SERÁ
Si sería o no sería
para qué me casaría
En la puerta de la Iglesia
que bicho me picaría
o en la casa de mi suegra
brujería me harían.
Después de todo la nostalgia existe aunque no lloremos en los andenes fantasmales ni sobre las almohadas de candor ni bajo el cielo opaco... Después de los "SIN CUENTA" todo se cuenta. Ya nada tiene copyright...
Las lecturas que dejan huella
El País Semanal consultó a
cien escritores de habla hispana sobre los diez libros que más los han marcado.
Cada obra fue valorada en forma de ranking: 10 puntos para la más influyente, 9
para la siguiente, y así sucesivamente hasta llegar a 1 punto. De este
ejercicio surgió una lista con los títulos que más votos acumularon:
·
Don Quijote de la Mancha, de Miguel de
Cervantes Saavedra
·
En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust
·
La Odisea, de Homero
·
El proceso, de Franz Kafka
·
La metamorfosis, de Franz Kafka
·
Ana Karenina, de León Tolstói
·
Moby Dick, de Herman Melville
·
Cuentos, de Antón Chéjov
·
Guerra y paz, de León Tolstói
·
Ficciones, de Jorge Luis Borges
·
Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca
·
Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoievski
·
Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski
Debo confesar que hace ya
varios meses que no compro un libro… ni siquiera de cuentos, que es mi género
narrativo predilecto. Además, suelo leer exclusivamente a autores que escriben
en español. Solo así puedo saborear, con calma, los matices más íntimos del
lenguaje. No sé otro idioma… ¡jajaja!
Aun así, he ido anotando en la
memoria algunas obras que, por distintas razones, han dejado una huella
profunda en mí. Aquí va mi propia lista, algo más modesta y personal:
Libros que me han impresionado
·
El otoño del patriarca, de Gabriel García
Márquez
·
Pedro Páramo, de Juan Rulfo
·
Residencia en la Tierra, de Pablo Neruda
·
Libros que me dejaron un dulce sabor de boca
·
El camino, de Miguel Delibes
·
En busca del unicornio, de Juan Eslava Galán
·
Romancero gitano, de Federico García Lorca
Cuentos que me impactaron
·
El Sur, de Jorge Luis Borges (incluido en Artificios,
1944)
·
Deutsches Requiem, de Jorge Luis Borges (en El
Aleph, 1949)
·
¡Diles que no me maten!, de Juan Rulfo (en El
llano en llamas, 1953)
Cuentos que me dejaron una grata
sensación
·
Chico de Madrid, de Ignacio Aldecoa (en El
corazón y otros frutos amargos, 1959)
·
El hechizado, de Francisco Ayala
·
El ahogado más hermoso del mundo, de Gabriel
García Márquez (en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de
su abuela desalmada, 1972)
Cuentos de Terror y Macabros: ¡Claro!
Edgar Allan Poe
1. "El corazón
delator" – Un narrador intenta convencer al lector de su cordura, mientras
describe cómo asesinó a un anciano por su "ojo de buitre". La culpa
lo consume de manera escalofriante.
2. "El gato negro" –
Un hombre se ve arrastrado a la violencia por el alcohol, y su mascota se
convierte en un símbolo de su propia maldad.
3. "La caída de la Casa
Usher" – Una mansión decadente, una familia maldita y un final aterrador.
Una obra maestra del terror gótico.
4. "Ligeia" – Una
historia de amor obsesivo y resurrección, con uno de los finales más
inquietantes de Poe.
5. "El entierro
prematuro" – Explora el miedo a ser enterrado vivo, un temor muy real en
la época de Poe.
Cuentos de Misterio y
Detectives:
6. "Los crímenes de la
calle Morgue" – Considerado el primer relato detectivesco, con el famoso
Auguste Dupin resolviendo un crimen aparentemente imposible.
7. "La carta robada"
– Dupin debe recuperar una carta comprometedora en un juego de ingenio contra
un ministro astuto.
8. "El escarabajo de
oro" – Un hombre sigue una serie de pistas crípticas para encontrar un
tesoro pirata.
Cuentos Psicológicos y de
Locura:
9. "El pozo y el
péndulo" – Un prisionero de la Inquisición española enfrenta torturas
psicológicas y físicas en una celda oscura.
10. "Berenice" – Una
historia perturbadora sobre obsesión y horror físico, con un giro
impactante.
11. "El demonio de la
perversidad" – Examina los impulsos autodestructivos del ser humano.
Relatos Fantásticos y de
Ciencia Ficción:
12. "La máscara de la
Muerte Roja" – Un príncipe y sus nobles se encierran en una abadía para
escapar de una plaga, pero la Muerte los encuentra.
13. "El hundimiento de la
casa de Usher" – Incluye elementos sobrenaturales y una atmósfera
opresiva.
14. "Manuscrito hallado
en una botella" – Un marinero es arrastrado a un viaje sobrenatural hacia
lo desconocido.
Poemas (Bonus):
"El cuervo" (The
Raven) – Su poema más famoso, con su estribillo "Nunca más" (Nevermore),
una obra maestra de la literatura gótica.
"Annabel Lee" – Un
poema trágico sobre el amor más allá de la muerte.
Si quieres empezar con uno, te
recomiendo "El corazón delator" (corto e intenso) o "La caída de
la Casa Usher" (para una atmósfera gótica increíble).
¿Y tú? ¿Qué obras literarias
te han dejado huella?
Loro
La manzana de Newton y el
nacimiento de la Gravitación Universal
La Teoría de la Gravitación
Universal de Sir Isaac Newton (4 de enero de 1643 – 31 de marzo de 1727) fue
presentada en el tercer libro de su monumental Philosophiæ Naturalis Principia
Mathematica, publicado el 5 de julio de 1687, bajo el título De mundi systemate.
Curiosamente, Newton no tenía intención de escribir esta obra fundamental; fue
su colega y amigo Edmond Halley quien lo animó a hacerlo, llegando incluso a
financiar los gastos de impresión.
La célebre anécdota de la
manzana proviene, al parecer, de los últimos años de Newton. El filósofo
francés Voltaire, en su Essay on Epic Poetry (1727), escribió: “Sir Isaac
Newton, paseando por sus jardines, tuvo la primera idea de su sistema
gravitatorio al ver caer una manzana de un árbol”. Más tarde, en sus Lettres
philosophiques (1733-34), volvió sobre el asunto: “Estando retirado en 1666 en
el campo, cerca de Cambridge, un día que paseaba por el jardín y vio caer unas
frutas de un árbol, se abandonó a una profunda meditación sobre el fenómeno de
la gravedad…”.
Lo cierto es que Newton pasó
largas jornadas reflexionando en el jardín de la casa materna en Woolsthorpe,
Lincolnshire, donde se había refugiado debido a una emergencia sanitaria: la
Gran Plaga, una epidemia de peste bubónica que azotó Inglaterra entre 1665 y
1666, cobrando la vida de cerca de 100,000 personas, sobre todo en Londres. La
Universidad de Cambridge cerró durante meses, y ese retiro forzoso resultó
crucial para sus descubrimientos.
Se cree que Newton compartió
la historia de la manzana en la década de 1720 con personas cercanas como Catherine
Barton, Martin Folkes, John Conduitt y William Stukeley, quienes transmitieron
versiones similares del relato. Fue esta pequeña leyenda doméstica la que llegó
hasta Voltaire, quien se encargó de universalizarla. Más adelante, Isaac
D’Israeli añadió un toque de fantasía, imaginando que la fruta había golpeado
la cabeza del genio. Sin embargo, muchos dudan de la veracidad del episodio.
Incluso si la caída de la manzana motivó alguna reflexión, lo cierto es que
Newton ya se interesaba por la gravedad mucho antes, como lo muestran las notas
de su Quaestiones quaedam philosophicae, redactadas durante sus primeros años
en Cambridge.
Newton intuyó su famosa ley en
1666, a los 24 años, pero no logró demostrarla formalmente hasta 1685. De
hecho, sus primeros cálculos, basados en la ley del inverso del cuadrado, no
coincidían, lo que lo llevó a abandonar el problema hasta 1679. El error estaba
en un dato incorrecto sobre el radio de la Tierra, lo que alteraba sus
resultados.
En enero de 1684, Christopher
Wren, Robert Hooke y Edmond Halley debatían sobre el movimiento de los planetas
y la posibilidad de que la fuerza que los atraía disminuyera con el cuadrado de
la distancia al Sol. Como ninguno logró resolver el enigma, en agosto Halley
viajó a Cambridge a consultar a Newton. Le preguntó cuál sería la órbita de un
planeta si esa suposición fuese cierta. Newton respondió sin dudar: “Sería una
elipse”. Al preguntarle cómo lo sabía, Newton contestó: “Lo he calculado”. Sin
embargo, no encontró sus apuntes y prometió enviarlos una vez los rehaciera.
Esa reconstrucción no fue
sencilla. Uno de los principales desafíos era demostrar que la atracción
gravitatoria entre dos esferas era equivalente a la que existiría si toda su
masa estuviera concentrada en sus centros. Newton resolvió ese problema en
febrero de 1685, aplicando su teoría al caso de la Luna. Gracias a la medición
precisa del radio terrestre realizada por el astrónomo francés Jean Picard,
pudo confirmar por fin su hipótesis. Con ayuda del astrónomo real John
Flamsteed, comenzó entonces a redactar los Principia.
La obra no solo enuncia la ley
de la gravitación universal. Abarca temas de gran complejidad: las leyes del
movimiento, las órbitas planetarias, la dinámica de fluidos, el método de
fluxiones… Culmina con el célebre Escolio General, en el que Newton admite sus
propios límites:
“Hasta aquí hemos explicado
los fenómenos de los cielos y del mar mediante la fuerza gravitatoria, pero no
hemos asignado aún una causa a esa fuerza. Es seguro que debe proceder de una
causa que penetra hasta los cuerpos del Sol y los planetas, sin sufrir
disminución de su intensidad, que no actúa según la cantidad de las
superficies, sino según la cantidad de materia contenida en ellos, propagándose
en todas direcciones, hasta distancias inmensas, y decreciendo siempre según el
cuadrado inverso de las distancias... Pero hasta ahora no he sido capaz de
descubrir la causa de estas propiedades de la gravedad a partir de los
fenómenos; y no finjo hipótesis.”
Años más tarde, el propio
Newton, ya anciano, recordaba:
“En ese mismo año [1666],
empecé a pensar en cómo calcular la gravedad en relación con la órbita de la
Luna. A partir de la tercera ley de Kepler —según la cual los tiempos de los
planetas están en proporción sesquiáltera con respecto a sus distancias—,
deduje que las fuerzas que los mantenían en órbita debían ser inversamente
proporcionales al cuadrado de sus distancias al centro. Comparé entonces la
fuerza necesaria para mantener a la Luna en su órbita con la gravedad en la
superficie terrestre, y descubrí que coincidían bastante bien. Todo esto lo
desarrollé durante los años de la peste, cuando tenía la mente más aguda y
dedicada a la invención que nunca antes ni después.”
Es difícil saber si la manzana
tuvo realmente un papel en este capítulo de la historia de la ciencia. Lo cierto
es que la mitología popular jamás desvinculará a Newton de esa fruta verde. Y
quizá así debe ser.
Loro
No suelo concordar con el prójimo varón sobre cuál es el mejor culo. Noto un gusto general por el culito escuálido de las modelos flacas. A mí me gustan grandes, hospitalarios, macizos. Me gusta el culo balcón, que sobresale y se autosustenta como un milagro de ingeniería. El culo bien latino, rappero, reggaetón, de doble pompa viva y prodigiosa.
Me salen versos cuando hablo de culos. Quizá porque en los culos hay algo más antiguo y atávico que en las tetas, que en realidad son una intelectualización. Las tetas son renacentistas, pero el culo es primitivo, neanderthaliano. Con su poder de atracción inequívoca, su convergencia invitadora, es un hit prehistórico. Despierta nuestro costado más bestial: el del acoplamiento en cuatro patas. Las tetas son un invento más reciente, son prosaicas. El culo, en cambio, es lírico, musical, cadencioso, indiscernible del meneo de caderas, del ritmo, la batida de la bossa que retrata a la garota que se aleja en Ipanema.
Porque el culo siempre se aleja, siempre se va yendo, invitando a que lo sigan. Se mueve en dirección contraria de las tetas que siempre vienen y por eso suelen ser alarmantes, amenazadoras, casi bélicas (me acuerdo de las tetas de Afrodita, la novia de Mazinger Z, que se disparaban como dos misiles). Las tetas confrontan, el culo huye, es elegía de sí mismo, se va yendo como la vida misma y deja tristes a los hombres pensando qué cosa más linda, más llena de gracia aquella morena que viene y que pasa con dulce balance camino del mar.
Las mujeres argentinas tienen orto, las colombianas jopo, las brasileras bunda, las mexicanas bote, las peruanas tarro, las cubanas nevera o fambeco, las chilenas tienen poto. O mejor dicho, las chilenas no tienen poto, según mis amigos transandinos que se quejan de esa falta y quedan asombrados cuando viajan por Latinoamérica. Yo mismo casi me encadeno a la muralla del Baluarte de San Francisco en el último Hay Festival de Cartagena de Indias para no tener que volver y poder seguir admirando el desfile incesante de cartageneras o barranquilleras cuyos culos altaneros merecían no este breve artículo sino un tratado enciclopédico o un poemario como el Canto General.
De las cosas que hacen las mujeres por su culo, la que más ternura me da es cuando lo acercan a la estufa para calentarlo. No lo pueden evitar. Pasan frente a una chimenea o un radiador y acercan el culo, lo empollan un rato. El culo es la parte más fría de una mujer. Siempre sorprende al tacto esa temperatura, el frescor del cachete en el primer encuentro con la mano.
Durante el abrazo, se puede llegar a los cachetes de dos maneras. Una es desde arriba, si la mujer tiene puesto un pantalón, pero es dificultoso y lo ajustado de la tela impide la maniobra y la palmada vital. La otra forma es desde abajo y eso es lo mejor, cuando se alcanza el culo levantando de a poco el vestido, por los muslos, y de pronto se llega a esas órbitas gemelas, esa abundancia a manos llenas. En ese instante se siente que las manos no fueron hechas para ninguna otra cosa más que palpar esa felicidad, para sentir con todos los músculos del cuerpo la blanda gravitación, el peso exacto de la redondez terrestre.
Se suele pensar que, en el sexo, la posición de perrito somete a la mujer. Pero hay que decir que abordar por detrás a una mujer de ancas poderosas puede ser todo lo contrario: es como acoplarse a una locomotora, como engancharse en la fuerza de la vida, hay que seguirla, no es fácil, uno queda subordinado a su energía, hay que trabajar, darle mucha bomba, carbón para la máquina. Es uno el que queda sometido a su gran expectativa, absorto, subyugado, vaciándose para siempre en la doble esfera viva de esa mantis religiosa.
Una vez vi un hombre de unos 45 años dando vueltas al parque, corriendo tras su personal trainer. Lo curioso es que era una personal trainer, y las calzas azules de esta profesora de gimnasia evidenciaban que tenía un doctorado en glúteos. Como el burro tras la zanahoria, el hombre corría tras ella sin pensar en nada más que ese seguimiento personal. No me sorprendería que a la media hora hubiera un grupo de corredores trotando detrás, en caravana. La música de los culos es la del flautista de Hamelin. Los hombres, con su legión de ratones, van tras ella, hipnotizados.
Las mujeres saben aprovechar sus recursos. Yo trabajé en una empresa en el mismo piso que una arquitecta narigona (esas narigonas sexys) y con un “tremendo fambeco”. Ella sabía que era su mejor ángulo y lo hacía valer, con unos pantalones ajustados que dejaban todo temblando. Era una de esas oficinas cuadradas, llenas de líneas rectas: el almanaque cuadriculado, la tabla rectangular del escritorio, la ventana, los estantes, las carpetas de archivos. Un lugar irrespirable de no ser por el culo de la arquitecta que a veces pasaba camino a tesorería o a la fotocopiadora. Su culo era lo único redondo en todo este edificio de oficinas. Lo único vivo yo creo. Nunca intenté nada (se decía que tenía un novio), pero en una época yo pensaba escribir una novela con los acoplamientos heroicos que imaginé con ella. Una novela que iba a titular, con un guiño a Greenaway, “El culo de una arquitecta”.
No escribí ni dos líneas de esa novela, pero sí algunos poemas que ella nunca leyó. Me acuerdo que la veía antes de verla, la intuía en un ritmo particular que tenía el sonido de sus pasos, un peso, un roce de la cara interna de sus muslos de falsa mulata. Cuando aparecía en el rabillo de mi ojo, ya sabía plenamente que se trataba de ella. Y pasaba y todo se detenía un instante, el memo, el mail, la voz en el teléfono, todo se curvaba de pronto, no había más rectas, todo se ovalaba, se abombaba, y el corazón del oficinista medio quedaba bailando. No exagero.
Además era plena crisis del 2002. Todo se derrumbaba, caían los ministros, los presidentes, caía la economía, la moneda, la bolsa, caía el gran telón pintado del primer mundo, caía la moral, el ingreso per cápita, todo caía, salvo el culo de la arquitecta que parecía subir y subir, cada vez más vivaracho, más mordible, más esférico, más encabritado en su oscilación por los corredores, pasando en un meneo vanidoso que parecía ir diciendo no, mírame pero no, seguime pero no, dedícame poemas pero no. Ojalá ella llegue a leer esto algún día y se entere del bien que me hizo durante esos dos años con solo ser parte de mi día laborable pasando con tanta gracia frente al mono de mi hormona. Y ojalá se entere también que, cuando me echaron, lo único que lamenté fue dejar de verla desfilar por los pasillos respingando el durazno gigante de su culo soñado.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,Esta es una version humoristica del Poema XV del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924). Hecha con el mas profundo respeto al autor de Barcarola… sus listas de sonido, sus lúgubres barrotes, se levantan a orillas del océano solo.
y te veo desde lejos, y tu voz no me toca.
Parece que la lengua se te hubiera quemado
y parece que un bozal te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de manchas
apareces con la escoba, y el bote de lejía.
Marujona sin remedio, te pareces a tu madre,
y te pareces a la palabra parlanchina.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, simbólico refunfuño.
Y te miro desde lejos, y tu voz no me alcanza:
déjame que vea en paz el partido de fútbol.
Déjame que te hable también con mi silencio
alto como una jirafa, simple como un tornillo.
Estás así desde anoche, callada y mosqueada.
Tu silencio es de pega, tan anómalo y ficticio.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una excusa bastan.
Y estoy jodido, jodido porque nunca es cierto.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca. Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza :
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.