Salí
casi corriendo del salón de clases, deseaba cuanto antes encontrar la salida,
me eché a andar delante, esquivando a mis amigas, a los otros estudiantes, de
nuevo, por enésima vez, apurada, sin perder el control… No tardé en llegar a la
avenida rodeada de ambulantes… Iba a su encuentro con la sensación de que él ya
no lo dudaría y me abordaría para acompañarme hasta mi casa. Me dirigía a
enfrentarlo con la misma indiferencia de siempre. Me agradaba perfectamente que
siempre me siguiera con su mirada, disimulada e intencional, y siempre desde
aquella esquina. Pero deseaba algo más infrecuente, inusual, atrevido, algo que
lograra romper todos los esquemas y nos llevara a lanzarnos a una loca aventura…
Ya en medio de todo, doblé la esquina y salí de aquel caos de olores y bullicio,
de gente por todos lados, se me hizo hosca la caminata. A esa hora, había mucha
gente, mucho tráfico en el mercado. Me alejé zigzagueando, sin apuro. Llegué
así, hasta la esquina del chino. Un muchacho se me cruzó de imprevisto y me
saludó exaltadamente echándose atrás para dejarme pasar. Retrocedí. Al parecer,
estaba muy sorprendido de verme detenida en aquella esquina. Se trataba de otro
amigo del colegio, el cual presentaba un aspecto pintoresco y una ingenua alegría
en el rostro; su cintura iba ceñida por una “gorda” correa, de hebilla ancha
que sujetaba un pantalón acampanado. Un diente dorado se exhibía en su boca
abierta, mientras respiraba pesadamente, como rendido de cansancio. Mientras me
hablaba con voz tierna y gutural, su mirada se paseaba por mi rostro. Me
sorprendió…
—¡Ah!
Eres tú —le dije, reteniendo mi voz.
—¿Cómo
estás?... ¿Te puedo acompañar?
—Sí.
Entonces,
caminamos juntos; trataba de insinuarme algo, hablaba con jergas casuales y
miraba de reojo, insistentemente, hacía mis espaldas, mientras nos alejábamos
de aquella esquina. Me paré instintivamente, se volvió hacía mí y se quedó
callado, aproveché y le pregunté por los amigos del retaco y flaco. Meditó
dudando, apoyado en sus piernas casi cruzadas, balanceándose ligeramente.
—No.
No los he visto —contestó, disimulando una mentira.
¿Qué
más podía decirle? Andando junto a él, sentía detrás de mí, aquella mirada que
no había y me disgusté. Giré mi cabeza y me volví hacía la esquina del chino,
no había nadie parecido él. Mi amigo seguía mirando a mis espaldas, extrañado, como
tratando de descubrir a alguien que me esperaba.
—Estrella,
¿esperas a alguien? —me preguntó.
—No.
¿Por qué?
—¿No?
Porque mueves la cabeza hacía todos lados, que pensé que buscabas a alguien…
—No.
A nadie…
Sí.
Lo recuerdo.
Hacia
el medio día fui al centro de mis emociones para verlo parado allí, en la
tienda del Chino. Estaba de buen humor, caminaba mirando a la gente, tratando
de encontrar su mirada. Me detuve junto a un amigo y respiré amargamente;
estuve allí algún tiempo, mirando la esquina, algo avergonzada, mientras los
ojos de mi amigo vigilaban mis movimientos.
—Los
chicos del salón ¿a dónde se han ido? —le pregunté.
—¿Quiénes?
—respondió.
—Los…
—¡Ah!
Esos se han ido a la playa… ese es su vacilón… ¿Charly? Está también con ellos…
Me
miró buscando una respuesta. Hubo un silencio. Me disgustó que me juzgara tan
rápidamente. Me separé un poco de él.
—Hum
¿Cómo?... No. —me avergoncé.
Aproveché,
la ocasión, para pedirle que me hablara algo de ellos, disimulando la mención
de Charly. Él asintió algo enojado, tal vez incapacitado para describirlos y
con cierta impaciencia. Solo aportó para mis conocimientos, triviales minucias
y patéticas diatribas.
—¿Te
gusta Charly? —me preguntó, mirando a su alrededor y a cada paso.
Me
conmovió su mirada y su pregunta.
—¿Ah?...
¿De qué hablas? —exclamé.
Así
dimos vuelta a la última esquina, aflojó su correa, lustró uno de sus zapatos frotándolo
en el pantalón y continuamos nuestro camino. Algunos minutos después, estábamos
parados en la puerta de mi casa, yo iba distraída y escuchando sus palabras sin
interés, algo confundida. Sabía que mi propósito del día ya era imposible, el
retaco y flaco se encontraba a muchos siglos de distancia, semidesnudo, en
alguna playa. Me despertó el sol, que era propicio a esa hora, al iluminarme el
rostro. Salí de mi laberinto y toqué el timbre; me abrieron casi
automáticamente; no esperaron un segundo toque. Me alegré. No tenía ninguna
intensión de prolongar la charla con mi amigo circunstancial. Nos despedimos
rechazando su invitación. Tartamudeo burlonamente.
Apresuradamente
subí las escaleras. Al entrar a mi habitación, tiré los libros y cuadernos en
mi escritorio; me quité rápidamente el uniforme, lo doblé y lo puse en
cualquier parte. Estaba confundida y molesta por su fantasmal presencia. Alcé
mis hombros y me dije: ¡Qué diablos me importa! Pero todo se confabulaba. Por
todas partes había tranquilidad, y yo allí, intranquila. Reflexionándolo sin
pasión, me decía a mi misma: “retaco, feo y flaco, qué me interesa”. De súbito
mi rostro se enrojece y no me imagino el rubor. No sabía lo que me sucedía.
Tuve a bien decirme que me comportaba como una idiota. Pero me deleitaba
cruelmente esta sensación y este esfuerzo de no querer pensar más.
Víctima
como era de estas influencias misteriosas e invisibles, me daba cuenta de lo
que me sucedía ¿Me daba cuenta?... En esos momentos nada escapaba a mi
atención; conservaba una intolerable lucidez, no quería entender lo que originaba
todo aquello. Solo se me ocurrió gritar para mis adentros… Me contuve, tomé
aire. Dije a media voz: “¿Estoy enamorada?”. No quise pensar más.
A
los dos días siguientes, luego de salir del colegio, caminaba a paso lento,
examinando el asunto, sin poder hallar una respuesta… —Cuando lo vi en el
salón, sentado, fingiendo no verme, se me ocurrieron tantas cosas, que me
hacían pensar en un enjambre de sentimientos no comprendidos. Me irritaba su
indiferencia. Y para colmo, aún tenía adolorido los brazos. Me encolericé y
estuve a punto de ir hasta su asiento para interpelarle, pero mi orgullo no me
lo permitió—… Sentí alguien a mis espaldas. Me detuve. Me volví hacia atrás y
lo vi. No estaba muy lejos. Me es imposible describirlo. Súbitamente, me sentí
del mejor humor por este inesperado encuentro.
Dio
unos pasos lentos y me dio alcance.
—Hola,
Estrella. Tengo un encargo para ti…
Crucé
las piernas y me dediqué a observarlo. Extendió su brazo, dejó correr su vista
a lo largo de mi cuerpo y me entregó un libro.
—Teresa
me lo ha prestado… Pero me dijo que era tuyo…
Su
voz fue como una palmada en mis hombros.
—¿Sí?
No me había dicho nada… —le contesté, indiferente.
Me
miraba provocándose una sonrisa nerviosa, pero sus ojos tenían un aspecto serio,
atractivo y oculto.
Instantáneamente
se me ocurrió interrogarlo irónicamente, casi bromeando.
—¿Tuviste
miedo de pedírmelo personalmente?... —le pregunté, sonriendo con amabilidad.
—¡Jem,
jem! ¡Sí, así parece…! Pero, no… fueron las circunstancias —respondió,
llevándose la mano a la cabeza e irguiendo los hombros.
—Ya
ves. A ella si se lo pides, ¿verdad?
—¿Qué
quieres decir? —respondió, mirándome de frente.
—Hazme
el favor… Sé que le gustas a ella —le dije, un poco emocionada —. ¿Tienes algo
con ella?
—Claro
que no. Estás lejos de saber el origen de mis sentimientos… Me halagan tus
afirmaciones, ella no te va a perdonar la infidencia.
—Eso
depende… —le dije, en son de reproche.
—Depende,
¿de qué? —respondió, sonriendo sutilmente.
—De
que me delates.
De
repente, percibo que me falla el brazo y trastabillo. El libro se cae de mis
manos y doy un grito de dolor. Él se inclina y lanza sus manos en el vacío y
logra cogerlo en el aire. Se queda mudo. Durante unos segundos, no le interesa
mi embarazosa situación, disimula. Luego, me toma del brazo y me retiene casi
chocándonos. Me dan unas tentaciones de ir sobre él. Me lo impido excusándome.
—¡Perdón!
Esto
dura, dura un tiempo deliciosamente corto. Mis cuadernos yacían desparramados
en el suelo. Inmediatamente él se agacha y los recoge ordenadamente. Lo observo
inclinado, en cuclillas. Me rueda la alegría, la satisfacción de verlo que me
engríe, que se disculpa… ¿Qué hora sería?... ¡Qué me importaba!...
Esto
produjo su efecto, un efecto imprevisto y mágico. Cada uno de sus movimientos
me pedía perdón por no haber sujetado bien el libro. Le di las gracias por el
servicio de juntar mis cuadernos y entregármelos ordenados. Mentira, no me los
entregó. Se los puso en el otro brazo y se encargó de cargarlos.
Comenzamos
a zigzaguear entre la gente, casi al final del mercado, jugueteando y
discutiendo sobre una obra que él se atrevió a leerme. Sentí entonces una mano
sobre mi hombro y me volví. Observo con curiosidad que son dos amigos.
—Hola,
Estrella. ¿Por qué tan solita? —oigo un saludo burlón.
—Hola,
¿qué tal? —respondo molesta.
Me
detuve allí y decidí enviarlos al fin del mundo. Pero no pude. Eran también mis
amigos de mi salón de clases, de mi colegio. Me puse a conversar con ellos por
unos instantes, tratando de despedirlos.
—¡Ah,
sí! —dijo Charly, dando un paso atrás y con un rostro de pocos amigos.
Un
instante después, me entregó el libro y mis cuadernos, dio media vuelta y
cambió de dirección. Tuve que cederle el paso para que no me atropellara. La
presencia de aquellos amigos lo exasperó.
—¿Ya
te vas? —le pregunté.
—Sí.
Creo que ellos son una mejor compañía…
Los
dos echaron a reír de una manera tonta. Al pasar Charly junto a ellos, lo
torearon, lanzándole algunas burlas.
Cambié
de aspecto. Furiosa y rudimental, los fulminé con mi mirada; luego me llevé la
mano al rostro, me volví hacia Charly y lo miré alejarse, apurando el paso.
Libertad
¡Interesante...! Lo que más me gusta es que aún no lo terminas... ¡Visiones y sueños!... Dónde demonios encontrar aquel hueco del tiempo para pasar una tarde como aquella. La puerta se abre, repentina; y la química de lo vivido antes, se pueda repetir, pequeña y brutalmente... Pienso que no hay hambre tan justa como la de hoy... Edredones, pellizcos en la nariz, y un buen vino serían lo más correcto... Un buen albergue en una ciudad actual y llena de amigos... Es el arte que la vida crea... incomprensible, pero real, nunca escogido...¡Jem!
ResponderEliminarMejor extiende las piernas en el banco de un cine y no hagas ruido. Tu silencio dirá más que tus palabras. Tú has estado de juerga y yo caminando como un transeúnte... y dile gracias a la vida por tan excelente hallazgo... Pero mejor sigamos escribiendo... al final es lo que queda... ¡Me alegro mucho...!
ResponderEliminar