domingo, 15 de julio de 2012

Hambre

Una tarde, días después de mi llegada, me encontraba regresando de una reunión familiar. No toqué nada, ni los bocadillos. Los cubiertos quedaron libres del almuerzo y de mis manos.

De pronto, me invadió un hambre total. Tenía mucha hambre. El sol alumbraba por todas partes.

Mientras caminaba, dieron las tres de la tarde. Estaba sola, mirando a todos lados. Deambulé al azar, pasé por un bulevar sin ganas de mirar nada. El hambre hacía que mis ojos bien abiertos buscaran algún lugar donde ingresar y poder comer.

Medité un momento. Llevé la mano al bolsillo de mi pantalón y levanté el celular. Me detuve lentamente. De pronto, empecé a dar chasquidos con mis dedos mientras dudaba en hacer la llamada. Luego, comencé a hablar en voz baja: sí o no. Terminó ganando el sí y llamé a mi amigo Charly. Me permití esa llamada. ¿Qué me había llamado? ¿Gorda y vieja? Olvidé mi bronca. Me sentía sosegada y apacible. Tenía la necesidad de conversar con él. Di media vuelta a mis ideas y lo invité a almorzar. No dudó, me dijo que en quince minutos me alcanzaría.

Extendí mis piernas mientras estaba sentada en una silla, apoyada en una pequeña mesa cubierta por un mantel rojo y protegida por un vidrio grueso. Estaba allí, esperándolo en el lugar acordado. No había nube ni llovizna en mi alma. Todo era cálido, como la luz del sol desparramada en el horizonte. Me sentía deliciosamente bien y feliz, ninguna sensación de malestar invadía mi cuerpo. Estaba tumbada en la silla, esperando el pedido, y esperándolo a él. Creo que estaba incluso ausente de mí misma.

—¡Dios mío, las cosas que hago! —pensé con una sonrisa apretada por mis labios.

De vez en cuando tragaba saliva, esperando la llegada de mi pedido y la de él. Me dijo que por favor lo hiciera cuando lo llamé por teléfono.

Ya habían pasado muchos días o semanas, antes de este almuerzo, en los que, para variar, habíamos discutido de nada y de la nada, pronunciando palabras estúpidas y sin sentido.

Me detuve a mirar en círculo todo el lugar. Observé algunos cuadros sin autor conocido y traté de leer las etiquetas de algunas cervezas que adornaban el bar. Medité un momento, examiné mi figura y me miré con buenas ganas. Por fin dije:

—¡No, gracias! Así estoy bien…

Unos golpes en mi hombro me despertaron. Giré de inmediato sin contención.

—¡Sí! —dije sonriendo y levantándome.

Fue todo lo que pude decir. Me di cuenta de mi titubeo. Oí sus palabras en la puerta de mis oídos, casi como un susurro:

—¿Por dónde anda mi andina y dulce Bety, que hoy luce tan bella y fresca? ¿Acompañada de qué pensamientos?...

Esta amabilidad me desarmó por unos momentos. Sentí no poder responderle de inmediato. Me levanté lentamente, le golpeé el hombro y quise insultarle con groseras e inventadas denominaciones hirientes. Proseguí saludándolo con un abrazo y un beso en la mejilla. Nos separamos. Permanecimos allí un instante, parados uno frente al otro. Él me miraba reflexionando, meditando mientras me examinaba. A nuestro alrededor, yo no distinguía nada. No puedo saber hasta hoy si alguien nos vio.

—¡Olvidemos nuestro estúpido pasado! ¡No hablemos más de eso! —interrumpió nuestro corto e interminable silencio. Y agregó, con una inmensa sonrisa—. Cuando nuestras ideas se excitan… ¡Implosionan! El daño es muy egoísta…

Me senté casi trastabillando. Él se sentó, se inclinó cortésmente ante mí y me dijo:

—¡El hambre que llevo es de tal magnitud, que siento que tú la compartes!... ¿no?

Las palabras estaban halladas: hambre y magnitud.

Me cogí del brazo, o me abracé a mí misma, abrí más los ojos, siempre de excelente humor, me puse en pie, avancé y me incliné casi chocando su rostro con el mío, mirándolo fijamente. Le dije:

—¡Dios! ¿Cómo es posible que haya regresado usted? Me alegro mucho.

El sol brillaba aún caliente. Eran las tres y media de la tarde y el mozo llegaba con el pedido. Tenía un hambre terrible. Allí me tumbé, junto a mi amigo, en un restaurante con un olor a comida…

—¡Qué olor a comida y a cocina hay aquí! ¡Un fuerte olor a bistec y anticuchos! —murmuré sonriendo—. ¿Cómo se me ocurrió llamarte?... No tengo idea. ¿Tiene usted algo más que decirme?

—Muchas cosas, pero ¡ahora nada de puerilidades, somos futuro o presente…, solo eso!

Me detuvo en seco. Estábamos los dos frente a frente. Intencionadamente juntos. Balbucí una excusa mientras cogía los cubiertos para darle rienda suelta a mi exaltado apetito. Él hablaba todavía cuando volvió su atención a sus cubiertos; y no dejaba de mirarme. Meneó la cabeza con la intención de burlarse de mí. Luego le brotó una sobria sonrisa cuando yo ya me llevaba el primer bocado a la boca…

—¡Con tal que no me detengas! —dije.

Acercó su mano a la mía.

—Naturalmente —dijo apretándola.

Entonces, él se echó a reír y yo no pude contenerme. Reí alocadamente. 

Libertad

2 comentarios:

  1. Me alegra sobremanera mi regreso... solo eso.
    Saludos.

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  2. Y ahora qué quieres que te diga, Charly. Nueva decepción. Con harto desagrado compruebo que el poder kriptoniano de la susodicha está intacto y en plena expansión, pues ya no se limita a anularte con su presencia, sino que ahora también es capaz de neutralizarte a larga distancia.
    Pretendiste dejar de ser condescendiente y terminaste claudicando compa, y por ningún lado puedo olfatear el aroma a comida ni a bistec... más bien percibo el hedor a censura y, lo que es peor, a autocensura.
    Es la primera vez que no me alegra el haberte ganado una piscina de cerveza...

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