Soy una mujer; el nombre no sé si importe, no lo diré.
Estoy en mi cuarto, ordenado y excesivamente limpio. Hay cuadros con figuras
que me miran, y también un espejo de mediano tamaño en el que se refleja mi
imagen. Mi imagen está sentada, con los codos en el escritorio y los dedos
golpeando unas teclas, escribiendo.
Estoy sola y con el temor de ser sorprendida. Miro
algún ícono del Word en la pantalla y sigo escribiendo... De la ciudad dicen
que no es inmensa, pero está habitada por muchísimas almas; que los siempre
risueños jardines y parques se encuentran por donde camines. El Océano
Atlántico la bordea. Mi hermana mayor, cuando éramos pequeñas, me dijo que
viviríamos aquí. Nunca le tomé importancia a sus palabras, siempre le dije que
ella estaba soñando. Un día incluso me enseñó un mapa en el que trazó un
círculo con un plumón rojo; era esta ciudad. La verdad es que no me gusta;
quisiera regresar al lugar en el que pasé mi infancia, mi pubertad y mi mejor
vida. He llevado la cuenta de todos los años que he pasado aquí. Son
demasiados. Ya no los aguanto. Deseo volver.
Tengo fama de avara entre mis hermanos, pero no es
cierto. He recorrido todos los lugares que me han interesado, conozco Europa y
algo de Asia... y regreso de vez en cuando al lugar de mi infancia. Parezco una
desterrada, pero no lo soy.
Clarea el día y la tierra está cubierta de nieve. No
corre el viento, lo puedo observar, sentir por la ventana abierta. Me quedo
quieta, con el rostro pensativo y sobándome la nariz. Siento mi mano fría, sin
brillo, opaca, como si tuviera un solo lado. Pienso en aquel vagabundo, aquel
que aún odio con cariño. Mi memoria es terca, transgénica; no quiere proseguir
el otro camino. Siempre me da la espalda. Marca bien el lugar y precisa sus
nostalgias. Las arremolina como un esclavo... Es su inmortal, su infinita
empresa, su pesadilla siempre tan lúcida.
Despierto. Me ubico y sigo la relación con mi cuarto,
con sus cuadros y con el espejo que me acecha, que repite mi imagen casi
idéntica. Me observo pensativa, poseída. Descubro que no lo puedo apartar de
mis pensamientos. Los hechos no paran de repetirse. Aparecen ignominiosas
lealtades que no puedo evitar. Lo buscan por todos los ángulos de mi cuarto,
por los rincones conmovidos de mi memoria. Siempre están ahí, aún tibias...
Estoy temiendo ser una amalgama de Galatea y Clitemnestra,
o solo la imaginación infantil de algún recuerdo limitado. ¿Qué conjetura?...
Yo me atreveré a volver, a averiguarlo. A pedir unos minutos que no admitan la
menor réplica...
Mi mediana ventana se mira con el espejo. Se buscan.
Me veo zurda. Y descubro que sigo allí, con mis manos quietas y mis ojos fijos
en la pantalla...
Tocan a la puerta y me despido de todo; aquí doy
término a lo personal de mis pensamientos. Lo demás queda en mi memoria, sin
resistencia.
Libertad
Muy hermoso amiga... Excelente poema de la vida y del amor.
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