viernes, 28 de octubre de 2011

La amiga de la amiga de Lorenzo

Me encontraba en mi oficina revisando y firmando algunos documentos de embarque, y la ventana, cerca de donde yo trabajaba, tenía las cortinas abiertas de par en par. Estaba esforzándome en consolidar mi idea en el trabajo, y luchando con el escenario diario al que me enfrentaba. Estaba totalmente fastidiado y destemplado, con ganas de huir, de escaparme a cualquier parte. Teníamos que exportar dos máquinas con destino a Colombia, y el agente de aduanas debía recogerlas al día siguiente. Íbamos retrasados por tener problemas con los códigos arancelarios, y tuvimos que volver a sacar los Certificados de Origen y volver a empezar con todos los documentos desde un principio. Pero a pesar de todo este zafarrancho de cosas, el día seguía claro y cálido, y había mucha luz por todas partes, y el cielo, como nunca, era una límpida conjugación de azules, blancos y grises. Eran las 4:35 de la tarde. Sonó el teléfono.

—Hola, Lorenzo. ¿Estás ocupado?

—Ya termino. ¿Por qué? ¿En qué te has metido ahora, pusilánime?

—No, no es nada. Ayer me encontré con Camila y su amiga Esperanza. Te llamaba porque quiero conversar contigo. ¿Puedes?

—¿Te has encontrado con Camila? ¡Hum! Pero si ella está desde hace mucho tiempo fuera del país. ¿Camila te ha llamado? ¿Y por qué te ha llamado a ti y no a mí? ¿Qué habrás hecho ahora, felón? Espérame en “La Ramadita”; estaré en media hora.

—Ok. Entonces te espero. Si demoras, voy pidiendo… a tu nombre.

No le contesté. Colgué el teléfono y apuré las firmas y los sellos a los nuevos documentos de embarque. Tenía ahora un motivo para largarme de mi oficina, para salir del maldito y abusivo sistema comercial y su libre comercio.

Al finalizar, cuando ya me disponía a marcharme, una nueva llamada del Agente hizo que decidiera quedarme para concluir la tarea iniciada. Así que me armé de ánimo y proseguí el trabajo. Pasados unos minutos, dejé los papeles a un lado y me recosté en el respaldo del sillón, dándome un par de palmaditas en la barriga mientras esbozaba una sonrisa complaciente. Con la mirada en alto, observé a mi alrededor con una seriedad poco habitual en mí. Extendí los brazos y por instantes me quedé pensativo, con un enigma rondándome la cabeza. Conocía a Camila, o al menos eso creía, pero ¿quién era Esperanza? Camila nunca me la había mencionado, no lograba recordarla. "¿Quién sería esa tal Esperanza?", me pregunté.

Por fin terminé con todos los documentos de embarque. Me puse la casaca y salí hacia el punto de encuentro con Charly, pensando: "Ojalá todo esté bien", con cierta duda. Mientras caminaba, sentía una mezcla de emociones y fastidio por la llamada de Charly y la extensa discusión con el Agente de Aduanas. "Quizás el Agente vuelva a llamarme", se me ocurrió. Así que me detuve, indeciso sobre si seguir o no. Pero finalmente, agotadas las posibilidades, decidí continuar mi camino. El lugar de reunión no quedaba lejos de mi oficina, en cinco minutos caminando llegaba.

Ahora intentaba pensar en el encuentro que tendría con Charly. Muchas cosas se me presentaban de golpe en mi cabeza. Así bajaba por la calle, meditando, avanzaba sin gesticular. Conociendo mi punto débil, estaba seguro de que él me quería importunar, jorobar la tarde, como lo hacía siempre. Lo consideré como una molesta distracción, una pérdida de diez minutos, una necesidad de otro ambiente, de otro entorno.

Cuando llegué y lo vi sentado, tenía encima de la mesa dos vasos y tres botellas de cerveza. Detrás de él había un espejo amplio que parecía mirarme atento. Me quedé absorto cuando me di cuenta de que estábamos vestidos con trajes iguales. Pero no quise darle importancia. Entonces me acerqué y le miré a los ojos; él me miró sin sonreír, pero fijamente. En este juego de mirarnos, me descubría a mí mismo. Exagero, pero lo miraba con fascinación. Al observarlo mejor, me di cuenta de su drama.

—Hola, Charly. Con que esas tenemos. No acabo de llegar y ya tienes dos botellas de cerveza vacías. A ver…, ahora quiero saber para qué me llamaste. Siempre que me llamas, y lo sé, es para contarme las tonterías que no puedes resolver.

Charly era un individuo de mediana estatura, trigueño, recio de cuerpo y flaco de piernas. Se movía con ademanes espasmódicos y agitados cuando se le subían las copas a la cabeza. Tenía una extraordinaria imaginación y le agregaba a esto un vestir desaliñado, un cabello lacio y largo, con raya al medio. Su apariencia era una casual y fortuita concurrencia de prendas que nunca le pregunté el porqué. Siempre que conversaba conmigo, gesticulaba moviendo los brazos y agitando las manos, y meneaba la cabeza de un lado a otro, y su voz detonaba unos segundos para luego volver a un disimulo, bajito y sosegado. Y de vez en cuando, carraspeaba para aclarar sus palabras, sus ideas y su imaginación. De pies a cabeza, toda su apariencia era la de un gandul, haragán y negligente; pero en realidad, Charly era despierto, vivo, astuto e ingenioso.

—Nada, Lorenzo. Te voy a contar lo que me pasó ayer en la casa de Camila.

—Oye, pendejo, ¿en la casa de Camila? ¿Qué hacías en la casa de Camila?...

Camila había sido mi amor imposible desde los quince años, cuando era un perfecto idiota. Llegado a los veinte, salimos algunas veces y ella siempre trató de hacerme entrar en razón. Mis ansias por llegar a conocerla eran, por aquel tiempo, desenfrenadas; y mis pasiones carnales, ralas y dispersas. Mi idealismo ardiente era de una absoluta espiritualidad en toda intimidad con ella. Camila era totalmente opuesta a mí. Su pasión siempre desembocaba en alguna pequeña caricia y palabras libres o indefinibles de amor que nunca llegué a entender. No dejaba que el tiempo nos impidiera nada, podíamos dejar de vernos dos, tres meses o un año, pero para ella era como si hubiera sido el día anterior. Cada cual se repartía ese tiempo, lejos del otro, como mejor le pareciera. Nuestras charlas eran, pocas veces, animadas y profundas. Ella dominaba a la perfección el idioma mudo e insuperable. Nació para ser mi maestra y acomodar sus deseos a los míos. Me manejaba a su antojo. Era muy atractiva y con un rostro singular desde el cristal del cual yo la miraba. Siempre experimenté con ella una tranquilidad y unas ganas de sacarle el último segundo a la vida. Pero como está demostrado y aceptado que las especies se extinguen, de igual manera, la vida hizo que aquel amor infinito, descomunal, no tuviera la capacidad de adaptarse y se extinguiera, que nos separáramos y que ella partiera a otro lugar muy lejano, perdiendo por completo nuestra comunicación.

—Siéntate y no te exaltes, Lorenzo. No me juzgues antes de contarte lo que sucedió.

—Entonces, empieza a contar. Soy todo oído.

Charly levantó el vaso y bebió un sorbo largo; luego, volviéndose a mí y clavando fijamente sus ojos en los míos, empezó su relato:

Anteanoche, cuando yo sentía que se agudizaba mi sensibilidad y perdía la cabeza por las tres botellas de cerveza que bebí, recibí una llamada. Era Camila. Me preguntó por ti.

—¿Has visto a Lorenzo? Acabo de llegar a Lima y no he tenido noticias de él. ¿Sabes por dónde anda?

—No lo he visto esta semana. Sabes que él siempre para ocupado en su empresa, tratando de hacer dinero y más dinero de una manera frívola y ajena a cualquier problema amoroso, romántico o sentimental. Pero si quieres, le doy una llamadita y le digo que te llame o que te busque.

—No, no, no. No le digas nada. Ya lo llamaré. ¿Puedes venir un momento a mi casa?

—¡Cómo no! Deja que me cambie y te voy a visitar. ¿No se molestará Lorenzo?

—¿Y por qué tiene que molestarse? ¿Qué estás pensando, zopenco? No te estoy invitando a mi casa para lo que tu cochino cerebro se imagina.

—¡Disculpa! No fue mi intención.

Me cambié de ropa y fui a la casa de Camila. La misma en la que te invitó alguna vez un helado y un trozo de pollo a la brasa. Nunca se lo dijiste, nunca supo que a ti el pollo no te agradaba y que ni a tu madre se lo habías aceptado antes... Toqué la puerta varias veces y nadie me abría. Hice el cuarto intento y se abrió como por arte de magia. No había nadie delante de mí ni detrás de la puerta. Me quedé asustado. Me dije que algo le había pasado a Camila. Empujé la puerta y terminé de abrirla. Ingresé unos pasos al interior de la casa. Giré mi cabeza de izquierda a derecha. Detuve mis movimientos y me quedé paralizado. Había una mujer de unos 50 años, aproximadamente, sentada, quieta y tendida en un sofá.

—¡Adelante...! Tú debes ser Charly, el amigo de Lorenzo. ¡Pasa...!

Era una mujer de tez clara y facciones suaves, de mediana estatura, de pecho regular, parejo; piernas largas y cadera tersa; ojos marrones e inexpresivos que se ubicaban detrás de unas gafas; cabellos negros y lacios, peinado con mucho esmero. Su vestido colorido y sencillo era agradable a mi vista: pantalón blanco y blusa colorida, con dos colores que se diferenciaban de los demás: un rosado y un verde.

—Hola, qué tal. ¡Buenas tardes! Sí, soy el amigo de Lorenzo. ¿Se encuentra Camila?

—Toma asiento. Ella no está. Salió con Lorenzo. Bueno, eso fue lo que me dijo muy rápidamente; tocaron a la puerta y salió desesperada a recibirlo. Después de que te llamó, llamó a Lorenzo y quedaron en salir a las 4:30 de la tarde.

No entendía nada. Estaba totalmente desubicado, trastornado. ¡Tú habías salido con Camila! No podía ser. Era imposible; yo lo habría sabido antes que cualquiera. Me senté frente a ella; me sonrió y se acomodó en el sofá. No sé, pero yo me sentía muy satisfecho; había por fin una mujer con la que me sentía perfecto, completo. Sus palabras no mostraban ninguna coquetería personal, ningún flirteo. Me preguntó si había seguido leyendo a Dostoievski. Le dije que de vez en cuando; sonrió, moviendo la cabeza, y luego bajó confidencialmente el rostro. Era como si me conociera realmente. De pronto, me miró fijamente y elevó la voz preguntándome por un libro en específico. A continuación, nos pusimos a hablar de Bukowski, de sus obras en general y de una que teníamos en común. Hasta coincidimos en algunos detalles. Tanto que lo describíamos con el tono exacto, como si aquello se hubiera grabado en nuestra memoria. Había muchos detalles e ideas desconcertantes que soltábamos sin contención. Escuchaba la franqueza de sus palabras, siempre en el tiempo preciso, muy atenta a las mías. Me dijo:

—¿Puedes poner un poco de música? ¡Toma! Por favor, pon esto en la radio que está allá…

Me dio una memoria USB. Me dirigí al aparador donde estaba la radio, y la encendí. Clavé la memoria USB y empezó a sonar la música de Silvio Rodríguez. Recordé la canción. ¡Claro! Era aquella que a ti también te gusta, Lorenzo: "No aparezcas más sin avisar". Volví mis ojos hacia ella; sonrió, como quien te da un gesto de aprobación. Silvio nos acompañó, entonces, mientras conversábamos.

—En el aparador también hay una botella de vino tinto, y debajo están las copas. Sírvame una…; y sírvete. Supongo que le gusta el vino.

Sentía que el usted con el tú se confundían de una manera franca y sincera. Flotaba en el ambiente una especie de atractivo exclusivo, básico; diría que hasta privativo e íntimo. Hasta empezaba a percibir, con mayor intensidad, sus movimientos y sus olores; pero no podía dejar que ella se enterara, que ella sospechara.

Dejamos a Bukowski y empezamos a conjeturar sobre la actitud de valentía, resolución y cobardía que genera el amor en los seres humanos. Nuestra conversación empezó siendo simple, hasta diría peculiar; pero a los minutos se hizo totalmente expansiva, como si tuviéramos en nuestras manos una bomba nuclear.

Ya a esa hora estaba intranquilo; el vino se había cruzado en mi cerebro con las tres botellas de cervezas que antes había tomado, y estaban haciendo estragos. Mi excitación volaba por los aires; que ya era bastante. Ella me miró algo inquieta, se quedó pensando, y dijo al cabo de unos instantes:

—Ya que estamos hablando de esto, te quiero confesar un secreto. ¿Sabes que una vez tuve relaciones amorosas y carnales?

Volví mi mirada hacia ella y la observé con sorpresa y desconcierto. Tumbó el cuerpo y se recostó con la cabeza echada hacia atrás, moviendo el vaso de un lado a otro, lo movía con un deseo o ansia de agitación. Sus gafas vestían a sus pequeños y achinados ojos que contemplaban algún lugar de la habitación, como si buscaran atrapar algún recuerdo cuántico.

—¿Tú…, disculpa, usted ha tenido una relación carnal y amorosa? No me la imagino ni me atrevo a idear. ¿Puedo saber quién fue el afortunado?

—¿Qué no te imaginas? Y deja el usted que no me hace gracia. Debes saber que yo te conozco, y tú a mí, desde muy atrás… que ya te has olvidado... Además, Camila me ha contado todo de ti y me ha refrescado la memoria. Anoche, en su cuarto, cuando estaba a solas, me ha dicho que siempre has estado enamorado de ella y que tú nunca te atreviste a decírselo… No, no trates de imaginar nada. No lo entenderías... Pero sé que tú conoces al afortunado.

—¿Qué?, ¿tú me conoces? Me es difícil idearlo… ¿Y cuál fue el interés de Camila en contártelo, en refrescar tu memoria? ¿Qué conozco al fulano que fue carnal y amoroso contigo? Me dejas intrigado.

Sonreí. Porque me di cuenta de que ella no estaba pensando por su cuenta, no me parecía lógico. Se creía muy lista. No sé por qué, pero mis dedos empezaron a tamborilear mi rodilla. Por eso dejé de mirarla y agaché mi cabeza en una acción involuntaria. La habitación se me hizo pequeña, estaba atrapado sin saber el porqué. Estaba allí, sola conmigo, y no dejaba de mirarme; me examinaba con una postura expectante y deseosa.

—No es que sea posible. Lo conoces, y creo que mejor que Camila. Ella siempre estuvo enamorada de Lorenzo. ¿Él…?, no sé; no lo creo, siempre dudé de su amor por Camila. Pero tú sí. Tú siempre has amado a Camila, en silencio y en secreto. Eso sí lo puedo afirmar y te lo puedo refregar en tu tonta cara.

El acento que puso en cada palabra logró que mis dedos se agitaran con más rapidez y golpearan con más fuerza mis rodillas.

—Mira, no sé, pero esto me interesa porque me ha sorprendido y me ha dejado totalmente desubicado. Estoy un poco lerdo. ¿Puedes explicarme con más detalles lo que me estás diciendo? ¿Quieres un poco más de vino?

—Ok —contestó de golpe, sin moverse de su sitio.

Me puse en pie y me dirigí hasta el aparador, sirviendo vino para los dos. Cogí mi vaso y de un sorbo largo vacié el contenido. Volví a llenarlo y regresé en silencio. Parado frente a ella, alargué mi brazo y le entregué el suyo; no quise sentarme.

—¿Quieres que te cuente paso por paso? Ok. Toma asiento que puedes trastabillar y caer. Sí, te lo voy a narrar con lujo de detalles. Espero poder confiártelo todo y espero que seas para mí un gran apoyo.

Bruscamente tomé asiento en el sillón y me volví hacia ella; la vi dar un pequeño sorbo a su vaso. Yo apuré el mío de un solo trago. Me puse en pie y fui en busca de la botella. Hasta ahí perdí la cuenta de lo que había bebido. Me volví a sentar lentamente. Quedé otra vez frente a ella, y no dejaba de mirarla con interrogación. Tenía en el rostro una expresión seria y pensativa.

Sin más, empezó a relatar los pormenores, punto por punto. Inició su relato de esta manera:

—Voy a empezar cuando te conocí por primera vez, y hace de esto ya 35 años. Te vi a diez metros, no estabas muy lejos. Entonces ya no pude más y fui a tu encuentro. Te sorprendí con mi saludo. Estabas sentado en el fondo, en una de las carpetas del salón de clases, resolviendo algunos problemas geométricos; distraído para el resto del mundo. No lo puedo negar, yo también me sorprendí al encontrarte nuevamente. Llevaba en mis manos un paquete de galletas que quise invitarte, pero se me olvidó en el momento. ¿Recuerdas? Fue la primera vez que charlamos a solas por unos minutos. Después no sé qué te pasó, porque me rehuías, me esquivabas y dejaste de hablarme. Al principio pensé que lo hacías porque tenías miedo de que los chicos confundieran tu amistad conmigo y te molestaran. Pero luego me di cuenta de que no era eso, sino que yo te gustaba. ¿Por qué no me lo dijiste?... ¡No, no digas nada ahora!... Bueno, ya no hay mucho que comentar sobre ese año. Prosigamos; terminamos el colegio y no te volví a ver sino hasta aquel día: estabas parado y con un cuaderno en la mano...

—¿Cómo? —la interrumpí. Me encontraba perplejo, confuso. Me hablaba de un mundo perdido. Estaba creando dinosaurios mediante teleportación cuántica. Definitivamente me hizo sentir como un lagarto antes del cretáceo, me había enviado hasta el jurásico.

—Ya conozco de memoria esa historia. Lorenzo me la ha contado un millón de veces. Es la historia de Lorenzo y Camila, no es la mía ni la tuya. Hoy es la primera vez que nos vemos; aunque me parece que te conozco de hace mucho tiempo. Me agrada, sobremanera, conversar contigo, me siento bien. Pero, por qué esta mezcla y esta confusión de las cosas. No te entiendo nada; estoy más enredado que al principio.

Agarró la botella y se llenó el vaso. Hizo lo mismo con el mío. Bebió un sorbo lentamente y se quedó pensando.

—¿Qué pasa? Te has quedado callada...

—¿No lo entiendes? ¿Por qué crees que Lorenzo vino a buscar a Camila y salieron a revolverlo todo? ¿Desde cuándo eres el amigo o la sombra de Lorenzo? ¿Crees que Lorenzo ama a Camila hoy, en este momento? ¡No! ¡No! Lorenzo no ama a Camila, se está burlando de ella, él quiere hacer añicos, trozos, ese pasado que le duele y en donde nunca fue ganador. Le duele el haber perdido, el haber salido por las patas de los caballos por no conseguir lo que se propuso. Si conoces a Lorenzo, sabes que todo lo que se propuso lo ha obtenido; todo, todo menos eso. Sin embargo, tú… sí, tú sigues amando a Camila. ¿No es cierto?

Apoyando las manos sobre el sillón, levanté la cabeza y la miré como si fuera casual. Ella se quedó quieta, mirándome fijamente. Me sentía bien, porque tenía razón en lo que refería a mis sentimientos por Camila. Me agradó que me lo dijera y que me lo hiciera recordar. Para ella, yo era un buen chico y tú el chico malo. Eso me encantaba. Me puse a defender a Camila y le dije.

—Tú crees que Camila es una boba, una tonta. Creo que te equivocas. Yo creo todo lo contrario, que Camila quiere demoler ese pasado, hundirlo hasta hacerlo desaparecer. Y si yo la amo actualmente, qué importancia tiene. Tú crees que podría hacer algo para cambiar la historia. ¡No! No puedo hacer nada. Camila ama a Lorenzo; y sé, y en eso no te equivocas, que Lorenzo no ama a Camila. Y te puedo asegurar que nunca la amó ni la quiso; de eso sí estoy seguro. Camila representó para él solo un capricho, una obsesión más en su vida. El perdió y eso es lo que le duele en el alma. Nunca se lo perdonará a Camila; esa es su gran contrariedad, su trastorno. Y como buen kantiano que es, aunque él lo niegue y diga que es ateo, cree en la inmortalidad del alma, no se resigna a dejarlo morir del todo. En resumen, está jodido.

Te estaba dando en el suelo, quería vengarme de ti.

Ella se quedó pensativa, callada. Yo la quedé mirando tiernamente por un buen rato, no apartaba mi vista de su rostro. Y en cada minuto que pasaba la veía más bella, más agradable a mis ojos. Ella tenía razón, tú siempre fuiste un calculador de pacotilla, un mequetrefe, un petulante. Me llamabas siempre para resolver tus cuitas, tu desventura. ¿Cuándo has querido a alguien? Por tu culpa me había enamorado de Camila. Me hablabas tanto de ella que, al final, me jodiste el cerebro y la vida...

Dejé de mirarla, me puse en pie y me acerqué a ella; me senté a su lado. Volví la cabeza hacia la mesita de centro y me percaté de que la botella de vino estaba vacía. Mejor dicho, de que dos botellas de vino estaban vacías. Tal vez por eso, mis instintos perversos se rebelaban; quería ser como tú en esos minutos de magia y fiebre intensa: duro, insensible y calculador. Arriesgarme a una entrega pasional, entregarme a aquella mujer sin pensar en las consecuencias que eso originaría. La deseaba, estaba totalmente excitado y mi corazón latía a mil por hora.

—Te puedo hacer una pregunta— le dije, con la lengua medio trabada y mi garganta queriendo gritar —. ¿Gozaste cuando él te hizo el amor, te divertiste mucho, lo disfrutaste?

—¡Claro, y mucho!

—¿Te atreverías a revivir aquella experiencia?

—Por supuesto, en absoluto.

Me acerqué más, y con mis manos cóncavas cogí la suyas. No parecía nerviosa, porque sonreía tiernamente y de manera inconsciente, accidental. Se lo dije, le pregunté osada e impetuosamente:

—¿Crees que podrías revivir ese día conmigo? ¿Tú te atreverías?

Con el rostro distorsionado, se llevó la mano a la nariz.

—¿Cómo puedes? Eso sería el fin, Charly. Sería el fin de ambos. ¿Quieres dejar de existir? ¿Cómo ha sido posible que llegáramos a esto? No, no, no. Nuestras relaciones son y tienen que ser únicamente espirituales, exclusivamente de corazón.

—Deja esas boberías, no te hagas la mojigata nuevamente. Acabo de recordarte, sé quién eres y dónde te conocí. ¿Por qué no?... a ver, dime... ¿Por qué no? Te me has insinuado toda la tarde y ahora me dices que no. Me interesa un pepino si después de esto desaparecemos para siempre. Creo que es mejor que seguir viviendo como fantasmas, detrás de dos idiotas que no saben lo que quieren. Tú y yo sí lo sabemos. Siempre te he amado y tú a mí, no me lo puedes negar... No creo que ahora, después de tanto tiempo, te atrevas a darme calabazas.

Quería decirle muchas cosas más, pero dejé de hablar, porque de pronto la vi suspirar casi sin aliento. Todo allí era raro, pero me gustaba esta nueva relación tan maravillosamente íntima. Creo que a ella también, ya que noté en su rostro mucha satisfacción por mis palabras. Tomó aire y meneó la cabeza afirmativamente, y sin mesura, me miró por primera vez con sensualidad. Luego se acomodó en el sillón y estiró los brazos con las manos abiertas y en un amplio ademán. Alzando la voz, me dijo.

—Tienes mucha razón; por qué nos deben de importar esos dos engreídos que nos han hecho tanto daño. Ahora estamos solos, sin esos necios que afligieron nuestro destino. Quiero salir de aquí, irme lejos, contigo y para siempre; irnos a algún lugar en el que ellos no nos encuentren.

Nos pusimos en pie, el suelo se nos movía un poco; cruzamos la habitación, abrimos la puerta y salimos. Nos alejamos apurando el paso. A esa hora garuaba y el día estaba nublado y cálido. Inmediatamente paré un taxi para dirigirnos al lugar que debimos visitar desde un principio. Recorrimos el trayecto, callados y sin saber qué decir. El tiempo parecía transcurrir rápidamente. Sin darnos cuenta, llegamos a un hotel que ya conocíamos, pero al cual nunca ingresamos. Hice rápidamente los trámites y luego nos dirigimos a un ascensor en la que había una pareja que se nos quedó viendo. El ascensor comenzó a ascender. Ella acercó sus labios a mi oído y suspiró:

—Creo que voy a sucumbir en el intento; me siento turbada. ¡Abrázame, Charly!

Al rato, el ascensor se detuvo. La puerta se abrió lentamente. Parado cerca al umbral nos esperaba un jovencito de uniforme rojo y gorrita cómica, del mismo color, que nos saludó amablemente. Nos dijo: “señores, por acá, acompáñenme”. Entonces nos guio hasta una habitación que tenía la puerta abierta. Mientras lo seguíamos, ella erguía los hombros y tomaba bocanadas de aire. Cuando la miré, sonrío con nerviosismo, y me dio unos golpecitos en la barriga. Ingresamos por fin. Ya en el interior, sentada en la cama, tenía una sonrisa agradable, fresca y animada. La que la presentaba muy seductora. Una luz clara iluminaba todo el pequeño cuarto. Y en mí el miedo todavía estaba presente, como un vacío ruidoso. Reaccioné y dejé mis temores al cerrar la puerta y poner el seguro.

—Sin dudas esta será la manera de terminarlo todo, Charly. Ellos son los más duros, los más crueles y los más estúpidos que he conocido.

—Por favor, no hablemos más que el tiempo es tan corto. ¡Que se vayan al infierno Lorenzo y Camila! Sabes, nunca podrán detenernos otra vez. Solo se puede morir una sola vez, y si debemos de expirar que sea esta la forma. ¡Esto debe ser un saludo que intercambian dos almas!

—Lo que pasa Charly es que nosotros seguimos siendo niños, aunque tengamos cincuenta años, y creo que para toda la vida. Se supone que no debo de mencionarlo, sería más elegante si solo te digo que ya no me encuentro asustada. Ya no quiero hablar, tienes mucha razón. No hay placer si se habla mucho del tema. ¿Puedes acercarte y darme el beso que siempre tuviste miedo de darme? Dejemos la luz encendida, quiero verlo todo. ¿No crees que ya le dimos mucho tiempo y que ahora tenga que ser eternidad?

Mientras me acercaba lentamente, la pude ver con el cabello distendido. Su rostro dibujaba la belleza angelical que siempre adoré. La empecé a besar y sentía su corazón latir fuertemente; su boca estaba seca, pero no de miedo, sino de excitación. Sacudió la cabeza en una pequeña convulsión; sus manos apretaban mi cuello y no querían soltarlo; ella tenía los ojos cerrados y yo no dejaba de mirarla. Estábamos ahora de rodillas en la cama. Entonces, se echó hacia atrás, me cogió de la cintura y me tiró sobre ella. Sus cabellos, esparcidos, llenaban la sábana rítmicamente. No dejábamos de besarnos. El mundo entero estaba lejos de allí, afuera, y no nos importaba. Solo estábamos ella y yo. Simplemente no podíamos creerlo. Yo no esperaba oír ninguna voz, ningún jadeo o gemido. Pero eso era imposible, no lo podíamos evitar.

Nuestras manos empezaron a acariciar y toquetear el cuerpo del otro, mientras nuestros vestidos empezaron a desaparecer lenta, pero de manera agitada. Nos quedamos desnudos y libres totalmente. Nos separamos por unos segundos; entonces la vi entera, completa: tenía unos senos renacentistas, confortadores, y un trasero idílico, campestre y cadencioso; debajo de su ombligo tenía un pequeño lunar que se confundía con su crespo vello negro, brillante, ondeado y sinuoso; ¡qué cositas más lindas y atrevidas! Agazapado, me puse enfrente de ella, de rodillas y al pie de la cama; cuando sus piernas se entrecruzaron por encima de mis hombros, divisé mi objetivo; y mi trabajo empezó, porque mis manos palpaban y apretaban sus muslos, llegando hasta su cintura y volviendo hasta sus rodillas; y mi lengua no paraba de toquetear su frágil y húmeda glándula sensual y sensitiva. La sentía agitarse y convulsionar sin poder detenerse.

De pronto, levantó sus manos, me cogió fuertemente de los cabellos y dio un clamor de zenzontle...

—¡La puedes parar Charly!...

De un sonoro grito detuve el relato de Charly. Yo estaba con algunos tragos, pero sobrio. Charly, no. Estaba pasado de copas e insistía en culminar su relato. Le dije que no, que ya había escuchado lo suficiente y que quería volver a la oficina, porque tenía que contestar unos correos a mis clientes. Que estaba retrasado y que los negocios no son fantasía, sino la triste y pura realidad, y que los pedidos se cierran con anticipación, que no esperan treinta y cinco años titubeando y dudando ser o no ser. Solo se hace o no se hace, y punto.

Me puse en pie acercándome a él y le di un abrazo fuerte y de amigos. Los de las otras mesas nos miraban con curiosidad, como si miraran a dos locos en una conjunción íntima o de dichosa coincidencia. No dejaban de mirarnos, y en especial a mí. Me sentí avergonzado por la proximidad de sus miradas. No me importó.

—Déjalo como está. Déjalo ahí. No cambias Charly, si no fuera por mí qué sería de tu vida. Olvídate ya de esa bobería. El sentimentalismo déjalo para la gente que no tiene nada que hacer... Charly, amigo, el amor es y será siempre un fantasma; todo el mundo hablará de él, pero pocos serán los que lo hayan visto. Y si tú lo has visto, ya te jodiste... Pero no me jodas a mí. Mira tú, ¿de qué bobada me estás hablando, ahora? ¿Qué disparate es esta amalgama de emociones y fantasmas? ¿Qué tengo que ver yo en esta historia melodramática, trágica y espeluznante? ¿Cuántas botellas de cerveza te has bebido, pendejo, que alucinas todas estas rimbombantes tonterías? Yo nunca fui a buscar a Camila. Su amiga te ha engañado. Los que han salido son ustedes. Y si lo lograste, bien por ello. Te felicito; pero deja a Lorenzo lejos, muy lejos, que él tiene sus propios fantasmas y que no tienen nada que ver con Camila... Camila ya se estableció en la vida con un certificado de existencia que no es la mía. Ahora, mejor voy a despedirte, y no sé por qué no lo hice antes, será porque tienes tu propio método de hacerte necesario y a uno lo deja triste tu tristeza. Sales con cada disparate cuando me ves sereno y amable. Mejor ve tranquilo, sin despertar a nadie, sin despertar tu loca quimera. Déjalo como está. Por favor, deja que cada uno continúe con sus vidas, como si nada hubiera pasado. Y si la vuelvo a ver, allí conversaremos y tal vez te lo cuente. Yo no sé los motivos por el cual dejó el país. Tampoco quiero averiguarlo. A Camila le alegra mucho que me haya casado y que tenga unos hijos, los cuales son hermosos, y una preciosa y buena esposa.

Se quedó callado. Estaba llorando... No quiso hablar más. Se alejó de mi abrazo... Se puso en pie, se me quedó mirando, estaba tambaleándose, parado, en el mismo lugar, como si estuviera muriendo. Me sentí adormecido cuando me volvió a abrazar.

Se atrevió a contestarme:

—Sabes Lorenzo, eres un imbécil. Cuando regresamos a la casa de Camila, ella estaba allí; estaba feliz, pero con unas lágrimas que resbalaban por entre sus mejillas. A penas me vio me abrazó y no preguntó por ti, por primera vez no te mencionó. Su amiga ya no estaba, empecé a buscarla mirando alrededor, pero no la encontré. Había desaparecido de la misma forma en que apareció. Me quedé con Camila un rato más, nos sentamos y empezamos a platicar como si nos hubiéramos encontrado temprano y salido juntos.

Tú tienes toda la razón, Camila nunca salió contigo; ella salió conmigo. Tú jamás hubieras hecho lo que yo hice, ¡nunca!, ¡nunca! Y, para terminar, solo te voy a decir algo que ella me dijo que te dijera; fue al final de aquel bello y agradable encuentro; es un párrafo de Dostoievski:

"Yo le quiero a él, pero esto pasará, esto tiene que pasar. Es imposible que no pase, está pasando ya, lo siento... ¿Quién sabe? Quizá termine hoy mismo, porque le odio, porque se ha reído de mí, mientras que usted ha llorado aquí conmigo".

Loro

3 comentarios:

  1. Maria del Rosario S.3 de noviembre de 2011, 19:39

    Hola Lorenzo, te sigo todos los días desde mi Nokia Browser cuando no estoy en casa. Me encanta tus relatos. Es una dualidad que me impresiona. Juegas con cuatro personas que al final son dos. Manejas bien la sexualidad sin llegar a lo grosero...ya quisiera ser Camila...ja ja ja.
    Un beso y sigue escribiendo.
    Maria S.

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  2. Gracias María. Tu comentario me obliga a seguir escribiendo. Si deseas puedes ser Camila o Esperanza...Aunque no te lo recomiendo...jajaja. En mi siguiente relato habrá, entonces, una María...¿qué te parece?...A ver, ¿qué puede ser?. ¡Ya está!: "Los Pecados de María"...¿Qué te parece?.
    Si pues, siempre tenemos esa dualidad de personajes que se nos mezclan y con la convivimos...
    Besos billón
    Lorenzo

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  3. María del Rosario S.5 de noviembre de 2011, 14:07

    ja ja ja...Podría ser. Siempre y cuando los pecados los cometa contigo...Soy de España; y me encantaría un relato en la que me menciones.
    Te voy a enviar un correo...
    Un beso
    María S.

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