus matracas es una cuestión mental. Tan mental, que la pastillita azul es su pan de cada día.

Al abandonar sus cumbres superiores, estos monos se llevaron consigo el alcohol y su promiscuo sentido de ver la hora. Por lo tanto, no tienen bandera a la hora de hacer sus cochinadas. Afinan su herramienta, en un bar, en la despedida de un amigo, en un velorio, en un bautizo o en medio de cualquier agasajo, después de ver a algunas monas sueltas, curvilíneas ellas, con los ojos intensamente encontrados y con una sonrisita enigmática; sus cerebros se recalientan hasta evaporarse. Se comportan, entonces, como lo que son: incalificables monos.

Son tan absurdos que de vez en cuando observan como mujer apetitosa a la oronda que vive con ellos hace un millón de años, a pesar de que le tienen puesta la puntería a la vecina del frente o a la amiguita que conocieron días atrás. Se creen dueños de todas las mujeres que deambulan tranquilamente por este mundo de lágrimas. Si les dieran a escoger entre salvar a su sobrino de las aguas del mar o sostener un partidito con Scarlett Johansson, ya pueden ustedes jurar con la Biblia en la mano y con Cipriani de testigo, que estos monos sacrificarán al pobre sobrino, que se ahogará en sus narices, por un partidito con la muchacha de encantadores rasgos.

Honesto machismo y vanidad en materia de amor.

Otro día, el mono llega a su casa con la herramienta a punto de estallar. Llega así, luego de ver en la calle los movimientos bamboleantes, placenteros, íntegros y armónicos de alguna mujer idealmente bella que no les hizo el menor caso. Pero tiene tan mala suerte que le ha tocado encontrar a la oronda durmiendo plácidamente, con la cara embadurnada de cuantas cremas faciales le vendió su vecina querida la noche anterior y la cabeza llena de ganchos y ruleros, logrando que su herramienta sexual se transforme en un pobre y triste pellejo colgante.

—¡Dios mío...! ¿Por qué a mí, qué estaré pagando? —grita, santiguándose.

Todo esto lo sabemos, pero no lo entiende la oronda.

Al principio se sentirá ofendido y malhumorado por el hecho de que la oronda no estaba dispuesta cuando él más lo necesitaba. Hasta llega a ocultarle estúpidamente la mirada.

Pero luego, poco a poco, se olvida de sentir lo amargo que es la vida sexual rutinaria. Ya no recuerda el tedio de la espera ni las ganas que tuvo de sacudir la herramienta al lado de su amada. Se da cuenta de que solo eran deseos, entusiasmo y placer. Esto suscita en él una honda, aunque agradable tristeza. Es su amada, la mujer de sus sueños juveniles... ¿Quién lo sabe?

Otro día la oronda se insinuará, como coneja en celo, y emplazará al mono para jugar un partidito, uno a uno, sin platea o aficionado que interrumpa la escena deportiva por ningún motivo. Pero el mono se hará el desentendido, silbando sin son ni ton y comportándose como un sordomudo. La oronda, terca ella, volverá a insinuarse, se levanta, se baña y vuelve a la carga. El mono, traduciendo un idioma que no conoce, solo logra balbucear: «Espera un ratito, que me baje un poco la comida».

Argumento suficiente y clarísimo para entender. El mono ha comido demasiado y su estómago tiene que hacer la digestión. Pero de esa manera no lo entenderá la oronda; su único razonamiento se concentrará en la sospecha de que el mono está al día: —Ayer se fue de parranda con sus amigos… ¡Claro!

Media hora después, sin trámite alguno, se mete a la cama tal y como lo trajo su madre al mundo y demanda la atención del mono. A este no le queda otra opción que demostrar en el ring de las cuatro perillas que la oronda se merece un viajecito al cielo. Entonces, se concentra e imagina que va a lubricar a Jennifer López con el mejor de los aceites. El «encontrón» resulta de los mil demonios, salen hasta chispas: ella entregando todas sus energías por la urgencia, y él alucinando que tiene en sus manos el curvilíneo cuerpo de Jennifer López. Todo esto solo para salir del paso.

¡¿A quién se le podría ocurrir semejante barrabasada?! Me pregunto yo...

Por todo esto, la oronda está segura de que su mono es un farsante y un completo hipócrita. Ella tiene presente el frío balance de su matrimonio, porque tiene la obligación de verle la cara todos los días y casi todas las noches. Además de escucharle decir que regresa del trabajo cuando es medianoche y está oliendo a licor por todos los poros.

El mono, en cuanto agarra calle, desaparece hecho un Usain Bolt del horizonte de la oronda.

Pero, a pesar de todo ello, la oronda sabe que su mono pertenece a los ámbitos de la propiedad privada. Que solo le pertenece a una mujer: ELLA. Y la pertenencia va desde el pelo más alto de su varonil cabeza hasta la última uña de su pie izquierdo. Sumándose a esto, cualquier lugar interesante que aún le pueda quedar en su organismo. Si por ella fuera, le pondría un tatuaje luminoso en la frente que dijera: «Este mono es mío y solo mío».

¿Celos? No, no y no... Autodesconfianza, simple egoísmo y la defensa de un principio: Si te metiste a casado, cazado estás. No hay peros que valgan. Los harenes están en oriente y no en occidente. Por lo tanto, nadie se burlará de mí.

Al lado de la oronda, las especializadas instituciones policiacas son un chancay de a medio. Sus facultades extrasensoriales y clarividentes para penetrar en el alma de su mono son de temer. Solo con mirarlo fijamente a los ojos, pueden saber que su mono vuelve a casa después de haber practicado una rumba deportiva fuera de los parámetros establecidos por la FIFA, o sea, ELLA. Al mono no le quedará más opción que pedirse un minuto de silencio, tratando de hablar lo menos posible para no caer en la trampa del interrogatorio y arruinarlo todo.

No es por elogiarlos, pero los monos son como los presuntuosos congresistas cuando se yerguen llenos de arrogancia para defender lo indefendible.

—¿Yo?... —se defiende el mono, tomándose el pecho como senador romano— ¡Nunca!... ¡Son tantos años que estamos juntos...! No me hagas enojar..., que he llegado de buen humor...

La oronda sonríe haciendo una mueca de disgusto y comienza a tragar saliva, pero luego pone cara de María Parado de Bellido. Después encoge los hombros y mira un cuadro (siempre hay un cuadro de la familia colgado en la pared), dando señales de autoflagelo.

Entonces, viendo a la oronda desarmada por primera vez y para lograr dar la última estocada y terminar con el incidente, el mono fresh culmina:

—Mi amor, no dudes de mí... Nunca te haría sufrir... No hay otra mujer que se compare contigo (él sabe que sí) Son intrigas de los vecinos que están envidiosos de vernos siempre juntos y felices...

Libertad

 

viernes, 19 de abril de 2013

En la oscuridad

Una nube de mosquitos giraba alrededor de mi cabeza. La oscuridad no era completa; había un farolito moribundo que iluminaba la silueta doblada de un árbol y reflejaba su luz sobre mi cara. Yo estaba aquí, sentada en una banca de madera, con algo de frío. Permanecía silenciosa y serena, mientras meditaba sobre mi deslinde o un afán de venganza, convencida de que había empezado desde cero, lo que creía me hacía temible; en fin, me daba explicaciones.

Por un instante pensé que era hora de retirarme, porque ya lo justo de mi soledad estaba completa. Y también porque las calles estaban casi vacías y empezaba a garuar. Pero cuando levanté la mirada, pude observar que una sombra se acercaba a mí con el paso apurado, por lo que no me dio tiempo de huir. Se detuvo a mi lado y me saludó presentándose. Al principio creí que era un ladrón o un loco suelto, porque iba vestido desordenadamente... Como un relámpago y emitiendo un sonido de sorpresa, me levanté y retrocedí por detrás de la banca. Después de abrir los ojos totalmente, entendí que se trataba de un amigo que conocía desde hacía mucho tiempo.

—Hola, ¿cómo estás? —me saludó rápidamente.

—¡Dios mío, me has asustado! —le respondí sorprendida—. ¿Qué haces en este lugar? ¡Te juro que me has asustado!

—¿Disculpa? Una señora me envió por aquí. Me dijo que en este parque te encontraría —susurró en voz baja y mirándome con temor.

—¿Qué señora? —le inquirí.

—Debo suponer que es una vecina a quien tú conoces. Ella estaba limpiando una ventana y aproveché para preguntarle en qué piso vivías. Me indicó cuál era y me dijo a la vez que habías salido y que te podía encontrar en este lugar.

—¿Te has atrevido? Mira, no me vengas con cuentos... ¡¿Me oyes?!

—Pero no es para tanto... No sé por qué tienes que gritar.

—¿Me crees tonta? ¡A mí déjame en paz!

—Solo vine para invitarte a cenar.

—¿Sí? Pero no me interesa —le respondí malhumorada.

Se acercó casi chocándome y se sentó bruscamente en la banca con una mueca fría que le brotó en el rostro.

—¿Qué sucede? ¿Por qué esa actitud de adolescente? —preguntó alzando la voz y agitando las manos.

—¿Cómo? ¿Te has mirado al espejo? Pareces un sicópata...

Estaba ofuscada.

Se volvió hacia mí y se encontró con una mujer que lo observaba con temor y cólera.

—¡Siempre has sido una miedosa..., una...!

Pero antes de que hubiera culminado de hablar, me paré frente a él y lo quedé mirando detenidamente con una sensación de rechazo en el rostro. Transcurrió uno, dos, tres minutos, y no soltaba palabra alguna. Parecía que la tierra se lo estaba tragando.

—Vaya... Pero ¿por qué tanto cinismo? Ya es una costumbre consagrada en ti. Nunca vas a cambiar...

Entonces se incorporó y dio media vuelta, acercándose al árbol. En su cara achispada parecía leerse: "No he venido hasta aquí para pelear, mi intención es otra".

—Hay una cosa que no comprendo: ¿cómo hemos llegado hasta estos extremos? Pero ha llegado la hora de darte una lección...

—¿Qué dices? No me hagas reír. Siempre has sido un perfecto estúpido... ¡Tú mismo tienes la culpa, siempre me tuviste a tiro de escopeta! Mientras que yo me moría de aburrimiento.

—¡No me digas...! Pero no hay razón ahora para perder el tiempo en bla, bla, bla...

—¿Sí? No me había enterado... ¿Y desde cuándo te has dado cuenta de que perdías el tiempo conversando conmigo?... Me sigues haciendo reír... Además, sé que solo has venido de visita. ¿Tal vez quieres que te cocine? Y yo sin saberlo... Lo celebro mucho..., pero tengo mala sazón... Sabes, siempre me has parecido el hijo de un sacristán de iglesia abandonada; siempre con una ligera y tímida sonrisa, como la de un cómico sordomudo.

Estiró el cuello y miró la oscuridad que nos rodeaba, giraba y hacía curvas con su cabeza, como percatándose de que no hubiera nadie.

—Tengo ganas de tocarte...

—¿Qué?

—Tengo ganas de tocarte...

—¡Por fin!... vaya. ¡Cómo iba yo a imaginar esto! Estoy sorprendida... Tu cerebro aún no es supersónico, pero está superando la velocidad de una tortuga... Algo es algo —le dije, burlándome.

Suspiró y se quedó pensativo. Yo, por mi parte, lo miraba con una sonrisa cómica, como la que siente una al descifrar el relato de un chiste corto. Una nube de mosquitos circundaba su cabeza. No hacía mucho viento. Miró atrás con mucha duda. De pronto, una súbita alegría invadió su rostro y agitó su alma como si el pasado y el presente se uniesen formando una cadena en sus pensamientos, eslabón por eslabón.

Estaba al frente de un mono polifacéticamente polígamo.

El pobre necesitaba demostrarse algo: que no estaba viejo, que gustaba, que le funcionaban los centímetros de su gran pena, que era un sinvergüenza de miércoles y que el Tenorio estaba aún intacto.

Para ser más exacta, él era el que eligió.

Misteriosamente había elegido el lugar, la hora y la oscuridad para echarse una canita al aire (literalmente). Se aventaba con todo al abordaje: "es una mujer ingenua y sin experiencia con los monos". Hasta había cambiado de look, cosa que no acostumbraba. Llevaba puesta su personalidad de conquistador, hasta ensayaba una sonrisita avasalladora.

Me examinaba de arriba abajo, con los ojos de un crápula, deseoso de darme un baile de diez minutos de diálogo mudo y así llegar a la conclusión de que "¡Bueno, total... soy lo mejor que tiene a la mano...!".

Así, pues, protegido por un bloque de cemento mental que no admite derrotas ni un "No" como respuesta, este mono se tira de cabeza, con ropa y todo, a la piscina que cree está repleta de agua.

—¡Ah, sí!... ¡Enhorabuena! —contestó, tomándome del hombro.

—¿Sabes quién soy yo? —le pregunto exaltada, moviendo la cabeza.

Se calla con cara nostálgica y caricaturesca. Luego añade:

—Sí. Mi primer amor... ¿Quieres o no quieres?...

—¡Oh, sí, mucho, mucho!... ¿Y desde cuándo, ah?

—¿Quieres o no quieres? —repitió con insolencia.

Así planteadas las cosas, cualquiera diría que me mostraría contenta e insatisfecha... Sabiendo, sobre todo, que fue él quien eligió el lugar, la hora y la oscuridad, y no al revés.

Pero no.

Todo lo contrario.

Cuando una mujer se quiere entregar, ella es la que pone el día, la hora, el lugar y la oscuridad necesaria. O sea, ataca ahí donde el mono menos se lo espera. Los monos no han salido aún de las cavernas y su sensibilidad es la de un bloque de concreto. Creen todavía en las experiencias patas arriba que tuvo su tatarabuela, allá, cuando el patriarcado hizo que su tatarabuelo la achuntara; pero lo triste, para su "infinita" vanidad, es que esas mujeres ya no existen ni existirán más en lo que les resta de vida. Estos califas malandrines de mente retrógrada solo son aceptados por nosotras, ahora, sí, ahora, siempre y cuando estén tres metros bajo tierra y con una lápida sobre sus cabezas.

Entregarse no es quitarse la ropa para que solo ellos gocen a la sombra de una luz tenue. No, no, no... ¡Ya no es así, mis queridos monos!

Nos abrazamos en medio de aquella oscuridad y con la nube de mosquitos que nos rodeaban. Me vuelvo a un lado e inclino mi cabeza sobre su hombro, luego le susurro algo al oído:

—¿Y si se entera ella...?! ¡Es capaz de quitarte la salida con tus amigos y cortarte lo poco que tienes!

—¿Qué?

—¡¿Y si viene mi hermana y nos encuentra?!

—¿Qué?

—Pero ¿quién tuvo la culpa?

—¿Qué?

—Ya tú ve... Luego no me eches tu pecado en cara... ¡Soy exageradamente apasionada!... —le dije, con resignación burlona.

—¿Qué?

—Long absent, soon forgotten!

 

Libertad

sábado, 13 de abril de 2013

Locuras del amor

Al otro lado de la calle, en un parque con frondosos árboles y luz tenue, se desarrolla lo que parece ser una escena de declaración de amor.

—Ya pues...

—¿Qué?

—Te invito a cenar...

—No.

—Pero ¿por qué?

—Eres terco. Ya te dije que no.

—Ya, pues, Estrellita, dime que sí.

—Eres muy fastidioso... No es no.

—¿Qué te cuesta salir un ratito conmigo? Ven...

—No me toques, por favor...

—Pero no me pegues... Tus manos duelen.

—¿Mis manos duelen? Te van a doler más cuando te meta una cachetada.

—¡Te atreverías!

—Si sigues molestando, claro...

—¡Ya!... Vamos al cine. Te encanta el cine, ¿no?

—Sí.

—¿Entonces?

—No quiero ir contigo...

—¡Vamos, pues! Como si no te conociera...

—¡Eso es lo de menos!

—¡Vaya, qué tontería dices! Ven, vamos...

—¡No me toques!...

—Tengo ganas de tocarte...

—¿Qué?

—Tengo ganas de tocarte...

—¡Qué cosas dices!... Está muy oscuro este lugar...

—Entonces, vamos a cenar... ¿Quiero decirte algo muy importante?

—No... Tus peroratas me aburren...

—¿Qué?

—Me estás tocando y tus manos están muy frías...

—¿Mis manos? No, tus nalgas están calientes. Mejor quítate la falda.

—No. ¡Tú estás loco!...

—Tú me tienes así... ¡Por favor, no me arañes!...

—¿Tú, loco por mí?... No tengo las uñas largas...

—Me estás arañando la espalda. No te muevas mucho. ¡No me jales los pelos!...

—¡Cállate!... Te voy a meter una cachetada si sigues hablando.

—¿Te lo beso?

—No.

—¿Lo introduzco?

—¿Qué? ¡No!

—Ya, pues, solo en la puertita...

—No... ¡Pero si me estás tocando!... Tienes las uñas largas... ¡Me estás arañando!...

—Es la hebilla de mi pantalón.

—¡Qué dices!... Pero si estás con el pantalón en el suelo.

—¿Lo introduzco?

—Te he dicho que no... Eres terco.

—Ya pues... Solo la puntita.

—No es no... ¿Dónde está mi falda? ¿Dónde la has puesto?

—Está colgada en una rama del árbol.

—¿Qué quieres?

—Solo que me quieras...

—¡Déjame en paz!

—¡Eso nunca!... No habría otro que me reemplace...

—Siempre habrá otro mejor que tú...

—¡Pero, oye!... Te confundes conmigo...

—No... ¿Por qué te sientas? Párate y desabróchate la camisa...

—¿Qué?... Bueno...

—Ven... Ya no te escaparás...

—¿Qué? No te agaches, por favor...

—Pero si no tienes pelo en el pecho...

—¿Qué?

—¿Sientes mi mano en tu espalda?...

—¡Sí!

—¿Sientes mi mano en tu pecho?...

—¡Sí!

—¿Sientes mis manos en tu ingle?...

—¡Sí!

—Cúbreme la cabeza con mi falda.

—¿Tienes frío?

—No. No quiero verte... Me puedo enamorar...

—No te entiendo... ¿Son mis ojos? ¿Mis sentimientos? ¿Te harán llorar?...

—No. Es tu imagen la que no puedo soportar...

—Desnudas mi mejor tesoro y no quieres ver mi imagen...

—Es que tu tesoro actúa sin tu consentimiento... Y hasta llora cuando le doy cariño.

—¿Por eso lo aprietas con tanta fuerza?... Me haces daño...

—¿Qué?

—Tus dientes también me hacen daño...

—¿Qué?

—Pero no te detengas... Logras que te ame más...

—¡Zoquete, cabeza tonta!...

—¿Qué?

—No me hagas hablar...

—¡Sigue!...

—¡Carajo! Me has ensuciado la cara...

—¿Qué?

—No te hagas el estúpido...

—¿Por qué?

—¡Diablos!... Porque estoy con Pipino el Breve. Mejor vamos a cenar.

—Pero si estamos bien en este lugar.

—¿Quieres que te dé una cachetada?

—Ya no quiero ir.

—No te hagas el resentido que no va con tu cara...

—¡Ay, Dios mío!... ¡Te amo!

—¿Qué?

—No tengo sílabas para expresarlo...

—Qué quieres que te diga si solo fue un beso que me mantuvo callada.

—¿Qué?

—Fue mi primer beso, desinteresado, incapaz de algún soborno...

—¿Qué?

—No olvides que el primer beso no se da con la boca sino con la mirada...

—¿Cómo? ¿Fue con tu mirada?

—Tú nunca lo comprenderías. Tienes la cabeza hueca...

—¿Qué?

—Ama hasta que te duela. Si te dolió, es buena señal...

—¿Qué?

—Tienes razón, mejor vamos a cenar...

—Pero tú pagas.

—¿Cómo?

—Lo malo de los besos es que crean adicción...

—¿Qué?

—Lo que hoy sintieron tus labios, mañana lo entenderá tu cabeza...

—¿Qué?

—¿Me amas?

—¿Qué?

—Me robaste un beso...

—Tú y tu manía de manipular las palabras.

—Me dijiste que fue tu primera vez.

—Cuando uno ama, siente el deseo inevitable de ayudar al otro.

—Entonces... ¿Me amas?

—Hasta el matrimonio...

—¡Ah!... El matrimonio no tiene nada en común con el amor.

—Tú debes saberlo mejor que yo...

—Solo sé que la inteligencia o la razón determinan lo que es posible...

—Pero el sentimiento va más allá de lo posible...

—Tú crees que la vida está libre de espinas. El amor muchas veces da coraje...

—Un anciano enamorado es como una flor en el desierto.

—¿Qué?

—Paremos todo esto... Mejor vamos a cenar.

—No.

—Ya pues...

—Te he dicho que no. Y no es no...

—¿Tiene que ser así?

—Así es el amor... Fácil de empezar, pero difícil de terminar...

Loro

jueves, 11 de abril de 2013

Aritmética SI, triquiñuelas NO.

Una soleada tarde de domingo experimenté una curiosa alegría. No había como parar de sonreír. La risa se me subía hasta los labios. Mis ojos y mis pensamientos se llenaban de júbilo. Hasta me puse a tararear, en espera de lo que acontecía. Esa tarde tuve la suerte de escuchar y ver en la televisión, que a Boca de Urna: el NO le llevaba al SI casi 8%.
Hora y media más tarde, todo estaba confirmado. ¡Ganó el NO!
No cabía duda; tenía ante mí la confirmación de mi primer triunfo, de mi primera victoria en una apuesta. Al oír el flash no pude menos que sonreír a la idea clara y feliz de mi conquista y a la idea de lucirme cuando llegara el momento de cobrarla. No había palabra humana que turbara aquel instante.
Eso supuse.    
Días atrás, pasando una velada con dos apreciados y atentos amigos, yo había apostado con uno de ellos; mi apuesta fue que la señora Villarán no iba a ser revocada, que seguiría como alcaldesa. Él apostaba, alegremente, que se iba de todas maneras, que sería revocada. Yo no tenía idea de otra cosa más que esa, nunca tuve en mi mente apostar por si se quedaban o se iban sus allegados en la alcaldía; el espíritu de la apuesta era esa, o es blanco o es negro. Simple apuesta. No nos interesó apostar por el arco iris que la circundaba. La aritmética era rudimentaria, como que 2 + 2 son 4 en la base 10. Resultaba innecesario ingresar al cálculo diferencial con tan simple y ligera apuesta, el tiempo y las cervezas se hubieran calentado hasta hervir.
Desde el primer momento de la apuesta, Juan, nuestro otro amigo, que compartía la conversación y las cervezas, lo entendió así. Porque no lo vi sacar ninguna calculadora o detenerse a pensarlo con minuciosidad. Acepté las condiciones de la sencilla apuesta a pesar de que todas las encuestas le daban el 10% a favor del SI… Joe, “honestamente” se echó a reír, imaginando que la victoria era suya. No lo dudó. Sonreí con curiosidad ecléctica y Juan hizo lo mismo. Nuestra confianza por la apuesta era de lo más natural. —Va la apuesta, tres cervezas bien heladas…
Transcurrieron no sé cuantos días. Mi ansia por disfrutar mi victoria se hacía cada vez más evidente. Hasta pasaba ideas ingenuas por mi mente, por ejemplo: saborear las espumantes y heladas cervezas acompañadas de una porción de canchitas. Tal vez haya que añadir una conversación amena, fresca y extendida.
Sin embargo, cuando llegó el momento de cobrar la apuesta, un día en el que nos reunimos como tantas veces, encontré a Joe, orgulloso de su victoria y vanagloriándose con una singular peculiaridad. Dijo que matemáticamente el SI había ganado, lo dijo hasta el capricho. Me saqué los anteojos, limpié los cristales innecesariamente, como tratando de salir de mi asombro. Pero él allí, sumaba y sumaba sin dejar ningún número abandonado. Entonces, un presentimiento pesaroso y confuso me ingreso hasta el estómago, haciendo presagiar lo inesperado. Mi felicidad se desvanecía cada vez que lo escuchaba ahondar en su victoria; mi feliz verdad estaba siendo convertida en una triste verdad. Se me encogía mi aritmético corazón cuando lo veía y escuchaba con atención, como quien mira y escucha a un expedicionario en busca de misteriosos sonidos y huellas exactas en lo oscuro de su memoria analítica. No sé si mis pobres y vulgares indagaciones hubieran servido en esos momentos para refutarlo.
Joe, seguía en lo suyo. Todo esto lo hacía con una sonrisa triunfal en los labios y con el rostro casi dramático. Guardé silencio. No sabía qué decir. Es algo que me sucede cuando alguien prorrumpe con triquiñuelas, encontrando motivos desesperados bajo la manga. En una frase, le falto dar un puñetazo a la mesa para que aceptáramos su matemática verdad.
—Matemáticamente el SI ganó… —dijo, sonriendo tercamente.
—Oh, sí… —contesté amigablemente.
Durante un rato le oímos hacer preguntas y observaciones preliminares, hablaba consigo mismo a veces. Esto dio ocasión de muchas bromas en su contra. Pero él, satisfecho en su vanidad, volvía a su cuadro matemático: —Miren, la mayoría de concejales han sido revocados. Las matemáticas no engañan… El SI ganó—… Faltó solo una pizarra para que nos diera una clase de sumas y restas. ¿Se trataba de un arrebato emocional por no saber perder? ¿Su memoria era difusa?... Tal vez era la lógica en la que incurren los hombres más consecuentes.
Juan escuchaba mis explicaciones y le daba valor a cada una de mis palabras, eso me azoraba mucho el ánimo y lograba que mi alegría, por mi primera victoria en una apuesta, volviera a mis sentidos. Por primera vez lo escuchaba y lo veía demasiado dócil y cortés conmigo. Únicamente se reía escuchando los argumentos de Joe, bromeaba haciéndole entender que la apuesta fue si se iba o no se iba la señora Villarán; pero Joe, solamente pintaba regodeo en su rostro, el cual representaba concienzudamente, el papel de un catedrático de verdades definitivas, exactas. En su oráculo no tenía cabida la hipótesis o la duda; su método científico era el suyo mismo. Incluso jugaba maquiavélicamente con las matemáticas como nunca, pero lo hacía de modo acordado por él mismo, desconociendo la simple aritmética de la apuesta.
Y, pausadamente, desorientado de mi verdad, renuncié…
—Que lo decida Marco —le dije, cerrándole la puerta a mi vapuleada aritmética. 
Loro

Honestamente, gano el SI y los “pepes”

Al 99% de las actas contabilizadas ya es muy poco el cambio que se pueda producir en el resultado final de la revocatoria de marzo del 2013, los números son claros y hablan solos, los votos por el SI fueron 88,598,470, mientras que por el NO  87,661,094, una diferencia de 937,376 votos, en una elección tan cerrada y extraña donde cada voto ha contado, era la diferencia entre quedarse o irse, entre ser revocado o permanecer en el cargo. Al final del día, SI se van 24, y NO se van 16, en votos y en víctimas mortales el SI ha ganado.

El argumento de que se salvó Villarán, es un magro consuelo para los que se niegan a ver la realidad, es el flaco argumento de Favre para justificar el pago de sus honorarios, y el de Ana Elena Townsend Diez Canseco por el cobro por adelantado del nombramiento de su esposo como embajador en Honduras, ellos si fueron los beneficiados absolutos y finalmente los únicos que sacaron provecho de la revocatoria.

Porque es, en el análisis de costo y beneficio, en el que se evalúa la magnitud de una victoria o derrota, es en el conteo de bajas, donde uno se da cuenta de la catástrofe, es por esa razón que Villarán ya no habla de victoria, y sus regidores revocados no hablan sino de que se alcanzó el objetivo principal, porque ellos saben, y es su triste consuelo, que ha sido una victoria con sabor acre del SI, ya que solo lograron escapar la tía y un paje, y es que ese fue, desde el comienzo el objetivo de los “pepes”.

Pero vayamos un poco más lejos en nuestro análisis de la revocatoria, analicemos los resultados y encontraremos varias cosas interesantes, que nos pintan de cuerpo entero la realidad, y nos muestran que para ser político profesional hay que ser una reverenda…, hay un hecho de esta elección que me ha llamado mucho la atención, es el abrazo de los Judas de los “pepes”, con el análisis del llamado voto cruzado, no he tenido conciencia sino hasta hoy, de que a estos tipos no hay que darles confianza, menos un abrazo, y que lo más sano a partir de hoy es verlos desde lejos, sobre todo cuando vas a concertar una alianza con ellos, ya que estos “pepes” se parecen mucho a los bolivianos de la guerra del pacífico, son poco confiables.

Los “pepes” con un hábil aprovechamiento del diseño de la cédula, sumado a una fina cirugía, han logrado el resultado que habían buscado desde el principio.

El llevarse de encuentro a los zurdos de Fuerza Social fue una tarea fácil, para su buena fortuna la mayoría de ellos, el grueso del ejército zurdo y su tropa de elite estaban al lado izquierdo de la cédula, de un solo sablazo se deshicieron de todos ellos, basto un solo golpe.

Luego fríamente, como les pasó a los judíos esclavos en Egipto, se salvaron solo aquellos que estaban marcados con el signo de los “pepes”, el resto fue muerto en el acto.

Así, finalmente, Lulú se cobró la revancha por los potoaudios, el tucancito le cobró al justiciero el vladivideo,  el gringoca les cobró a los zurdos el congaso, los chacanos le aplicaron su chiquita a huevito por el apoyo al chino, y solo el Gran Jefe sabe que otras cuentas, hasta ese momento no canceladas, finalmente se saldaron con una sola transacción el 17 de marzo.

Como puede verse a continuación por los resultados, fue una vendetta a la criolla.
Al menos los solidarios eran conscientes de que se irían, así que su inmolación estaba descontada.
En cambio, uno de los que si sintió el abrazo del oso fue el justiciero, solo después de investigar un poco en el pasado, se puede descubrir que el pobre justiciero, le tenía una cuentita pendiente al tucancito, ambos habían competido por Miraflores, el tucancito apelo al tío Vladi, se descubrió el vladivideo, no se sabe quién lo filtró ni de donde salió, pero lo cierto es que a la familia de los tucanes no les gustó nadita el roche, así que el pobre justiciero pasó a la lista de los morosos; bien dicen: la venganza cuando más fría más sabrosa; ya me preguntaba por qué el gran tucán se había pintado el pelo y había salido a luchar como si se hubiera aplicado diez pastillitas azules al hilo, bien dicen los tucanes nunca olvidan, o son los elefantes, bueno cualquiera sea parece que al justiciero lo ajusticiaron.

El caso de huevito es un poco menos claro, es cierto que los chacanos odian todo lo oriental, lo chino les cae mal, la cercanía de huevito al régimen del ingeniero, explicaría por qué está a punto de dejar el cargo.

Los más perjudicados por la chacalesca, hedionda y pestífera acción de los “pepes”, fueron los cándidos zurdos, que según habían pactado con sus ocasionales aliados, marcaron 40 veces NO mientras que los “pepes” fieles a su costumbre arrasaron con todos sus enemigos, aunque estos vistieran sus mismos colores, y llevaran sus mismas insignias, no tenían la marca salvadora de los “pepes” y eso fue suficiente para pasar por las armas.

Pero, qué pasó, que pisó, se preguntaran una y otra vez los zurdos, porque si éramos un solo equipo…, se olvidaron acaso de los dos brazos cruzados que representaban la fraternidad, todos por Lima, al final fue como sucede siempre en la política, victimar al enemigo, aunque sea tu aliado ocasional, tal cual Bruto a Cesar.

Otro hecho interesante es que los hermanitos salvaron a sus dos ovejitas, el gran corazón salvó a su solitario representante, y hasta siempre unidos salvó a su paladín, lo que demuestra que cuando se forman estas alianzas contra natura, a la hora de la batalla se debe pelear contra dos clases de enemigos, y cada uno es responsable de su trasero.

Ahora díganme honestamente mis estimados amigos “pepes”, si se puede hablar de adecentar la política bajo estos términos y acciones por demás deplorables.

Lo más extraño de este episodio es que la gran mayoría de la gente cree erróneamente que ganó el NO, y no solo eso, la gran mayoría cree que los “pepes” son decentes y garantizan la democracia en nuestra amada patria, así como también creen que la recolección de firmas para revocar a Villarán comenzó el mismo día en que llegó a la alcaldía.

Y si quieren saber por qué se salvó la tía y su paje, lo conversamos con las chelas que debe pagar el pepe que no pertenece a los “pepes” esta semana.
Hariwaki