Había llegado el invierno. Y a esa hora la noche
estaba acosada por una oscuridad sombría y brumosa. Su humedad parecía perpetua
y mísera. El viento gélido ingresaba por todos lados del cuerpo, hasta los
huesos. Ante sus ojos, todas las luces de la calle estaban encendidas, pero a
pesar de ello la niebla lo cubría todo y le hacía sentir la noche envuelta y
espesa.
Aligeró el brazo y el timbre sonó de una manera
inquietante, como si bruscamente hubiera hecho una explosión. Esto originó un
asombro en el interior, porque sonó eléctricamente en sus oídos. En el aire se delataba
el apuro de quien lo oprimía, como temiendo que no hubiera nadie. Estrella soltó
el mouse que no se despegaba de su mano y le dio una última miradita a
la pantalla. Entonces se puso en pie refunfuñando y se encaminó hacia la puerta
con una expresión de rabia en el rostro. “¡Maldita manera de tocar…!”, piensa, y
apura el paso casi a la carrera. “Seguro que son ellos, esos conchudos de mis
hermanos que viene de improviso para que yo les cocine… Tienen esa costumbre”, se
dijo. Hablaba entre dientes. Se detuvo instantáneamente antes de abrir la
puerta, porque sintió la voz de alguien que ella conocía, de alguien que
conversaba en voz alta por su teléfono celular. Se quedó quieta, sorprendida. Inmediatamente
se puso a comprobar el tono de aquella voz. No fueron necesarios unos oídos
finos para reconocerla. Era él, no había otro en el universo con ese timbre de
voz salido de ultratumba; era él, que se atrevía a tocarle la puerta después de
un millón de años; era él, a quien no había perdonado su grosera cobardía ni su
manera de ser tan fastidioso; era él, a quien no quería volver a ver nunca, así
el mundo se derrumbara; pero ya no era posible retroceder. Abrió la puerta.
—Hola, Estrella —la saludó como si se hubieran
visto ayer.
—Sí, ¿qué se te ofrece?
“¿Se puede responder a esta pregunta banal, torpe y
evasiva? Entonces, ¿quién soy yo?”, se preguntó Charly.
Cuando Estrella se mudó a su nuevo departamento, el
condominio era nuevo y sus paredes estaban pintadas con un buen gusto. En el
interior todo brillaba resplandeciente, hasta sus muros coloridos eran vírgenes
de alguna mano sucia pronto a posarse. Colgado en la pared un cuadro con la
figura de un unicornio le daba un toque intelectual y apacible. Sobre una
mesita de centro, revistas apiladas esperaban que algún lector las cogiera. En
una de las esquinas, una maseta con helechos le daba vida fresca a la salita.
Un millón de años más tarde el cuadró desapareció y las paredes mostraban
algunas manchas con necesidad de una mano de pintura y los helechos habían
pasado a ser abono de otras plantas. El condominio en su conjunto tenía algunas
paredes descascaradas y las rejas con un óxido muy notorio. Estrella entonces
había visto cómo sus cabellos negros, lacios y brillantes, se llenaba de canas
como costras; y su cuerpo, ya subido unos kilitos de más, casi se igualaba a la
figura de un refrigerador. El edificio, unido sólidamente a su alma, envejeció
junto con Estrella presenciando bautizos, nacimientos, matrimonios, pésames y
trifulcas que nunca faltan en los condominios.
Llevaba sus años de trabajo sin lograr que la
satisficiera. Sus hábitos de solterona eran cada vez más reiterativos. Prácticamente
permanecía sola sin que nadie la molestase. Algunas veces no lograba evitar
recordar con nostalgia a su antiguo barrio, a sus calles, y también a sus
amigas del colegio, las que, de cuando en cuando, llegaban de visita.
Económicamente la suerte le había sonreído. No tenía necesidad de trabajar, aunque
el dejarlo hubiera hecho más intensa su soledad. De este modo llevaba allí,
especialmente desde que se mudó, una vida que se podía calificar de tranquila.
Había evitado, por todos los medios, los problemas relativos al amor. Nada de
paternidad, nada de personajes que le jodan la vida, nada de odios ni envidia y
¡al diablo con los hombres!; pero lo que sí amaba era la modestia, la
moderación y el buen vino. Sin pretendientes, enamorado o novio, ocupaba sus
largas horas en leer libros, escuchar baladas en inglés (su segundo idioma),
evocar escenas de su infancia junto a sus amigas, lavar su ropa, comer, bañarse
observándose completa, sin ningún rasguño; dar largos paseos por el
supermercado y sentarse frente a la computadora para sembrar, cosechar, regalar
arbolitos exóticos, vaquitas, combinar semillas, etc., etc., ¡eternamente!… en
su juego preferido hasta el vicio: el adictivo FarmVille. Su
destino, en pocas palabras, estaba prácticamente determinado. La paz en su vida
no esperaba ninguna sorpresa. Entendía que después de veinte o treinta años
tenía que morirse, y sola, además, como había vivido sola desde que se mudó al
impasible condominio.
No había errores. Así, pues, no estaba equivocada.
Su cuerpo, como su cerebro, no tenía ninguna avería, literalmente hablando; y
antes de que el timbre retumbara en sus oídos, Estrella fijaba su mirada
en la pantalla de la computadora sin poder apartarla de ella. La miraba lejos
de los problemas cotidianos de sus vecinos, lejos de los problemas del mundo. A
ella ya no le importaba…
Todo esto se resolvía en la cabeza de Estrella
mientras empujaba el dedo índice en el mouse y daba un clic sobre un ícono
ubicado en la pantalla. Quizá al día siguiente podría ir a donde quisiera sin
que nadie le pudiera decir nada. Entretanto, celebraba no verse obligada a
pasar fuera esa noche fría y densa con algún galán que la importunara.
Pero como es sabido, nada en esta vida es perfecto
ni está ganado o conseguido.
Al abrir la puerta y sin pensarlo dos veces, lo
dijo, en tono agresivo para avergonzarlo. Lo dijo sin mirarlo. Charly se quedó
mudo por unos instantes. Su cerebro hizo implosión. Lo llevó a tal grado de
idiotez, que era incapaz de calcular sus propias palabras y el valor de ellas.
Una mujer bella, casi gorda y cachetona, parada frente a él, acomodada una de
sus manos en la puerta entreabierta, lo cocinaba a fuego rápido con su mirada.
De pronto reaccionó. Volvió el rostro hacía ella y
le dijo:
—¡Perdona que te moleste a esta hora y con mi
presencia! No lo tomes a mal… Desgraciadamente, mis amigas que son tus amigas,
me han encomendado darte esta invitación personalmente.
Y estirando el brazo le hizo entrega de la
invitación. Se decía para él mismo: “¡Vete al diablo!” “¡No sé qué diablos hago
aquí!”.
La desagradable escena acabó por excitarlo
violentamente. Así, sin poder decir más, solo atinó a rematar, diciendo:
—Por qué siempre me dejas cortado… Esto de estar
aquí es pura casualidad, no quiere decir nada. Me he visto obligado a venir a
buscarte. Sabes, estoy a punto de reírme de ti… —Hizo nuevos movimientos para
controlar su cólera.
Estrella lanzó un grito áspero, como si hubiera recibido
varios martillazos en la cabeza, uno tras otro.
—¿Qué? —dijo— ¡¿Has venido desgraciadamente a
reírte de mí?!
Ante aquella respuesta, Charly se quedó
literalmente cortado, degollado. Inquieto, solo se movía perezosamente, como obligado
a dar un paso al costado y queriendo desaparecer. Ella lo miraba con rabia.
—¡Estrella, Estrella!... Es imposible conversar
contigo sin discutir… Un día hice una tontería escribiéndote y desde entonces…
—¿Una tontería…? —preguntó con prisa, profundamente
herida.
—¡Sí, sí! ¡Esto lo puede cometer el mejor! Fue sin
intención… —dijo Charly para consolarse.
—¿Qué quieres decir?... ¿Y qué pasó después?
—volvió a preguntar Estrella, conteniendo la respiración.
—¿Qué pasó? Que la señorita se molestó, y desde ese
momento ya ni siquiera quiso ser mi amiga. Y después de todo, ¿qué importa
ahora?
—Si, pues, gozas burlándote de mí… Tú sabes que me
irrita eso, ¡tú lo sabes…! ¡Eres la persona más fastidiosa que he conocido…!
—Lo sé. Pero ya son tonterías del pasado que no me
interesa… —refutó permaneciendo en la misma posición y siguiéndole con la
vista.
—Exactamente digo yo lo mismo… Veo que conoces bien
tu oficio… Pero hay cosas que no se pueden olvidar —replicó Estrella con la más
exquisita insolencia.
Eran las ocho de la noche en el reloj de Charly.
“No, no había error, es la misma mujer de siempre,
la misma de hace un millón de años”, se dijo. Desde ese momento, Charly
comprendió que ya no le respondería. Fue entonces cuando tuvo una súbita
inspiración. Por eso, cambió de rostro y en su boca dejó ver una sonrisa. Luego
hizo una reverencia mordiéndose los labios y mirándola, viendo sus encantos. Se
dijo así mismo: “Y después de todo, no tengo nada que perder”. Tal vez sentía
remordimientos. Pero no por eso debería caer a sus pies y estarse parado como
un idiota, pelándose de frio. Se echó confianza en sí mismo y supo que era
capaz de acabar con el melodrama de siglos esa misma noche.
—Sí… Pero te fastidia que no te fastidie, que no te
joda… ¿Sí o no? ¿Por qué no te atreves a decirlo? —dijo tranquilamente y alargando
la sonrisa.
—¡Ah, caramba! ¿Tú crees eso…? —dijo ella evitando
sonreír.
—Sí. Siempre he pensado que soy un fastidio para
ti… Pero en el fondo sé que tú siempre has sentido algo por mí. Hoy no me
inquieta eso mucho, lo mismo me da que fuera o no fuera cierto —contestó
lentamente, mirándole a los ojos.
Estrella permaneció, por un instante, indecisa,
asombrada por tal afirmación. Mientras le pasaba esto, no pudo evitar que le
brotara una ligera sonrisa.
—¡Déjame tranquila! ¡Estás hablando por la herida…!
¡No me hagas reír!
—No, no… Nada de soberbias a destiempo… Ya no
estamos para eso. En el fondo, ¿por qué te me corriste hace un siglo y por qué
te me corres ahora…? ¿Por qué me tienes miedo? En el peor de los casos, podrías
excusarte diciendo: “te quiero”, pero a cinco mil kilómetros de distancia… Yo
lo entendería —dijo levantado la voz.
—No hables tan fuerte —Estrella hizo un gesto de
silencio con la mano para que Charly bajara la voz—. ¡Mira! —dijo, y rio con
risa silenciosa y calmada —¡Mira! Si fuera lo contrario ya te hubiera tirado la
puerta en la cara hace buen rato… Pero ¿para qué diablos me tengo que preocupar
en ello?... —Quiso agregar algo más, pero se contuvo.
—¡Oh! No hay nada malo en ello —dijo Charly
examinándola—. Tal vez por eso me tienes parado aquí, congelándome de a poco y
no me invitas a pasar… ¡Ves que me tienes miedo…!
Estrella gruñó amistosamente.
—Seré indulgente contigo ahora… ¡Pasa…! Tienes
razón, hace mucho frio aquí…
Una vez dentro, se sentaron en el mismo sillón y buscaron
charlar amistosamente. Cambiando de tono, buscaban algo que decirse, alguna
frase acertada, honda, que rompiera el tempano de hielo que había acumulado,
por añadidura, el millón de años sin verse. Parecían del mejor humor, aunque
les invadía una deliciosa angustia. Charly aprovechó el momento de duda para
tenderle la mano. Ella lo miró con atención; aunque su corazón latía con
violencia acogedora.
—¿No quieres algo de beber? —le dijo, inclinándose
un poco a él y huyendo.
Charly susurró algo sin timidez y se quedó
observándola con una sonrisa. Aclaró sus palabras y contestó:
—Un vino puede ser..., o lo que tú quieras... Lo
estoy necesitando...
Estrella acabó por retirarse algo avergonzada y
volvió con dos copas y una botella sellada de vino borgoña.
—¿Esto está bien...? —dijo, sin pensar algo,
buscando una respuesta afirmativa.
—¡Sí! ¡Está muy bien...! —contestó
un emocionado Charly—. Dámelo, que yo lo descorcho —aumentó.
—A ver… —dijo Estrella, entregándole la botella y
el sacacorchos y echando una sonrisa.
Moviendo las manos como un experto, Charly le dio
varios giros al sacacorchos. Primer intento, segundo… Nada. No salía el bendito
corcho.
—Me parece que es por el otro lado… ¡Yo nunca
entendí como manejar este aparato…! —dijo ella, más resuelta.
—¡Sí, ya está…! ¡Uf! ¡Terriblemente torpe!...
—contestó Charly levantando la botella para que no se derramara el vino.
Mientras Charly servía las primeras copas, hubo una
pequeña pausa, un silencio. Aunque ella lo miraba como en un sueño,
pellizcándose la nariz y disimulando una coqueta sonrisa. Cuando se encontraron
sus miradas, los dos advirtiendo algo extraño. Ella, para salir de esto, hizo
un gesto de admiración con las palmas de sus manos.
—¡Lo ves Charly! El que la sigue la consigue —aventuró
a decirle, sonriendo con picardía.
—¡Parece que sí…! —exclamó él.
Se echaron a charlar y a beber. Ella no medía los
tiempos a los sorbos que le daba a su copa. Por lo que el vino hacía estragos
en sus pensamientos. Hasta le invadió un sentimiento singular. Ahora estaba muy
cerca de él después de un millón de años. Ahora sentía el perfume de sus
cabellos, el calor que emanaba de su cuerpo; el olor masculino de Charly la
invadía y penetraba en sus sentidos.
—¡Qué extraños eres! —dijo, mirándolo sin rubor y
sinceramente.
—¿Por qué, extraño? —preguntó Charly.
—Porque a pesar del tiempo, te sigo deseando...
—contestó.
—¿Qué tonterías son esas? ¿Te me estás insinuando…?
—dijo Charly con la cuarta copa de vino en su mano.
—No lo sé… —dijo Estrella, mientras intentaba
llegar a su hombro con su cabeza.
Charly se quedó mudo por unos instantes. Y dándole un
ligero sorbo a su copa, no dejaba de observarla sorprendido. Ella de repente se
avergüenza como si hubiera ido demasiado lejos. Se incorpora un poco, y para
ocultar su confusión ante lo evidente, le dijo:
—¿Por qué te quedas callado? ¡Dime algo…! ¡Te tragó
la tierra!...
—¡Vaya!… ¡Sí eres muy singular! —respondió Charly
—. Me preguntaba ¿Si los sentimientos pueden llorar? Y, si es así, ¿con qué
tipo de lágrimas lloran?
—Supongo que lloran con lágrimas de desencanto... o
de tristeza —contestó Estrella.
—¡Ah! Yo creo que lloran con lágrimas de vida... Es
su manera de expresarse. Porque los sentimientos también ríen, cantan y
encantan, gozan. No son racionales… porque se pueden convertir en arte… y el
arte es absolutamente vida, no tiene límite. Y para mí el arte es lo mismo que
el amor...
—¿Y por dónde andan tus sentimientos ahora? ¿Lloran
o ríen? —dijo Estrella, permaneciendo quieta y muy junto a él.
—Creo que ahora mismo andan por tus paredes, por
tus cabellos, por tu cuerpo, queriendo hablar…, y lloran y ríen en mis
recuerdos junto a ti, en el colegio y la universidad. ¿Comprendes?...
Cuanto más hablaban, más quietos estaban.
Transcurría el tiempo. Aumentaba el calor y la
noche avanzaba. Se volvieron a examinar cuidadosamente. Charly adelantó una de
las manos acariciándola y ella las recibió. La calle afuera seguía oscura, fría
y densa.
Estrella miró a Charly sujetándole la mano y le
preguntó:
—¿Ya te vas?...
—Sí… —contestó, oponiendo una resistencia.
—¿Para cuándo es el reencuentro de la promoción?
—Para el diez de noviembre… ¿Sabes qué hora es?
—preguntó mirando a la pared, sobre el reloj—. Las doce de la noche… —se
respondió.
Dicho esto, le dio un rápido beso en la boca
dejándola sorprendida, y se alejó lentamente de espaldas hasta la puerta,
siguiéndola con la vista hasta salir a la calle. Ella lo siguió. Se detuvo por
un momento, dudó. Lo miraba dulcemente seria, cogiendo la puerta entreabierta.
"¡Qué loco es!", se dijo. La amabilidad con la cual lo había tratado
Charly no estaba en sus cálculos. Nunca lo estuvo. Sonrío moviendo la cabeza.
Sabía que Charly acariciaba una idea que ella compartía. No pudo hacer la
petición que tenía en el alma y en los labios en ese momento. Hubiera sido muy
evidente. Se había mantenido sola durante tantos siglos, durante muchas horas,
en paz y quietud en el camino que ella se había trazado para cometer un
inigualable error. Ella misma no lo comprendía.
—El diez de noviembre…, entonces. A las siete estoy
por acá… —dijo Charly con voz que compromete, larga pero lenta.
—¡Claro!... ¡Si quisieras ser tan amable…! ¡Ok…!
¡Te espero a las siete! —dijo Estrella, sonriendo y meneando la cabeza
afirmativamente.
—¡Adiós!... ¡Te llamo antes…! —dijo él, poniéndose
en camino.
—Ok. ¡Adiós! Y no hagas tonterías…
—¿Tienes algo más que decirme? —dijo, volviéndose a
mirarla.
—¡No, no, no…! Y ya vete… —dijo, mientras
murmuraba: “Qué locura, parece increíble”
Loro
¡Muy hermoso! ¡Espero lo hagas realidad...! Te faltó: Ni un ser humano en las cercanías; ni el humor de algún desconocido, ni un ruido... Tiemblo de sobreexitación, pero sigo allí, aún no me he muerto... y muevo la cabeza convencida de saber que espero no en vano... ¡Te van a matar!... Tú te lo buscas...
ResponderEliminar