domingo, 6 de noviembre de 2011

Un relato contradictorio

Esta historia la recuerdo con perplejidad metafísica; la viví al lado de un amigo con quien compartí algunas aventuras en mi época de soltero, ya alejado de la Universidad. Por aquel entonces, el nostálgico y quiromántico hijo de barrio, o sea yo, vivía en Cajamarca, solo, aislado de Lima y muy lejos de mis buenos amigos de promoción del colegio. Estaba aislado en una quinta y rodeado de otra gente, en otro ambiente, y parcialmente tranquilo. El trabajo que realizaba no generaba estrés económico. No tenía necesidad de pasarme todo el día trabajando, lo que me permitía vivir reposado y con mucho tiempo libre, el cual dedicaba a la lectura, a la juerga con guitarra y canto a viva voz, y a charlas variadas con los nuevos amigos, las que culminaban, casi siempre, en una borrachera, de pie o sentados sobre el pasto que cubría el patio de la quinta. El clima de Cajamarca se prestaba para maravillarme; uno respiraba aire fresco y seco, observando su cielo serrano de límpida transparencia. Gozaba del placer que te da la libertad lejos de todo, sin compromisos, pero que sabes será por corto tiempo.

Era diciembre, y tenía que volver a Lima para reencontrarme con la familia en las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Regresaría después de casi un año y medio. No me encontraba muy emocionado, pues ya me había acostumbrado a residir en aquella ciudad. Pero tenía que volver, mis sobrinas me lo habían pedido, y no podía defraudarlas. El siguiente lunes tenía que partir; y solo al pensarlo, me ponía melancólico. La noche anterior, en el concierto de los Kjarkas, me había despedido de Marlene, una simpática amiga a quien yo quería mucho y con la que había compartido muchísimos devaneos y alguna que otra locura.

Eran las 2:50 de la tarde de un sábado 20 de diciembre de 1986. Alguien tocó a la puerta de mi cuarto; yo estaba inmóvil, reflexionando y escuchando a Violeta Parra. Sin muchas ganas, caminé esos pocos metros que me separaban de la puerta y la abrí. No ingresó; parado en el umbral y apoyado en el marco, me dijo:

—¡Lorenzo!, el día está cervecero. No llueve y el sol está en toda su altura, ha salido pidiendo a gritos que lo disfrutemos, está en su punto. Tengo unas cervezas en mi cuarto. Coge tu silla, vamos al patio, y nos las bebemos; no hay nadie; todos se fueron a la casa de Freddy después del concierto de los Kjarkas, para seguir celebrando su cumpleaños... Milagro que tú no hayas ido, me sorprendes. ¿Te has peleado con Marlene?... Bueno, voy avanzando, me alcanzas.

No pude esperar, cogí mi silla y el radiocasete que aún seguía tocando a Violeta Parra, y le di alcance. El día era perfecto y atractivo. Ahora estábamos allí, sentados uno frente a otro, dos amigos a quienes la casona los observaba como ajenos al ambiente y a su manera de vestir: desaliñados, con los cabellos largos, tirados hacia atrás, con frescos polos y unos modernos jeans.

—¡El día está de la puta madre! Sí, este lugar es perfecto para intercambiar salud y conversar de todo… —le dije—. ¿La china? No, nada que ver, es imposible que uno se pelee con Marlene, ella es muy buena; solo me despedí. No quise alargarlo más…, así que me vine a descansar. Ella sabe que regreso a Lima… y se ha puesto mal, y yo también. Las despedidas son una joda, por eso me vine, no soporto las lágrimas, y más si son de una mujer a quien yo quiero mucho.

—Bueno, si tú lo dices; supongo que será lo correcto… Quiero conversar muchas cosas contigo. Tengo una necesidad de explicarte lo que me está sucediendo con María. Si tú quieres, me hablas de Marlene.

Él necesitaba conversar conmigo, y yo también con él. Sentía una necesidad vasta, hasta porfiada, de hablar de mis cosas con alguien. Era el momento preciso, el día se prestaba para ello. Más, porque ahora, desde el fondo de mi radio se escapaba hacia el ambiente los sonidos de la canción "Valicha", y esto lograba que mi emoción se sobrecargara. ¿Quién no puede desahogarse acompañado de esta música celestial?

En el fondo hubo una gran dosis de verdad en la catarsis que logramos hacer ese día. Él me contó un relato. Creo que lo hizo para demostrarme que la vida es un azar y que transcurre viento en popa a pesar de que nos sentimos atraídos por este sistema de cosas que no podemos evitar: una buena casa en el mejor de los lugares, un buen auto, si es 4x4 mejor; mujeres voluptuosas, liberales y siempre alejadas de casamientos, etc. Antes de comenzar su relato, hizo un acápite; empezó hablándome sobre el matrimonio y preguntándome lo que yo pensaba sobre este asunto.

—¿Piensas casarte, Lorenzo? ¿Crees en el matrimonio? ¿Estás enamorado, ahora?

Lo medité por un instante, absteniéndome de sonreír. Luego le dije que sí, que estaba enamorado y que pensaba casarme algún día, porque yo creía en el matrimonio y en la trascendencia que significaba para mí la prolongación de mi vida a través de mis futuros hijos; que ese era el fin de toda mi existencia. Que el matrimonio era para mí una célula que se tenía que cuidar con todas las armas posibles y que la mejor de todas era el amor. Esta célula se inicia débil después del papeleo y la burocrática manera de nacer con o sin certificados de existencia, con su burocracia de flechazos y pasiones, pero que al pasar de los años se va haciendo fuerte e indestructible si es que uno lo llega a comprender y lo sabe alimentar. Levanté un poco la voz y proseguí:

—Quien comprende tiene el derecho de amar, porque aprende a observar, a ver en el otro ser lo que le hace falta a uno. Para mí eso es lo que significa el amor real contante y sonante. El resto es puro cuento, un emocionante y turbador cuento de hadas. El amor subjetivo ilusiona a la conciencia, se enmascara, se pone el antifaz de admiración objetiva y nos engaña. La naturaleza sabe poner bien sus trampas para lograr sus fines; que al final no es otra cosa que la procreación de otro ser.

Sin quitar la vista de la mía, levantó el vaso y le dio un sorbo largo, como queriendo beber hasta la última gota; luego lo agitó sobre sus palmas, girándolo, lo puso sobre la mesa y lo volvió a llenar. Me respondió.

—¡Vaya! ¡Vaya!... Lorenzo, parece un comentario maravilloso. Es la perfección de tu filosofía de la vida; la prolongación y el miedo a morir genéticamente. El ADN es tu salvación y el amor es un esfuerzo, sudor y empeño. ¿Quién es la afortunada? No te he visto con alguien que hayas tomado en serio desde que llegaste. ¿Estás enamorado de Marlene?

—No. Marlene es una buena amiga, con ella la paso muy bien, pero no es nada serio. No sé cómo explicarte; es otra, ella no vive en Cajamarca, vive en Lima. Ya hace como dos años que no la veo ni tengo comunicación con ella. No creo que sea al final con quien yo me case, es un amor melodramático y amargo. Pero obviemos eso; lo que pasa es que no creo en la eternidad del alma y en la prolongación de nuestras vidas en otro lugar que no sea este. Después de la muerte no hay más. Todo culmina, todo se hace nada. ¡Qué tragedia! El amor para mí es absolutamente un arte, es científicamente hablando, una ciencia. Yo tengo una necesidad de amar para ser amado, como una ecuación necesita sus variables para ser resuelta. Un ejemplo de lo que te digo es mi aislamiento, mi soltería actual que es una fuente de angustia; el mundo me asalta, me violenta sin poder hacer nada. Estoy enamorado de esta amiga de Lima, y no sé qué tiempo dure, ni sé qué cosa significa. Y es un amor que creo descomunal e indestructible; pero qué gano con eso si no culmina en matrimonio y en prolongación de nuestras vidas que son nuestros hijos. Es simple, es nada, es muerte anunciada. Y el amor no puede ser utopía, amigo mío; si dos seres no conviven, nunca conocerán el amor; simplemente será un fluido espirituoso, etéreo que tiene un solo fin: desaparecer.

—¿Y qué pasa si no puedes procrear por cosas del destino o tu amiga tampoco lo puede hacer? ¿Qué vas a hacer si llegas al matrimonio que para ti es la unión de dos personas para lograr un objetivo?... Te jodiste con la prolongación de tu vida. ¿Tu necesidad de amar para que te amen, dónde lo dejas? Ves que no es fácil filosofar sobre el amor, amigo.

—Te lo diré como una puñalada profunda y crudamente: si soy yo el que no puede procrear, entonces no la llevaré a la muerte anunciada. Y si es ella, tendré que hacerla a un lado y buscar otra que cumpla con mis dos teorías o hipótesis de lo que para mí significa el amor real y compartido. No creo ser parte de los que creen en el amor conceptual, ideal, en contraposición del amor que se consigue con el tiempo y con esfuerzo. En ese caso, uno de los dos tiene que sacrificarse debido a un objetivo. Y hablo con estadística, no de uno o dos locos que logran redimir ese matrimonio y luego morir odiándose, tratando de salvar un amor de ensueño. O aprendemos a amar dentro del matrimonio o nos quedamos con el del inicio, el que creemos es amor. Y ya te he dicho con otras palabras, el inicio es un amor muy fácil, tiene la popularizada fantasía del flechazo con todo el comercio de novelas que concluyen en el susodicho matrimonio; y luego qué... la cuestión es mantenerse, ese es el reto.

Mi amigo dio un giro automático a su cabeza y se me quedó viendo; sus ojos me miraban con enojo. Creo que estaba realmente con unas ganas de ahorcarme, porque lo vi observar mis manos y luego volver a mirarme el rostro. Nadie había sido tan franco con él. Nadie lo había rebatido tanto. ¡Mierda! No me importaba. Era mi manera de pensar. Se calmó, y estirando el cuerpo, bajó el volumen de la radio. Él era un cristiano apasionado; creía como yo en el matrimonio; pero no en la forma de cómo yo veía el amor y la prolongación de mi vida. Me dijo:

—Te voy a contar una historia que va a refutar tu filosofía de vida.

Con mucha calma descruzó las piernas y puso frente a mí su mirada. Clavó el cigarrillo en el cenicero, dándole vueltas con sus dedos y apagándolo. Prosiguió:

—Necesito que te relajes, Lorenzo. Sólo hay una cosa a la que debemos temer, y esa no es la muerte. Escúchame unos minutos y luego, si quieres, me interrumpes.

Sus palabras me produjeron sentimientos encontrados. Me quedé callado por unos instantes. Encendí un cigarrillo mirándolo fijamente, le dije:

—Está bien, te escucho.

Y empezó con su relato:

Aquel día, la tarde estaba fría pero soleada, el viento movía apenas los árboles. Estábamos allí, éramos dos hombres y dos mujeres de mediana edad, posados en el rincón de un campo. El lugar se encontraba en un sitio abierto, con mucha vegetación. Era una especie de casa de campo, con sus mesas tendidas en un piso de hierbas, y con muchos mosquitos que fastidiaban nuestros rostros. A veinte metros, se encontraba un fogón con mucho humo que desprendía un olor a carne ahumada. Nos encontrábamos platicando de todo, en especial de lo que significaba tener suerte. Mi amigo se había ganado el premio mayor y me había invitado a celebrarlo…

Ese día llamé a María. Le dije que me había invitado Miguel a un almuerzo en su casa, y que me gustaría que ella me acompañe. Me dijo que estaba bien, que Miguel era un buen tipo y que su mujer le agradaba. Luego la fui a buscar a su trabajo.

—Como tú sabes, Lorenzo, María es mi enamorada de hace tres años, y no me hubiese perdonado el que yo hubiera ido solo. Bueno, ahora es mi novia y esperamos casarnos en octubre próximo. Disculpa este párrafo aparte. Prosigo:

Estábamos gozando la estancia, riéndonos de todo y con unas copas demás, cuando vi que Miguel empezó a llorar como un niño. Se puso en pie, tomó un poco de aire, se frotó los ojos, cogió su copa y levantando la mano, nos dijo:

—Saben amigos, soy el hombre más feliz del mundo. He tenido tanta suerte. Suerte de encontrar una mujer que me ama y que me va a dar dentro de tres meses un hijo. Tengo tanta suerte, que tengo como amigos a María y a ti. ¡Salud por eso! ¡Salud amigos! y perdónenme por estas lágrimas.

Me acerqué y le di un fuerte abrazo, le dije que todo lo que le ocurría se lo merecía. Que era un buen amigo y una persona fiel a sus principios y que amaba a su mujer más que a nada. María también se puso en pie, se le acercó, le dio un beso en la mejilla y lo abrazó tiernamente. Luego, levantamos las copas, y de un solo sorbo, bebimos el champán. Nos acomodamos y nos pusimos a conversar de todo, pero más sobre la llegada de su próximo primogénito y sobre como llevaba el embarazo su mujer. Yo le hice un comentario:

—Por favor, piensa en esto cuando el destino te regala un hijo; es lo mejor que nos puede pasar, sí...  pero también te regalan el miedo de perderlo, que es el peor de los miedos, te regalan un nuevo pedazo débil e inseguro de ti mismo; no te regalan un hijo, tú eres el regalado, a ti te ofrecen el día de su nacimiento. Pero eso no es todo, si haces las cosas muy bien y crees haber salvado a tu retoño, no, no, no; llega un ladrón o una ladrona y termina quedándose con la prolongación de tu existencia; ante esta refutación que te da la vida, uno ya no puedes hacer nada... ¿No sé a qué se llamará suerte?

A juzgar por mi tono de voz, creo que estaba a punto de llegar a emborracharme. Pero, así como un adolescente no puede olvidarse de sí mismo, no podía sustraerme a la necesidad de averiguar qué mierda significaba suerte. Esta palabrita me jodía como piedra en el zapato y tenía una necesidad de quitarle la máscara. Miguel nos miró a todos y, casi gritando, se dirigió a mí y me dijo:

—Amigo mío, la suerte es una empresa peligrosa y traidora. Es la lucha humana sobre lo sobrenatural, divino. Es una magia que se devora a sí misma y acaba por devorar a quien le llega. Tú mismo lo has dicho, tengo la suerte de haber procreado un embrión que luego será mi hijo, pero también tengo la mala suerte de que llega con los temores más crueles que es el poder perderlo. En suma, amigo, la suerte es una concepción del mundo, pero no del hombre. Puede transformarse en cualquier cosa de un momento a otro. Le es fraterno y a la vez le puede negar en casi el mismo tiempo su fraternidad.

—¡Joder! ¿Cómo digiero todo esto? Me estás diciendo que la suerte no existe. Y si existe, entonces debería llamarse riesgo, fatalidad.

—Aquí quiero parar un momento mi relato, Lorenzo. Tú en estos momentos me has dicho que estás enamorado de tu amiga de Lima; y si te das cuenta, existen tantos lugares, tantos siglos, tanta gente; y tú tuviste que coincidir en algún instante, en algún lugar con ella. ¿Eso para ti fue suerte o el destino quiso que así sucediera? ¿Tú sientes que vas hacia algo, aunque no sepas que va a ser ese algo? Tú de una manera lógica dices, me dirijo al matrimonio. Esa es tu lógica, pero no la lógica del tiempo y tampoco la de ella, ¿tú lo sabes?

Traté de evitar la fascinación de sus preguntas. ¡Vamos!, me dije para mis adentros, pídele un poquito de ayuda a la ciencia. Tenía que jugar con ironía sus preguntas; ya había recobrado el dominio de mi imaginación, tenía que ser dramáticamente hábil y lúcido. Le eché una mirada confiada y le contesté:

—El amor no tiene medida; el amor es un acertijo, tiene vida propia, uno se monta o se apea y puede hacer con él lo que quiera. Al final su efecto es la fuente de todas nuestras creaciones. Si ambos coincidimos fue de pura casualidad, tanto como el nacimiento de ella y el mío. Pero cada uno posee su propio ritmo de vida. Tuve la suerte de conocerla, pero también de alejarme de ella. No sé qué hubiéramos hecho los dos en estos dos años que no nos hemos visto. Pudo ser para bien o para mal. Ahora yo pienso que fue para mal, porque tengo una necesidad de verla y de estar con ella. Pero luego en el tiempo, la vida me puede hacer cambiar de opinión y decir que fue para bien, y que fue lo mejor que el destino o la suerte quisieron. Eso lo dirá el tiempo. Lo que dejamos de hacer ahora, otros lo estarán ganando y hasta disfrutando en el mismo instante que has dejado de hacerlo. Es la paradoja de la vida. Lo que hacemos es de nuestra propiedad y lo podemos compartir. El arrepentimiento es pura basura. Lo que no se hace, no es, ni será. Ya fue. Por eso te digo que el amor solo puede existir en el matrimonio, no antes. Lo antes, como es mi amor actual por mi amiga, es la necesidad adolescente de algo o de alguien con quien jugar, es la necesidad de encontrarse así mismo: todo coincide, pausas, risas, silencios. Creen ser dos rimas felices emitidas por un acorde telepático. En resumen, es un enamoramiento, pero no amor.

—Si son dos rimas emitidas por un acorde telepático: ¿Por qué no están juntos, por qué se alejaron tanto tiempo? ¿Ella sabe que tú estás enamorado de ella? Me parece que te cuesta mencionarlo. ¿Sabes si ella está enamorada de ti? No lo has dicho.

Me quedé pensando por un largo rato. No me gustaba la forma directa de sus preguntas. ¿Qué sentía en esos momentos mi amiga de Lima por mí? Creo que tenía que averiguarlo llegando a la Capital. Había pasado ya tanto tiempo sin vernos. Una amiga de Cajamarca había entretenido mis pensamientos con otra forma de sentir el amor. Las cuestiones eróticas prevalecían en todo momento sobre ese amor mágico que sentía por mi amiga de la capital. Creo que sus preguntas me hicieron odiarla, y no sé por qué. Ya la estaba olvidando y no tenía miedo a perderla, me sentía libre de ella; hasta que esta reunión me volvió al pasado como un puñetazo en mi rostro. Me levanté y estiré mis piernas… Así que eso era lo que yo quería, mentiras, mentiras maravillosas que me hicieran sentir bien e imaginar que aquel amor de fantasía seguía latiendo en mí. Me daba cuenta de que eso no podía llamarse amor; pero yo quería mentirme, me dejaba engañar. Hubiera sido fácil decirle que ella también me quería, pero que yo no era para ella. Y que me había largado de Lima para olvidarla y no hacerle daño. Pero con cada palabra las cosas me iban cada vez peor. Tenía un enredo en mi cabeza. Me atreví y le dije:

—Eso es como decir que una epidemia es extravagante. Nunca se lo he dicho, ni nunca se lo he preguntado. Es una epidemia para mí actualmente, y es extravagante su amor por mí que aún no lo entiendo. No te lo podría definir en estos momentos.

Me alejé de él. Fui al baño poniendo una pausa a sus interrogantes. No sabía qué decirle ni cómo explicarle lo que me había sucedido con mi amiga de Lima. No sabía si el haberla conocido era suerte o mi peor pesadilla. Estaba en una lucha de no querer perder ese amor, de conservarlo; y, por otro lado, sabía que ya era difunto. Volví la cabeza y lo miré; estaba de espaldas a mí.

Al rato, volví a sentarme frente a él. No esperó a que me sentara y me dijo:

—¡Es tan fácil! Ahora que llegues a Lima, la buscas y se lo dices personalmente, y le preguntas qué siente ella por ti. No dejes de hacer lo que tienes que hacer. Tú mismo dices que lo que no se hace lo aprovecha y disfrutan otras personas u otra persona en el tiempo que no lo haces. No te dejes fascinar demasiado y no creas que el tiempo para ti sea eterno.

Me concentré un momento. Buscaba saber mis verdaderos sentimientos para con ella. Me di cuenta de que eso ya no era lo que quería sentir. ¿Por qué quería seguir engañándome? La maldita nostalgia, la estúpida forma de no querer olvidar el primer amor. Esa era la respuesta. La nostalgia del primer amor y aferrarse a él como si perderlo fuera la perdida de mi virginidad, de mi inocencia. Sacudí mi cabeza y se lo dije:

—La verdad, amigo, creo que con ella no corro más, ya tiré la toalla. Hay amores que cansan y te fastidian; este es el caso. Pensándolo bien, Marlene es una mejor opción, o a lo mejor encuentro en Lima a otra mujer que me logre mover nuevamente el cerebro y toda el alma, que sería lo mejor. Creo que un matrimonio con mi amiga sería una puerta al cielo o al infierno, pero el porcentaje de ir al infierno es de un 99%. Sigo enamorado de ella, pero ya la descarté para el matrimonio y eso es definitivo, concluyente. Si alguna vez nos encontramos, tú y yo, en el transcurrir del tiempo, veras que será cierto lo que te digo ahora. Entonces, amigo, no voy a Lima en busca de renovar mi amor por ella; si voy es para reencontrarme con las personas que me quieren y a los que yo quiero. A pesar de ella, sigo creyendo en el matrimonio, en esa aventura para la cual estoy preparado, aunque digan que el matrimonio es la tumba del amor. Para mí es lo contrario, es el génesis del amor.

—Ya te entendí. A ella le interesa un pepino el matrimonio. ¿No es así? Casi siempre pasa, que te enamoras de la persona equivocada. Tienes razón, dale vuelta al timón y tira sin objeciones ese destino que te imaginaste con ella y busca otro. Ella no se lo merece.

Parecía que lo hubiera contagiado con mis emociones, con una facilidad con que lo hace un rinovirus. Se puso de mi lado y me estaba aconsejando dejar ese amor de novela. ¡Qué tal transferencia de sentimientos! Fruncía el ceño y él hacía lo mismo, y cuando sonreía él estaba feliz. Era víctima involuntaria de mi estado de ánimo, de mis emociones. ¿Qué era lo que estaba sucediendo? La verdad es que yo nunca fui entrenado para reprimir mis sentimientos a pesar de todas las cosas terribles que me pasaron; y ahí estaba la clave del por qué no funcionaba esta relación con mi amiga. A ella la vida sí la había entrenado y de una manera muy cruel. Era por eso su actuar a la defensiva conmigo. ¿Qué cosas tan feas le habían sucedido en su vida? ¿A qué le temía? Nunca íbamos a converger emocionalmente el uno con el otro. Nos encontrábamos en longitudes de ondas muy diferentes, lejos de cualquier empatía. Ella no creía en el matrimonio y yo sí. Entonces, que hacía yo reteniendo este sentimiento tan inmenso por ella si ya estuvo muerto desde su nacimiento.

—Mejor dejemos las cosas ahí, amigo. Tu relato sobre la suerte lo hemos convertido en todo un sinfín de acontecimientos sin ritmo. Mi vida siempre ha sido así. Me parece mentira haber estado un año y medio lejos de Lima, lejos de mi familia y de mis amigos... Cuéntame cómo va tu relación con María; me dijiste que te casas en octubre del próximo año.

Se puso de pie y se dirigió al baño. Se fue tambaleando, pisando el barro del patio que la lluvia empezaba a originar. Habíamos bebido seis cervezas y aún teníamos dos en la mesa. Me quedé con un cigarrillo en los labios, esperando a que llegue y me cuente su historia de amor con María. Estaba muy claro, el lunes dejaría Cajamarca y no podía saber si volvería. Recordaba los momentos maravillosos con todos los de la quinta, en especial los momentos inolvidables que pasé con Marlene... ¿Qué pasó que no logré enamorarme de ella? Marlene lo tenía todo: belleza, inteligencia, y, sobre todo, estaba enamorada de mí... ¿Qué mierda es el amor? Estaba más enredado que al principio; ¿dónde y en qué tiempo encontraría a la que sería mi compañera de matrimonio y de vida? ¿En qué lugar, en qué punto de este mundo y con tanta gente íbamos a coincidir? Tal vez con mi llegada a Lima la suerte me la presente, la suerte fraterna que yo esperaba. Sí, pues, es necesario el flechazo inicial, la indispensable química para abrir la puerta y luego subir y lanzarse juntos desde el tobogán de la vida... Ojalá la pueda encontrar...

A lo lejos, vi regresar a mi amigo; el cielo empezaba a desplomarse, soltando una persistente lluvia. Bordeó el patio y se puso a balbucear mientras se acomodaba la camisa y cerraba la bragueta de su pantalón:

—Lorenzo, ya me acordé de algo que me pasó con María. Ahora te lo cuento... ¿Tú crees que ella me ame o es solo costumbre? —me dijo, tomando asiento.

Su pregunta me tomó por sorpresa. Reaccioné: ¿Había algo más absurdo que esta pregunta? Bueno, esta pregunta era la de un contagiado; el rinovirus de mis emociones había hecho efecto. Dudaba de los sentimientos de María. Me dije: al enfermo lo que pida; hasta una llamadita por teléfono. Lo tenía que escuchar...

María estaba enamorada de él, yo lo sabía, porque ella me lo había dicho en varias oportunidades, y yo le creía. Pero como dicen: la burra no es arisca, a palos la hicieron. Y mi amigo, con su pregunta, me demostraba que estaba haciendo todo lo posible para que yo dudara.

—¡Para! ¡Para! ¡Quieto muchachón! ¿Qué quieres conseguir con tu pregunta? No confundas la gimnasia con la magnesia. Ella está enamorada de usted y tú lo debes saber mejor que yo. El que carga el costal sabe lo que lleva dentro. Si estás dudando de María, lo único que te puedo responder es que mejor cierres la puerta de la jaula antes de que te roben el canario. ¿Tú amas a María?

—¿Lo ves? A veces me desespero; me parece que mi relación es un fracaso. Esta niña bonita hace todo lo posible por hacerme sentir mal. Con todos es juguetona, amable, cariñosa y algo exaltada; siempre está exhibiendo su cuerpazo, y mis sentimientos no son un concurso de belleza. Yo no solamente quiero ver sus senos turbadores o sus muslos voluptuosos, lo que deseo es verle el interior que no permite que se lo vea. Hace lo imposible para que no lo pueda ver…

María, con los otros muchachos, había llegado a la quinta sin que nos diéramos cuenta. Ella nos había visto y se nos acercó. Estaba parada a sus espaldas y había escuchado todas sus últimas palabras. Se me quedó viendo, me hizo un saludo con sus manos, y su boca realizó una mueca de disgusto. No se aguantó más y se soltó:

—¡Claro que sí! Tengo buenos pechos, ¿y qué quieres que haga? ¿Qué me los corte para interpretar el papel de algo debe tener la fea que el hombre la desea?

María caminó unos pasos, cogió una silla que estaba en el patio, la secó de la lluvia que la había mojado y la puso junto a mi lado, frente a él. Mi amigo estaba sorprendido; la miró de pies a cabeza. Hizo una mueca, y su rostro dibujó unas arrugas imperfectas. Su boca trataba de soltar una respuesta, pero el alcohol ya había hecho efecto. Balbuceó:

—¿Quieres que te diga lo que tienes que hacer? Olvidarte de que eres bonita, guapa y dejar de coquetear con mis amigos, de mostrar el cuerpo en cada reunión que tenemos.

María se me acercó más; posó su brazo sobre mi cuello, me abrazó. Se quedó por unos momentos en silencio. Levantó la cabeza y lo quedó viendo. Creo que lo vio afectado por los tragos. Quiso callarse, pero no pudo contenerse y, mirándome, me dijo:

—Creo que tal vez no debí meterme en su conversación. Desde que fui estudiante, quise este sueño de estar con él; pero mira cómo me paga. Con una maldita duda... ¿Seguro que no te ha contado lo que él ha hecho? Si él se hubiera molestado unos minutos en ver mis virtudes y lo que siento por él, no tendría esta mente enferma. Una persona sana debe amarse y respetarse y no estar echándole la culpa a otro por sus traumas... ¿Qué es lo que pretende? Voy a hacer como si no lo hubiera escuchado. Voy a pensar que lo dijo por estar borracho.

Estaba incómodo. Ella me abrazaba con más fuerza para que él sintiera que sus palabras no tenían ninguna razón. Que ella podía abrazar y coquetear con cualquiera, pero que eso no significaba nada. Que para ella los demás hombres no significaban algo. Los miré a ambos y les dije:

—No lo sé, o tal vez sí. Trato de comprender esta situación. Creo que ambos están con hambre de amor, y los celos de él son la consecuencia de esta enfermedad. El amor de ustedes todavía es instintivo, emocional, o una combinación de ambos, pero no creo que sea consciente. Su amor todavía pertenece a la alquimia; y el gran químico es la naturaleza que juega con ustedes. Así nos lo da, para que no pueda ser conocido ni cuantificado. Hemos estado conversando de mis dilemas de amor y él ha sido contagiado por mi estado. He conseguido dejarlo en duda. Pero ahora no es el momento de que ustedes limen sus asperezas. Mañana, cuando ambos estén tranquilos, deben conversar y poner sobre la mesa todos los puntos que los diferencian. Cara a cara, surge siempre la verdad, porque cuando uno se enoja, la razón se va de paseo.

Ella soltó sus brazos de mi cuello, se puso en pie y se abalanzó sobre él. Se dieron un beso largo y cariñoso. Lo levantó, y ambos se despidieron de mí. Los vi alejarse por el medio del patio; la lluvia los mojaba, pero a ellos no les importaba. Me quedé sentado, con el vaso lleno de cerveza y un cigarrillo en mi boca. La lluvia persistía con más fuerza. Los envidiaba. Me dije a mí mismo: "No tomes la vida en serio, al fin y al cabo, no saldrás vivo de ella". ¿En qué amor me encontraba en ese momento? Era el amor instintivo o emocional. Estaba confundido y no lo podía entender. El amor que sentía por mi amiga de Lima era emocional. Sí, era emocional. No podía ser instintivo porque no tenía raíz en mi biología. Era antibiológico, porque no podía cuantificarlo ni cogerlo y darle una patada. Sí, era el peor de los amores, era el amor que nunca origina descendencia y que siempre evoca a su asesino. Esta era la tragedia de mi amor emocional por mi amiga de Lima... Esta era la lucha de mi amor consciente con mi amor emocional... Solo los dioses se aman conscientemente; pero los amantes conscientes se convierten en dioses... ¡Hasta que por fin pude entenderlo!...

Loro

2 comentarios:

  1. María del Rosario S.10 de noviembre de 2011, 20:29

    Hola Lorenzo. Mi historia lo dejaste en capitulo. Yo quería un relato contigo, no con tu amigo...ja ja ja. He tenido que leerlo varias veces para entenderte...pero ya te entendí. Asuuu, eres la muerte...
    Un beso
    María S

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  2. María del Rosario S.11 de noviembre de 2011, 15:54

    Hola Lorenzo. Me encantó este relato. Ya me enamoré de Ud. No comparto algunas cosas, pero con la franqueza con que la dices, el rinovirus me ha afectado...ja ja ja. Tengo ganas de conversar contigo. Si viajo a Perú, te busco y quisiera que me lleves a esa quinta.
    Un beso con fraternidad de tu suerte
    María

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