Este eximio patriarca
bíblico nació hace cuchumil cuchucientos años A.C, justo en una época en donde
los hombre –y también las mujeres– se divertían a diestra y siniestra,
convirtiendo al paraíso divino en un tugurio mundano, con lucecitas de colores
y todo su recuntécun. Estas “divertidas” actitudes provocaron la ira Divina,
quien al toque se puso a pensar en cómo resolver este picaresco problema de un
solo porrazo.
Don Noé era un hombre
humilde, incapaz de perseguir a una mosca o de acariciar a un gato ronrroneante,
por ello un día precisamente por querer averiguar las propiedades de las uvas
fermentadas se pegó un “tremendo trancazo”
de tal forma que sus hijos Sem, Cam y Jafet tuvieron que llevarlo calato y
recostado en una carretilla directo a su camita. Al siguiente día le quedó
chico el tonel de agua y estuvo todo el día sediento como un camello. Pero el
divino hacedor sabía que Noé era guarapero, y que todo había sido producto de
la curiosidad, y no habiendo hombre más Santisteban que él y su familia, le
habló de su proyecto de construcción del Arca, porque iba a enviar una
torrencial lluvia con truenos y relámpagos para hacer desaparecer a todos los
desgraciados que no practicaban su política divina.
Y es así como Noé,
sin ser carpintero, se puso en marcha para hacer el famoso barquillo de madera.
Primero fue al aserradero a comprar tablas de todo calibre; luego, a la
ferretería a comprar clavos y herramientas y, finalmente, contrató unos cuantos
cholos recios para que le ayuden en el proyecto, a quienes pagaba por jornal
diario, incluyendo horas extras por cierto; como no era egoísta, avisó a todo
el populorum de la profecía y castigo divino, advirtiéndoles que si no
enderezaban sus rumbos iban a presenciar el más largo carnaval que haya
presenciado la humanidad. “Más vale feo y bueno que guapo y perverso”,
les dijo. La gente muy fresca, como de costumbre, hizo caso
omiso de sus predicciones y hasta un enano mujeriego tuvo la osadía de
exclamarle “¡Anda que te coma el tigre!”. Noé, sin perder la pasividad
característica, avisó a su familia y reuniendo a todos los animales de entonces
les pronunció este discurso:
¡Animales de la
tierra aquí presentes! Tengo a bien comunicarles a todos ustedes, incluyendo a
mi familia, que dentro de pocos días nos va a caer una lluviecita de la
pitrimitri. Porque papá Jehová quiere baldear este planetoide lleno de
porquería donde los únicos decentes somos mi señora y yo. Se salvarán sólo los
que estén metidos en el Arca, pero ojo que tampoco van a entrar todos, sino una
pareja de cada figurita, porque si no imagínense, de repente se me presentan 40
elefantes, 50 hipopótamos, 100 rinocerontes y se hunde el buque conmigo y todo.
Lo que les digo es que cada macho vendrá con su hembra —“la firme”—, a
excepción de la mula que no se sabe qué miércoles es. Los interesados deberán
inscribirse y llenar una solicitud especificando su clase, tipo, género,
especie y familia. Por si acaso no se admiten “pavos”, menos los dos de
reglamento. Se advierte a las pulgas que será inútil subir a bordo del perro,
el gato o el mono, o animal peludo, porque estos pasajeros serán cuidadosamente
expulgados por pulgueros profesionales de la tripulación, que ya están en el
arca porque son más desconfiados que coyotes envanecidos. ¡Ea! Pues, al que es
buen entendedor, pocas palabras.
Y así fue como
sucedió durante 40 días y 40 noches se produjo el bailongo de la lluvia donde
no quedó ni una mosca revoloteando sobre la tierra. Por cierto, se salvaron los
peces gordos, los cangrejos, pulpos, algunos tiburones y un caballito de mar.
En el Arca la cosa no era tan feliz que digamos; hubo una mescolanza tremenda y
casi se desencadena una epidemia general. Al final las jirafas resultaron con
gripe, los monos con rasca-rasca, los sapos con bocio, las ratas con la
bubónica y los paquidermos con paludismo. Pero todo no pasó de un simple susto,
y al final todos vivieron felices y se comieron a las perdices...
Marcolino
No hay comentarios:
Publicar un comentario