Mi amigo Charly, este hombre, este ser
afectivo o sentimental, que no quiere morirse nunca, que a toda hora le duele
Dios, y que prefiere la desgracia a la no existencia, tuvo una experiencia que
les voy a contar. Y no sirve decir que él es un medio, sino un fin. "Una alma humana
vale por todo el universo", lo ha dicho alguien, no sé quién, pero ha
dicho una verdad, repitió Miguel de Unamuno
en su obra “Del sentimiento trágico de la vida”. Charly es un alma desnuda, una
herida a flor de piel. Pero, además, es un empedernido saltimbanqui histriónico
que cree que la felicidad es un estado relativo y comatoso, la cual nunca será
su meta. No es ni nunca ha sido admirablemente inteligente. Y sus problemas
económicos los resolvió por pura acción - reacción y por la peculiaridad de
poseer un talento lucrativo.
Entonces, me atreveré a
relatar ese día; ojalá él no se moleste:
Caía la tarde templada, con un cielo
limpio sobre Lima. Charly se encontraba tumbado sobre el asiento de un ómnibus
en marcha, mirando las calles pasar por la ventana, y le acudían a su mente
imágenes del día. Entonces apareció de pronto, sobre el entorno de su presente,
los recuerdos de aquellos días en que vivió enamorado de una jovencita, allá
por los años ochenta: la de Sendero Luminoso, Lech Walesa, Ronald Reagan, La
guerra de Las islas Malvinas, Thriller de Michael Jackson y el nacimiento del
primer bebé probeta. Las dudas eran comprensibles, se dirigía ahora a una cita
con la misma mujer, la jovencita de la cual estuvo enamorado y que no había
visto hacía veinte años. Uno lo veía sonriendo, con los
ojos llenos de una luz pícara que se volvía eléctrica cuando su boca hacía un
gesto y reía; bromeaba para sus adentros.
Empezó a protestar porque el
tráfico era insoportable y los minutos se hacían cada vez más rápidos. Aún
tenía tiempo para llegar a su destino sin problemas, pero él estaba
intranquilo. No quería que nada ni nadie se interpusieran con su objetivo.
Sonó el celular.
—Aló, buenas tardes, ¿con
quién tengo el gusto?
—Hola, Charly. ¿Desde dónde
hablas exactamente?
—¡Ah! Hola. Te hablo desde
el ómnibus, estoy llegando al paradero, cerca del aeropuerto, no te puedo dar
detalles, hay una bulla terrible. Pero ya estoy en camino.
—Ah, qué bien. Ok… Te
espero.
Cerró el celular. Pronto apareció
ante sus ojos el óvalo del aeropuerto. Se puso en pie y caminó hasta la puerta.
—¡Bajan en aduanas!
Charly se apeó del ómnibus,
caminó unos metros y se detuvo con las manos levantadas. Trataba de detener al
primer taxi que se le presentó, pero este estaba lleno. Al rato, paró otro y rápidamente
subió y ocupó el asiento de la parte delantera, junto al joven conductor de bigote
gordo y cuerpo oblongo como el de un militar; no se saludaron; el auto arrancó,
giró a la izquierda e ingresó a la vía rápida de la Av. Elmer Faucett, pasó por
delante de unos edificios; después, por unas pintorescas casas de ladrillos y
unos aparcamientos en donde había camionetas y motos. También se veía murales
publicitarios con anuncios de gaseosas, celulares, café y muchas cosas que no
le atribuyó importancia. Cuando el auto cruzó el río Rímac, su cabeza de manera
automática giró hacia la izquierda y sus ojos se quedaron viendo su antiguo
barrio, su antiguo distrito; se le vinieron mil recuerdos, espantosamente cercanos,
reconocibles, hasta que unas vías de tren, dando sacudidas al auto, lo sacaron
de su embobamiento. El sacudón fue tan fuerte que de los asientos salió como un
polvo negruzco; más adelante, había unos policías de tránsito haciendo señas
para agilizar el tráfico. El viaje se volvió demasiado rápido, lo cual le
pareció un presagio de buen día.
El conductor lo miró; él solo
levantaba los ojos y parecía mirar lo que sucedía tras de la ventana, como si
dirigiese la vista a un invisible fantasma.
—Buenos días, señor… ¡Qué
clima! Bochorno…, eso es lo que se siente —dijo el chófer del taxi.
Charly giró la cabeza y arqueó las cejas,
asombrado. Quedó mirando el rostro del joven; aunque sus ojos se fijaron en el gordo y curioso bigote.
—Buenos días… Sí; el clima
está para matarnos, pero de cólera. No se puede saber con qué uno tiene que
salir vestido… Todos le echan la culpa al Fenómeno del Niño —respondió Charly.
—Debe ser, aunque no sé nada
sobre el tema. Yo solo me dedico a esto… —contestó el joven conductor, enseñando
los dientes amarillos y haciendo una mueca con su boca, para luego soltar una
palabrota en contra de los políticos de turno.
Charly dijo “sí, pues”, para ser
condescendiente. Ya habían recorrido buen tramo. Consultó uno de los bolsillos
del pantalón sin darse explicaciones. Necesitaba saber que no había olvidado
algo de importancia.
—Uno se descuida y la gripe
se nos pega... Disculpe señor, usted no me ha dicho aún a dónde lo voy a
llevar. Ya estamos llegando a la "Av. La Marina". ¿A dónde lo
llevo?...
Charly no escuchó la primera
interrogación. El taxista levantó un poco más la voz y se lo repitió. Tampoco
lo escuchó, estaba pensativo, estaba lejos de allí, en otro lugar. Hoy era un
día especial y sus pensamientos tenían rienda suelta. Todo era tan perfecto que
necesitaba recordarlo para siempre. Hasta el aire en el auto se prestaba para
el recuerdo, estaba impregnado de un suave olor a fragancia de flores que se
mezclaba con el ligero perfume de Charly. Respirando a fondo, Charly degustaba
la embriagadora fragancia que lo rodeaba. El taxista, aprovechando una luz
roja, frenó en seco, haciendo que Charly saliera de su obnubilación y
despertara.
—Señor, ¿a dónde lo llevo?
—¡Vaya, que tonto!;
disculpe… Un momento. Estaba sacando unas cuentas mentalmente. Pensaba en la
crisis de los ochenta… No había ni para el té… Al menos ahora se puede
respirar…
Metió la mano en el bolsillo
de su camisa, sacó un papelito y se lo entregó.
—Esta es la dirección, no
tengo mucha prisa. ¿La conoce? No vaya tan rápido. Estoy tranquilo con el
tiempo.
—Sí, la conozco. Hasta allá
le voy a cobrar 15 nuevos soles. ¿Está bien?
—Ok. No hay problema, está
bien.
—¿Tiene una reunión de
negocios? Disculpe que me meta…, pero como mencionó la crisis de aquellos años
y me dijo que estaba sacando cuentas mentalmente, pensé que tenía una reunión
de trabajo.
—¡No! No, no. Voy a salir
con una amiga después de veinte años. ¿Qué le parece? De locos, ¿no? ¡Qué tal
pausa!
—¡Asuuu! Se han reprimido
bastante tiempo. Yo creo que usted hoy va a campeonar.
Se le ve en la cara.
—¡Tiene que ser... sí o sí!
Hoy he dejado a mi cerebro como mi segundo órgano favorito.
—Sí, pues, pero recuerde que
el sexo es exquisito si es perfectamente sucio y si se hace bien... Así que
adelante, y si se puede póngale retroceso... y no se olvide de ponerle música
de zampoña y flauta... ja, ja, ja.
—Usted sí que se las sabe
todas. Debería de estar como profesor de sexo en cualquier junta de vecinos.
Que hay muchos que aún no saben qué hacer con sus mujeres... o con sus hombres.
No saben que la inactividad sexual produce cuernos.
En cierto modo a Charly, más
que al conductor del taxi, le gustaba la conversación. Sintiéndose aún más
alborotado, si eso era posible, Charly deliberadamente le hizo una pregunta.
—¿Usted es casado?
—No. Convivo con mi señora.
Tengo cuatro hijos, pero de diferentes mujeres. El último es con mi actual
mujer. Ella me ha resultado muy celosa. Me llama a cada rato. Esto de los
celulares creo que es un invento de mujer. Pero como dicen, mujer que no jode
es hombre...
—Qué puedo decirle. De diez
taxistas que conozco, siete viven una vida como la de usted. Ser taxista es un
privilegio, sexualmente hablando. No se conforman con una. Y, además, todos
tienen esa manera de decirle a su ex-mujer: "es la madre de mis hijos".
A ninguno le he escuchado que me diga es mi ex-mujer. ¿Por qué esa manía?
El taxista volteó y lo quedó
mirando. Ahora, con el ceño arrugado, tenía cara de malos amigos. Paró el auto
en seco. Le hizo una seña. Charly se quedó sorprendido. ¿Su pregunta fue
impertinente? Quieto, estaba tratando de averiguar lo que había originado con
su pregunta. El taxista giró aún más la cabeza, estiró el brazo, casi rozándole
las piernas, y abrió la puerta que daba con Charly.
—¿Qué pasa ahora? ¿Le ha
molestado mi pregunta?
—No, para nada. Lo que pasa
es que ya llegamos, señor. Esta es la dirección que tengo apuntado en el papel
que usted me dio.
—Perdone. Estaba distraído. Hace veinte años que no venía por aquí. Se me nota,
¿verdad?
Charly sacó un billete y se
lo entregó.
—Retenga el vuelto. ¿Me
puede esperar un momento? Si demoro mucho, le compensaré su tiempo. Mi amiga
vive a unos metros de aquí. Voy y vuelvo, vamos a ir a Barranco. ¿Qué tiempo
haremos de aquí al Parque Municipal?
—Creo que unos 20 minutos si
vamos por el "Circuito de Playas".
—Ok. Entonces espere, ya
vuelvo.
Charly ya de pie se dirigió ansioso
en busca de su amiga. Caminaba taciturno, recordando la primera cita, aquella
cuando ambos vivían en el mismo barrio y cuando no se presentó y la dejó
plantada. Se detuvo un instante; pensó que le faltaba algo. Baja la cabeza,
mete la mano en uno de los bolsillos del pantalón y saca un cofrecito negro.
“¡Aquí está!”, se dijo a sí mismo y lo volvió a guardar en el mismo lugar. De
tiempo en tiempo se detenía y miraba a su alrededor con expresión de nostalgia
y tristeza. Pensó algo más, moviendo los labios. Se dio cuenta de los ademanes
que hacía, entonces se llevó la mano a la cabeza y disimuló.
—Bueno, ya estoy aquí; lo
que tiene que suceder que suceda.
Tocó el timbre y se hizo una
pausa larga para Charly, pero que no fue ni unos segundos. Al instante se abrió
la puerta y apareció su amiga. Ella lo miró sin asombro, como si lo hubiera
visto de siempre. Fijando la mirada en él puso una cara muy tonta; por lo que Charly
no pudo menos que sonreír con ironía apenas perceptible. Ambos trataban de
disimular sus emociones. Sus caras ofrecían de golpe la imaginación de un
millón de pensamientos por lo menos. Abrieron sus brazos, en señal de
perplejidad, y se dieron un enorme y fuerte abrazo. Esto les hizo notar que en
resumidas cuentas ya nada importaba.
—¡Me da lo mismo que hable
de esto toda la promoción!
—¡Pues a mí también me da
igual! —expresó Charly, enardecido y feliz.
—Pasa…, toma asiento,
espérame un momento. Voy a traer mi cartera.
—Mientras no lleves un libro
en su interior, eso estaría bien.
Ambos dieron una carcajada
sonora y amplia. Charly tomó asiento en un sillón y se reclinó suspirando. Era
el mismo sillón en el que se había sentado veinte años atrás. La casa no había
cambiado nada, a excepción de que se notaba la falta de un cuadro que le había
gustado a él aquel día. Era un cuadro que representaba a un unicornio en un
campo amplio y solitario. Quiso preguntarle qué había sido de aquel cuadro,
pero se contuvo. Ella cogió su cartera que estaba colgada sobre una de las
sillas del comedor y se volvió a él y lo quedó mirando detenidamente por unos
segundos. Se le escapó una sonrisa; para disimularlo, le dijo:
—Eres un bobo, eso es lo que
eres. No te preocupes, solo voy a llevar una enciclopedia.
—No sé, así lo contaremos
—riéndose, contestó Charly.
Bety estaba con una blusa
colorida y un pantalón blanco; la luz de la habitación no era muy clara. Tal
vez por ello Charly estaba muy atrevido. Hacía tiempo que deseaba besarla,
hacía un infinito de tiempo. Por entonces le fue imposible. Y ahora, cuando
estaban a solas y ella vestida de manera coqueta, lo creyó posible. Cortó toda
palabra, se puso en pie y la tomó de la cintura y le dio un beso. Un
interminable beso. Se separaron por unos segundos. Lo que aprovechó Charly para
sacar de su bolsillo el cofrecito negro, que en el instante lo destapó y se lo
mostró. Tenía un anillo en su interior. Bety, experimentando una singular duda,
se frotaba suavemente las manos y lo miraba severa y atenta; no podía articular
palabra; estaba pasmada. Al reaccionar, movió la cabeza, dándole una pequeña
sacudida; le dijo:
—¿Qué significa esto?
—Cuál. ¿El beso o el
anillo?
—Sabes a lo que me refiero.
¡Conque esas tenemos!
—No sé… ¡Creo que me has
vuelto loco! O loco me dejaste veinte años atrás…
Charly le cogió la mano
izquierda e introdujo el anillo en uno de sus dedos.
—Dios, ¡qué bien te queda!
¡Preciso! ¡Cómo anillo al dedo!
Bety volvió a sacudir la
cabeza, pero ahora en señal de asombro. Aunque ya sabía lo que hacían, veía el
anillo y no podía dar crédito a sus ojos. Quedó presa entre el beso y el
anillo. Charly la había hecho linda por primera vez.
—Sí. ¡Pero eso no es todo!
Un auto nos espera en la calle. Déjame darte una sorpresa. Te voy a llevar a un
lugar, donde la pasaremos... ¡muy bien!
Bety se estremeció y lo miró
extrañada; un escalofrío le recorrió la espalda y se volvió a quedar muda. Lo
que aprovechó Charly para tomarle de la mano y llevarla hasta la puerta de
salida. Salieron y caminaron con un inconsciente movimiento, como queriendo
descifrar algunas palabras todavía borrosas de aquel encuentro. Charly
comprendió, además, al mirarla, un dolor inmenso, comprendió que ella jamás
había perdido la esperanza de llegar a este encuentro. Hacía veinte años que se
habían alejado, desaparecido, haciendo cada cual su destino.
—No está mal, me ha
gustado... Estoy totalmente sorprendida. ¿Eres tú? —dijo Bety, exhalando un
suspiro.
—Pues, sí. Supongo que
sí. Sé que lo comprendes... ¿Por qué? ¿Te excité demasiado?
—Perdón, perdón... A ver a
ver, ¡repite lo que has dicho!... Te estás burlando... ¿no? No puedes con tu
genio —lo interrumpió ella, muy festiva, casi riéndose.
—No. ¡Para nada! No hace
falta... Bueno, ahora es igual. ¿No te gustó mi beso? Porque besas muy bien.
También me has sorprendido —dijo él sin aspaviento.
—Para que veas. Tú también
besas ahora mejor... —dio una risotada— Dime una cosa: ¿Quién es este muchacho?
¿Charly o su mentor? ¿Con quién estoy saliendo?
—Aún no lo sé. Creo que con
ambos; están jugando en pared. ¿Qué haría yo sin mí? Los dos te desean... ja, ja,
ja.
Ella esbozó una sonrisa
indeterminada y le tendió las manos. Él le dio las suyas. Ahora estaban
agarrados. Luego le miró y estirándose echó a reír sin estar muy segura. Pero
al rato se borró de su cara la expresión de inseguridad y puso la suya de
siempre, la que la hacía inconfundible con nadie más en el mundo.
—¡Claro! Eres el mismo. Eres
tú, porque estás temblando... Pero, acércate más... Ya hemos estado por mucho
tiempo demasiado lejos. ¿Me tienes miedo?
Charly no respondió
enseguida. Aunque sonreía. Se quedó meditando para impresionar. Luego interrogó
con voz tranquila:
—¿Miedo? Ese miedo ya no
existe. Como te darás cuenta, no te he olvidado y eso jode un poco. Estás muy
guapa y sexy. Es la primera vez que te veo sensualmente. Nunca me atreví
a verte de esta manera… El beso a mí sí me excitó. Dime la verdad, ¿a ti no?
Se soltaron. Bety se puso a
reír. Y al cabo de un instante, se quedó allí mirándolo, y se detuvo a pensar.
Quiso responder y preguntarle algo, pero no se atrevió. Pensó tontamente que no
estaba tan hermosa como iba vestida. Entonces giró sobre una pierna, se llevó
la mano a la mejilla y puso ojos de asombro. Ruborizada, estaba muy conmovida
por aquella actitud, ya que lo veía muy suelto, y eso le agradaba. También se
daba cuenta de que, conforme iba pasando el tiempo, iban teniendo mayor
confianza.
Llegaron a la avenida. El
taxista sentado y leyendo un periódico, en el interior del auto, aún seguía
esperando. Charly abrió la puerta trasera, le hizo una señal a Bety y ella
ingresó. Luego él hizo lo mismo. Era la primera vez que viajaban juntos en un
taxi.
—Gracias amigo. ¿Hemos
demorado mucho? Usted sabe, el tiempo no interesa cuando hay un encuentro
después de tantos años.
—No se preocupe. Para eso
estamos. Entonces, lo llevo a Barranco. ¿Me dijo que lo deje en el Parque
Municipal?
—Sí. Allí mismo.
—¿Quiere que le ponga alguna
música de su agrado?
Bety cruzó la mirada con
Charly, fue el momento en que volvieron a tantearse el uno al otro. Ahora ella
volvió la mirada al conductor y le dijo:
—Si tuviera "When
I Look at You" de Miley Cyrus, sería fantástico.
—Tengo algo de ella, pero no
sé si es la que usted me pide. Mi hija es fanática y escucha a toda hora a esta
cantante. A ver, tome este Cd, si lo encuentra lo pongo.
—Sí. Acá está, es el Nº
1.
Entonces, rascándose la
cabeza, Charly se quedó mirando al conductor con una sonrisa larga y con el
rostro lleno de admiración.
—Creo que acerté cuando lo
contraté. Me ha dejado sin palabras. Mis respetos... No sólo sabía de sexo…
¡Buen arsenal de música!... ¿No tendrá una de Silvio Rodríguez?
—¿Quién es ese? No lo
conozco... ¿Qué música toca?...
Bety sonrió burlonamente, se
acomodó en el asiento y dirigió la mirada hacia la ventana. Quiso burlarse,
pero prefirió quedarse callada.
La calle oscurecía de apoco
y eso era magnífico para el torbellino de pensamientos y emociones que ambos
sentían.
Al rato estaban bajando al
Circuito de Playa de la Costa Verde. El mar hacía su aparición en el horizonte.
El chófer cogió el Cd y lo introdujo en el reproductor, esbozando una
sonrisa irónica. La música empezó a sonar. Los dos ya no se percataban de nada
ni de las calles llena de luces quietas ni de la gente que iba moviéndose con
sus pensamientos propios. Miraban fijamente al mar sin provocarse ninguna
palabra. Sus pensamientos ingresaron en un sinfín de emociones y recuerdos que
no podían comprender.
De pronto, la canción llegó
a su fin. Bety, saliendo de sus pensamientos, le pidió al conductor que la volviera
a reiniciar...
—Por favor, puede repetir la
canción.
—¡Muy bien! Otra vez.
—Y tú, ¿por qué no hablas?
¿En qué piensas? ¡Habla algo! ¡No te quedes callado! —le dijo a Charly.
Charly seguía sentado sin
decir palabras, tenía el brazo derecho sobre el cuello de ella, y le cogía una
de las manos, la que pegaba sobre el pecho de Bety. Se mantenía quieto, mirando
al mar en silencio. Ella tenía la cabeza pegada al hombro de él y su mano
izquierda apoyada sobre su muslo, mirando de reojo a Charly. Daba la impresión
de que iba a asirse con esa mano y llevar la otra al rostro de Charly.
Charly se echó a reír. Bajó
la cabeza y se quedó por un momento mirándola. Tenía el pelo revuelto por el
viento que ingresaba por la ventana medio abierta. Sentía la brisa del mar y su
rostro no dejaba de hacer muecas deliciosas para Bety.
—¡Vaya! Todo ha salido mejor
de lo que yo esperaba. Es muy raro, a pesar de todo ya estamos aquí, juntos, no
sé por cuánto tiempo. Todo esto es tan imprevisto para mí que me ha dejado
especulando. Pero no me hagas caso. Me has pedido que hable y estoy hablando
tonterías.
—¡Qué cosas, ¿no?! ¿Y qué
tal?... No se me ponga a filosofar ahora. Otra vez será, no vale la pena perder
el tiempo... Muy bien. Pues, ¿quieres saber por qué motivo estoy ahora aquí
contigo? Uno muy importante. Quiero que lo sepas…
—Bueno, te escucho. Me
gustaría saber todo lo que has pensado y piensas de mí. Y qué fue y será de tu
vida luego de esto.
Siguió una pausa. Bety se
quedó meditando con el rostro vuelto a la ventana. Sin pensarlo, volvió hacia
él y le dio un beso furtivo, a escondidas de la mirada del taxista; le hizo
saber que estaba presente.
—No es casual que nos
hayamos encontrado. Tú lo sabes. Soy la misma Bety de siempre, con el mismo
cabello, con algunos kilitos de más, pero que piensa de la vida igual que
antes. Sigo siendo la misma de la que tú te enamoraste loca y perdidamente. No
sé si he madurado...
Charly tuvo que hacer un
esfuerzo para no decirle que no sólo era la misma de siempre, sino que estaba
muy provocativa y que iba vestida, como nunca, sensualmente, aunque ya no fuera
la jovencita con la cual salió varias veces y quien le había robado un beso en
la Universidad. Además, de lo que totalmente se daba cuenta y sin conjeturas, era
que todas las facciones de Bety se habían remarcado. Se parecía a sí misma más
que antes. Su blusa colorida con mangas cortas y un pequeño lazo verde junto al
escote lo estaban matando. No recordaba que jamás hubieran estado abrazados,
agarrándose las manos y hablando tanto.
Le preguntó si se acordaba
de la última conversación en la casa de ella, allá por los inicios de los años
noventa. Bety lo miró seria, pero afectuosamente. Su mirada y su voz tenían que
ser discretas.
—No. No recuerdo nada. Ni
quiero recordarlo. No hablemos más de eso ¿Para qué lo quieres recordar? Estaba
segura de que habías olvidado esa historia.
Fue la peor pregunta para
ella. Es posible que, si hubiera logrado mirarlo bien a los ojos, él habría
comprendido mucho. Pero ella no quería mirarlo. No quería saber nada de su
pregunta.
—¡Como ves, no lo he
olvidado! Pero mejor lo dejamos ahí. Tienes razón, ya es historia.
Los dos se quedaron
callados. Charly había metido la pata y quería cambiar de tema.
—Disculpa. Te corté lo que
estabas por contarme.
—Eso ya veo. Te has ido por
las ramas y quieres ponerme nostálgica.
El auto se estacionó.
Hicieron una pausa en la conversación. Ella miró a su alrededor y se quedó muy
satisfecha, como si le complaciese lo que vendría después. Charly se encargó de
darle una buena propina al taxista. Bajaron del taxi, se cogieron de la mano y
se dirigieron lentamente al lugar que él ya tenía destinado.
—Si me hubieras traído por
aquí la primera vez que salimos, te aceptaba sin chistar... ja, ja, ja.
—En esos tiempos tendría que
haber hecho una colecta más amplia entre mis amigos. Pero hubiera valido la
pena ¡Qué cosas! —Exclamó, alargando la palabra— ¡Es tremendo e indescifrable
el destino…!
—Sí, tremendo. Hubiera
cambiado toda tu vida... y la mía. Aunque no sé, tal vez no te hubiera aceptado
en la primera... tal vez en la segunda... Sabes que no era una chica fácil...
ja, ja, ja. Conociéndote, como te conozco: ¿te hubieras declarado?... Pero
dejémonos ya de bobadas. Estamos acá en este tiempo y a disfrutarlo. ¿Tú qué
dices?
—Eso es muy cierto. Y lo
único que yo necesito para disfrutar es un lugar como éste y una chica guapa y
sensual que me acompañe sentada o echada en un lugar exacto. Y eso es lo que
tengo ahora. Entonces, a disfrutar... Y de loco que estoy por usted, la quiero
disfrutar cada segundo. Además, ten en cuenta que no he mencionado la palabra
inteligente que es algo tácito en usted. Prefiero que hoy no lo sea.
Acabaríamos en un enredo de sinfín; y no hemos venido para eso. ¿No?
—Ja, ja, ja... Y quien te ha dicho que me
disfrutarás. Yo disfrutaré de usted que es muy diferente. Y gracias por lo de
guapa y sensual... que me lo merezco... ja, ja, ja. Y no te preocupes, he
dejado la inteligencia en casa porque sabía con quién iba a salir.
—Ohm. Con golpes bajos es la
cosa. Por suerte estamos en el mismo nivel. Mi órgano pensante para estas
ocasiones lo he traído conmigo. El otro lo tengo colocado en mi cabeza para que
le haga contrapeso... ja, ja, ja.
Se detuvieron en el sitio
destinado por Charly, y seguían riéndose. Se les acercó un mozo que los saludó
con mucha condescendencia. Charly ya sabía el lugar que ocuparían los dos.
Había poca gente. Sonó el celular. Ella contestó. Le provocó una sonrisa
mientras miraba a Charly. Él imaginaba de quién era la llamada... Dirigiéndose al
mozo, le hizo una pregunta:
—¿Nos puede atender en el
segundo piso?
—¡Cómo no!
Ambos caminaron hacía la
escalera; subieron despacio y sin preocupación alguna. Estaban muy relajados, y
aún era muy temprano. Llegaron a su mesa y tomaron asiento. Charly pidió una
jarra de cerveza y Bety un pisco sour.
—Disculpe, ¿dónde queda el
baño? —interrogó ella.
—Venga conmigo. Le voy a
indicar.
Le hizo una seña a Charly y,
pasando su mano por su cabeza, le dijo:
—Espera unos instantes,
volveré enseguida ¡No te me vayas a escapar!...
Se puso en pie y siguió al
mozo, dirigiéndose al baño. Él lo siguió con la mirada; le pasó revista de la
cabeza a los pies; memorizaba las características de su cuerpo y, sin
pretenderlo, fijó la mirada en el culo y la costura central de su pantalón.
Siguió mirándola atentamente hasta que dobló y no la pudo ver. Trató de
recordar las veces que salieron juntos, aquellas cuando eran jóvenes, y no tuvo
memoria de haber hecho la misma mirada hacía esa parte del cuerpo de Bety.
Charly se quedó por unos
momentos solo; entonces notó como era la risa de ella y la pinta que tenía
cuando la miraba; se sentía feliz por eso; lo que lo volvió al pasado y lo
llenó de recuerdos. Estaba recordando todos los instantes que pasó con aquella
mujer en su juventud. Desde su primera salida hasta la última vez que se
vieron. Ella ahora estaba allí, con él, y no podía creerlo. Volvió la cabeza y
se dio cuenta de que había muy poco movimiento. De pronto, pasaron dos
parejitas, muy cerca de su mesa, riéndose. Él las quedó viendo. Las chicas
tenían los ojos hermosos y la tez un poco roja. No paraban de reír. Saliendo de
sus pensamientos, Charly hizo un ademan con las manos cuando el mozo llegó con
el pedido. Casi en el momento llegó Bety y tomó asiento.
—¡Vaya! Todavía estás aquí.
Pensé que se te habían encogido las "boloñas"... ¿En qué
piensas? Tienes una cara de nostalgia acumulada. Apaga esa luz y vuelve...
Aunque estás muy guapo con esa carita de no sé quién.
Él se quedó por un momento
en silencio. Cogió la jarra y llenó el vaso. Bebió un sorbo. Le provocó un
cigarrillo, pero en sitios cerrados no se podía fumar. De todos modos, se
atrevió a sacar la cajetilla; a medida que lo hacía, miraba a Bety y se
detuvo.
—¡Qué injusticia!, te
permiten comer la grasa que quieras hasta reventar con el colesterol y no
permiten que uno fume ni un cigarrillo. Eso es discriminación...
—No sé, pero si no fumas es
mejor. Además, para ti es un vicio menor, ¿sí o no?
—Tienes mucha razón. Es un
vicio menor. De acuerdo, no voy a fumar ahora. Cambiando de tema:
disculpa, pero te he quedado viendo cuando te ibas al baño. Conservas tus
cositas y están bien puestas. Y viéndote así, cómo se me puede reducir algo.
Nada se me ha reducido, al contrario, está que crece sin detenerse… Sabes,
contigo no puedo evitar la nostalgia. Son tantos años... Y si estoy guapo ahora
es por culpa suya.
Charly inclinó el cuerpo y
se le acercó y le dio un beso en los labios. Ella se encogió de hombros, pero
respondió el beso que se prolongó por un buen rato... No sabían aun lo que
podían hacer. Era una especie de milagro...
—Oh, oh... Nos están
mirando. Hay unas chicas que se están fijando en nosotros —dijo Bety.
—¿Y eso qué nos importa?
Ellas están hablando y riéndose de otra cosa.
Él apoyaba la cabeza de su
eterno amor sobre su brazo. Ella, inclinada, tenía los ojos cerrados. Pero se
daban cuenta de que las chicas les estaban mirando. Se soltaron. Entonces Bety cogió
el vaso de pisco sour y le dio un sorbo largo. Charly hizo lo mismo. Estaban
ruborizados, pero sonreían. Se miraban tiernamente. Ella aprovechó el momento y
le preguntó:
—¿Sabes en qué pienso? Que
seguimos siendo estudiantes. Que no ha pasado el tiempo; y que todo está como
lo dejamos. ¿Qué es lo que piensas?
Charly lo comprendió. Se dio
cuenta, en ese instante, de que los recuerdos más prolongados y gratos con ella
eran los que nunca fueron consumados. Ahora, esos contactos incompletos habían
provocado en ellos un estado de exasperación tal que ni el agua fría podía
aliviar. De modo que nada de romance pueril, el amor no era suficiente. Ella
había temblado y crispado los músculos de las piernas cuando él la besó en el
ángulo abierto de sus labios. Le había sentido el cuello tan desnudo como ella bajo
su blusa liviana...
—Voy a pedir la cuenta. Te
voy a llevar a otro lugar en donde estaremos solos...
Mientras él tomaba el último
sorbo de cerveza, ella no dejaba de mirarlo. Jugueteaba con su vaso, haciéndolo
girar.
Cuando llegó Charly del baño
y de pagar la cuenta, dieron un ¡salud! levantando y haciendo chocar los vasos
vacíos, y echándose a reír. Bety notó en la cara de su amigo una irónica mueca
y comprendió las intenciones de éste.
—Pues, sí, a ver si eres
capaz. Parece que tú tienes intenciones muy concretas, ¿no? Has venido con la
espada desenvainada... ¿Y a dónde me va a llevar? ¿Tal vez aquí en la escalera?
¿O descenderemos al bulevar?
Ella dijo algo más, pero
Charly, sin esperar nada, le había tomado de una mano y la llevaba hacía las
escaleras. Bamboleaban un poco cuando salieron a la calle.
Hacía fresco, y ambos
estaban sin abrigo; y la brisa del mar llegaba a sus rostros; y las luces a su
alrededor hacían que sus pensamientos volaran sin ninguna contención. Cuando
uno hablaba el otro se reía; no paraban de hacerse bromas de todo calibre. Los
tragos habían hecho efecto de buena manera; había logrado destruir aquel bloque
de hielo que en el pasado los alejó. Mientras se dirigían al Puente de los
suspiros, se movían de una manera frenética, impúdica. Allí, en el Puente, se quedaron petrificados por el inigualable paisaje de luces y
coloridos, y por el ambiente de pasión que se desplomaba por todos lados. Sus
manos, medio ocultas, se deslizaban sin contemplación, aprovechando cada
bendita grieta abierta en el espacio y tiempo. Estaban muy juntos y se
abandonaban al impulso de besarse, y sus bocas temblorosas, crispadas, se
acercaban con intensa aspiración.
La repentina agitación de
una pareja, que estaba a su costado, impidió que se desbordaran. Se separaron,
volviendo a divisar el racimo de luces y el hechicero ambiente que los rodeaba.
Se quedaron por un momento en silencio. Hasta que ella soltó una sonrisa larga
y atrevida. Le dio un suave puñete en el estómago. Él lo recibió dándole un
abrazo y apretando la cabeza de ella contra su pecho. Le susurró algo al
oído.
—¡Qué tonterías estás diciendo!
Eres un telegrafista magnífico... muy puntual y directo; ¿sabes qué? ¡Te late
con tanta fuerza el corazón! Y a mí también, mira.
Bety le tomó una de las
manos y la puso encima de su corazón.
—Me da miedo sentir todo
este remolino de cosas. Parece que el pisco ha hecho efecto en mi razón. He
caído en tu trampa.
—¡Vaya que estamos muy
emocionados! Entonces tiene gracia lo que te he sugerido, ¿verdad?... ¿Has
caído en mi trampa? No, para nada. El sexo es la trampa de la naturaleza para
no extinguirse... El que creó al hombre hizo la trampa, una excelente trampa…
Cuando se soltaron, sintieron
que sus vidas necesitaban una sacudida. Charly le cogió de la mano y la hizo
subir a la acera. Ella, sin pestañear, se apegó a él, le tomó del brazo, y
empezaron a caminar durante algún tiempo.
—¿Todo está bien? —preguntó
Charly.
Bety fijó sus ojos en él
como si la respuesta hubiera sido demasiado simple para las palabras. Después
se encogió ligeramente de hombros y le dijo:
—Todo está bien.
Poco más adelante, apareció
el lugar que una vez, en otro tiempo, lograron bordearlo por una cobardía
mutua.
Cuando llegaron, la gente se
hacía cada vez más en las avenidas. La noche había caído bruscamente. En la
puerta, un hombre joven los hizo pasar y los dejó de pie sobre una alfombra
colorida con diseño andino. Y una señorita haciendo gestos condescendientes se
disponía a atenderlos. El salón de recepción tenía diversos adornos: sobre la
mesita de centro se posaba un artefacto de madera, de los que se venden como
artesanía, y una reproducción de una pintura de la escuela cuzqueña, colocada en
una de las paredes, detrás de la guapa señorita que los atendía, parecía que
los observaba.
La señorita de la recepción
estaba entre los veintidós o veinticuatro, tenía el cabello suelto, cejas
depiladas y rasgos muy agradables, podría definirse como un clon de Vanessa
Jeri.
—Buenas noches. ¿Desean una
habitación matrimonial? —les preguntó, moviendo lentamente la cabeza, mirándolos
directamente a los ojos, con los suyos, negros y severos; sus expresiones
combinaban un frío atrevimiento con una modestia que hacía que sus palabras
tuvieran una nitidez de una profesora de dicción.
—Sí. Está bien... ¿Podría
llevarnos un buen vino?
—¡Cómo no!
Les mostró un fólder forrado,
en el que estaban impresos las marcas de los vinos. Charly le dio una mirada
interrogativa a Bety, y ella, tímidamente, señaló la de su preferencia. La
recepcionista asintió con la cabeza y llamó al joven que cuidaba la puerta, para
que los guiara hasta el ascensor.
—Por favor, acompáñenme.
La puerta del ascensor se
abrió. Ambos ingresaron lentamente. Una pareja de jóvenes se apareció de
improviso y subió junto con ellos. Todos se quedaron mudos dentro del ascensor.
Cortando el silencio, Bety le susurró algo al oído de Charly. El joven
portero apuró y apretó el conmutador. Poco después paró el ascensor en el piso
indicado por éste que se quedó en el primer piso. Ambas parejas salieron. Otro
jovencito con uniforme de color rojo y complementado con una gorrita ridícula
del mismo color, los esperaba. La otra pareja ignoró al joven del uniforme. Habían
salido a comer y estaban volviendo. En el corredor, una gorda, con los ojos
saltones, venía hacia ellos moviendo el vientre y cargando unas sábanas
blancas. No se dieron cuenta, pero la gorda ingresó súbitamente a uno de los
cuartos. Desapareció...
—Buenas noches. Por favor
acompáñenme. Les voy a indicar el lugar de su hospedaje.
En silencio, la amiga de
Charly disfrutaba esos momentos. Se le veía en el encantador rostro y en los
labios secos, que los movía con coquetería. Su corazón parecía latir en todas partes
al mismo tiempo. Mientras Charly parecía tener una aguda conciencia de la
proximidad del lugar al cual se estaban acercando. Al hablar, hacía ademanes
imperceptibles, queriendo tocarle la mano, la cintura o el hombro a Bety.
—Es aquí. Cualquier pedido
nos lo hacen llegar por el intercomunicador. ¡Buenas noches!
Al fin, después de tantos
años, estaban allí, solos y en un mismo cuarto. Bety, inevitablemente, sintió
el sonido de la puerta cuando se cerró y repiqueteó el cerrojo. Su perfil
adorable, sus labios entreabiertos, su pelo negro, lacio y brillante estaban a
pocos centímetros de Charly. Lo miraba con una sonrisa que lo invitaba al beso.
Él se acomodó junto a ella, que estaba sentada en la orilla de la cama, sintió
la tibieza de sus piernas a través de su pantalón blanco, ligero y habitual. De
pronto supo que podía besarla; supo que ella lo dejaría hacerlo, y hasta
cerraría los ojos, como en su casa, cuando la besó después de veinte años. Por
eso, empezó a deslizarse sobre ella, recostándola en la cama, abrazada y sin dejar
de besarla. Sus cuerpos inquietos mostraban el perfil de dos rostros con la
mirada perdida. Lo espiritual y lo físico estaban fundiéndose con una perfección
incomprensible y misteriosa. Ella lo cogía de la cintura; sus piernas no
estaban muy juntas; aprovechó y le dio un tirón, girándolo, y lo abalanzó sobre
ella. Sus piernas, sus inigualables piernas, abiertas, atraparon el cuerpo de
Charly y lo ubicaron al centro de sus provocadores senos. Logró sentarlo
atrapada a él, sintiendo el roce acalorados de sus entrepiernas. Luego, mientras
se echaba atrás, agarrada de su cuello y con las rodillas que apretaban la
cintura de él, se dejó caer. Cuando quedó tendida, balbuceo, murmuró algo casi
imperceptible y empezaron mutuamente a quitarse la ropa. Charly, acompasado, la
acompañaba en cada movimiento, en cada gesto que ella hacía. Cuando volvieron a
sentarse ya estaban totalmente desnudos y con las piernas entrecruzadas. Entonces,
Charly se soltó y se paró al pie de la cama y la contempló por un instante, con
un rostro abismal, amplio; se inclinó y se puso de rodillas; Bety colocó sus
dos piernas sobre los hombros de Charly y las entrecruzó...
Estaban tan lejanos del
mundo, desnudos piel contra piel… No es fácil relatar lo que siguió a
continuación. Creo que lo más sensato es dejarlos allí, exactamente en ese
espacio y tiempo, en donde el amor siga prisionero con toda libertad, y en el
que el aire que respiran sólo responda a la agitación de sus movimientos.
No sé, y es por eso que
prefiero dejarlo ahí. Lo que pasó totalmente debajo de las sábanas es una
cuestión de ellos y no tengo ningún derecho a ingresar. Sólo quiero concluir
este relato, diciendo que ellos siguen siendo felices lejos el uno del otro.
Los dejo allí, en aquel
cuarto de hotel con su ventana que daba a la avenida y dejaba ver a mucha gente,
caminando como hormigas. Los dejo allí, tal vez, en la sala de recepción con su
mostrador y sus diarios del día, con aquellos dos rostros reflejando miradas
eternas y alegrías nunca imaginadas... Los dejo allí, con todo lo que luego
serán recuerdos con pelos y señales, como un cartelito colgando de sus cerebros
y como una zanja que siempre quedará marcado. Lleva un tiempo comprender que
los designios del destino son así, inescrutables, enigmáticos; o diríamos
simplemente, que los milagros existen y han ocurrido ahora.
Loro
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