Nadie
ignoraba en esos momentos que el hombre taciturno regresaba de nuevo. Me agobió
de mentiras para deshacerse de mí. Esa es la verdad…
Me
paré en seco y los miré atentamente. Los cerveceros movían sus manos y sus cabezas,
mientras conversaban váyase a saber de qué.
—¡Buenas
tardes! —dije.
—¡Hola,
qué tal!... —Y se pararon.
Charly
quedó estupefacto, quieto y mirándome fijamente, como tratando de averiguar mis
pensamientos y los propios suyos. Hasta me pareció impaciente por irse. A ellos
los miraba de soslayo con una sonrisa sin determinación. Cuando pudo
reaccionar, se me acercó y me dio un corto beso en la mejilla. Me saludó sonriendo,
como si tuviera que darme explicaciones. Sacó ánimo de donde no había y se
atrevió a pasar su temblorosa mano sobre mi hombro, diciendo:
—Humm…
¡Esto sí que es una sorpresa o tal vez un milagro! Te imaginaba muy lejos de
aquí.
Poncho
y Joel dieron unos pasos para saludarme.
—¡Buenas
tardes! ¿Es un disco lo que traes…? —me interrogó Poncho.
Al
principio quería retirarme, pero me di ánimos. Ya la tarde estaba muy avanzada
que ya casi era de noche. Bajé la mirada hacia el disco de vinilo que tenía en
una de mis manos y luego me volví hacia Poncho, le dije:
—Sí.
Sabía que ustedes estarían en este lugar; y lo he traído para regalarlo a un
amigo que en este momento lo tienen a su costado.
—¡Ah!
Qué interesante… —dijo Poncho— ¿Es música de los ochentas? O me equivoco.
—Sí.
Es música de los ochentas. ¿Me puedo sentar o quieren que me vaya?
—¡No!,
al contrario, toma asiento… ¡no faltaba más…! —dijo Joel parándose y
entregándome su silla.
Queriendo
pasar desapercibido, Charly se palpaba los bolsillos buscando algo. Luego echó
la cabeza hacia atrás y balbuceó una frase que no logré entender. Las miradas
de sus amigos lo hacían sufrir. Quizá por culpa de mi presencia. Evitando
mirarme, se puso a jugar con sus llaves haciéndolos girar. Separados por la
mesa, levantaba su vaso y le daba unos pequeños sorbos. Yo me frotaba las manos,
no por hacerlo sentir mal, sino porque hacía mucho frio. Aunque mi buen humor
parecía molestarlo.
Ya
cómodos y callados, vi que intercambiaban miradas cómicas e incluso absurdas.
En este silencio sepulcral nos quedamos mirándonos los cuatro por unos segundos.
No había otra solución que hacer mi pedido.
—¿Me
pueden traer un vino? La cerveza no es de mi agrado.
Poncho
se impulsó de su asiento haciéndole señas a la dueña del bar. Una señora de
contextura delgada y muy atenta que de inmediato lo atendió. Todo hasta ahí
estaba tranquilo; no oía más que los susurros de Charly tratando de hacerme una
pregunta. Poncho se le adelantó. Sobándose la barbilla con sus dedos y
volviéndose hacia mí, me preguntó:
—¿Podemos
hablar de todo? Hay muchas cosas que me gustarían que tú las aclares… Pero lo
que no queremos es incomodarte…
—¡Claro!
No es casualidad que yo me encuentre con ustedes en este lugar… Para eso he
venido.
Para
calentarme las manos, me frotaba las piernas raspando mi pantalón. La oscuridad
aumentaba y el frio también. Por primera vez desde hacía mucho tiempo de haber
salido con Charly en nuestra época universitaria, me encontraba frente a sus
dos mejores amigos, mejor diría: sus confidentes.
Permanecí
por unos instantes mirando el vaso de vino. Trataba de recordar todas las
anécdotas y los momentos felices que pasé con Charly. Tuve la sensación de que
había algo que no concordaba, lo insinuaban Joel y J.C con sus movimientos y
sus miradas.
Sus
primeras preguntas y mis respuestas no desconcertaron a nadie. Mis respuestas
fueron contundentes. Hasta la amabilidad de ellas me conmovió. El vino empezó a
hacer su trabajo en mi cabeza. Al ver que Charly sonreía, dije para mis
adentros, este hasta se ríe de mí. De cuando en cuando Joel y Poncho me miraban
con curiosidad y duda. Charly sabía que yo había cometido mi primera
deshonestidad, mi primera mentira para dejarlo bien parado. Me di cuenta que
era mi primera pequeña gran caída. Por otra parte, sabía que tenía la libertad
de preguntárselo a él cuando estuviéramos solos. ¡No, no! Me dije. Esto no
puede acabar así. No estaba obligada a continuar con la mentira que él había
creado. — ¡Y que venga lo que Dios quiera! — Me levanté la voz interiormente.
Alcé los hombros con indiferencia y mirando a mis amigos les dije:
—No
todo lo que les he dicho es verdad. Voy a aclarar unos puntos.
Entonces
la catástrofe sobrevino. Charly me quedó mirando con los ojos pálidos y bien
abiertos. Quiso cambiar de tema y agarrase de las anécdotas del colegio,
explorar por el primero hasta el quinto de secundaria. Trató de modelar su amor
que sintió por mí en el cuarto de secundaria… Lo dejé hablar. Para reanudar su
tarea de mentiras, cogió el disco y lo puso bajo de sus manos sin parar de
hablar. Adornaba muy bien sus mentiras, que hasta ya me las estaba creyendo. Se
purificó en las aguas del Rio Rímac haciendo revivir a Katia. Hasta soñaba que
mi corazón aún latía por él. Lo soñaba lúcido, altivo, con los puños cerrados,
dorando sus palabras y sus mentiras. Lo miraba con una mueca de terror, desde
mucha distancia, sorbiendo lo que quedaba del vino en mi vaso. La noche
cervecera para ellos y vinera para mí, revotaba en mi corazón desde afuera para
adentro. Deliberadamente alcé la voz.
—¡La
primera mentira es sobre el esqueleto…! El me lo ofreció y luego me lo regaló.
Ya
no se incorporaba ni hablaba. Se quedó mudo de inmediato. La sonrisa culminó en
su rostro. Volvió de su sueño y despertó. Volvió a la realidad.
—¿No
les ha contado que la última vez que salimos al cine, yo le propuse estar con
él? ¿Sí o no?, Charly. ¿Tú qué me dijiste?... ¿Se lo puedes contar?... Yo te
pregunté: ¿cuándo terminas de estudiar? ¿Cuándo?... Esa es la pura
verdad, no la mentira que tú mismo no te crees.
El
final de sus cavilaciones fue brusco, terrible. Se lo tenía que decir. Joel y Poncho
me miraban sorprendidos. Su galán de telenovela mexicana se diluía quieto,
sentado y mudo. Sólo atinó a coger un cigarrillo que con las justas encendió.
Callamos. Pasó a nuestro lado un amigo de ellos que nos saludó. El vino había
calentado mi cuerpo y el frío ya no lo sentía.
—¡Qué
extraña es usted! — dijo Poncho.
—¿Por
qué?, el extraño es él.
Charly
se paró, me miró, esperando no sé qué… luego se volvió a sentar. Hubo una larga
pausa. Un largo silencio.
¡Cómo
había hecho yo el ridículo…! Yo hablaba ahora despacio para consolarlo. Joel y Poncho,
no lo dejaban de mirar. Me puse en pie nada más que un instante. Quería ver a
las personas con quienes había hablado. Pasé la mano por la cabeza de Charly,
me encogí, me incliné y les dije:
—¡Gracias!
Además ya no tiene importancia…
Desgraciadamente
el vino se me había subido enseguida a la cabeza. Vi que aún era temprano. El
ambiente era perfecto para seguir conversando de otras cosas. Pedí una botella
de agua mineral y continuamos charlando.
Libertad
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