Esta es una saga que nuestro amigo Marcolino nos regala con mucho cariño. Es uno de los pocos amigos en el que se ha quedado grabado cada instante, cada momento, como si el tiempo se detuviera, incólume, íntegro, incorrupto y completo de nuestro paso por el colegio "Centro Base RPB". Gracias a su fina y buena memoria, y al convencimiento que pudimos lograr para que lo haga claro, patente y palmario en esta otra realidad, nos deleita con su prodigiosa pluma y su agraciado cerebro. Tenemos, pues, esta hermosa saga; o si quieren fábula, leyenda u odisea,...que no queda mas que gozarla...Loro
I
El presente relato constituye una visión retrospectiva de los acontecimientos sucedidos en una etapa especial de la “adolescencia”, donde el predominio de la inmadurez personal era una actitud constante propagados por la inercia volitiva de nuestros estereotipados pensamientos.Ocurrió hace mucho tiempo, tanto como 35 años o más, y sin embargo el recuerdo altisonante de los hechos se refleja en mi memoria como una ráfaga rutilante que evoca la dimensión del tiempo; allí estaban los personajes canijos del concomitante pasado; desde el precoz tunante hasta el cándido taciturno, incluyendo a la vez a la caterva de gaznápiros resquicios, “dizque” lo “mejorcito” de la “mancha” en aquél salón: Tercer año “A” de secundaria. Corría entonces el año 1975, época de esplendor del gobierno militar, en las postrimerías del siglo XX. ¡Qué tiempos aquellos!
Sin aplicar calificativos rimbombantes aparecen los nombres sorprendentes del controvertido “loco” Valencia, el “loco” Chávez y su hermano “Toto”, otro enajenado más, asimismo el “bongo” Isla, el “Macario” Humareda, el “Doctor Lechuzón” Joe Falla, el “cabazorro” Medina, el “petizo” Valderrama, el “gusano” Caycho, el “cuy” Cuya, el “beodo” Cuti, el “burro” Celestino, el “ricopelo” Rojas, el “pelícano” Ganoza, el “patero” Ramos Cajo, el “hombre par” Almonacid, el “Ringo” J.C., el “oso” Rondinel y, exclusivamente, quien os redacta estas líneas, mal denominado “Martín” por algún galifardo a quien se le ocurrió este remedo de seudónimo.
Otros comparsas varoniles no los incluyo, pero los que figuran evidentemente están perennizando como la pléyade estelar de pingües personajes que desfilaron por esta desdichada vida que huye del mundanal ruido. Por supuesto, guardo un especial comentario hacia las féminas del aula en cuestión, compañeras de estudios en un universo decadente.
Y sin embargo estaba allí presente, la chica que perturbaba mis sentidos y exaltaba mis emociones, podría decir “la ilusión quimérica de mi existencia” – en ese entonces – Su nombre no hace falta mencionarlo, es evidente a la luz de todos los sentidos, es obvio, tácito; está implícito ante la atiborrada mirada de sus recelosos y cínicos admiradores circunspectos que también estaban devotamente obnubilados por aquella musa de mis ensueños, verbigracia, el asolapado “bongo” o el “Ringo” J.C, por citar tan solo a dos pueriles menganos de turno.
Y con esta breve introducción hemos hecho aparecer en el universo ideal del tiempo a ciertos personajes cuyo rol protagónico en los años venideros desembocaría en un sinnúmero de anécdotas, hazañas y aventuras dignas de un argumento novelesco de los tiempos modernos.
No puedo dejar de incluir algunos personajes del entorno femenino, como la agradable y simpática presencia de Rosmery, compañera íntima de Liliana, mi perturbación latente y manzana de la discordia ante todas las desventuras, afanes y anhelos. Como decía, la constante cercanía de Rosmery y Liliana representaba un gran obstáculo que debía superar, más por el carácter sumiso e introvertido que tenía con las hijas de Eva, y también por un maquillado elemento con aparentes conductas formales; y aún más con una inseguridad y nerviosismo difícil de disimular ante la mirada intempestiva de Liliana y compañía; aún así, la recepción amical desde el primer día representaba para mí siempre un momento agradable, pero la inmadurez adolescente y la cretina, enajenada y maquiavélica actitud de nuestros pensamientos se encargaría de trastocar los más recónditos sentimientos y virtudes íntimas de aquellas samaritanas que aparecían ante nuestra existencia. Evoco ahora un sentimiento cínico y risible de aquellos lejanos tiempos ¿Y qué pensarán ahora los bellacos, pícaros, paladines, mediocres y libertinos protagonistas de esa época? Recordar es volver a vivir, y tal vez soñar… morir y… volver a vivir.
Sería tedioso describir el cúmulo de peripecias acontecidas en aquel año de 1975. Pienso que el recuerdo más grato fue el galardón obtenido en la “Copa América”, donde la selección peruana de fútbol se coronó campeona de Sudamérica venciendo a la selección de Colombia en cancha neutral de Venezuela por 1-0, con el magistral gol de cabeza marcado por el inigualable “cholo” Sotil. Aún hoy existen fanáticos que sueñan con la evocación y nostalgia de sendos encuentros deportivos, que también influirían en nuestras vidas cotidianas en virtud de este singular deporte; el fulbito era ya parte de la rutina escolar de la semana, y como tal contribuía a concatenar los lazos y vínculos amicales de sus protagonistas. Allí percibo en el tiempo nuevamente la presencia del “borrachín” Cuti, el más entusiasta e inofensivo personaje; a su lado el “burrito” Celestino, discutido por su teoría esquelética del miembro viril, que desataba socarronas risotadas en el “grupoide mancheril”; también eran parte del juego el “Bongo” Jorge, quien desde entonces era muy aficionado a errar los penales, aunque cauto, pasivo y tranquilo, siempre un “capitán” vitalicio para el juego, dando órdenes a diestra y siniestra, queriendo ser siempre el protagonista del lance. Otros como el “doctor” Falla, el “oso” Rondinel o el polémico y cuestionado “macario” Humareda, representaban la comparsa, relleno y comidilla del equipo, como decía el amigo J.C: “sólo sirven para jugar de mantequilla y nada más”.
Nuestra presencia durante el tercer año de secundaria sirvió tal vez para conocer nuevas amistades, de uno y otro bando, en sentidos contrapuestos, “joviales doncellas” y “libertinos mozalbetes”. En mi opinión, y con el respaldo firme y monolítico del gran Sigmund Freud: ¡No se ofenda quien parezca aludido!: “En los tiempos de antes, donde los caballeros no eran elegantes, las mozuelas eran tal vez ciertamente arrogantes en el mundillo de perlas y diamantes, por cierto, en bruto y sin bruñir”.
Agreguen a todo ello el despertar del sentimiento emotivo, afectivo, sensual, o la ilusión platónica de algunos cristianos paganos; era pues el inicio de un nuevo amanecer en el amplio horizonte cristalino que nosotros procuraríamos transformar y convertir en un vaivén subrepticio de chanzas y desventuras.
Me quedo con la evocación reminiscente de las dos chicas que tanto admiré y que no supe confrontar, en la actitud de un buen trato y demostración de fingidos modales y recatada cortesía; no podía hacer más. El dilema era aparentar siempre la fingida escena de un “chico modelo” para entablar una improvisada conversación, casi siempre de temas de estudio y en ciertas ocasiones de gustos personales. Como decía anteriormente, era Liliana quien más absorbía mi atención. Desde entonces su semblante y sublime presencia se incrustaría en mi órgano cardíaco como puñal enhiesto en lo más recóndito de mi existir. ¿Ironías del destino o expresiones cursis del momento?
Y transcurrió sin pena ni gloria aquel año controvertido; no he querido relatar algunas “travesuras oprobiantes” cometidas contra el honor, sentimiento y valor personal de algunas compañeras del aula. Casi siempre el punto de fastidio eran Liliana y compañía, la Justiniano, la china Vanessa, la Caroly, hermana del “caballo” Medina, otro energúmeno y avieso personaje. Había tiempo para todo, y para todas las inocentes cristianas que por infortunio del destino caían en el centro medular de nuestros avorazados pensamientos.
En este acápite pretendo hacer una mención singular, censurable tal vez, pero influyente en el espectro de una parafernalia mediática para todos los sucesos dirigidos hacia las consortes de turno, contra el recato y las buenas costumbres. Tal era la semblanza del “loco” Cardenas, un tipo sin escrúpulos, intrépido ante cualquier circunstancia y provisto de un odio exacerbado contra toda imagen femenina; en múltiples ocasiones fue el impulsor de muchas de las ofensivas actitudes y degradantes travesuras que cometimos, sin deslindar por ello gran parte de la responsabilidad asumida por ser unos entes mecánicamente robotizados, dejándose llevar por el descontrol compulsivo del circunspecto intervalo de tiempo. Aquí no “caben” disculpas y no hay tiempo para arrepentimientos.
Es posible señalar algunos hechos en forma peyorativa, aunque señalo que, casi siempre, la palomillada licantropesca estaba a la vanguardia para arremeter contra el redil de las noveles ovejitas que sufrían los percances sorprendidas por la imprevista actitud de ladinos bribonzuelos. Por ejemplo, sacar las hojas de los cuadernos, hurtar los libros, lapiceros y colores. Había una banda en esta especialidad, donde el “cabazorro” Medina fungía de líder y capataz de estas diligencias. Otras acciones relacionadas, como la de sacar la carátula del cuaderno de alguna víctima y pegarla con terokal sobre la carpeta de la susodicha era, hasta cierto punto, una actitud censurable y risible también, de ello puede testimoniar mi buen amigo J.C., quien alguna vez fue testigo involuntario de este tipo de acción.
Asimismo, como no, señalar la vez en la cual pintarrajeamos las paredes del aula con tamañas groserías y curvilíneos corazones graficados con crayolas, producto de la imaginación de una mente infantil involucionada o algo por el estilo… el “che” Gavilán podría decir algo más, por cierto, si lo recuerda naturalmente. Pero pienso que se nos pasó la mano cuando un día lunes, del cual quiero olvidarme, cometimos un atropello, una afrenta contra el honor, precisamente de ellas, Liliana y Rosmery, quienes siempre llegaban temprano a clases, y aquel día no fue la excepción. Hasta hoy me pongo a pensar cuál fue el hipertrofiado motivo que nos condujo a tan detestable actitud; no concibo por ningún lado la razón de nuestros patológicos actos y, sin embargo, lo hicimos. Esta vez me encontraba en el escenario junto con el “ricopelo” Rojas, el paranoico “loco” Chávez y para colmo el sumamente “loco” Cárdenas. Fue idea de este último, que Dios nos coja confesados. Fue un acto detestable, deleznable y degradante. Pintamos la pizarra y paredes del aula con inscripciones deshonestas, referidas a la virtud y honor personal de las dos compañeras que me brindaron personalmente su amistad. Fue un suceso deplorable. No puedo abundar en detalles pero, los términos de “casquivanas” o “pelanduscas” en versión figurativa era una banal y nimia referencia hacia ellas. Hoy, en el crepitar estelar del sórdido firmamento, tengo aún la esperanza de recibir la inmerecida comprensión por tamaña burla y escarnio, cuya escena resquebrajó abruptamente la tenue cercanía amical hacia la chica de mis fantasías ilusorias y de quiméricos ensueños. No supe y no pude conservar su amistad. Dentro de mí emergía permanente el estigma del espíritu chocarrero, personificado en la novela del Doctor Jeckil y Mister Hyde, un yo subconsciente que actúa por instinto y no por razón, sin mediar las consecuencias; en fin, el mundo gira todavía y tengo la ilusión que la dimensión desconocida del tiempo nos ofrecerá posteriormente una revancha para reivindicarnos de nuestros errores y desenfrenos.
No puedo obviar acaso la especial atracción que me producía la presencia de Liliana; algunas veces conversamos cadenciosamente, con limitaciones y cortapizas a la par de una esporádica mirada que desaparecía fugazmente del espacio perceptible…; en otra circunstancia la observaba disertando en la exposición, en la clase de Lenguaje, hablando del origen y evolución del idioma castellano, otras veces en el curso de Historia Universal, refiriéndose al apogeo del Imperio Italiano. En realidad me fascinaba su don de memoria y su aparente elocuencia; no fingía ni improvisaba, tenía el dominio del tema, y esas cualidades atraían mi atención, no era tanto en consecuencia el posible sentimiento afectivo hacia ella, más allá de una repentina ilusión está mi imponderable admiración y su don de agraciada simpatía.
He querido reseñar algunos aspectos personales de Liliana, la protagonista central del tema, aunque guardo en mis “circuitos” neuronales muchos detalles más. Esta presentación protocolar se proyecta hacia el desarrollo y comprensión del peliagudo percance y misterioso dilema de la chompa azul, una prenda desaparecida en la cuarta dimensión, por cierto, pertenencia íntima de nuestra incomparable amiga Liliana. La historia recién comenzaría el año venidero.
MARCOLINO
MARCOLINO
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