Corría a raudales los
días y meses del año 1977; habíamos transcurrido la barrera de la indiferencia
desconocida o por lo menos eso tratábamos de aparentar ante el extenso
contingente de ovejas puritanas y gentiles de nuestro salón: el quinto años
“E”, la máxima expresión de la farra y juerga farandulera del eximio colegio
RPB para todos los cristianos.
Como decía,
estábamos lo suficientemente ambientados en la nueva cuadrilla del aula y con
la suficiente confianza para emprender no solo las actividades académicas, sino
también las relativas a las relaciones sociales consuetudinarias.
En aquel
intervalo de tiempo, hacía sus pininos como profesora de Matemática la joven y
atractiva Patty Camasca, quien tuvo la fortuna de reemplazar al “pelón”
Magallanes, más conocido entre el populorum
como “fraile arrepentido”, un cacaceno y briboncete que nunca nos enseñó algo
del curso en mención, pues siempre tuvo la frescura pingüinesca de echarle un
ojo de águila a las chicas del salón que más llamaban la atención entre lacios
y profanos. Así fue como fijaría sus cernícalos atisbos en la llamativa figura
de Gladys Gonzáles, con quien sabe qué intenciones, tal vez para ser considerado
el centro de atención, el “man” y mandamás absoluto de su alicaída clase.
La profesora
Patty trataba de explicar la interpolación de los valores trigonométricos
mediante la aplicación de la regla de tres simple y la lectura de la tabla de
valores numéricos indicados en el libro. A su alrededor se observaban muchas
caras extrañas, meditabundas y patidifusas; no se podía esperar más por el
momento.
Marcolino
fijaba su atención en las curvilíneas voluptuosidades de Gladys, su atracción
fatal, su delirio incandescente. Al percatarse de su mirada, ella adoptaba una
postura serena y natural con un gesto casi risueño; creo que interpretaba las
esforzadas intenciones del empeñoso y desilusionado galán por captar su
atención.
Hasta que por
fin se difundió la noticia del día. Era el momento del ansiado recreo, cuando
el pendenciero amigo Víctor Espino lanzó la invitación al aire diciendo: “El
viernes 15 de junio es el cumpleaños de mi hermana y vamos a celebrar su
quinceañero… están todos invitados… no se olviden del regalo”. Con esta simple
y discursiva expresión, aunada a su eterna y cínica sonrisa, pretendía absorber
ya en forma definitiva la atención y simpatía del indeciso y desconcertado clan
juvenil, por supuesto de manera muy especial del grupillo de chiquillas que
engalanaban nuestra sección.
Víctor Espino,
tamaño lagartijón de covacha subterránea, era el anfitrión de turno y todos
esperábamos con impaciencia el marcado día del ansiado tono. La noticia corrió
como reguero de pólvora por todo el colegio bajo un clima de efervescencia y
vasta notoriedad; había más invitados que los esperados.
Llegó el día
señalado y por primera vez en mi metódica rutina no acudí en busca del amigo
Poncho, con quien había deparado siempre las más ingentes aventuras de la
adolescencia escolar entre palomilladas y sesiones de estado. Esta vez,
Marcolino iría en busca de su amigo y confidente “Chicho” Vicuña, su vecino y
compañero de barrio más próximo a la distancia; el increíble Chicho era un tipo
introvertido y algo excéntrico para el catálogo de su voluble personalidad,
pero estábamos en la onda “chic” del momento, en un clímax de fruición y
frivolidad; el amigo Chicho era un ranqueado y experimentado “galán de
barriada”, selectivo y exquisito para echar el maicito a las polluelas
mozalbetas que le interesaban. Para muestra un botón, dicen que una golondrina
no hace un verano, pero Olga Yayita, una de sus fans idolatradas, era algo más
que una cándida golondrina, una arpía sagaz disfrazada de incauta damisela,
ella sería el deseo del propio Chicho, su verdadero amor platónico, inexorable
y mañosamente eterno. Algo que no se entiende es lo de “platónico”, ¿referido
tal vez al chorreo del silver money? Creo más bien que era un amor pagano y
prohibido, aunque lo de pagano también tiende a confundirse con el tintineo de
las viles monedas. No hay más que decir, el melenudo y exquisito Chicho había
escogido ya su fulgurante y patético destino.
…Continuará
Marcolino
No hay comentarios:
Publicar un comentario