domingo, 5 de abril de 2015

Noé y el Arca maravillosa - 1

Este eximio patriarca bíblico nació hace cuchumil cuchucientos años A.C, justo en una época en donde los hombre –y también las mujeres– se divertían a diestra y siniestra, convirtiendo al paraíso divino en un tugurio mundano, con lucecitas de colores y todo su recuntécun. Estas “divertidas” actitudes provocaron la ira Divina, quien al toque se puso a pensar en cómo resolver este picaresco problema de un solo porrazo.
Don Noé era un hombre humilde, incapaz de perseguir a una mosca o de acariciar a un gato ronrroneante, por ello un día precisamente por querer averiguar las propiedades de las uvas fermentadas se pegó un “tremendo trancazo” de tal forma que sus hijos Sem, Cam y Jafet tuvieron que llevarlo calato y recostado en una carretilla directo a su camita. Al siguiente día le quedó chico el tonel de agua y estuvo todo el día sediento como un camello. Pero el divino hacedor sabía que Noé era guarapero, y que todo había sido producto de la curiosidad, y no habiendo hombre más Santisteban que él y su familia, le habló de su proyecto de construcción del Arca, porque iba a enviar una torrencial lluvia con truenos y relámpagos para hacer desaparecer a todos los desgraciados que no practicaban su política divina.
Y es así como Noé, sin ser carpintero, se puso en marcha para hacer el famoso barquillo de madera. Primero fue al aserradero a comprar tablas de todo calibre; luego, a la ferretería a comprar clavos y herramientas y, finalmente, contrató unos cuantos cholos recios para que le ayuden en el proyecto, a quienes pagaba por jornal diario, incluyendo horas extras por cierto; como no era egoísta, avisó a todo el populorum de la profecía y castigo divino, advirtiéndoles que si no enderezaban sus rumbos iban a presenciar el más largo carnaval que haya presenciado la humanidad. “Más vale feo y bueno que guapo y perverso”, les dijo. La gente muy fresca, como de costumbre, hizo caso omiso de sus predicciones y hasta un enano mujeriego tuvo la osadía de exclamarle “¡Anda que te coma el tigre!”. Noé, sin perder la pasividad característica, avisó a su familia y reuniendo a todos los animales de entonces les pronunció este discurso:
¡Animales de la tierra aquí presentes! Tengo a bien comunicarles a todos ustedes, incluyendo a mi familia, que dentro de pocos días nos va a caer una lluviecita de la pitrimitri. Porque papá Jehová quiere baldear este planetoide lleno de porquería donde los únicos decentes somos mi señora y yo. Se salvarán sólo los que estén metidos en el Arca, pero ojo que tampoco van a entrar todos, sino una pareja de cada figurita, porque si no imagínense, de repente se me presentan 40 elefantes, 50 hipopótamos, 100 rinocerontes y se hunde el buque conmigo y todo. Lo que les digo es que cada macho vendrá con su hembra —“la firme”—, a excepción de la mula que no se sabe qué miércoles es. Los interesados deberán inscribirse y llenar una solicitud especificando su clase, tipo, género, especie y familia. Por si acaso no se admiten “pavos”, menos los dos de reglamento. Se advierte a las pulgas que será inútil subir a bordo del perro, el gato o el mono, o animal peludo, porque estos pasajeros serán cuidadosamente expulgados por pulgueros profesionales de la tripulación, que ya están en el arca porque son más desconfiados que coyotes envanecidos. ¡Ea! Pues, al que es buen entendedor, pocas palabras.
Y así fue como sucedió durante 40 días y 40 noches se produjo el bailongo de la lluvia donde no quedó ni una mosca revoloteando sobre la tierra. Por cierto, se salvaron los peces gordos, los cangrejos, pulpos, algunos tiburones y un caballito de mar. En el Arca la cosa no era tan feliz que digamos; hubo una mescolanza tremenda y casi se desencadena una epidemia general. Al final las jirafas resultaron con gripe, los monos con rasca-rasca, los sapos con bocio, las ratas con la bubónica y los paquidermos con paludismo. Pero todo no pasó de un simple susto, y al final todos vivieron felices y se comieron a las perdices...
Marcolino

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