jueves, 7 de junio de 2012

Lo que se escapó asesinado

Lo volví a ver después de tantos años. Estaba muy delgado, como demacrado, dando la impresión de sentirse insatisfecho. Continuaba siendo un personaje pedante que interpretaba todo al revés.

A finales de los felices años ochenta, tras un periodo de cortejo y sinsabores relativamente decentes, se embarcó en la búsqueda de un camino definido y real. No le agradaba la ingeniería; su corazón ansiaba el periodismo, la literatura. Se arriesgó a abandonar su verdadera vocación y sufrió un golpe profesional del cual le tomaría mucho tiempo recuperarse, si es que alguna vez lo logró. Aunque cuenta con amigos que comprenden que fue víctima de las circunstancias, ahora no puede permitirse ni el más mínimo error. Lo que más le duele es haber perdido su amor ideal e intransigente. Esa es su peor humillación.

A pesar de tener todas las cartas a su favor, perdió debido a su falta de decisión. Un maldito y canalla amor especulativo y soberbio logró eso. La culpa la tiene una amiga traumatizada que siempre llevaba una sonrisa burlona en los labios. ¿Por qué diablos tenían que haberle salido tan mal las cosas? Él sabía que no era fruto del azar o la casualidad...

A pesar del paso del tiempo, recuerdo a mi amigo como un hombre callado y reservado que mostraba una incomprensible timidez conmigo. Siempre con un tono adolescente y temeroso de concluir lo que ambos sabíamos, aunque en su favor diré que yo tampoco puse de mi parte.

Su aspecto siempre me recordaba al de un segundón de telenovelas mexicanas. Sin embargo, en realidad no era lo que aparentaba. Siempre me demostró, aunque persistieran las dudas, que es un hombre muy talentoso pero descuidado en los negocios. Para él, la vida es como un juego de guerra donde identifica lo que sucederá mañana, desarrolla estrategias defensivas y va un paso adelante. ¡Si tan solo hubiera aplicado eso en las relaciones sentimentales, otro gallo cantaría!

A comienzos de los noventa, pensé que mi amigo ya estaba preparado para entrar en la guerra de los sentimientos. Pero no, el día que nos reencontramos en mi casa después de algunos años, me trató con una desconfianza tan sensata como irracional. Yo era una verdadera catástrofe para su maltrecho radar, una ausencia llamativa de compromiso emocional. ¡Qué lejos estaba de la realidad!

Lo recuerdo delgado, no por anorexia, sino porque simplemente había nacido con ese porte esbelto, de una complexión ósea delicada que le confería un aspecto juvenil. Tenía treinta años pero aparentaba veinticinco. Una boca pequeña, con una sonrisa tierna, una nariz de loro que combinaba con sus pómulos altos, configurando un rostro anguloso al estilo de los antiguos huacos mochicas. Su cuerpo no era el más adecuado para triunfar en pasarelas de moda, pero bien peinado y con la ropa apropiada, resultaba... mmm... atractivo, de un modo enigmático.

¡Ah, mi amigo! Dotado de un gran talento para sacar de quicio a cualquiera. Lo recuerdo con ese particular humor, pequeños ojos inexpresivos que reaccionaban irritados con facilidad. Sé que tiene fama de temperamento voluble. Su actitud nunca me invitaba al acercamiento ni a la confianza; es un tipo excéntrico por el que siento un gran afecto inexplicable. Terminé rindiéndome: no sabía cómo lidiar con él.

—¿Por qué eres así? —le dije ese día—. Ya no se te puede creer nada. Andas en un mundo paralelo. Por favor, aterriza...

Estuve enamorada de él, con mis fantasías inapropiadas. Pero la atracción también me parecía inapropiada; me resultaba un ser extraño. Sentía mucho temor. Mi amigo llevaba una vida irreal que me fascinaba, pero en la que me vetaba participar. Eso, entiendo ahora, fue culpa mía.

Pasaron muchos años, veinte para ser precisos. Nos reencontramos virtualmente y entablamos una relación más profunda, como a él le gustaba: escribiéndonos. Mi vida transcurría lejos, fuera de nuestro país. Yo regresaba con frecuencia, de visita por motivos familiares.

Se presentó entonces la oportunidad de vernos. En cierta ocasión nos citamos en un lugar apacible, la terraza de un café. Cuando llegué, él estaba sentado de espaldas y lo saludé tapándole los ojos y preguntándole en broma quién era.

—Tus manos son como las mías: pequeñas —me respondió, dándose importancia.

—Sí. ¿Pero quién soy? —le volví a preguntar, muy decidida.

Silencio y duda. Luego se repuso y dijo:

—Mi amiga del colegio…

Lo abracé, apoyando mi mejilla en la suya. Lo miré súbitamente, tan de improviso que él interpretó mi mirada como un ataque. Apenas esbozaba una sonrisa torcida, casi con temor. Me irritó su falta de respuesta emocional y sentí ganas de zarandearlo para traspasar su coraza de cobardía.

No pasó nada inadecuado; solo quería demostrarle que estaba allí y que me caía bien. Sobre todo, buscaba transmitirle con mi gesto que seguía sintiendo algo por él, y lo hice con total confianza. Incluso amagué un beso amistoso. Sin embargo, no obtuve reacción alguna; estaba paralizado. En ese instante viví su ausencia como una tortura, casi un castigo personal. ¿Estaba expiando alguna culpa? Por primera vez percibí con claridad aterradora el poder que ejercía sobre mí. Me solté y me senté frente a él, ausente y desconfiada.

—¿Por qué ese modo tuyo de mirarme y no mirarme? —le dije, extrañada por su tono.

De repente, él sonrió.

—¿Qué te hace pensar eso? Lo que pasa es que temo que me muerdas si te llegara a poner un dedo encima.

Solo pude sonreír. Y para mis adentros pensé: "Sigue esperando". Tomé aire y le dije:

—Bien, ¿por qué nunca ocurrirá nada entre nosotros?

Por primera vez le había dicho algo personal. Me quedé sin aliento. Tras un rato, suspiró desamparado.

—Te mereces algo mejor que yo —dijo, mientras movía la cabeza negando lo que decía.

Asentí en silencio, turbada. Él no parecía indiferente a mi reacción. Me le acerqué, mirándolo a los ojos, y levantando mis gafas, le dije:

—¿Tú qué sabes lo que es mejor para mí? Ya entendí, eres un cobarde. Lo peor es que me dejas seguir teniéndote cariño…

Quedó perplejo. Cuando le solté la mano, tomo la suya y me preguntó:

—¿Cobarde?... No es así. ¿Podemos ser amigos?

Asentí secamente. Mi ternura se diluía y mi coraje se fortalecía. Antes de terminar el encuentro, llegamos a un acuerdo: siempre seríamos amigos. Se comprometía a no hacer nada que me avergonzara o pudiera comprometerme. ¡Vaya solución práctica! Permanecimos callados un buen rato, yo golpeteando la mesa con los dedos y él mordiéndose los labios, inexpresivo. Me encogí de hombros, me volví hacia él y le dije:

—Tienes razón. Ya es muy tarde para hablar de estas cosas. Nada puede ser igual. Es el límite que nos ha impuesto la vida, el marco y nuestra prisión perpetua. Condenados para siempre. 

No contaré detalles de su vida privada. Se casó con una mujer buena llamada X, y ese año tuvieron un hijo que ahora tiene diecinueve años. Otra hija, Z, idéntica a él y ya señorita... ¡Muy guapos los dos!

Miraba mi reloj de reojo. Pasaban de las doce y media, y hacía rato que era de noche en Lima. Él estaba cabizbajo y resignado, igual que en nuestro último encuentro con amigos. Se sentó a mi lado y me rodeó el cuello con los brazos. 

—Bety, escucha. Los dos sabemos muy bien qué ha pasado. Yo tengo tanta responsabilidad como tú. Pero más aún por no haberte abordado y ser más decidido. El miedo me convirtió en un incapaz... Bueno, solo nos queda amarnos para siempre. Si es que a esto se le puede llamar amor. Tú lo sabes también.

Saqué fuerzas de no sé dónde y le contesté: 

—Si piensas que permitiré que cargues tú solo con la culpa, es que en todos estos años no has aprendido nada de mí. Tenemos que ser más inteligentes. No podemos consentírselo a la vida... 

Lo vi relajado, mientras a mí el nudo de angustia me oprimía el pecho y se me subía a la garganta. Habían transcurrido veinte años compartiendo este sentimiento, como pocos. Intentamos ocultarlo y casi lo logramos, hasta que él destapó la caja de Pandora al hablar con nuestros amigos, y ellos preguntándose qué clase de historia teníamos. Las respuestas ambiguas dieron paso ya a los comentarios, sacando todo a la luz. Nos conocimos en el colegio, nos reencontramos en la universidad; y el coqueteo empezó como un juego, que ahora no sabemos en qué acabará... Nadie puede saberlo. Solo el tiempo y nosotros mismos.

Libertad

1 comentario:

  1. Hello, I see that in some page of your blog , you have a visitor counter with the world spinning:
    Inside the html code contains a malicious links used for gain search engine ranking, for example in this case it contains the links:

    www.forextradermt4.com/shikinkanri.html

    Just check the source code of your page.
    Regards
    David

    ResponderEliminar