domingo, 8 de enero de 2012

El misterio de la chompa azul

 III
Transcurría ya el año 1976. Con la experiencia adquirida en los años anteriores, y habiendo pagado el derecho de piso en repetidas ocasiones, Marcolino, el polémico y controvertido narrador de esta trivial historieta, se disponía a enmendar los perrunos errores de su conducta personal. Aunque lo ideal es siempre propender a cambios con responsabilidad mesurada y sentido holístico, también sería necesario analizar con sobreestima, empatía y afectividad al entorno galáctico que lo rodeaba; aquellos entes siderales referidos aparecen como un símil de la obra de Herbert George Wells en “La guerra de los mundos” tal cual su calificación definida: irrumpir, asolar y causar zozobra permanente.
En la sección del 4° año “B” de secundaria se había consumado ya en apariencia el desarrollo somático de sus integrantes, digamos hasta en un 85%, pelos más pelos menos, pero, como lo decía, el desarrollo evolutivo era netamente físico, por lo cual el panorama estelar del aula quedaría sujeto siempre a merced de las ocurrencias de algunos líderes en percepción, con características psicopatológicas inherentes y definidas; con todo respeto, creo que era parte del proceso normal en la maduración biológica para alcanzar una personalidad propia y sostenida.
Cuántas alimañas y galifardos aparecerían en este mundanal espectro, otras tantas sabandijas, filibusteros y mercenarios serían un factor común determinante para el colapso y desintegración del aula, lo cual acontecería en un futuro próximo, mientras el resto de cristianos mozalbetes permanecerían impávidos e indiferentes, continuando con su rutina inercial de convivencia.
Tan eximios personajes, que he presentado con ligereza en relatos anteriores, aparecen ahora abruptamente con sus baterías cargadas y desenfrenadas, con sus estrambóticas ocurrencias y sus ansias subrepticias de figuretismo; esta última “virtud”, a ciencia cierta, era el factor común del pensamiento adolescente rutinario; recordemos también que nuestra emergente sección se constituía en un islote semialejado de la metrópoli principal, pues fuimos ubicados arbitrariamente dentro de la escuela primaria colindante a nuestro Centro Base.
Habría que reconocer, con acervo crítico y modesta apreciación, el honor y la gloria de algunas actitudes individuales, cuyos méritos es saludable resaltar.
En alguno de mis relatos afirmé que Liliana constituía una motivación especial para mí, provocando en mis pensamientos una rara sensación y atracción magnética, que exacerbaba mis ánimos y producía en mis neuronas un shock eletrocinético hasta dejarme aturdido, absorto y alelado, tal vez impávido y hasta perplejo; sin embargo, era una sensación inevitable, había algo más que simpatía o atracción que  me absorbían, y concluyo firmemente que no era el frenesí de un plano sentimental. Más allá de las dubitables emociones estaba mi expandida admiración hacia su intelecto y capacidad de memoria, me impresionaban mucho estas cualidades y algunas virtudes más que hasta hoy no logro comprender. Por lo demás, como repito, no había mucho para escoger, a mencionar ligeramente desde la gordilínea Dorita Mateus, quien en un futuro mediato se convertiría en la “sandía de la discordia” entre dos de mis más cercanos amigos, como son el “chacal” Charly y su rival el “indio” Joel; quisiera saber si algún día se podrá conocer esta romancesca e hilarante historieta del siglo XX, réplica símil del triángulo idílico entre César, Antonio y Cleopatra… ¡que tal comparación!
Pero también estaban las hermanas Vilma y Nancy, quienes llegaron por inercia hasta el 4° año de secundaria, la última de las hermanas era una petiza pegajosa, más resbalosa que un jabón de sábila sin glicerina.
Como podrán observar, siempre estoy presto a destacar las virtudes y valores de mis connotados amigos; las adulaciones, elogios y ditirambos son merecedores a sus cualidades innatas. Lo bailado y lo vivido nadie nos lo quita… ¡Al César lo que es del César!
Como en un “coitus interruptus” prosigo intermitente con mi lacónico relato, con intervalos y pausas incontenibles, bajo una lluvia de espesas descripciones.
Más ovejas que aumentaban el redil, a citar, como la compañera de aula “charito” Bobby, una chica más noble que una lechuga y más buena que el pan francés, servicial y sociable, virtudes que lamentablemente tardamos cierto tiempo en comprender, o que en el fondo no quisimos comprender. Ella tenía detractores gratuitos, como el “chato” Montiya – un inverecundo mequetrefe, el “loco” Willy – un parlanchín bochinchero estrambótico y lunático del salón ¬¬–; del resto un establo, entre cuadrúpedos, alimañas, plumíferos hacían eco de su naturaleza ginecofóbica perturbando ocasionalmente el sosegado y armonioso ambiente. ¿Y quién más? Para continuar con este impertérrito recuento del franciscano plano femenino… A ver, contemos, Bertha, tan flaca como una sardina; la menuda “Quisi”; Lucy, la cuadrilínea, una de las pocas chicas asequibles al trato varonil.
Por supuesto, dejo para el colofón a otra chica singular y especial: Lucecita Román, “la bigotona”, y digo especial porque tuve un trato amical, cordial y liberal con ella; siempre servicial y comprometida al diálogo; algunas veces sensual y agradable a la vista, con algunas falencias que me recuerdan al árbol del alcornoque, no era voluptuosa pero su grácil estructura somática captaba de inmediato la atención de cuanto gallinazo o cernícalo se aproximaba a su carpeta; ¿Quiénes eran estos vultúridos? Según contaban las malas lenguas, estaban el “chato” Gavilán, un microfigureti de bolsillo, encamotado hasta el tuétano; el “bongo” Jorge, otro galancete de pueblo joven, el calorímetro del colegio, la versión barata y arrepentida de Giácomo Casanova, pero un gran amigo personal. Otro gallo colorete era “el cantor” Canchi, la réplica picafloresca de Romeo Capuleto Otra escoria digna de mención era el “chato” Montiya, quien también estaba al acecho de esta fémina. Sin embargo, según su propia confesión, ante la seguridad de que iba a ser choteado por la bigotona, “se conformaba con joderla”. Este protozoario de agua hedionda tenía una fácil verborrea para el convencimiento en farfullerías y escandaletes, sin duda era tan ladino y sagaz como un zorro revoltoso. Tantos postulantes más aparecían aliñados y emperifoliados para impresionar a Lady “bigotona” quien, aunque no se podría considerar como la última Coca Cola del desierto, tenía su atractivo singular. Por cierto, Marcolino estaba autoexcluido de esta rapaz banda de pajarracos carroñeros.
No pretendo pecar de soberbio ni petulante, pero la afirmación anterior es extensivamente válida. El único vínculo conectivo con Lucecita, como deseo llamarla, era exclusivamente por el esparcimiento; esta facultad la llegaría a descubrir a mediados del año, cuando se iniciaban los primeros compromisos sociales y acudíamos timoratos a las primeras reuniones de onomásticos de los más selectos compañeros. Sólo acudían los varones, bien catrines y pachucos para la ocasión, con la mejor música del momento y la bebida alcohólica emblemática para la ocasión, que inicialmente fue el macerado de “Guinda”, luego el “Chilcano” y, finalmente, la cerveza, bebida que se convertiría en una de nuestras preferidas hasta la actualidad.
Fue una etapa experimental, divertida y también perturbadora. La apertura de nuestras destrezas danceriles. Para muchos, cada fiesta era sólo diversión y desborde de alegría, muy lejos estaba todavía el líbido pensamiento hacia el exquisito y sibilino mundo del cortejo. Sólo la imaginación obnubilada de la musa invisible podrá aparecer al fragor de los estragos del alcohol, como un paliativo mediato, como un placebo circunstancial que producía mil formas de sueños y fantasías, y sin embargo nada era real, todo era ficticio y decadente, un mundo irreal, una burbuja virtual que encapsulaba nuestros más intrínsecos pensamientos.
Continuará

Marcolino.

1 comentario:

  1. Es un misterio aún mayor el conocer cuándo se publicará el nuevo relato enviado por la flaca.

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