Anoche,
no recuerdo exactamente la hora, estaba sola en mi cuarto, con la puerta
totalmente abierta, sentada frente a la computadora y tratando de escribir lo
que me aconteció en un misterioso sueño. Mi intención era no olvidarlo. Por eso
me había propuesto escribirlo con una sola idea: darle trascendencia y término
a este inconcluso sueño que tuve la noche anterior, en el que entablé una larga
y penetrante conversación sobre el amor y lo fugitivo que fue, con un sujeto
que, presumo, conocía, pero a quien no pude ver el rostro. Fue muy gracioso
verlo yendo y viniendo, agitando sus manos y hablándome con voz de papagayo.
Fueron claros y concretos momentos de conversación que mi mente no lograba
recordar con lucidez. Eran vagos y huidizos. Lo que sí recuerdo, sin confusión
alguna, es que nos divertimos mucho.
Un poco
por eso reprochaba mi falta de memoria, porque no me permitía darle una
explicación clara y contundente a mi sueño. Deseaba averiguarlo todo, y por qué
lo intrigante de la conversación que tuve con el personaje principal de mi
sueño. Me levanté sin decir nada y di unos pasos. Estaba con los ojos bien
abiertos, hacía mucho frío y me sentía un poco confundida porque no lograba
hilar todo lo acontecido con claridad. Aprovechando lo que me pasaba, en este
ínterin de deseo ideal, cerré los ojos e hice una pausa, durante un tiempo
indeterminado, tratando de ubicarme en aquel lugar adivinatorio, dentro de sus
límites, pero este se me desvanecía en el instante mismo. Tomé asiento sin
hacer ruido y recosté mi cabeza en el respaldo.
Así,
mientras desdoblaba este espacio abandonado por mi memoria, me llamó la
atención escuchar mi respiración y mis resoplidos claramente. Esto logró que
saliera de mi reposo mental. Ya recuperada, aparté mis manos de las teclas y me
froté el rostro... Ya era tarde ahora.
Pero
quería divertirme escribiéndolo, recordándolo a mi manera, la única que yo
quería aceptar debido a mi falta de memoria. Por eso mismo, y queriendo ser más
eficaz, apuraba mis manos golpeando las teclas y dándole rienda suelta a mi
afiebrada imaginación. Cuando estaba a medio terminar, se me acercó mi perro y
se puso a ladrar muy cerca de mis pies, como si estuviera escondiéndose de algo
o alguien. Me obligó a dejar lo que estaba haciendo. Me incliné y lo acaricié,
y él se quedó tranquilo. Volví a mi relato y él también volvió a ladrar. Era
extraño, porque no paraba de ladrar mientras observaba fijamente el espejo
rectangular que mi cómoda, con sus amplios cajones, sostenía; lo hacía con
mucha rabia y empeño, como si ese cristal tuviera vida o fuera una visita nueva
e inoportuna que a él le disgustaba.
Sin
explicarme nada, continué escribiendo. El ruido persistente que provocaba sus
ladridos ahuyentaba mi imaginación. Me puse de pie y me acerqué al espejo;
parada allí, lo examiné por todos sus lados; no pude encontrar nada más allá de
lo normal. Todo estaba en su sitio. No me quedó otra opción que llevar a mi
pequeño y peludo perro al patio, al otro lado de mi habitación, y dejarlo ahí.
Volví y quise continuar con mi relato, pero la duda estaba sembrada en mi
cabeza. "Debe haber algo en ese espejo que ha asustado a mi pobre
perro", pensé. Pero esta duda me duró unos segundos al ser repudiada por mi
razón.
Otra vez
sentada frente a la computadora, de perfil al iluminado espejo, sentí como si
alguien me observara. Volví la vista hacia él y solo pude ver mi imagen
reflejada en su interior, mirándome atentamente. Levanté mi mano izquierda y la
imagen hizo lo mismo. Levanté las dos manos saludándome; igualmente, la imagen
en su interior repitió lo mismo.
Me encogí
de hombros sin darle mayor importancia y seguí escribiendo. Otra vez, no sé
cómo explicarlo, sentí que alguien me observaba. "Había alguien más en mi
habitación, y mi perro lo había descubierto", eso creí. De pronto,
escuché una lluvia de movimientos horribles que subían desde la calle y
entraban por mi ventana; por un acto reflejo, se me erizó la piel y se me
arrugó el alma. Me puse nerviosa y corrí hacia donde estaba mi perro, invadida
por el miedo.
Pensé en
cosas curiosas por el susto, pero terminé sintiendo que me estaba comportando
como una tonta. Al principio, me costó volver a mi habitación y aceptar que no
había nadie más que mi perro y yo, y que los movimientos eran los de siempre, y
que yo estaba exagerando. Parada en el patio, y acurrucándome de frío, decidí
volver.
Al
entrar, traté de evitar el espejo y la imagen que se proyectaba de mí en su
interior, sospechando que solo era la quimérica idea que uno tiene de ellos y
que desaparece si uno no le presta atención. Esa zozobra se agravó por la
irresistible costumbre que uno tiene por la curiosidad; volví a mirar. Noté
entonces que mi mano izquierda era la izquierda y que además había dos puertas,
una cerrada y la otra totalmente abierta. Mi primer sentimiento fue de espanto.
En vano me frotaba los ojos tratando de cambiar esa absurda visión. Sin
entenderlo, quedé paralizada de terror.
A esta
visión le siguió otra aún más absurda: el cristal de un viejo espejo de vidrio
biselado y un antiguo reloj de cobre detenido en las diez de la noche,
prendidos a la pared, y las luminarias que despedían una luz tenue, estaban
llenos de telarañas. Me quité los anteojos para observar mejor. Reconocí
entonces que era el mismo lugar de mi sueño, donde entablé una larga y amena
conversación con aquel sujeto conocido, pero a quien no logré ver el rostro.
Agradablemente sorprendida, sentí que mi miedo se había disipado por completo.
Me quité los anteojos y me acerqué al espejo. No sé cómo, pero ya estaba en su
interior, parada allí, fascinada. Estaba claro que ahora mis ojos estaban fijos
en la puerta cerrada, posando con las manos puestas en mi cintura y llena de
curiosidad. Parada ahí, como una esfinge, sentí que alguien se acercaba a la
puerta con pasos suaves y una ligera agitación. Esto abrió bruscamente mis
sentidos, estimulándolos; entonces escuché, del otro lado de la puerta, una voz
ubicua que me invitaba a entrar: "Soy yo, aquí me encuentro, gracias por
volver. Entra"...
En ese
momento, mi perro jugueteando sobre mis pies me despertó; seguía sentada frente
a la computadora encendida, con el Word abierto, pero en blanco.
Libertad