martes, 26 de febrero de 2013

El final

Nací en un barrio eternamente horrible, lleno de piedras y arena por todos lados, y muy cerca de un río en el que se percibía un olor odioso y fétido. No había luz eléctrica por aquel entonces, por lo que mi madre solía encender un lamparín y algunas velas. Con ella intercambié algunas palabras en las que prometía hacer enmienda y otras que no recuerdo. Durante el día, los rayos del sol atravesaban el techo mal distribuido y mal colocado.

Viví años en ese lugar, con seres vivos deambulando en su pobreza, junto a sus hijos, algunos de los cuales fueron mis amigos. En mi alocada fantasía asociaba los hechos cotidianos con figuras escapadas de mis lecturas, en las que había colores frescos, vitales y gente real, más real que la gente viva de mi barrio. Mi apariencia siempre me asombró, siempre era extraña a mi reflexión, a mi propia presencia; tal vez porque no quería verme parecido o calcado a los adultos, siempre pobres, encandilados con su pobreza, marchando estúpidamente, agrupados tras de una imagen que llevaban sobre los hombros, metida en su interior y reventando el cielo con sus pólvoras.

Por las tardes, me acurrucaba en el interior de un cilindro formado por arbustos que el río dejó crecer en su margen. Con los ojos puestos en el cielo, tendido sobre la arena, solía pasar horas enteras leyendo alguna revista o algún libro incompleto que había encontrado en el basural que lo rodeaba; y esperaba, soñando con lo que había leído... esperaba verme con gente en un mundo divertido, animado, lejos de la pobreza. Esa posibilidad me inquietaba, deseaba muchas cosas distintas. Esto hacía que me extraviara en el laberinto de mis emociones, en un silencio creciente; horrendo y espantoso era aquel lugar, lleno de corredores infinitos, del cual no podía salir con una sonrisa; siempre allí, asolado y solitario como mis propios pensamientos.

Luego llegó mi primer amor de pubertad, una emoción difícil de explicar. Ella era extraña, a quien nunca había visto antes, excepto en sueños y en vagas visiones de las que no me atrevo a recordar. Vivía en la otra cuadra, al otro lado de una verja que encontraba abierta cuando ella me citaba para burlarse de mí. Villana, pero hermosa, con ojos zarcos y una vincha ajustada a su cabeza, vestida impecablemente que impactaba mi desbastada imaginación. No sabía, ni me importaba, si lo que sentía por ella era locura, enajenación o magia; lo único que sabía era que era mi novia por un pacto hecho a la luz de una luna llena, y que por ello estaba decidido a perseguir la alegría que ella, con sus ademanes, me hacía sentir.

Habían transcurrido varios años cuando llegué a la secundaria, a un colegio de paredes agrietadas y aulas espantosas. Era indefinidamente horrible, llena de tierra muerta y polvo esparcido por todas partes, como una imagen de mi barrio. Aulas humildes, sencillas y oscuras, con paredes cubiertas de telarañas y sombras. Baños odiosamente húmedos, donde se percibía un olor detestable, como de costras fétidas acumuladas de muchas generaciones. Un colegio casi en ruinas donde conocí a mis amigos más remotos y donde tuve, no sé si la mala suerte, de conocer también a mi amor de adolescencia, también muy distante en el tiempo. Bastó con que mis ojos la vieran una sola vez para no olvidarla nunca más. Hoy no puedo siquiera decir, ni remotamente, a qué o a quién se parecía. Ella era para mí una sombra fantasmagórica, un misterio clandestino que debería ocultar hasta el final de la secundaria. Mis ojos embrujados se limitaron a observarla siempre enigmática, bella, con aspecto de una villana buena, dejando en mi memoria una avalancha de descorazonados recuerdos.

El destino me jugó una mala pasada. La volví a encontrar en la universidad. Al volver a verla, recordé mi bamboleante paso por la secundaria y su fantasmagórica imagen, aquella que me dejó hechizado y poco menos que exaltado. En ese pequeño y eterno instante supe todo lo que me había ocurrido en la secundaria, mis noches en vela y su imagen, que no podía borrar de mi memoria. No grité, pero mi instinto me provocó una abominación por lo que seguía sintiendo. En el horror definitivo de ese instante, como entre sueños, reconocí lo más terrible de mi futuro y la impía traición a mi promesa: "Tú no naciste para ella". Cuando salí de mi asombro, me di cuenta de que no podía moverme ni salir de aquella trampa surgida en el recóndito y desconocido valle de mis sentimientos. Era una amarga alienación que yo llamé amor.

Ahora galopo lejos de los fantasmas burlones y a veces cordiales de mis recuerdos. Le dije todo, más de lo que ella necesitaba saber. Un libro fue mi catarsis, como una carta escrita con la sinceridad y emoción del momento, y luego lo quemé, dejando el pasado atrapado en sí mismo.

Solo puedo decirles que el olvido es la calma, y la indiferencia, mi mejor herramienta, la que extenderé hasta el final de mi vida...

Loro

lunes, 4 de febrero de 2013

Del lobo un pelo

                       Corría a raudales los días y meses del año 1977; habíamos transcurrido la barrera de la indiferencia desconocida o por lo menos eso tratábamos de aparentar ante el extenso contingente de ovejas puritanas y gentiles de nuestro salón: el quinto años “E”, la máxima expresión de la farra y juerga farandulera del eximio colegio RPB para todos los cristianos.
Como decía, estábamos lo suficientemente ambientados en la nueva cuadrilla del aula y con la suficiente confianza para emprender no solo las actividades académicas, sino también las relativas a las relaciones sociales consuetudinarias.
En aquel intervalo de tiempo, hacía sus pininos como profesora de Matemática la joven y atractiva Patty Camasca, quien tuvo la fortuna de reemplazar al “pelón” Magallanes, más conocido entre el populorum como “fraile arrepentido”, un cacaceno y briboncete que nunca nos enseñó algo del curso en mención, pues siempre tuvo la frescura pingüinesca de echarle un ojo de águila a las chicas del salón que más llamaban la atención entre lacios y profanos. Así fue como fijaría sus cernícalos atisbos en la llamativa figura de Gladys Gonzáles, con quien sabe qué intenciones, tal vez para ser considerado el centro de atención, el “man” y mandamás absoluto de su alicaída clase.
La profesora Patty trataba de explicar la interpolación de los valores trigonométricos mediante la aplicación de la regla de tres simple y la lectura de la tabla de valores numéricos indicados en el libro. A su alrededor se observaban muchas caras extrañas, meditabundas y patidifusas; no se podía esperar más por el momento.
Marcolino fijaba su atención en las curvilíneas voluptuosidades de Gladys, su atracción fatal, su delirio incandescente. Al percatarse de su mirada, ella adoptaba una postura serena y natural con un gesto casi risueño; creo que interpretaba las esforzadas intenciones del empeñoso y desilusionado galán por captar su atención.
Hasta que por fin se difundió la noticia del día. Era el momento del ansiado recreo, cuando el pendenciero amigo Víctor Espino lanzó la invitación al aire diciendo: “El viernes 15 de junio es el cumpleaños de mi hermana y vamos a celebrar su quinceañero… están todos invitados… no se olviden del regalo”. Con esta simple y discursiva expresión, aunada a su eterna y cínica sonrisa, pretendía absorber ya en forma definitiva la atención y simpatía del indeciso y desconcertado clan juvenil, por supuesto de manera muy especial del grupillo de chiquillas que engalanaban nuestra sección.
Víctor Espino, tamaño lagartijón de covacha subterránea, era el anfitrión de turno y todos esperábamos con impaciencia el marcado día del ansiado tono. La noticia corrió como reguero de pólvora por todo el colegio bajo un clima de efervescencia y vasta notoriedad; había más invitados que los esperados.
Llegó el día señalado y por primera vez en mi metódica rutina no acudí en busca del amigo Poncho, con quien había deparado siempre las más ingentes aventuras de la adolescencia escolar entre palomilladas y sesiones de estado. Esta vez, Marcolino iría en busca de su amigo y confidente “Chicho” Vicuña, su vecino y compañero de barrio más próximo a la distancia; el increíble Chicho era un tipo introvertido y algo excéntrico para el catálogo de su voluble personalidad, pero estábamos en la onda “chic” del momento, en un clímax de fruición y frivolidad; el amigo Chicho era un ranqueado y experimentado “galán de barriada”, selectivo y exquisito para echar el maicito a las polluelas mozalbetas que le interesaban. Para muestra un botón, dicen que una golondrina no hace un verano, pero Olga Yayita, una de sus fans idolatradas, era algo más que una cándida golondrina, una arpía sagaz disfrazada de incauta damisela, ella sería el deseo del propio Chicho, su verdadero amor platónico, inexorable y mañosamente eterno. Algo que no se entiende es lo de “platónico”, ¿referido tal vez al chorreo del silver money? Creo más bien que era un amor pagano y prohibido, aunque lo de pagano también tiende a confundirse con el tintineo de las viles monedas. No hay más que decir, el melenudo y exquisito Chicho había escogido ya su fulgurante y patético destino.

…Continuará

Marcolino

domingo, 3 de febrero de 2013

A falta de huevos

Acabo de saborear un placentero y rico pollo a la brasa. El servicio de entrega funciona muy bien en estos lares. La música de Toto, África, suena por todo mi cuarto. Estoy examinando un libro que lleva por título "Manual de autoayuda". ¡Vaya, qué estupidez! De veras, yo no escribiría algo semejante a esta tropelía. ¿Por qué? No soy nadie para acabar con la autoestima de algún lector despistado. Porque los dichosos manuales son como las dietas o los benditos gimnasios, incalificables dramas que, en el fondo, se ríen de nosotros. Esperanzas, promesas que nos dejan deprimidos y con la moral por los suelos. Si sigues al pie de la letra sus teorías, dicen sin tapujos, la fortuna te sonreirá y los más agraciados se enamorarán de ti. Pero al final son como los Red Bull, te dan alas, pero cuidadito con ponerte a volar. Tu caída será catastrófica.

Sin embargo, los manuales de autoayuda funcionan muy bien con aquellos que se esfuerzan y logran conseguir las siete llaves de la felicidad. No es mi caso. No llegaría a poner en práctica ni la primera de las siete llaves. Y creo que, en el fondo, todos o la gran mayoría, somos así. Cuando uno se da cuenta del problema, suele ser tarde. ¿Por qué? Porque somos unas olímpicas vagas. No hay nada malo en decirlo. Aunque no se reconozca, formamos una gran base de la sociedad. Nos sacrificamos para evitar que el mundo caiga en manos de esos fanáticos del sacrificio y de la vida mejor. Siempre hemos estado y lo seguiremos estando, y no tenemos por qué avergonzarnos. Somos lo mejor que este mundo ha creado para evitar su autodestrucción. No somos políticos, ni militares que juegan a dominar el mundo, ni tecnócratas obnubilados que consideran que pueden inventar las más sofisticadas maravillas, telefonitos, maquinitas que juegan solas y tantas estupideces más. Pobre Jobs, se murió sin disfrutar lo que él quería que otros disfruten. Únicamente queremos vivir en paz, comer un riquísimo pollo a la brasa, vivir bien, enamorarnos de un enano si se da el caso, obtener el máximo efecto con el mínimo esfuerzo. De no ser por nosotros, todos estarían haciendo de religiosos: religiosamente buscando la luz de la vida, la musculatura precisa, la cinturita de avispa, el potito rico a las miradas y otras tonterías más por el estilo, como llenarse de dinero.

Como muchos, puede que cometamos algunos pecados o pecadillos, pero nunca infringiremos las leyes de la naturaleza. El mono prehistórico —no el náufrago— habitaba en un ambiente paradisiaco donde tenía todo a su alcance. No se preocupaba por el cambio climático; todo lo contrario, la temperatura de su entorno era deliciosa y el placer de vivir le inspiraba algunas pequeñas satisfacciones, detalles simples como dormir siestas lujuriosas, comer opíparamente y rascarse la panza si era necesario. Es decir, más o menos lo que hacemos hoy en día este grupo de vagas. Claro, ahora con un número menor de unidades por vaga, porque la propaganda está en auge, y en auge de una manera descomunal. Son incontables los libros con recetas para vivir feliz, vivir en la gloria y sentirse realizado con varios millones en tu cuenta.

Pobre del mono y la mona actual. Las instituciones de los Cornejos, de los Napoleones Hill, de los Deepack Chopra, etcétera: "Cómo superar el fracaso y obtener el éxito", "Un feliz bolsillo lleno de dinero", "Las siete leyes del éxito", etcétera, etcétera, no los dejan mantenerse en pie. Sobre todo, no se los ve quejarse nunca de calambres cerebrales, hasta que se meten un tiro en la sien o se lanzan del puente más cercano creyéndose pájaros… —¡Soy un mediocreeeeeeeeeeeeee!— Un plock… y un mono o una mona menos.

Por suerte, existimos nosotros, los principales responsables de cualquier tema de conversación sin estrés, de hacer cualquier mamotreto escrito sin importarnos si es novela, cuento o relato… ¡Qué importa!... Si no fuera por nosotros, el mundo sería más aburrido que peinar todos los días a mi hermana menor. Evidentemente, no hay que confiarse demasiado, porque puedes tener al enemigo muy cerca de ti. Sí, ese que te recomienda acumular riqueza y más riqueza hasta el cansancio, un matrimonio feliz, los hijos de tu adoración y el bolsillo lleno de dinero.

No es fácil ser vago en esta época. No, no, no —digamos vago, que nos generaliza a todos los humanos de nuestra especie—… Los ocupados no tienen la menor idea de esto, no ves que siempre están ocupados. Ser vago requiere mucha paciencia, mucha dedicación y, sobre todo, un absoluto rechazo a entrar en razones. La incertidumbre de la vida es nuestro lema. Aunque la presión de la vida nos exige parecer más hermosos, meditar más, beber menos y alejarnos de nuestros hermanos de vagancia, para así elevarnos a la gloria.

De joven, caí en la trampa de recorrer el mundo en busca de mi alma gemela. Encontrar a ese maravilloso hombre que cumpliera con los requisitos de las personas que quieren lo mejor para una. Los prejuicios de la sociedad y mi familia me llevaron a buscar esos secretos que no creen en picazones o sensación de calorcito. "Tu felicidad es otra cosa". "Shakespeare es un idiota, no podría haber vivido un segundo en este paraíso de escritura virtual". Entonces, me convertí en Indiana Jones en busca del tesoro perdido. Fue inútil, nunca logré encontrarlo. ¿Saben por qué? Porque lo tenía frente a mis narices y no pude darme cuenta. De hecho, estos prejuicios no sirven a nadie, y para los que somos vagos por naturaleza, menos aún. Son reglas especialmente inútiles para aceptarlas.

Hoy sé que mi vago especial, mi guía, mi gurú, se ha convertido a la otra religión. Se ha cambiado de camiseta. ¡¿Por qué, ah?!... Ahora tiene el gusto asociado al precio de lo que consume. Si es barato, es malo. Si es caro, es bueno. Si es carísimo, es exquisito. Ha llegado al colmo de entrar a hurtadillas a su casa, utilizando exclusivamente las manos para guiarse. Trata de evitar el escándalo por la hora de llegada; para él son las cinco de la madrugada, cuando para todo el mundo no es más que medianoche. Lo han vuelto bruto. Pobre de sus amigos, los tiene abandonados.

Les cuento esto porque lo he visto hace poco. Ahora sé que los malos consejos abundan. Estaba cambiado. Lo que quiero decir es que no era él, no podía ser él. Me vino con lo de: "Sé tú misma". ¡Qué barbaridad! Yo me preguntaba: ¿Qué, ¿luce un traje de Ermenegildo Zegna? Me miré en el espejo que estaba a mi lado y observé que seguía vestida como siempre: unos jeans y una blusa. Seguía siendo la misma mujer de siempre. Pero ¿yo misma?... No sé si seré la misma cuando alguien me haga falta o me saque de quicio. Es que nadie en su sano juicio puede ser uno mismo. Es un postulado que se lo escuché a él. ¿Por qué entonces esa pregunta?...

Lo que pasa es que, en el fondo, todos somos unas gallinas hipócritas y quejonas. Nos cerramos a ciertos gustos que no son los nuestros. ¿Por qué queremos ser otras personas? Él sabe que siempre digo lo que pienso, le guste o no. Lo que realmente hace indigesta una reunión es ver que alguien a quien tú conoces cambie de la noche a la mañana. Ahí sí se puede decir esta frase ingrata: "Sé tú mismo"...

Su abierta inteligencia se había vuelto perezosa. No quiso discutir, prefería que yo tuviera razón y no él. La vida lo había vuelto un mal jugador, un filósofo cínico de imprecaciones mágicas. Su falta de imaginación lo llevaba a moverse hacia lo cruel, hacia lo desconocido. El idioma se volvió complejo, no lograba entenderlo. Pronunciaba las palabras de otra manera, con un sentido contrario. Todas sus frases eran truncas.

La vaga, sin una palabra, ahora solo sonríe... Si el poema no excita, no siente nada. No me arrepiento de haber combatido en sus filas contra el mundo de la excelencia. —¿Me amas? —Le pregunté. —Mira que hasta puedo opinar sobre autos y decoraciones. Por favor, ¿me prestas tu último Manual de autoayuda? ¿Por qué imaginas que nosotras nos tragamos esas barbaridades? El amor es tan simple: solo encontrar a alguien que te deje darle un revolcón y susurrarle tonterías al oído.

Libertad