—Hijo,
levántate ya… ¡no vayas a llegar tarde!
Es
la voz inconfundible de mi madre, con ese timbre a la vez enérgico y dulce,
instándome a abandonar mi descanso. Seguro que el desayuno me está esperando
para dar inicio a la rutina diaria y partir raudo a clases. Mi primera reacción
es brincar fuera de la cama, pero ese impulso es frenado de súbito por un
atisbo de lucidez que me advierte que algo no está bien, que aquello no encaja
con el presente… por supuesto que no… si esas situaciones dejaron de ocurrir
hace tantos años… Sonrío extasiado al comprobar que sólo fue un sueño…
Permanezco
acostado, disfrutando de todos los recuerdos despertados por aquel sueño,
cuando de pronto un dolor lancinante atraviesa mi cráneo y se instala en su
interior como pequeñas palpitaciones. Intento abrir los ojos, pero el dolor lo
impide. Una fría sudoración se añade a mis molestias, y comienzo a experimentar
náuseas. Respiro profundamente, intentando descifrar la causa de mi mal. ¡Por
supuesto!… Ayer salí de cuchipanda con mis amigos… Estoy con una resaca de los
mil diablos… Hace tiempo que esto no ocurría, pero parece que esta vez me excedí
con los tragos. Por fin consigo abrir los ojos. El reloj marca las 05:30. Abandono
mi lecho sigilosamente y me dirijo al baño. En el trayecto cambio de opinión;
mejor será ir al primer piso para no incomodar el sueño de los míos. Todavía
estoy sumamente mareado, así que desciendo por las escaleras con lentitud,
aferrado al pasamanos, en tanto que por mi memoria comienzan a desfilar algunos
detalles de lo acontecido: Ayer muy temprano me reuní con Charly y Joel en el
restaurante “El Jibarito”, en donde
disfrutamos del consabido cebiche, que esta vez no estuvo tan bueno como en
otras ocasiones, acompañado eso sí de las respectivas cervezas bien heladas que
cada vez están mejor. Estuvimos conversando allí durante un par de horas y
luego nos dirigimos al barrio, al “point”
de costumbre, en donde compartimos algún tiempo más discutiendo acerca de las
próximas elecciones municipales y de los quince candidatos que este año se
disputan el cada vez más suculento cargo de alcalde en nuestro distrito. Ya
llegué al primer piso y todo está oscuro, al igual que mis recuerdos. Por más
que hago memoria no logro recordar qué más ocurrió anoche, ni siquiera cómo
llegué a mi casa. Avanzo en la penumbra y, a medida que lo hago, una serie de
chispazos comienzan a iluminar desordenadamente mi cerebro. Ya llegué al baño
del primer piso. Enciendo la luz y en ese preciso momento una serie de escenas
afloran a mi memoria. Por fin consigo recordar lo sucedido con algún detalle,
pero ahora sí que estoy totalmente confundido… ¿Lo que recuerdo es real?
¿Fuimos nosotros los partícipes, o será sólo fui testigo de lo que otros hacían?
¿Será que alguien me contó esta historia? ¿O también forma parte de mi sueño?
No
puedo contener una carcajada al rememorar todo aquello, e incluso la jaqueca y
las náuseas parecen haber desaparecido… ¡qué tal historieta!… Se trata de un
relato surrealista, que literalmente invade el terreno de lo escatológico en su
más hedionda acepción. Y, pensándolo bien, es probable que no merezca ser
contado, aunque creo que tampoco sería justo condenarlo al olvido. Quizá sólo
sea un mal producto de mi actividad onírica, o tal vez unos recuerdos
trastocados, borrosos y parchados, o algo que oí, que leí o que imaginé; aunque
a estas alturas lo más probable es que sea el resultado de una mezcla de todo
ello.
Llevábamos
casi toda la tarde en nuestro “point”,
matando al tiempo, cuando inesperadamente Marcolino apareció ante nosotros, con
la novedad que ha recibido una bonificación y quiere celebrarla con nosotros.
Así que la charla se prolongó durante algunas horas más, al mismo tiempo que nuevas
botellas vacías se iban acumulando dentro de una caja discretamente colocada al
lado de nuestra mesa, e innumerables puchos retorcidos seguían atiborrando al humeante
cenicero. No estaba muy avanzada la noche cuando la encargada del local se
acercó algo avergonzada hasta nosotros, y luego de expresarnos sus disculpas,
nos apremió a terminar, pues debían cerrar el local más temprano que de
costumbre.
—Bueno
—exclama Joel—, ya estamos algo mareados, así que será mejor que nos retiremos
a descansar.
—¿Estás
loco? —le increpa Marcolino—, la noche es joven… ¡Tenemos que seguir
celebrando!
—¿Y
adónde vamos? —Pregunta Charly, quien siempre estádispuesto a prolongar la
pachanga.
—No
sé, ustedes decidan —tercié—. Ustedes saben que a mí nunca me importa mucho el
lugar, sino la buena compañía.
—¿Y
por qué no vamos al night club ese al
que ustedes siempre van?—propone Marcolino, frotándose
las manos y exhibiendo su típica expresión sicalíptica.
Casi
una hora después arribamos al night club
que Marcolino tanto ansiaba conocer. Es un antro bastante exclusivo, que hace
algún tiempo me recomendó mi buen amigo Chicho, al cual suelo llevar a mis
amigos muy de vez en cuando, y en donde las anfitrionas simulan perfectamente
que me conocen y siempre se las ingenian para adivinar mi apellido, esmerándose
por ofrecernos el mejor trato. Ya en el interior, nos acomodamos en el
reservado de costumbre, alejados de la estridencia y de la muchedumbre, en
donde podemos platicar con tranquilidad mientras disfrutamos del excelente show
que ofrecen las denudistas que laboran en este local. Y es que actualmente,
gracias a la bonanza económica de nuestro país, lugares como éste han sido
prácticamente invadidos por hermosas mujeres de casi todas las nacionalidades, que
lucen con desenfado sus estupendas figuras, despertando la algarabía y la
lascivia de los exacerbados parroquianos que suelen pulular en estos tipos de
local.
La
consigna es divertirse, así que proseguimos con el jolgorio al ritmo de la
música, de las estriptiseras y de las jarras de cerveza que continúan
desfilando frente a nosotros. Sin darnos cuenta, poco a poco dejamos de lado la
conversación y cada vez estamos más pendientes del show, que se prolonga sin
pausa hasta que, en algún momento, se inicia un extraño silencio, que sólo es
roto por uno de los presentadores, quien en medio de caravanas se esfuerza por
anunciar a una guapísima colombiana de nombre rimbombante, dueña de una
anatomía realmente privilegiada, quien de inmediato despierta la algarabía general
y se adueña de nuestra atención tras deleitarnos con un show voluptuoso y nada
menos que sensacional.
—¿Está
buenaza la “colocha”? ¿No? —Me
pregunta Joel—mirándome fijamente a los ojos.
—Por supuesteichon,
Cumpa… Si en la pista de baile se ve así, imagínate como será de cerca —le contesto,
sonriendo, excitado.
—Ya
vuelvo, señores —se despide Joel, luego de proponer un brindis, retirándose
fuera del reservado. Y permanece ausente durante algunos minutos, dejándonos
continuar solos con el festejo. De pronto, mi Cumpa reaparece, pero esta vez no
viene solo; junto a él se encuentra la susodicha colombiana:
—¿Quién
de ustedes es Poncho? —pregunta la blanquiñosa, acercándose con paso felino,
obviamente conocedora del sensual impacto que provoca su presencia.
—¡Yo!
—le contesto, admirándola con fascinación, evaluando cada palmo de su anatomía,
con curiosidad científica. La conclusión es indiscutible …¡un verdadero
bombón!… ¡sumamente colchonable!… ¡aprobada summa
cum laude!
—Pues
su amigo debe estimarlo mucho, ya que me ha contratado para que le haga un
baile privado —me propone en voz baja, ronroneándomelo al oído.
Cuando
no, mi amigo Joel, siempre evidenciándome las muestras de su aprecio. Aunque
pretendo voltear a mirarlo para agradecerle tremendo obsequio, soy incapaz de
hacerlo, pues todos mis sentidos han sido acaparados por mi fortuita
acompañante, que ahora gira lentamente, exhibiendo con exquisitez su escultural
silueta. Sé que mi Cumpa comprenderá la descortesía; además, ya habrá tiempo
para retribuirle tanta generosidad. Todo parece estar bien, pero en esta
ocasión a Charly no parece agradarle para nada el regalito que Joel me está ofreciendo,
pues reacciona de la manera menos esperada:
—¡Y
por qué a mí no! —reclama airado, mirándonos encolerizado, primero a Joel y
luego a mí, aunque luego de unos instantes suelta una carcajada, aparentemente resignado.
—¿Desea
ir a un ambiente más privado o prefiere que lo hagamos aquí, delante de sus amigos?
—me pregunta la estriptisera, con ese tonito de voz tan característico de
nuestras vecinas del norte y tratándome de usted, que es como ellas
acostumbran.
—Que
sea aquí —sentencié. Después de todo, esta debe ser una de las situaciones más
inocentes que he compartido con estos galifardos.
—Y
da inicio a su espléndido espectáculo, contoneándose al ritmo de la música en
las formas más inverosímiles, a la par que se despoja con calculada lentitud de
la escasa lencería que lleva puesta. La contemplo sumamente embelesado y, de vez
en cuando, miro de reojo a mis amigos: Joel, sentado a mi izquierda, no deja de
sonreír, en tanto que Charly, sentado a mi derecha, me mira con una envidia no
disimulada y refunfuña algo ininteligible. Marcolino, sentado frente a
nosotros, aplaude como un energúmeno, sin ocultar su lujuria.
Cuando
termina de despojarse de su última prenda, la desnudista se aproxima a mí, y
como es habitual en estos casos, comienza a restregar su cuerpo contra el mío,
invitándome a toquetearla. No me hago de rogar, y mientras le practico una
palpación sistemática con el rigor científico que me caracteriza, no puedo
evitar mofarme de mi buen amigo. Le guiño un ojo con toda la sorna de que soy
capaz, sin presagiar lo que está por ocurrir. Al parecer el baile ha llegado al
éxtasis, pues la fulana se coloca a horcajadas sobre mi abdomen y da inicio a
un furibundo galope.
Aprovecho
que realiza una pequeña pausa para asomarme por encima de su epicúrea tetamenta,
y una vez más dirijo mis ojitos burlones hacia mi encolerizado amigo, quien
esta vez sí que está realmente enfadado, pues me devuelve su ya legendaria
mirada de indio raco, ahora matizada
con un gesto de lascivia y total embriaguez que no presagian nada bueno: Sin
apartar de mí su mirada, introduce el dedo medio de su mano derecha dentro de
su boca y luego lo retira con extremada parsimonia, mostrándomelo durante unos
segundos. Sonrío aliviado al suponer que eso es todo, pero me equivoco, y lo
que hace a continuación ya no me sorprende: Aprovechando que la blanquiñosa
está en plena sesión de equitación, se inclina hacia delante y se las ingenia
para introducirle su ensalivado dedo en salva sea su parte, retirándolo casi de
inmediato, con una rapidez y destreza que de seguro sería la envidia del más
renombrado de los proctólogos, y con una exactitud y precisión que descartan
cualquier sospecha de serendipia y revelan su veteranía en este tipo de faenas.
La fulana, quien obviamente no esperaba un ataque de este tipo, y menos aún por
la retaguardia, experimenta un repentino espasmo, pero logra identificar inmediatamente
al intruso, pues gira rápidamente su cabeza y mira desconcertada a mi temerario
amigo, quien le devuelve una sonrisa lujuriosa, blandiendo su ahora contaminado
dedo delante de sus ojos, exhibiéndolo ante ella como lo haría con el más
preciado de los trofeos. Luego, coloca el dedo usurpador debajo de sus fosas
nasales y, como si se tratase del más finísimo de los habanos, lo desliza
lentamente de un lado para el otro, esnifándolo con una fruición espeluznante. Pero
lo que hace a continuación sí que me sorprende: Ahora se pone en pie y explota
en carcajadas como un poseso, y no se le ocurre mejor idea que frotar su ahora
aromático dedo sobre la frente de un desprevenido y totalmente alcoholizado
Marcolino, quien al parecer no se ha percatado de nada de lo sucedido, pues
sólo atina a mirarlo con algo de curiosidad y desconcierto. Ante todos estos
sucesos, la tipa demuestra ser toda una profesional curtida en estas lides,
pues culmina con su labor sin apenas inmutarse.
No
se puede dudar que la memoria funciona de una forma por demás misteriosa pues,
de las tantas horas que departí con mis amigos, sólo recuerdo con nitidez este
episodio, que no debió prolongarse durante más que unos cuantos minutos. Aunque
ahora que escribo este relato surgen tres detallitos más que han quedado
cincelados en mi memoria:
El
primero es acerca de la fémina aquella, quien al despedirse de nosotros,
después de ofrecerme una extensión de sus servicios, me increpó en voz baja,
profiriendo la siguiente aseveración, que prefiero no comentar:
—¡¡Su
amigo es un asqueroso!!
El
segundo es un comentario de Joel, quien tuvo el acierto de resumir todo este
episodio con una sola expresión:
—¡Que
tal inhalación Charly!… ¡Parece que estabas esnifando cacaína!
El
último proviene del pobre Marcolino, quien se la pasó el resto de la noche
arrugando la nariz, olfateando por todos los rincones, mientras exclamaba con
incomodidad:
—¿Es
mi idea?... ¿o por aquí hay algo que huele a mierda?…
Anonimus.
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