viernes, 11 de noviembre de 2011

¡Ahora o Nunca 2! – Un día antes

Recuerdo perfectamente que era un día viernes, por la tarde. Estaba escribiendo un artículo en mi pc, cuando de pronto el agudo timbrado del teléfono celular llamó mi atención. Vi que era Charly.
—Holas Charly, ¿qué novedades?
—Hola Poncho ¿estás ocupado?
—Nada urgente… tú dirás.
—Estoy con George, en su automóvil, ¿qué te parece si vamos a comer un Shámbar? Yo invito.
Noté algo extraño en su voz. Y es que durante las últimas semanas Charly aparecía más nervioso y ansioso que de costumbre ¿En qué nueva cojudez andaría metido?
Desde siempre, hemos cultivado el sano hábito de irnos de cuchipanda con Charly, Joel y George, y en algunas ocasiones, también con Adolfo, Marcolino y con el “loco” Valenzuela. Solemos compartir unos cevichitos y cervecitas mientras platicamos de todo y de nada, en tanto nos involucramos en asuntos que sólo a los varones nos atañen. Y eso es precisamente lo que más me agrada de nuestras escapadas, que podemos pasarnos horas de horas hablando de cualquier asunto. Sin embargo, durante las últimas semanas, Charly insistía en hablar acerca de Estrella. La flaca se había convertido en tema recurrente de conversación. Al principio, no nos pareció extraño, pues de vez en cuando a Charly se le da por hablar de la flaca, sobre todo cuando está pasado de copas y especialmente cuando se acerca la primavera, estación que siempre le aviva su intrínseco romanticismo; pero últimamente Estrella prácticamente había monopolizado su tema de conversación.
—¿Te apuntas entonces? —me apremió Charly, sacándome de mis pensamientos. Yo estaba por almorzar, pero como noté algo extraño en el tono de su voz, no pude negarme a acompañarlos. Además, hacía calor, y de todas maneras unas chelitas de fin de semana no me caerían nada mal.
—Ok Charly, los espero entonces.
—Pasamos por ti dentro de 15 minutos. Bye.
Comencé a ordenar mi escritorio mientras buscaba una casaca y noticiaba a los míos de que iba a salir con los muchachos. En eso sonó nuevamente el teléfono. Ya estaban en mi puerta. Salí a su encuentro, nos saludamos, abordé el auto y nos dirigimos hacia la intersección de la Av. Faucett con Colonial. Cerca de allí hay un restaurante en donde se especializan en comida trujillana; su plato estrella es el Shámbar, una sopa exquisita cocinada con menestras, trigo, lonjas de carne y pellejos de cerdo.
Llegamos al lugar. Todavía era temprano, por lo que no hubo dificultad para ubicarnos en una buena mesa, en un sitio tranquilo, bien iluminado y con buena ventilación.
—¿Qué se van a servir caballeros? —Llegó la empleada, una jovencita de falda extremadamente corta y escote sumamente pronunciado.
—Señorita, por favor sírvanos 3 Shámbar y una cervecita bien helada para comenzar —solicitó Charly, mientras nos hacía un gesto de aprobación.
—Para mí tráigame además un agua mineral sin helar —terció George, que no podía tomar pues tenía que conducir.
Nos sirvieron casi de inmediato, así que comenzamos con el brindis de reglamento.
—Salud muchachos, por la tarde que ya casi termina —brindó Charly.
—¡Salud! por el gustazo de encontrarnos nuevamente —secundó George, levantando su vaso de agua.
—¡Salud por eso! —brindé, mientras chocábamos nuestros vasos.
Estábamos en pleno almuerzo, cuando en medio de la conversación no pude soportar más la curiosidad y pregunté:
—Oye Charly, ¿es mi idea o te noto más serio y ansioso que de costumbre?… No me digas que la primavera ya te pegó nuevamente ¿En qué nueva cojudez andas metido ahora, pendejo?
—¿Qué? ¿Todavía no te has enterado de la novedad, Poncho? —me preguntó George, sonriendo cachosamente y mirando a Charly con expresión burlona.
Los miré fijamente a ambos. George contenía con gran esfuerzo una carcajada, en tanto que Charly permanecía más serio que nunca.
—¿En qué andan ahora, par de manganzones? —pregunté.
Charly dejó a un lado su almuerzo, llenó su vaso, se lo despachó de un solo trago y pidió otra cervecita. Luego, sonrió nerviosamente y me dijo en voz baja:
La flaca viene al Perú.
—Ahora sabes la razón por la cual Charly anda tan nervioso —exclamó George, soltando sus típicas carcajadas.
—¿Qué cosa? No te escuche bien… —la novedad me cogió totalmente por sorpresa.
—Estrella viene al Perú, huevonazo —me interrumpió Charly, levantando la voz.
Se hizo un pequeño silencio, sólo interrumpido por la risa de George.
—¡Puta madre! Esto sí que merece un brindis especial… ¡Salud carajo!… ¡Por la flaca! —propuse.
Llenamos nuestros vasos, los chocamos nuevamente y los secamos ipso pucho.
—Qué rica que está la cerveza… ¿Y qué tiempo hace que no ves a la flaca, Charly? —pregunté.
—Bastante tiempo, Poncho. Ya van más de veinticinco años que no la veo —contestó, y en su rostro se dibujó una expresión de nostalgia.
—¡Puta madre! Veinticinco añotes… Hace bastante rato que la flaca ya cumplió sus 50 años de edad… ya debe estar bien, pero bien tía…
George y yo no parábamos de a reír. Charly se mantenía serio, casi molesto, y comenzó a gesticular, mientras manipulaba su teléfono celular.
—Todavía está buena par de pendejos —retrucó, mientras esgrimía su celular en cuya pantalla nos mostró algunas fotografías actuales de la susodicha. En una de ellas aparecía la flaca sentada en un parque, “toda ella”, muy chula, con unas alitas de mariposa. La otra foto sí era para cagarse de risa, pues Estrella se encontraba posando de pie entre las piernas de una enorme estatua de Hulk mientras sonreía pícaramente, al mismo tiempo que se la veía palpándole la descomunal pichula al monstruo verde.
—Miren bien pendejos ¿Y ahora qué dicen? ¿Acaso no es cierto, que la flaca, todavía está buena?
—Bueno, Charly, para comenzar ya no está tan flaca —se animó a joderlo George.
—Uhmmm, pues parece que la flaca todavía está colchonable, pero ya te jodiste Charly… mira con la de quién va a comparar a tu pichulita —fue mi turno de fastidiarlo.
La carcajada fue general. Hasta Charly por fin se soltó y comenzó a reír.
—¡Salud por eso! —propuso, al mismo tiempo que pedía otra chelita.
Ya más tranquilos, le pregunté:
—¿Y ya sabes cuándo llega Estrella?
—Pues, debe estar arribando a nuestro aeropuerto en estos mismos momentos —contestó, al mismo tiempo que miraba su reloj. Eran alrededor de las 4 de la tarde.
Inmediatamente se hizo un nuevo silencio. La noticia nos quitó la risa. Nos miramos con George sin saber qué comentar. Bebí lo que quedaba en mi vaso y lo llené nuevamente. Charly prosiguió:
—Hemos quedado en encontrarnos mañana con la flaca.
—¿Mañana? ¿Tan pronto? Puta, que estos tortolitos no se aguantan —comentó George, reiniciando la chacota.
—Chuta, qué rápido que es este huevón, ¿Así que ya le sacaste plan para mañana a Estrella?… pues… ¡huevo con ella, Charly! ¿Y adónde piensas llevarla, si se puede saber? —le pregunté.
—La verdad es que todavía no lo sé, quizás al Big-Bar, en la avenida La Marina —Nuevamente se puso serio Charly.
—No seas atorrante. Ese ambiente es horripilante, muy concurrido, con mucho ruido, nada romántico, huevín —critiqué.
—¿Y qué otro lugar sugieren, par de pendejos?
—Puedes llevarla a Miraflores o a Barranco —sugirió George.
—Mejor es Barranco —propuse—. El ambiente es realmente romántico, está cerquita al mar, tienes al Puente de los Suspiros y hay infinidad de sitios que puedes visitar. Comida buena y variada, buenos tragos, música al escoger, excelentes “telos”, privacidad, tranquilidad ¡Qué más se puede pedir!… el ambiente se presta para la cochinadita.
—No… Creo que mejor la invito al Big-Bar. Más vale sitio conocido… —comenzó a argumentar Charly.
—No jodas Charly —le interrumpí—. Allí ni vas a poder conversar. Además, todavía es temprano y disponemos de movilidad. ¿Por qué no vamos a reconocer el terreno? Vamos a Barranco. Después de todo, hace tiempo que no voy a tomarme un vinito por allí.
—Pues para luego es tarde —propuso George, mientras hacía retintinear las llaves de su auto entre sus dedos.
Así que terminamos nuestras chelas, cancelamos la cuenta y partimos raudos hacia Barranco. George condujo su auto a través de la costa verde, y en menos de 20 minutos ya estábamos estacionándonos en su parque principal.
Ya anochecía cuando llegamos. Bajamos del auto, encendimos unos cigarrillos y dimos una mirada a los alrededores. Había muchas casonas antiguas que contrastaban con las construcciones modernas. Las calles, muy bien iluminadas y limpias invitaban a pasear. Muchas parejas transitaban despreocupadamente en todas direcciones, disfrutando del anonimato que sólo se puede gozar en medio de la multitud.
Comenzamos a recorrer sus calles y escalinatas. El ambiente bohemio impactó inmediatamente a todos nuestros sentidos: había hoteles, restaurantes, discotecas, pubs y peñas criollas por doquier. Atravesamos en silencio el famoso Puente de los Suspiros, sitio emblemático de Barranco, que tantas veces recorrí ¡Cuántos recuerdos pasaron por mi mente! Durante un momento tuve la impresión que el tiempo retrocedía; me veía a mí mismo caminando por estos lugares, acompañado… tantos buenos recuerdos…
De pronto, la brisa marina me trajo nuevamente al presente. Nos detuvimos en el centro del famoso puente de madera. Hacia abajo, la pequeña quebrada estaba prácticamente abarrotada de locales de todo tipo, destinados a satisfacer todas las necesidades de los noctámbulos. A lo lejos, un mar magnífico se lucía con todo su esplendor, contrastando con la belleza de los malecones que lo circundaban ¡Qué ambiente para embelesador! ¡Y mírenme, yo aquí, acompañado por este par de pendejos! Bueno… todo sea por un amigo…
—¿Qué les parece si bajamos a la quebrada para conocer todos esos locales? Habrá varios a los que podría ir mañana con Estrella —sugirió, Charly.
—Depende de qué planes tengas. Si sólo piensas en bailar y comer “antes de” puedes llevarla ahí, pues dentro de poco toda esa zona se llenará de ruido, por la música de cada local, y será difícil que puedan conversar con calma —contestó George, poniendo especial énfasis en el “antes de”.
Charly no lo pensó ni un segundo. Casi de inmediato contestó:
—No sean pendejos… ¡hace más de 25 años que no veo a Estrella!… ¡Tenemos mucho de qué conversar!
—Entonces —le sugerí—, cruzando el Puente hay varios sitios muy románticos en donde podrán dialogar a la luz de las velas mientras se toman un buen vino o comen lo que se les antoje. Allí podrán conversar largo y tendido
—No seas cojudo Poncho —me interrumpió George— Si estos tórtolos quieren conversar largo y tendido tendrían que ir de frente a encamarse a un hotel.
Sin pensarlo, estábamos cruzando el puente de los suspiros entre carcajadas. Todas las parejitas volteaban a mirarnos pensando en sabe Dios qué. Por supuesto que a nosotros eso no nos importó, y seguimos nuestro rumbo en medio de bromas y risas. Y es que, llegando a los 50 años de edad gozamos del sereno privilegio de poder enfocar nuestra atención exclusivamente sobre quienes en realidad nos importan.
Avanzamos hacia el malecón. En el camino nos cruzamos con una que otra tuna universitaria y varios cantantes y guitarristas que todavía estaban afinando sus instrumentos. Pasamos frente a varios locales, cada uno de ellos más romántico, elegante y sobrio que el anterior.
—Este es el sitio… ¡aquí la voy a traer! —exclamó Charly.
Ingresamos al local elegido por Charly. Muy elegante. En su parte exterior tenía dispuestas varias mesitas, cada una de ellas alumbrada tenuemente por una vela que resultaría cómplice para cualquier plática romántica. El ambiente interior era amplio y disponía de espacios reservados en el segundo piso… Buena elección.
Nos acomodamos en una de las mesas exteriores. Todavía no era muy tarde, por lo que los noctámbulos habituales recién comenzaban a aparecer.
—¿Qué van a tomar los señores? —Nos preguntó el mozo, muy circunspecto.
—Tráiganos una jarra de cerveza por favor… y un cenicero —Pidió Charly.
—A mí me trae un café —secundó George, el abstemio.
Nos sirvieron la primera jarra, y la segunda, y la tercera, y la cuarta para rematar. Así que la noche transcurrió entre cervezas y cigarrillos. Como ya estábamos sumamente sazonados, casi todo el resto de la noche la pasamos entre bromas y burlas, vacilándonos de Charly a más no poder:
—Oye, Charly —le dije—, ya son veinticinco años que no te ves con Estrellita… ¡Puta madre!… Cuánto tiempo. Si te la llegas a cepillar va a ser como si te echaras mil polvos en uno…
Charly intentó replicar, pero no tuvo oportunidad, pues George fue más rápido que él:
—¿Cómo que sólo mil polvos en uno? No has calculado bien Poncho. Saquemos las cuentas: son 25 años, por 52 dan 1300 semanas. Si Charly se hubiese echado al menos 3 polvitos por semana: serían como 3900 polvitos en uno.
—Como les gusta joder, pendejos —Intentó apaciguarnos Charly, por supuesto que sin éxito. Ya no había vuelta atrás. No existía forma de detener la sarta de bromas que la situación ameritaba.
—A ver, a ver —rematé—, efectivamente, serían unos 3900 polvitos en uno… Y si en cada polvito eyaculas unos 5 centímetros cúbicos… en total serían 19500 centímetros cúbicos… 19 litros y medio de semen… Ten cuidado que con la primera eyaculación la ahogas, huevón
Qué les puedo decir. A veces somos un poco crueles con las bromas. Y eso no es nada pues éstas continuaron.
—Oye Charly, supongo que mañana a esta hora ya estarás encuartado con la flaca… ¿no? Por siaca no olvides llevar por lo menos una docena de jebes… ¿O pretendes hacerlo a pelo? —le pregunté.
Charly ya estaba tan mareado como yo, así que nos seguía la corriente con nuestra joda. Secó su vaso de un solo trago y me contestó:
—A nuestra edad no creo que haya riesgo de embarazo ¡A pelo tiene que ser!
—No jodas Charly… ¿A pelo?… ¡Puta madre!, imagínate que la flaca quedara embarazada —seguí con la broma.
—Pues entonces al hijo le pondría de nombre Juan Jorge, en honor a ustedes, par de pendejos.
—Ya ves carajo… ¡Para qué mierda nos metemos de alcachofones! —reclamó George, entre carcajadas.
Ya eran más de las 11 de la noche y el ambiente bohemio de la noche barranquina estaba alcanzando su apogeo. Yo estaba algo mareado, pero desde nuestra privilegiada ubicación pude ver a multitud de parejitas, de todas las edades, entrando y saliendo de todos sitios. Había de todo, desde aquellas parejas que evidencian su amor a los cuatro vientos, hasta esos amores clandestinos tan fáciles de reconocer. También circulaban, como no, algunas de esas “chicas malas que le quitan la plata a los hombres buenos”. Estaba en eso, mientras saboreaba mi cerveza, cuando George pareció leerme el pensamiento.
—Bueno muchachos —intervino George— creo que ya es hora de retirarnos. Estamos dando mal aspecto aquí, tan solitos. Es hora del último brindis de hoy…
Así que procedimos a llenar nuestros:
—¡Por la noche de mañana! —brindó Charly.
—¡Por la flaca! —brindé
—¡Y por Juan Jorge! —remató George, despertando nuestras sonrisas.
Hicimos el brindis final por esa noche. De pronto, me di cuenta de que todavía faltaba un pequeño detalle.
—Bueno muchachos —propuse—, lo que sí es seguro es que mañana Charly va a tener matanga o katanga con Estrella ¿No es cierto Charly?
—Esa pregunta ni se contesta —contestó Charly, poniendo esa expresión cachacienta que todos le conocemos.
—Entonces sólo falta buscar un buen “salón de belleza” para ustedes…
—¿De qué estás hablando, cabrón? —reclamó Charly, poniéndose serio—, ¿y para qué querríamos un salón de belleza, pendejo?
—¿Cómo que para qué? ¿Es qué acaso mañana no piensas darle una buena cepillada a la flaca?… o planeas hacerlo así nomás, al paso, en plena calle. Por supuesto que me refiero a un hotel. ¡Carajo!…
Así que pagamos la cuenta y nos fuimos de tour por los hoteles más cercanos. Estábamos en eso, cuando divisamos lo que parecía ser un vagón de tranvía estacionado a un lado de la avenida. Nos acercamos y ¡Bingo! Era, efectivamente, una especie de vagón de tren, muy iluminado y acondicionado como pub, pero lo más interesante es que en él se tocaban canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y toda la trova junta. Esto era la cereza en la torta.
—Que tal sitio para espectacular —exclamó Charly, que no cabía en sí de contento—. Este es el sitio ideal para venir después de conversar con Estrella, pues a ella como a mí nos fascinan estas canciones. Aquí podremos disfrutar durante un buen rato y luego… ¡Vive l'amour!
Con este notable hallazgo terminamos nuestro recorrido por Barranco y emprendimos el camino de regreso al Callao. En el trayecto todavía hubo tiempo para algunas bromas más:
—Hablando en serio Charly… ¿la flaca estará cero kilómetros?… Porque si es así no te va a quedar más remedio que hablar con alguno de tus patas de minas para que te presten una de sus perforadoras hidráulicas, huevón
—Oye Charly, aunque no lo creo, espero que la noche de mañana te acuerdes de nosotros. Así que te haré un pequeño pedido: cuando estés en plena matanza haznos un favorcito: le das una bombeadita a nuestro nombre: una por mi amigo Poncho y otra por mi amigo George.
—Oye Charly… Mira compa… realmente no me interesa saber si lo llegaste a hacer o no con la flaca. Eso queda entre ustedes. En todo caso, me gustaría proponerte lo siguiente: si todo sale como debe ser te invito un cebichito; caso contrario lo invitas tú. ¿Qué dices?
—¡No hay problema! —contestó Charly, soltando una carcajada.
—Yo me apunto con otro ceviche, con las mismas condiciones —se sumó George.
Ya pasó algún tiempo de aquello, y ya le invitamos a Charly los respectivos cevichitos…
Anonimus

2 comentarios:

  1. Jajaja...Son una reverenda cagada. Ahí les mando un pequeño diccionario:
    VISITAS: s. Las visitas siempre dan placer. Si no lo dan al llegar, lo dan al irse.
    VIRGINIDAD: s. (Psic.) Más virginidades se pierden por curiosidad que por amor.
    Saludos promo...
    José

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  2. María del Rosario S.13 de noviembre de 2011, 1:00

    Hola Lorenzo. ¿De quién es el relato? ¿Es tuyo? Es el mismo Charly que goza con Esperanza que a su vez es Camila? Charly eres tú?...Ahora está también con Bety. Eres imparable, amigo...Es bastante humorístico el relato...no he parado de reír...Llegando a Perú te busco para que me lleves también a Barranco...Te vez muy guapo en las fotos...ja ja ja.
    Un beso
    María

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