Hoy
es domingo y es de noche, paseo sola, recorro todos los lugares en los que
deambulamos juntos, atrapados. Todo está diferente, la gente misma ha cambiado.
Todo, menos mi nostalgia; porque no apareces por ninguna parte. Llego al
parque, los niños juegan sin parar, llenan la noche de bullicio, como tú y yo
la llenamos aquel día, con muchas palabras, humor e inevitables emociones.
Ahora me parece un parque enigmático, triste sin tu presencia… Doy unos pasos y
me detengo, me quedo observando. En una de las bancas, sentados y sonrientes,
una pareja de enamorados esbozan extraños movimientos, como si fueran pintores
que dibujan sobre lienzos…
Estoy
recordando perfectamente aquel día, era de noche, no muy tarde, allí, sentados
en una banca y acompañados discretamente de una luna llena. Me hablabas de las
anécdotas que compartiste con tu abuelo; una en especial, aquella, cuando te
leyó las cartas y te explicó tu vida y su futuro… Exhalabas ligeros suspiros
recordando los mejores momentos de tu vida. Sí, nos encontrábamos casi unidos,
muy juntos, en una de las bancas del Parque Central de nuestro distrito, tú
luchando con tus "pancitas" y yo luchando con unos "anticuchos",
y bebiendo nuestras gaseosas de rato en rato.
Al
pedir las gaseosas… ¡Tú, cuando no! Siempre concediéndome la contra:
—Yo quiero
Coca Cola —te dije.
Procurando
disimular tus burlas y qué sé yo y sólo para pelear, inclinándote, me
susurraste al oído:
—¡Qué fea
bebida!... Yo, Inca Kola.
Al
rato, no comprendí el por qué te entró la risa después de recibir las gaseosas.
Juraría que fue por las muecas que realizaba con la boca llena mientras
disfrutaba de aquel sabroso anticucho… ¡Vaya ocurrencias!
Me
escuchabas con interés, con pasividad, cuando te hablaba seriamente sobre
aquella disciplina vedada para mí. Te lo expresaba sin tener cuidado, sin
disfrazar nada. Tú nunca quisiste creerme… sólo me mirabas con una relajada y
temerosa prudencia. Lo cierto es que ninguno tenía cara de disgusto, solo
sonreíamos como nunca a pesar de mi afirmación... “El matrimonio es cosa seria,
es una pesadilla tan lúcida, una razón ignominiosa de lealtades que yo nunca
podre tener”, te decía…
Recuerdo
también a la niña que se nos acercó sin que nos diéramos cuenta; cogió tu
gaseosa y se lo llevó muy rápidamente a la boca, sin poder lograrlo. Se mojó
todita, hasta el zapato. Llegó corriendo su mamá y me miró abochornada.
—¡Disculpe...!
¡Ay, esta niña!
La
señora nos ofreció otra gaseosa, pero tú le dijiste que no se preocupara:
—¡Así son
los niños! Traviesos. ¡No tiene importancia!
Poco
faltó para que le entregaras mi gaseosa. A pesar de todo, la noche seguía
siendo buena.
Satisfecha,
con ardiente serenidad, reposaba mis manos en las tuyas. La verdad, es que no
tenía costumbre de comer con un amigo, sentado en una banca y riéndome tanto.
Más
interesante y cómica se puso la noche cuando llegó de improviso nuestra amiga
Reyna y nos interrumpió, festejando habernos descubierto.
Estaba
observando a mí alrededor, revisando todo lo que acontecía en el parque, cuando
al volverme hacia ti, me di cuenta que me estabas mirando atentamente, con unas
ganas de decirme algo. No te atreviste. Sólo diste un soplido hinchando tu
sonrisa.
—¡Miente! —te dije yo— ¿Qué
quieres decirme? ¿Quieres que entienda tu silencio?
—¡No!, no,
para nada... Sólo meditaba las cosas que suceden a uno, que suceden como ahora.
No sé por qué me suceden a mí.
Vi
tu mismo retrato de siempre: una cara temerosa, mirándome de reojo. Pero
también era la primera vez que te veía tan elegante y algo guapo. Más guapo que
elegante. Tal vez hasta altivo en algunos momentos.
Luego
de un corto silencio y después que el ají te picara la lengua, ventilándote la
boca con tu mano abierta, me pediste que te hablara de mis sentimientos:
—¿Por qué no
crees en el matrimonio?
Qué
tonta pregunta, pensé. Me veía visible, vulnerable a tu lado. Te lo repetí. Lo hice
porque era mi verdad… hasta ese día. Vi tu cara de enojo, de incrédulo. Claro
que me engañaba. Y qué cosa querías. ¿No te diste cuenta que me temblaba la voz
cuando te lo decía…?
Comimos,
bebimos y nos hemos burlado de todo sin parar, por un buen rato. Nos echamos a
reír y luego fuimos a dar una vuelta sin que nos importase nada. Paseamos
juntos y pronto llegó la conversación ligera de dos personas que se sienten
libres, pero no satisfechas. Nos volvimos a sentar. No había ganas de
separarnos.
Recuerdas,
nuestra amiga Reyna llegó de improviso y nos acompañó hasta el final. Al mirar
mi reloj, te dije que ya era muy tarde. Que era hora de retirarnos. Te lo
advertí levantando la muñeca y enseñándote el reloj. Asentiste y recorrimos
acompañado de nuestra amiga hasta llegar a nuestras casas...
***
Es
muy raro, pero esa misma noche, mientras circulaba sola por el parque, me
apresuré a recordar la vez que me leíste la mano, y tus palabras lisonjeras
advirtiéndome mi buena suerte… ¡No valía! Lo dijiste por quedar bien conmigo:
"Tendrás mucho dinero, una larga vida y vivirás feliz"... Al llegar
cerca de tu escuela, en la que acabaste tu primaria, miré el lugar donde te
reúnes con nuestros amigos del colegio; no quiero mentirte, pero te imaginaba allí,
sentado, de espaldas a mí, igual como te imagino en tus relatos conversando
junto con ellos. La verdad, me invadió la nostalgia totalmente. También, esa
misma noche, me pareció ver entre la gente a un hombre parecido a ti en su
contextura y caminar. Apuré el paso hasta casi chocar con él… No eras tú, no
podía ser tú...
Regresé
a mis recuerdos, me los eché al hombro mientras caminaba, aún más sola,
bordeando el parque. Me vinieron unas ganas de llamarte. Pero entorné los ojos,
sacudí la cabeza y me contuve. Era triste ver que ya no existía la banca en la
que nos sentamos aquella noche, para comer los anticuchos y las pancitas; para
beber las gaseosas.
***
Antes
de empezar mi relato, quiero que sepas que no me era fácil volverte a ver
después de lo que te dije en el comedor de San Marcos. Estaba afectada por lo
que había hecho, y afectada más por haber perdido al amigo que me gustaba
tanto.
Me
costaba trabajo verte cuando me cruzaba contigo. Hacía un esfuerzo para
mirarte, era un laberinto de laberintos.
Yo
me sentía más sola que nunca. Fue después de lo que pasó en el comedor. Aquella
tarde cuando lo destrocé todo. Te vi sufrir como nunca. No sé, quizá no está
bien que yo lo diga. Cuando volví a mi casa, fui directo a mi dormitorio y dejé
regado mis libros y cuadernos sobre mi escritorio. Me tiré de espaldas en la
cama y me puse a meditar. No saqué ninguna conclusión…
Lo
recuerdo como si acabara de suceder: tu mirada, tu sonrisa, mis palabras
torpes, tu tristeza, el fuego en tus ojos y tus lisuras. Cuando te marchaste,
me quedé de una sola pieza...
No
terminé de recordar aquello y sentí que estaba a punto de llorar. Se me nubló
la vista y oí con que violencia me latía el corazón. Me entraba una ira de tan
solo pensarlo. ¡No hubieras ido! ¡Con quién me iba a pelear ese día!... Sólo
quiero que lo sepas.
***
Quiero
que recuerdes algo conmigo. Sé que somos totalmente distintos a la hora de
actuar. He leído los últimos relatos en el blog. Todos, hasta tus fantasías...
La verdad te lo agradezco. Pero quiero resolver algo contigo a pesar de todo.
Para comenzar, voy a relatarte algo que tal vez tú ya no recuerdes. Lo
escribiré de la mejor manera y sin esconder nada...
Comienzo
ahora:
Debí
de haberte saludado de mala manera tan pronto abrí mi puerta y te vi parado con
aquel disco. Me diste por primera vez un beso en la mejilla. Tú no lo
recuerdas.
—¡Hola!
¿Sabes quién te envía un saludo? —te
presentaste sonriendo y como si antes no hubiera pasado nada— Roberto.
—¿De veras?
Dale mis gracias y envíale también mis saludos.
Me
pusiste en la mano aquel disco de Silvio Rodríguez: Unicornio.
Nunca había escuchado a aquel cantautor. Luego lo escuché muchas veces, que al
final, me llegó a gustar. ¡Cuándo no, tú con tus delicadezas! Sabías que yo
estaba molesta contigo.
—¡Feliz cumpleaños,
Estrella!
Cumplía
veintidós. Miré en derredor, no había nadie. Estaba excitada con tu regalo y
tenía ganas de darte un beso. Pero me contuve. Sólo me atreví a farfullar:
—¡Eres un loco!
¿De dónde has sacado este disco? ¿Quién es Silvio Rodríguez?
No
pudiste menos que volver a mirarme inquieta. Nos quedamos callados por unos
momentos. Luego diste una mirada en tu entorno, como si buscarás ayuda.
—Silvio es
un cantante cubano de voz vidriosa... Me gustan sobre todo sus letras. Pero...
¿Puedes salir conmigo al parque? No sé, a dar una vuelta…
Tenía
que hacer varias cosas académicas en ese momento, pero no sé qué me pasó, y te
contesté:
—¿Y qué me
vas a invitar?... ¡No! no... Te estoy fastidiando… Espérame un momento, voy a
ponerme algo más cómodo.
Al
fin, dadas las ocho de la noche, nos encaminamos hacia el parque. Tuve que
hacer un esfuerzo para no agarrarte de la mano. Sé que tú nunca te hubieras
atrevido. Además estabas en falta. De pronto me preguntaste si el próximo
domingo podíamos salir al cine. Te dije que no. Me disculpé:
—Tal vez el
próximo domingo. Estoy en exámenes. ¿Tú, no?
Pusiste
una cara sinuosa y laberíntica. Te quedaste callado por unos instantes. Luego llevándote
la mano a la boca, me dijiste:
—Está bien... Sí, yo también tengo exámenes... Será para después.
Llegamos
al parque y nos detuvimos frente a una parrilla, la cual estaba rodeada de
mucha gente y que humeaba sin parar. Me preguntaste:
—¿Qué vas a
querer? ¿Anticuchos?, ¿pancita?...
Yo
procuraba mirarte a los ojos. Quería saber si en realidad eras tú. Habíamos
deambulado por las calles sin tener la necesidad de pensar y repensar cada
palabra. Tu mirada y tu voz eran discretas. Pero me temías íntima e
infinitamente. Llevabas un pantalón jeans azul y una camisa blanca a rayas con
manga corta.
—Para mí…
anticuchos —te dije.
Balbuceaste
un chiste que no logré entender y te reíste solo. Yo sonreí condescendiente.
—Estoó… A
ver, tres anticuchos y una porción de pancita. ¿Tiene gaseosas? —le dijiste a
la señora, que en ese momento estaba con muchos clientes y apabullada con los
pedidos.
Volviéndose
hacia los dos, nos dijo:
—Un
momentito, termino con ellos y luego les despacho… ¡No!, no tenemos gaseosas,
pero mi hijita se los puede comprar…
Después
del zafarrancho de cosas, por fin nos despacharon los benditos anticuchos y las
pancitas. Se dio por terminado la cola y fuimos en busca de una banca. Fue un
momento agradable el que tuve en esos momentos. Al verte luchar con los otros
clientes y tratando de complacerme, me hizo sentir que era algo más que una
amiga.
Nos
acercamos a una banca vacía del parque; nos sentamos a comer dejando de hablar
por un corto tiempo.
Más
tarde, una vez terminado de comer y beber: ¡Vaya coincidencia!
—¡Hola
Estrella!.. ¡Hola Charly…! ¡Provecho!
Era
Reyna, una amiga del colegio y también de nuestro salón de clases. Habíamos
terminado junto con ella en la misma aula.
—¡Hola!...
¿Qué haces caminando solita? ¡Te pueden raptar...! —la
saludé mientras ella se inclinaba y te daba un beso en la mejilla.
Ella nos miró sorprendida. Era mi vecina de barrio, y además, con
quien yo me había sentado en la misma carpeta. Nos frecuentábamos y nunca le
dije que Charly, el callado y tímido, nuestro amigo de promoción, me venía a
buscar para salir juntos.
—¡Ahí, ahí
no más, no se paren! ¿Desde cuándo están juntos? Se lo tenían bien guardado…
¡Hum!.., los descubrí...
Quise
decirle que salíamos desde hacía ya tiempo pero que aún no éramos nada, me
quedé callada, disimulé no haberla escuchado. Entonces, le di un sorbo a mi
gaseosa, levanté la vista hacia ella, y, tratando de cambiar la conversación,
le dije:
—¿Y qué te
cuentas? Me han dicho que ya estás de novia... ¡Te felicito!
Esbozando
una sonrisa íntima, primaveral, se me acercó y me palmeo la espalda.
—¿Y ustedes, cuándo?... No se hagan los locos... ¿Tú qué dices
Charly?
No sabías qué hacer. Te vi parpadear atónito. Luego, como si nos
hubiéramos puesto de acuerdo, nos echamos a reír. Me hizo más gracia tu rostro
de miedo. Pero como siempre tienes una respuesta para todo, levantaste la
cabeza y con cara de payaso, le dijiste:
—Ya nos hemos casado en el mes de setiembre, en el mes de la
primavera y del amor. A ella le ha chocado el embarazo. Si estamos aquí, es
porque está con antojos, y es un antojo de anticuchos.
Reyna nos miró perpleja. Yo te escuché en silencio, mordiéndome
los labios, llevándome la mano a la boca, para no soltar una risotada por tu
ocurrencia.
—¿Qué? —interrogó— ¡Desembuchen todo, hasta el fin...! Mira que ni
siquiera me han invitado a su matrimonio... ¿Cuántos meses tienes?
—¿Cuántos meses tengo? —te pregunté, siguiendo con la broma— .Creo
que cuatro o cinco ¿no?...
Me miraste con cara seria, aguantándote la risa. Ella seguía
impaciente queriendo saberlo todo. Te pusiste en pie y luego mirándome la
panza, le dijiste:
—A ver... ¡Hum!... Cómo fue antes de casarnos, creo que son cinco.
¿Cuándo lo hicimos?
Ya no aguantaba más observando la cara de tonta que tenía nuestra amiga.
Podrá parecer ridículo, pero quise parar la broma y no pude. Levanté la cabeza
y mirándote, le dije.
—No, no estoy embarazada. Estamos en tratamiento, él tiene
problemas para engendrar... Es un caso rarísimo... de esos que ocurren una vez
en mil años...
Me miraste sorprendido por mi respuesta. Yo con cara seria, no
aguantaba la risa. Nuestra amiga empezó a dudar de nuestras afirmaciones. Pues
nos miró extrañada. Al darse cuenta, nos respondió molesta:
—Se han estado burlando de mí, ¿no? Ya me lo estaba creyendo… Pero
hacen una bonita pareja. ¿Hay algo entre ustedes?... ¡Díganme la verdad…!
Te
dejé que hablaras. Pero te pusiste a juguetear con la botella de gaseosa. Te
quedaste mudo. Te faltaban unas margaritas para que las deshojaras. Por fin tuviste
un momento de lucidez.
—¡Linda noche! —exclamaste cambiando de cara— ¡Estas son las
noches que a uno le cambian la vida! La fiesta navideña ya está cerca… ¡Qué
rápido se ha ido el año!
Nuestra amiga te miró sorprendida. Y casi gritando, nos dijo:
—Se hacen los locos ¿no?... Entonces hay algo.
Allí esperó un momento, no sabía cómo hacernos hablar. Me puse en
pie y acomodándome los lentes, le contesté:
—Somos solamente amigos. Nada más.
Ella mirándote con amargura, te dijo:
—¿Es verdad Charly?... ¿Son solamente amigos?
—Sí. Somos amigos. Ella no me quiere aceptar, se hace la difícil…
Cogiéndome el rostro con los dedos, y sobándome la boca, te miraba
fijamente. Me preguntaba: ¿Qué, yo era difícil? ¿Cuándo me ha dicho algo para
yo no aceptarlo?... Callé, esperando que aprovecharas el momento y me lo
dijeras. Me gustabas un montón en esos momentos. Te vi tartamudear como un bobo
a tus veintidós años. ¡Qué te costaba decirlo!: “Sí, estoy enamorado de ella.
Por eso la vengo a buscar... Estrella, ¿quieres ser mi enamorada?"
Había bastante luz. Ella te cogió del brazo, y yo la seguí,
haciendo lo mismo. Los tres caminamos con dirección a la casa de ella, la cual
estaba cerca de la mía, despacio, porque Reyna tenía un golpe en el tobillo. Yo
buscaba, buscaba darte un codazo, por uno u otro lado. O de repente tirarte al
rio que en esos momentos estaba muy cargado.
Mientras caminábamos, muy juntos y apretados, todo me parecía tan
simple, tan cercano, muy lejos de mis dudas.
Libertad
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