Tengo
una amiga que siempre muestra una sonrisa curiosa y pueril cuando me mira, una
sonrisa que se quedó prendida en sus labios desde aquel día en que tuvo la
suerte de saber que yo estaba perdidamente enamorado de ella. Y de eso hace ya
tantísimo tiempo…
Ella
viste correctamente como una mujer de cincuenta y dos años, pero el contraste
entre su ropaje austero y su sonrisa de niña es patético y a la vez grato a mis
pupilas, porque llena de bondad todo su rostro. Y siempre reluce aquella
sonrisa que hoy se hace alegórica e interminable, la misma de hace ya tantísimo
tiempo…
La
otra noche la encontré en el lugar de siempre, parada junto a una mesita con
mantel rojo, muy pegada al bar. Tenía quieta la mirada sobre un almanaque
prendido en la pared que exhibía una circunferencia roja, trazada con algún
descuido, justo ahí, remarcando un 6 de marzo; el mismo día en que me casé, y
de eso hace ya tantísimo tiempo…
Un
cuadro con la imagen de un unicornio alegraba la pared, y una repisa colmada de
envases de cervezas y copas vacías estaba un poco más arriba como originando
una imagen indistinta. La saludé y advertí que la había asustado; al volverse,
traslució la hondura milagrosa de sus facciones; fue lindísimo porque hallé en
ella, otra vez, su incansable sonrisa fresca y juvenil.
Sí, me
levantan el corazón estos parcos y entrañables encuentros, siempre sujetos a
las contingencias del tiempo. Me es agradable conversar con mi amiga, aunque
ella sabe que no debo permitirme estallidos profundos o sinceros; a ella no le
gusta que pierda el equilibrio. Por eso, a veces me acodo en la mesa y la
escucho en silencio; y otras solo me conformo, acompañado con una sonrisa
eterna, viendo pasar a través de la ventana a frescas pitucas, bañaditas y
perfumadas; algunas hasta lanzan sus miradas despreciativas, chistosas e
importadas.
Barranco
es una ciudad vieja y llena de nostalgia, donde nadie tiene cara de culpable.
Ahora
estoy charlando con mi amiga, bebiendo unas copas de vino; estamos cómodamente
instalados en una terraza, y en la vida misma; y hay muchísimos desconocidos.
Sé que no puedo dejar de observar el almanaque con su marzo marcado hasta la
herida. Ella me mira y me da un guiño de solidaridad, me quedo callado. "Mejor
no, ahí lo dejamos", digo para mis adentros.
Hay
instantes en que su sonrisa es como una caricatura salida de alguna revista
cómica, la misma que leí hace ya tantísimo tiempo, cuando niño; pero, aunque me
molieran a palos, no se lo descubriría. Es mi secreto.
Han
transcurrido dos horas y cuarto y ya se dejaba tocar las manos. Hasta casi
llegamos al beso. Me ha convencido de que yo he participado en su vida de forma
extensiva, pero jamás dócil. Y ha afirmado que el destino logró que
coincidiéramos en un mismo espacio y tiempo. "Estoy recordando el colegio,
la universidad y el año nuevo aquel; tú, ¿lo recuerdas?". Y lanzó una
tremenda risotada del azar y de la nada. "Claro, cómo no recordarlo,
siempre, siempre", le dije bajito. Su rostro tenía sanos colores; y su
pecho erguido, envuelto en una blusa colorida, se mecía respirando salud.
Fruncía las cejas y acariciaba mis ojos cuando me miraba, con calma, con
ternura… Yo la observaba con una mirada, tal vez infinita, siempre idéntica a
la primera, y a todas después…
Sentados
en aquella mesa hemos viajado juntos, y nos hemos adentrado en nuestra
juventud, y peregrinado en busca de un sortilegio, acaso de un catálogo que
pudiera descifrar nuestros momentos inefables, muertos. No lo conseguimos…
Nuestros testimonios fueron sospechosos, oscuros, llenos de nubarrones.
"¿Qué es el amor?... No lo sé". "Yo, tampoco…". Ya se sabe,
ya lo han dicho: "ternura insensata, nostálgica, incoherencias y
miedo".
Es
medianoche y nos tenemos que ir. Ya de pie, caminamos juntos. Queda a nuestras
espaldas la vela encendida en el centro de la mesa, la que nos proyecta con luz
débil hacia algún rincón remoto, convergiéndonos en una. Huele a vino, a
perfume lejano, a incierto…
—¡Vamos,
no digas tonterías! Verás que se te pasa… Otra vez estás soñando —me susurra
bajito.
Es
medianoche y nos retiramos.
Loro
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