Y
vio Dios todo lo que había hecho después del Génesis, Big Bang, Inflación
Cósmica o como quieran llamarlo.
Entonces
pasaron todos los eones, las eras, los milenios, los periodos, las épocas, las
edades, los años… Y en ese ir y venir Dios provocó un diluvio universal que desapareció
a cuanto humano estuvo en pie, pero el patriarca Noé, su familia y Utnapishtim siguieron
viviendo. Pero no parecía satisfecho, entonces envió a Josué para apoderarse de
Jericó y pasar cuchillo a todo ser vivo presente en su interior, pero la
prostituta Rajab, junto con su padre, sus hermanos y toda su familia siguieron
viviendo… Entonces apareció Herodes I el Grande y ordenó la Matanza de los
Inocentes, pero el niño Jesús siguió viviendo. Después, Urbano II exhortó a los
cruzados a socorrer al emperador bizantino para contener la invasión musulmana
—“Dios lo quiere”—, les dijo, y cebaron a los musulmanes, judíos, cristianos y a
todos los que encontraron en su camino, pero los soldados que defendían la
llamada Torre de David siguieron viviendo… Entonces llegó la peste negra y se
llevó a los judíos y no judíos que sobrevivieron a todos estos acontecimientos,
pero el humano siguió viviendo… Después llegó Colón, la viruela y el exterminio
de los “indios”, pero los americanos siguieron viviendo. Luego Pizarro y sus muertos
de hambre invadieron y destrozaron el Tahuantinsuyo, pero los criollos
siguieron viviendo, y con ellos los “indios” a su alrededor. Entonces llegó la
era del guano, la guerra con España, el contrato Dreyfus, el monopolio del
salitre y la Guerra del Pacífico y la explotación del caucho en un país llamado
¡Perú!, pero la aristocracia, que explotaba a los “indios”, siguió viviendo. Así
llegó el sistema tripartito con la primavera democrática y el Ochenio de un tal
Odría y sus “Hechos y no palabras”, y los apristas y los rojos siguieron
viviendo. Hasta que un orgasmo con todos sus recutecos hizo el milagro, y la
luz se hizo sombra y nació el indio. Entonces apareció Charly como una sombra
ineludible, prisionero en tu suelo, indio cautivo...
Al
año lo bautizaron en la iglesia del barrio. Y dicen que aquel día hacía mucho
frio y había una espesa neblina. Cuando llegaron a la casa, inmediatamente lo
colocaron en medio de la familia e invitados; y como sobrevivía por sí mismo, todos
se condolieron hipócritamente. ¿No será hijo de Mefistófeles? ¿O solo es un
murciélago?, susurró la más chismosa, que llevaba puesto un sombrero de paja.
“¡Qué marroncito, pero está bonito!” —exclamó otra vecina, provocando en su
rostro una jeta de cerdo. “Y tiene el pelo lacio, como un chino” —dijo otra. Solo
su madre, alzando la voz, se felicitó por este primor que había salido de su
vientre. Al fin de cuentas, no era culpa de él, y nadie tenía porque excusarse.
Los genes son los genes, y se trasmiten de generación en generación.
Y
fue así como se le proporcionó a uno de los barrios chalacos este espécimen
único en su género. Desde entonces, y a pesar de todo, fue criado con esmero y
razón. Primero, íntima y cariñosamente; después, con el correazo y la
correteada palo en mano por haberse pasado de chistoso. Tal vez uno de los
tantos palos que recibió, hizo blanco en la cabeza de Charly. Esta es la única
explicación que se ha conjeturado para entender el comportamiento de este
primate que no se atreve a cambiar. Único en su especie por su abominable
terquedad.
Sin
equivocarme en fechas, horas, amigos, colegas y circunstancias, les iré
enumerando todas y cada una de las bestialidades cometidas por Charly. Las que
se dan a partir del momento en que tuvo la desgracia de conocer a una flaquita,
cegatona y reservada. Acaso ustedes se quedarán morados o pálidos por la
catarata de estupideces que Charly logró acumular, tanto como Bill Gates su
fortuna.
Finalizaba
los años setentas e ingresábamos a los grandiosos años ochenta, cuando Charly,
erguido como un mono, fue en busca de su amada e idealizada flaquita.
Pero
tenemos que detenernos y agregar un pequeño inconveniente: Charly no trabajaba,
en el sentido estricto y perentorio de la palabra. Y es por este pequeño y
consentido legajo en su contra, que sus bolsillos no pesaban ni un gramo. Puestos
al derecho y al revés, solo presentaban un vacío oscuro y casi perfecto. Para
variar, no tenía obligaciones de ninguna especie. En su inútil perfección, y
por la fuerza de la costumbre, pasaba el tiempo en la lectura. Un poco por eso,
logró que su filosofía ante la vida consistiera en sobarse, plácida y
armoniosamente, la manija. Aunque a veces, lleno de alucinaciones, imaginaba lo
que haría el día en el cual su flaquita lo aceptara… Tener sexo y reproducirse,
por ejemplo, era una de sus opciones trascendentales. Conclusión al que llegó
al entender bien la prehistoria; fijándose principalmente en aquella, la de la primera
vez en que el homo sapiens, subiéndose sobre su mona, danzó como un gorila. Para
él, que había entendido bien este principio, no cabían conjeturas: ese era y sería
para el hombre su deporte favorito.
Sus
amigos no lograban hacerle entender que, en la vida real, hay cosas más
importantes que solo darle gusto al cuerpo. Les parecía cruel y hasta un
sacrilegio, que su amigo estuviera perdiendo el tiempo zambullido en la
penumbra de sus pensamientos libidinosos. Por lo tanto, él tenía que estudiar
duro y parejo, y también aprender otros idiomas. Para ellos, que lo querían
mucho, Charly merecía ser todo un profesional de cabo a rabo, alguien en este
mundo. Porque, la dura vida consistía en ello, y no solo en pasarla bien con
sus pensamientos y sueños placenteros. Pero él, torpemente, no los escuchaba.
Bueno,
honestamente, en esto yo concuerdo con Charly. Y coincidir con Charly ya es todo
un problema. Pero, en fin, no es asunto mío, sino el de sus amigos.
Pero
sigamos… Les decía que Charly iba al encuentro de su flaquita. El día era
húmedo y él caminaba zigzagueante. Ya cerca del objetivo, reconoció la puerta. Sonó
el timbre y ella salió y se encontraron frente a frente. Él hizo unos gestos y
balbuceó algunas palabras. Ella, sin pensarlo, le contestó. Él inmediatamente identificó
la voz que le había contestado. Fue entonces cuando se produjo el deshielo. La
temperatura de su cuerpo subió a más de 40 grados y tembló inesperadamente con
grado 10 en la escala de Mercalli, lo que originó la desintegración de sus
cavilados pensamientos.
En
efecto, las aguas y la sangre en su cerebro se expandieron, como un globo de
chicle, logrando un big bang en sus neuronas. Lo que originó que el paraíso mental
de Charly se fuera a la mismísima mierda. Su flaquita, a quien maceraba con un
terrible miedo, pero amorosamente, día a día, segundo a segundo, desde el
cuarto de secundaria, le dijo que “¡SÍ!”. Que ¡Sí! y en su primer intento de
invitación al cine. ¡No! No lo podía creer… ¿Por qué no se hizo la difícil?
¿Por qué?
¡Pero
le dijo que sí!...
Es
decir, como ocurre siempre en estos casos, el Sí logró en Charly profundos
cambios estructurales y hormonales. Su andamiaje, creado e imaginado con tanta
pasión, se desparramó como casino de naipes. ¿Por qué se la hizo tan fácil? ¡Por
qué!
Luego
de lo ocurrido, el muy bruto de Charly se largó inmediata y sigilosamente sin
propinarle siquiera un besito de despedida. Sentado en el trono de Zeus, en el
Olimpo, su soberbia fue como el primer diluvio: ¡Universal!
Esa
fue su perdición. Haber creído que ya la tenía comiendo de su mano.
Camino
a casa, obligado, solo el viento le hacía detenerse un poco. Ya en su cuarto, hamacado
en un sillón, se hizo infinitas preguntas, las que al final lograron un incomprensible
e intrincado acertijo cuántico. En este extraño vértigo de preguntas y
respuestas, se imaginaba ser el gato en la paradoja de Schrödinger. ¿Estoy vivo
o estoy muerto? —se preguntaba. Abrazado a esta interrogante, un laberinto de símbolos
matemáticos parecía hacer colisión en su cerebro. Era increíble…, pero salían chispas
como un rayo, vulcanizándole las neuronas.
El
pobre Charly no sabía lo que le esperaba.
Los
sabios ya hemos explicado que a las mujeres no se les puede dar un diferencial de
ventaja. Fue por este axioma, que no merece hipótesis, que el gran Charly
simplemente se fue de cara y perdió el dominio de la oportunidad.
Mejor
dicho, Charly se dedicó, ciegamente, a sus divagaciones y dejó de originar pensadas
y originales triquiñuelas y estar un paso adelante. Absurdamente, en cinco
minutos se planteó un statu quo, mediante el cual él le proporcionaría el calor
necesario y ella su compañía y amor ideal… Ahora lo acompañaría Goethe… y Charly
vendería su alma al diablo.
Así,
ya todo puesto en su lugar, Charly se vistió preferiblemente y no tuvo mejor
idea que irse de juerga un día antes de la susodicha cita. Su prima se casaba y
él tenía que estar presente, fuera como fuese. Era una manera de celebrar el
inicio de la conquista del Perú y del nuevo mundo; porque ya era un Pizarro repartiendo
el tesoro del Sapa Inca Atahualpa; era el joven Alejandro después de haber
ganado la batalla junto a su padre a las polis griegas en Queronea, y el de
Gaugamela contra el ejército persa de Darío III. Porque él, después del Sí,
comprobó, tácitamente, que su flaquita pertenecía al sexo débil. Apresurándose
a creer que ella era solo una papayita trozada y lista para ingresar a la
licuadora.
Pero,
no. No, no…
Sigamos…
Adivinen, ¿qué?
Exacto.
El pollo de Charly se mandó con todo en el gran festejo del matricidio hasta que
el suelo fue su límite. Chupó a vaso lleno, hasta morir, sin dejar siquiera el
conchito. Ya no era él, sus reflejos, su percepción más aguda y su intuición
estaban bajo tierra. Cuando lo sacaron de la fiesta, estaba como pepeado, más
muerto que esqueleto desenterrado y manipulado por alumnos de San Fernando.
Horas
después, tirado sobre una cama deshecha, ni el zumbido de las palas de un
taladro, ni las voces chillonas de los obreros que reventaban a tajo abierto un
trozo de pista, lograban despertar al iracundo borracho. Parecía sumergido, profunda
y placenteramente, en lo mejor del mundo onírico, porque sus labios esgrimían
una sonrisita perruna y un rostro de idiota. Estuvo así hasta que uno de sus
primos lo despertó de un sacudón. Charly, con la mirada perdida, con la cabeza
adolorida, y sin saber dónde mierda se encontraba, solo atinó a preguntarle:
—Primo…
¿Ya es domingo? ¿Qué hora es?...
—Las
diez de la mañana —le contestó el primo—. Vamos a comer un cebichito. Los otros
primos ya salieron hace unos minutos.
—Muy
bien. Espera un toque, voy a lavarme la cara.
Charly
se encaminó muy deprisa al baño. Pero por la azarosa noche, su mente estaba en
blanco y su estómago parecía contener varios galones de ácido muriático. A
pesar de que le dijo no “tengo hambre”, si la tenía junto a una sed de los mil
demonios.
Así
partieron al encuentro de los otros primos. Ni bien llegó, se despachó un chupe
de camarones, una jalea mixta, un cebichito —con la yapita de leche de tigre— y
el chilcano de complemento. Naturalmente, se sentía un Cónsul romano después de
una declarada orgía.
Ya
repuesto del barril de chelas, Charly recordó que estaba en el mismo día de la
cita pactada con su flaquita. Y ya eran las doce del mediodía. Entonces pensó
—he ahí el problema— que todavía era temprano para volver a su barrio y
dirigirse al encuentro con su amada. Ya que después de la comelona, se sentía
fresco y ganador. Nada interrumpía su dicha y gloria. Su mujer ideal lo estaría
esperando, bien arregladita y con su ropita nueva para la ocasión.
Como
tambor chino, una voz aguardentosa se escucha.
—En
el refrigerador del taller hay una cajita llena de chelas —dijo uno de sus
primos, el zambito.
—Entonces
hay que darle curso —respondió Lalo, el primo que lo sacó de su casa y lo llevó
al matricidio el día anterior.
—Bueno,
pero que sea una chiquita. A las cinco de la tarde tengo que estar en mi barrio…
voy a salir por primera vez con una hembrita de mi promo. Es una flaquita que
ya la tengo comiendo de mi mano. Se muere por mí —lo dijo con una soltura
rotunda e inconmovible. El hombre estaba “sobradazo”, y hablaba con cara de
cínico.
Mientras
tanto, en la otra esquina, la flaquita se encontraba en espera de su galán de
telenovela mexicana. El ejecutor de esta espera, de esta debilidad, entendía
que su flaquita tenía alma de mártir. Ella era la señalada por el destino
para sufrir a su lado, en silencio, y también para soportar su inmenso amor,
estoicamente.
Bueno,
eso era lo que creía Charly, que ahora sonreía furtiva y alegremente,
tertuliando con sus primos; aunque a veces, se quedaba pensativo y mudo, como
si recordara la susodicha cita; pero luego volvía a su alegría al agitar el
vaso y encender un nuevo cigarrillo.
Cuando
preguntó la hora por quinta vez, Charly concluyó que llegaría con retraso. Por
ello hizo que le pasaran el teléfono y la llamó. Le dijo que llegaría un poco
retrasado, pero que igual llegaría de todas maneras, cueste lo que cueste.
Una
hora después, hizo una segunda llamada. Ya los cigarrillos y la cerveza habían hecho
estragos en el cerebro de Charly, dejándolo en offside. Así cogiera un
helicóptero, no había forma de llegar al compromiso. Por eso, solo atinó a
decirle que para otra vez será. Es decir, quedó como un ser plumífero inestable,
mediocre, farsante, desleal a sus palabras y otras plumas más.
Charly,
en efecto, quedó como una zapatilla china de cinco soles y un caradura de
miércoles, jueves y viernes; algo así como un borrachín de cantina de poca
monta, y a quien botan junto con el aserrín y la basura. Pero esto no hizo
mella en Charly. Su vanidad de macho, su donjuanismo, y los mecanismos de
engranajes en su cerebro le hicieron pensar que no había perdido nada. Ya se le
pasará a la flaquita, que se muere por él, y que a la siguiente semana la
volvería a invitar. Tampoco era para tanto. Para ser más exactos, este homínido
necesitaba demostrarse algo: que seguía siendo un seductor.
Lo
que Charly no sabía es que su flaquita ya lo había examinado a profundidad; y
que ahora consideraba, sin reserva alguna, que Charly estaba fuera del mercado
matrimonial para ella. Lo había desaprobado, hiciera lo que hiciera; así se
parara de cabeza o en cuatro patas como un perro. Y es por ello, que la aspirante
a enamorada de Charly se sugirió esperar un poco. Porque para mujeres como esta,
la venganza es dulce y gratificante. Estaba segura de que no era el último tren
ni se quedaría a vestir ropa de santos como cualquier otra de su especie. Por lo
tanto, la trama tenía que ser muy bien planificada; y para ello, le era
imprescindible obtener más información. La que consistía en conocer a la
familia, posición, ingresos y salidas, capacidad para el trabajo, sentido de la
responsabilidad, y, por último, la obediencia. Esta era la principal. Y Charly parecía
tenerla; más no así la capacidad para el trabajo, que para ella le era
incierto.
Trascurrieron
otros miles de años para Charly, aunque para sus congéneres el tiempo solo
transcurrió como siempre: solo un añito más. Y su flaquita, luego de hacerse la
difícil, como parte del plan, cedió ante sus miles de insistencias. En todo ese
tiempo, Charly gastó una fortuna en llamadas... Hasta que sus ruegos hicieron
efecto. Eso creía. Así, ahora, era toda una realidad la segunda cita y la
planificada venganza.
A
partir de ese momento, Charly estaba perdido. Ya no había amigo, siquiatra o
poder sobrehumano que lo salvara. Charly se había lanzado, desde el trampolín
más alto de su barrio, calatito, a una piscina sin agua.
Mientras
tanto, la flaquita ya había escogido el lugar, la banca y fecha de su venganza.
Tenía que ser un lugar con frondosos árboles, a la salida del cine y cuando a
Charly se le hubieran subido los humos a la cabeza.
Y
ese día llega. También el plan, por supuesto. Y es por esto, que cuando Charly quiere
reaccionar, ya es demasiado tarde. Ahora está saliendo del cine y siendo
llevado a la bendita banca de cemento, fría como una tumba, fría como la
venganza misma; lo lleva —encadenado— de la mano. Charly parece ir sin dudas,
bordeando la vereda: “¡La tengo de rodillas, muriéndose por mí!”, piensa, y se
duerme en sus laureles, sin hacer ruidos, satisfecho; cree saber que él le
interesa a ella.
Luego,
no hay más que levantar el telón, y encontrar el inicio de un drama colmado de
fresca y descarada tranquilidad. Romeo y Julieta es un mamotreto para lo que
viene. Werner Herzog se quedaría impresionado con este antihéroe.
A
partir de este momento, y apertrechada de todos los mecanismos que una mujer
herida lleva consigo, la flaquita empezó con su gracia, con su risita a lo Mona
Lisa…
—¿Has
oído hablar de Raquel y Manuel? —pregunta, moviendo misteriosamente la cabeza.
—No.
Hace mucho tiempo que no sé nada de ellos. Creo que eran enamorados en el
colegio, ¿no? —responde Charly frunciendo las cejas.
—Sí.
El sábado que pasó, se casaron… Él ya se graduó de Ingeniero y creo que van a
ir a vivir en un lugar muy bonito… lleno de jardines.
El
trampolín estaba listo para recibir a Charly.
Estas
últimas palabras hicieron que su cerebro diera un trémulo brinco. Reponiéndose,
trató de pensar. Entonces, bajo aquellos frondosos árboles, meditó. ¡Grandísimo error! porque sus neuronas ya estaban girando alrededor
de Plutón. Como no queriendo entender la cosa, se quedó mudo y excitado, como
en las peores películas de terror. Volviendo trabajosamente en sí, exasperado,
logró peinarse los cabellos con las dos manos, y tomar aire, tratando de resucitar.
Ella,
sin detenerse, dijo más; más embustes de todo calibre: Que su familia, que su
vecino, que su primo… y un etcétera, “ahora viven de la gloria de ser unos
buenos profesionales”.
Aquí
se hizo la muda. No hubo más.
Charly
sabía que nunca estuvo en sus planes ser un Rey o un Sultán, si es que él sabía
que era un Sultán, y que no estaba en búsqueda de una Reina para su reinado.
El
solo se conformaría con una mujer que lo ame y le dé hijos a los que él pudiera
mantener de buena manera.
—Así.
¡Qué bien! —dijo Charly con toda dulzura e irónicamente.
La
cosa empezó a ser más interesante —para ella por supuesto—. Charly ya no era
dueño de la situación —si es que alguna vez lo fue—. Irguiéndose, se dio ánimo;
entonces, las mentiras, una tras otra, acudieron a su mente. Volvió a sentarse,
había olvidado lo que quiso proponerle al principio. Ahora quería abrumarla de
mentiras, sin consideración, derrotarla grandiosamente.
—Yo
estoy organizando una empresa de exportaciones. Va a ser una empresa de
avanzada, grandiosa. —le dijo Charly sin dudas.
Charly
realmente creía que todo lo que le contaba, palabra por palabra, iba a ser
aceptada por la chica de sus sueños. Porque ella no daba muestras de sorpresa.
Entonces,
su flaquita, levantando los hombros y echando sus cabellos lacios, negros y
brillantes, hacia sus espaldas, le dijo:
—No
sé nada de eso —lo pronunció secamente —no tengo la menor idea... Por otra
parte —¡¿cuál otra parte?!—, déjame decirte de una vez y para siempre que no te
creo nada.
Saltó
la liebre…
Ella
tenía en sus manos el currículo de Charly.
No
necesitaba una agenda… ¡No! ¿Para qué? Este tipo de mujeres no la necesitan; ya
nacen con un cerebro capaz de registrar y grabar en su memoria RAM y en el
caché los más mínimos agravios y sacarlos a flote y pegártelo en la reverenda
cara con un Ctrl + V (venganza) en el preciso y cronometrado tiempo.
Sencillamente
los sabios sabemos que a eso se le llama: “chantaje”. Esto logró que Charly
quedara degollado y pataleando como pollo ingresado de cabeza en un cono. Ahora,
todo estaba por hacerse de nuevo. Y es por esto que todo el cuerpo de Charly se
quedó nuevamente paralizado.
Su
flaquita le respondió que ¡NO! ¡Que no te creo nada! Y se lo dijo en un tono
tan rotundo que el pobre Charly tardó una vida para entenderlo. Y es que, a
estas alturas del diálogo, Charly ya no manejaba ni su propia lengua materna;
la situación le era francamente incómoda. Este golpe bajo lo dejó grogui y le
removió todos los cimientos de su almidonada alma. Era tarde para pensar
con tranquilidad, pero Charly terco como el mismo, se recupera y vuelve al
ruedo, creyendo entrar a matar. Lo que no sabía es que a su flaquita le quedaban
diez o quince ¡NO!
Ella
se compadece y le da diez minutos de intermedio, porque entendía que ya lo tenía
contra las cuerdas, y es por ello que prefirió darle un poco de respiro. “Parece
que se me pasó la mano”, se dice.
Cuando
salen de sus dos minutos de silencio, queda ya muy poco de Charly; solo le
queda la urgencia de ir al baño. Ella, por su lado, como si estuviera
acompañada de un gran público, levanta las orejas y el rabo de Charly, presumiendo
ser una buena torera. Aplausos; muchos aplausos.
Charly,
como sabemos, es un terco de mierda…
Piensa
que se las sabe todas. Y es por eso, que la rodea y le da una perorata sobre la
vida, el destino y el amor. Ella, meciendo su cartera, lo escucha muy
atentamente. Sabe que ya tiene las orejas y el rabo de Charly. Y sabe también que
tiene algo de experiencia; pues haciendo memoria, recuerda que en la secundaria
un cantante de los cantantes y un zambito se le habían mandado de a cheque. Y
que también, ni corta ni perezosa, los choteó más allá de la estratosfera; ya
que aquel día, solo le bastó un par de frases que perduran por los siglos de
los siglos, amen.
Luego
de mirarse como gallitos, por unos segundos, ambos se quedan callados.
Suena
la campana y ambos púgiles pasan a la vía de los hechos. Charly tontamente pide
la revancha. Ella le concede.
La
flaquita se pone en pie; sus huesos suenan y cree orgullosamente que están
crocantes. Hace un ademán y lo observa de pies a cabeza, llena de arrogancia; parece
buscar una interrogación mejor y lanzarse directo al cuello de Charly. Y lo
hace.
—¿Quieres
estar conmigo? —le dice, sonriendo sutilmente.
Charly
pide diez minutos más de intermedio. Porque él sabe que sus neuronas han hecho
un corto-circuito y lo han dejado con los ojos bizcos para afuera. Las rodillas
se le doblan, y parece indispensable darle una respiración boca a boca. El
pobre Charly es un paciente casi descerebrado, que apenas tiene algunos
reflejos en el lóbulo frontal. Su rostro presenta una inconfundible expresión
de idiota feliz.
Como
es natural, Charly toma aire y se recupera. Hasta cree tener conciencia de lo que
ocurre. Pero para mal, porque solo tiene dos caminos: o huye a la punta del Himalaya
y se convierte en monje budista, o le dice Sí a su flaquita y el matrimonio lo
resuelve todo. Él sabe que le será imposible vivir sin ella. Ella sabe que le
será imposible vivir con él.
La
flaquita entiende que es una autodidacta en estos temas del abrazo del oso y
del choteo. Sabe que lo tiene al revés y doblándole el cuello. Por eso le da un
poco de pena, se siente incómoda e inhibida, pero paralogizada hasta los
límites. Se pregunta en que maldita hora conoció a este ser exhibicionista e
inmaduro. “Peor es nada”, se dijo.
Traumatizado
por aquella pregunta, Charly dará un pobre espectáculo a la hora de liquidar
con su ambigua respuesta.
—¡Sí!
Por supuesto…
Nuevamente
la olla se llena de presión. Ahora está la pelota en la cancha de ella.
—¿Me
amas?
No
puedo negar que la pregunta viene con una corta mecha y fulminante; mejor
dicho, el sol está pronto a convertirse en supernova.
—Sí.
¡Claro! —responde, con un tono tan rotundo que él mismo se lo cree.
La
cosa no es tan fácil. Ojalá lo fuera en esta historia, pero NO.
Un
largo silencio siguió, como si su flaquita se hubiera marchado y él estuviera
hablando solo como un loco. Pero ella apareció otra vez como por arte de magia.
Entonces, sus labios empezaron a moverse, inquisidoras, proyectándose a mil años
en el futuro. Le quedó mirando atenta y le soltó como fuegos artificiales la
siguiente y contundente pregunta:
—¿Y
te casarías conmigo? —dijo con voz militar.
—¡Sí!
—aúlla nuevamente Charly con una presión de treintaiocho y el corazón en ciento
cincuenta pulsaciones por minuto.
Este
golpe seco y por debajo del cinturón no deja que Charly pueda pensar. Ya es
demasiado tarde para el iluminado mono.
A
partir de ese momento puede ocurrir cualquier cataclismo. Y puede ser el
principio para muchas cosas.
En
esa perplejidad, la pareja empieza a perfeccionar su relación hasta que alcanza
niveles exponenciales. El viento, como prediciendo lo que iba a ocurrir, saca
susurros del follaje y está lista para una tormenta. La flaquita detuvo por un
instante sus acaramelados labios y los refresca con el viento que le da en la
cara. De pronto, detallando sus ideas, y sonriente como conductora de
televisión, se apoya en el respaldo de la banca y estira la catapulta para
lanzar la siguiente frase:
—Mi
papá y mi mamá quieren hablar contigo…
Parecía
que así planteadas las cosas Charly iría directo al matrimonio (que es a donde
acaban todos los donjuanes del universo). El partido parecía un empate, un
cinco a cinco y definido por penales. Para ser más reales, ella le había
regalado cinco goles.
Pero
no fue así.
Por
el contrario, el apasionado Charly, que no estaba en condiciones de aceptar
esta demanda, se deslizó sin ruido a lo largo de todos los pisos regionales que
su pobre cerebro poseía, para ir en busca de una respuesta seria y real. No la
halló. Entonces se sintió un pobre diablo a lado de su bella flaquita. Esto
produjo su efecto, un efecto estúpidamente mágico. La miró, desconcertado.
Buscaba un hueco para hundir la cabeza. ¿Qué iba a hacer? Tenía que decidirlo.
—Déjame
pensarlo… —contestó sin énfasis, y en tono de reproche.
Esto
dura, dura un tiempo terriblemente largo. En este interín, Charly se había puesto
en pie, boquiabierto, mudo, sin siquiera mover sus ojos. Ella lo observa
descorazonada. Se incorpora y mira nuevamente a Charly. Se le acerca, mirándolo
fríamente y con curiosidad. No entiende nada. O no quiere entender.
—Hace
muchísimo tiempo que tú tienes miedo de ver la realidad. No hay persona más
indecisa y tonta que tú… ¿Qué diablos te sucede?... No estoy acostumbrada a
este tipo de humillaciones. ¡Y no te la toleraré ni a ti ni a nadie, ya lo
sabes!... Y por favor, ya no me busques… Todo terminó aquí. ¡Adiós!
Charly
se tiró bruscamente en la banca; y se quedó sentado con la cabeza tirada hacia
atrás, mirando el firmamento. Mientras ella, hamacada, iba desapareciendo, lenta,
inalcanzablemente, hasta que dobló la esquina y desapareció para siempre.
Loro
Uyuyuyyyy... ¿El complejo de culpa?. Esto hará que usted se debilite, admirado amigo. Es un chimpancé enardecido. ¿Comprende?... Estoy llevando un minucioso registro de agravios que salen de su pluma como un collar de perlas. El mono pre-historico sigue habitando en usted. Para decirlo francamente, esta preparando un Diluvio Universal... como era de esperarse. Chita a vuelto buscando recalentarse... con las siete plagas de Egipto, las ocho torturas de la China y las catorce pestes de Mesopotamia...
ResponderEliminarNota: A ver si subes mi otro relato.
Bety