sábado, 1 de diciembre de 2012

El Odio, El Tiempo y El Amor

Una niña delgada, de cabellos lacios y mirada seria, camina sobre sus pasos alrededor de su habitación. Le va dando consejos a su muñeca y le ofrece alguna de sus ideas, mientras observa su imagen, de rato en rato, en el interior de un espejito que obtuvo de su hermana. De pronto se le aparece El Futuro con la apariencia de una mujer y que tiene el perfil de una señora triste, rechoncha y de pelo cano, a quien se le nota una triste soledad en el alma.
—Dime hija, ¿para qué me has llamado?
Ella, aturdida, le responde:
—¡No! Yo no la he llamado…
—Bueno, aún estás muy joven, mejor me retiro —Y desapareció al instante.
La niña, temerosa, se vuelve al espejo y queda observando su imagen. Sorprendida, se da cuenta de que El Tiempo ha trascurrido sin que ella lo hubiera notado. Ahora tiene el rostro de una adolescente. Se echa sobre su cama y vuelve a sus ideas. En este ínterin piensa en su amigo del colegio. Aquel de apariencia reservada, casi enano y mal vestido. Al instante concluye que no es de su variedad y menos el príncipe que ella busca, aunque lo recuerda gloriosamente, pero no se atreve a entender lo que siente por él. Mientras duda, se le aparece La Angustia en forma de un cuervo.
—Dime niña, ¿para qué me has llamado?
Ella, con tristeza, le responde:
—¡No! Yo no lo he llamado…
El cuervo, contando hasta tres, echó a volar y salió por la ventana.
La muchacha, angustiada, se acerca al espejo y se vuelve a mirar. Tiene el rostro de una mujer de dieciocho años. No lo puede creer. El Tiempo volvió a jugarle otra mala pasada. Ahora recuerda que tiene una cita con un amigo. Es aquel amigo del colegio. Ella supone que su amor es reciproco y que está segura de lo que siente por él. Suspira y bebe un trago de agua. Se arregla y se arropa con el mejor vestido que tiene. Pero él no llega. Azorada, se sienta en una silla, se acoda en su escritorio y vuelve a sus ideas. De la nada, aparece La Sabiduría en forma de una paloma.
—Dime mujer, ¿para qué me has llamado?
Ella, masticando una rabia, le responde:
—¡No! Yo no la he llamado…
La paloma se puso triste y empezó a volar; dio varias vueltas alrededor de la habitación en espera de que la mujer reaccionara. Al ver que no la había, se paró en el umbral de la ventana, se volvió a ella por unos segundos y echó a volar, desapareció.
La muchacha, razonando, se acerca al espejo y se vuelve a mirar. Tiene el rostro de una dama de unos veinticuatro años. Está asombrada. Asombrada de que El Tiempo transcurriera tan velozmente. Recuerda, entonces, que tiene que encontrarse con el amigo que no llegó la primera vez y al que ella ahora ha citado. Sabe y entiende que ahora que él lo ama. Está segura. Por eso, piensa lo que le va a decir, aunque duda, pero igual, se lo tiene que decir. Antes de ir a su encuentro, hacen su aparición El Odio y La Venganza. Llegan en forma de un toro negro con dos cabezas.
—Dime mujer, ¿para qué nos has llamado?
Ella, muy suelta, responde:
—Los he llamado para que me ayuden a matar a El Amor.
El Odio y La Venganza le responden:
—Nosotros no te podemos ayudar si tú no bienes acompañada de La Mentira. Porque El Amor es muy fuerte y nos puede derrotar.
En ese preciso momento hizo su aparición El Conocimiento. Éste le dijo:
—¡Pero no puede ser!… ¡Quizás estés equivocada! Mira que yo casi nunca me equivoco. Te recomiendo que llames a La Reflexión, ella te puede ayudar.
Dicho esto, la mujer no quiso llamar a La Reflexión. Todo lo contrario, llamó a La Mentira.
El Odio, La Venganza y La Mentira fueron junto con ella al encuentro de su amigo y de El Amor. El Conocimiento y La Reflexión no la acompañan. Mientras se encaminan, ella empieza a llamar a todas sus emociones contrarias: El Rencor, La Angustia; y a la peor de todas: La Resignación. Al llegar, tal como lo supuso, El Amor se encuentra solo en compañía de su amigo. Empieza la pelea, El Amor se refugia en los agujeros de El Recuerdo y La Tristeza; pide a gritos que lo acompañe El Tiempo. No hubo respuesta. Sólo aparecen los primos de El Tiempo: El Espacio y Los Momentos, quienes lo acompañan en su lucha, incansablemente. Pero El Amor necesita algo más para ganar la pelea; necesita de dos manos abiertas con las palmas juntas, cada uno con su propio sueño; y no dos manos sujetadas, queriendo ser uno.
Era cierto, la mujer y el hombre tenían trenzadas las manos desde aquel día en que ambos se fijaron; lo que provocó que La Condescendencia apareciera y caminarán llenando cada uno los agujeros del otro; trenzados, sí, pero tirando opuestamente al sur y al norte; al este y al oeste. Al final apareció la más sibilina de todas: La Desconfianza.
El Tiempo, invocado, llegó y saludó a El Amor. Le dijo:
—Son tantos, son demasiados, y yo sé que mis primos son muy débiles; no podrás con todos a la vez. Ven conmigo, yo los castigaré. Es increíble la manera tan soberbia con la que te han tratado.
El Amor, agónico, se fue en compañía de El Tiempo, se fue, además, junto con La Tristeza, El Conocimiento y La Reflexión. Los dejaron ahí, en compañía de El Odio, La Mentira, La Venganza, La desconfianza y La Resignación; qué como castigo de El Tiempo, los acompañan hasta el día de hoy.
Loro

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