sábado, 24 de diciembre de 2011

Los Pelagatos

¡Mi admiración a esta memoria pícara y picante nada sicalíptica!...Está escrita con mano muy traviesa; pero soy de la opinión de que merece un premio. ¡Aunque sólo sea por lo extraño de la imaginación profundizada por nuestros recuerdos! Esta puerta entreabierta ha dejado sin argumento a mi memoria retentiva. Bien, no es verdad que éste no es el primero ni el segundo de la saga...Marcolino nos seguirá deleitando con otros capítulos más...todos concatenados históricamente... A esperarlo pacientemente. Loro
II
En el cielo matutino del primer día del mes de Enero transcurría ahora el año 1976, implícito, rozagante, pletórico, avizorando nuevos bríos para el cumplimiento de mis deseos cristalinos.
Ahora más tranquilo y relajado, me encuentro cavilando sobre toda la carga yuxtapuesta de actitudes retrógradas y estrambóticas cometidas en el infausto y mezquino año anterior; la evaluación se hacía evidente y para bien o para mal debía reconocer mis errores ante la opinión pública estudiantil. Parecía darle demasiada importancia al asunto, contemplar los hechos bajo un criterio cursi y ridículo, pero debí hacerlo; y el pensamiento reflexivo me impulsaba al cambio definitivo de actitud; los términos “corregir y enmendar” representaban casi siempre una constante pesadilla en mi voluble e impredecible actitud.
Por fin llegamos al cuarto de secundaria, aunque el cambio de sección no podía explicarse: luego de haber pertenecido al 2° “A” y 3° “A”, el ser transferido al 4° “B” parecía desconcertante, como una moneda lanzada al aire.
En el angosto horizonte se atisbaba un contingente nuevo de compañeros de aula. Una nueva sección representaba nuevos alumnos…¿con quiénes me encontraría?.
Para satisfacción de mis convulsionadas ilusiones, Liliana también había sido incluida en el 4° “B”, con su pletórica presencia. Era más de lo que había imaginado, y deseado acaso.
Habíamos pasado ya los tres lustros de existencia, prometí mejorar y hacer un cambio diametralmente opuesto para reivindicarme ante todos mis congéneres; tenía el deseo de acercarme nuevamente a ella, de entablar conversación, sentir su presencia y escuchar su voz y quién sabe otro afán huachaferil adicional. Era evidente su influencia, constituía el centro permanente de mi atención, aunque parezca incierto, no era amor en mi expresa confesión y, la explicación se convierte en burla sicalíptica para el deleite desenfrenado en tertulias de reencuentros amicales. Así somos, así éramos, empedernidos bajo un pensamiento líbido y cretino, bajo una cortina de ideas primitivas y cansinas. Luego dicen que el Perú no avanza… ¡Quién los entiende, la conveniencia es la razón de los incautos!…
Habría que mencionar al complemento “racional” de la sección, algunos amigos a detallar: el “doctor” Joe, quien no salía ni a la esquina de su casa, “chancón solapado”, ensimismado en su mundo interior. Otros menganos eran: el “bongo” Isla, ya descrito en diferentes idiomas, ahora con aires de gallo colorete; el “chato” Montilla, un enajenado más para la olla de grillos y alacranes ¿De qué planeta lo trajeron? ¿Qué huaico o avalancha lo condujo a esta sección? Según la opinión pública, este tipo sería considerado como una “mierda” descrita en mil colores. Dos jumentos más: los hermanos Chávez, a quienes solíamos diferenciar con los apodos de “loco grande” y “loco chico”, ambos a la par, paranoicos por naturaleza, mas peligroso que “mono con ametralladora”, sabuesos desconcertantes, pero muy buenos amigos a final de cuentas. Más traviesos figuran a continuación: el “chato” Gavilán, figuretti por excelencia, el “negro” Espino, un badulaque más; el “pichanguita”, el “canguro”, el “terror de las quinceañeras”, el “cantante” Canchu, el “peloconcaca” Melgar, el “lobito” Adolfo, el “ricopelo” Rojas, el trastocado Cárdenas, el “rosquillo” Portillo, que a la larga se convertiría en el “punto” del aula; la “gata” Delgado y su yunta el Cordovés. Posiblemente he podido omitir a algún parroquiano más, pero dejo para el lance final a mi amigo J.C., con quien tuve la mejor amistad de cercanía y confidencia, el cual merecería un capítulo posterior aparte.
Entre las féminas, sólo recuerdo a unas cuantas, aparte de Liliana o Lucecita no había más para el gusto selectivo de los cernícalos fufurufos del aula, “pachacos desgarbados”, imitación burda de “casanovas de pueblo joven”; más refritos se agregan: la “dama boba”, Dorita, la cuadrilínea Lucy, Nanci y su hermana…¡Qué barbaridad…!
A buen entendedor por ende, cada género vivía su mundo aparte; alguno que otro samaritano compartía relaciones de estudios e intercambio de opiniones. En nuestro reducto se había formado ya el grupillo de trabajo, para justificar nuestra presencia en el colegio, pero había que agregar algo; de pronto nos encontrábamos en un ambiente extraño, alejado de nuestra alma mater: el Centro Base “RPB” no podía acogernos en sus precarias instalaciones, todavía era un bisoño plantel en proceso de construcción, y para evitar las rudimentarias lecciones al aire libre en salones semiconstruidos y sin techar, con un ladrillo como asiento, seguramente el flamante nuevo Director, el ingeniero “Vladimiro” de seguro había tomado la decisión de expectorarnos hacia otra galaxia contigua. Efectivamente, nuestra aula se encontraba fuera del colegio. Habíamos sido cobijados en un salón del “Porritas”, nombre con que designamos a la escuela primaria que se encontraba al costado del Centro Base.
Fue así que estuvimos listos para iniciar el año lectivo 1976, en el turno tarde. En las cómodas instalaciones de un nuevo aposento escolar me preguntaba: ¿Dónde michi estarían nuestros amigos de antaño?… Qué sería del “tigre” Betito, mi vecino y confidente exclusivo de asuntos romanceriles ¿En qué cuchitril habría aterrizado?; A qué sección habrían enviado al ladino Lorenzo, experto en intrincados trances perromuerteros ¿Qué redil cobijaría su “micropresencia”? Estas cuestiones y otras dudas no hacen más que presumir el funcionamiento anárquico de un sistema educativo modesto, franciscano y anacrónico. Era la realidad específica de turno, la verdad desnuda de un mundo insospechado.
¿Y quiénes eran nuestros preceptores? Algunos cristianos confesados que tuvieron el don y gracia de enfrentar las cortapisas del inescrutable destino. Ellos eran de mayor a menor rango por concepción propia. El “chino” Elías, profesor emblemático del curso de matemática, de carisma serio, ceño fruncido y estampa a veces adusta, un gran personaje, quien siempre se encontraba en el otro extremo de un sempiterno cigarrillo, pero magnífico prototipo de maestro casi exigente con el que muchos de nosotros aprendimos el curso de Geometría elemental y descubrimos los aportes legados a la posteridad por el gran Euclides, casi nada, pero por allí estaba el “chino”, socavando paulatinamente en el escondrijo destinado a sus pupilos, en un mundo impropio y advenedizo, lleno de postulados y teoremas… “El todo es mayor que cualquiera de sus partes”, decía en alguna eventual exposición la cuasi renombrada y bien ponderada Liliana, la de los corazones marchitos, y efectivamente, el profesor asintió asertivamente la proposición axiomática, habiendo miles de teoremas y enunciados, a la compañera del sentimiento se le ocurriría musitar aquella frase; el resto divagaban en el limbo.
También se presentó, una semana después, la afanada profesora de Lenguaje y Literatura, “la poderosa”, con más fama que linaje; no era tan fiera la leona como la pintaban, pantalla y pintura corrida, algo menos que regalona y nada más.
Otro espécimen de preceptor era el “serrucho borracho” Melvin, profesorucho de Educación Cívica y de Psicología… ¡Ufff! sólo era pavo relleno y cuento chino, con más aspavientos que cultura, ¿y qué menos podríamos exigir?. Sin embargo, tan menesteroso personajillo llegaría a influir superficialmente en la mentalidad supina de alguno que otro mengano y sutano que se encontraría inmerso en aquel universo troglodita de ideas cretinas e hipotrofiadas; aún más, llegaría a ser el tutor ad honorem de la prepromoción de nuestra sección, aula que a la postre sería siempre cuestionada, criticada y vapuleada por tirios y troyanos.
El resto de la plana docente resultaría ser una comparsa más de refritos según comentarían a futuro las lenguas viperinas.
Otro complemento de comidilla era el grupete “apostólico” docente, abanderado por la profesora de química, Magda Romero, el profesor “pajarito” de Educación Física, la profesora Sisi Días de Biología y la profesora de Arte a la que pintorescamente llamáramos “Lily Munster”.
Finalmente, endilgados con todas sus “chinas” y su “4 tilches” completaban este universo galáctico de ilustres personajes los docentes a figurar: el “lobo” Pachas, abusivamente improvisado en el curso de Inglés; la profesora Durán, una maestra bonachona de Historia del Perú, quien reemplazó a una infeliz novata que tuvo el atrevimiento de hacer su primer ingreso a nuestra aula vistiendo una minifalda roja, toda una provocación mórbida para la líbida mirada ansiosa y desenfrenada de la jauría en el salón. Por cierto, la llegada de esta profesora, cuyo nombre nunca llegué a conocer, fue debut y despedida, pues tras ingresar al aula y ser recibida con silbidos y piropos subidos de tono, procedió a retirarse y nunca más volvimos a saber de ella. Quien sabe, tal vez nos privamos de una magnífica profesora.
El círculo de nuestros profesores se cierra con la ascética presencia de doña Luz Benavides en el curso de Religión, la impredecible Betty Silva en Física Elemental, con alguna variación, cuyo hipotético reemplazante sería el ilustre pelafustán don Jeriberto, por primera vez conocido y sólo eso, porque nunca llegaría a tomar posesión de su cargo en el aula; sin duda otro apócrifo paladín del redil escolar.
Debe ser por demás aburrido hacer la presentación carismática de cada docente en su asignatura, pero los formalismos hay que cumplirlos así relinchen los lectores, aún más agregaremos a la pléyade de nombres al auxiliar Felipa y del ingeniero Vladimiro, director encargado de nuestra alma mater.
MARCOLINO

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