Una
niña delgada, de cabellos lacios y mirada seria, camina sobre sus pasos
alrededor de su habitación. Le va dando consejos a su muñeca y le ofrece alguna
de sus ideas, mientras observa su imagen, de rato en rato, en el interior de un
espejito que obtuvo de su hermana. De pronto se le aparece El Futuro con
la apariencia de una mujer y que tiene el perfil de una señora triste,
rechoncha y de pelo cano, a quien se le nota una triste soledad en el alma.
—Dime
hija, ¿para qué me has llamado?
Ella,
aturdida, le responde:
—¡No!
Yo no la he llamado…
—Bueno,
aún estás muy joven, mejor me retiro —Y desapareció al instante.
La
niña, temerosa, se vuelve al espejo y queda observando su imagen. Sorprendida,
se da cuenta de que El Tiempo ha trascurrido sin que ella lo hubiera
notado. Ahora tiene el rostro de una adolescente. Se echa sobre su cama y
vuelve a sus ideas. En este ínterin piensa en su amigo del colegio. Aquel de
apariencia reservada, casi enano y mal vestido. Al instante concluye que no es
de su variedad y menos el príncipe que ella busca, aunque lo recuerda
gloriosamente, pero no se atreve a entender lo que siente por él. Mientras duda,
se le aparece La Angustia en forma de un cuervo.
—Dime
niña, ¿para qué me has llamado?
Ella,
con tristeza, le responde:
—¡No!
Yo no lo he llamado…
El
cuervo, contando hasta tres, echó a volar y salió por la ventana.
La
muchacha, angustiada, se acerca al espejo y se vuelve a mirar. Tiene el rostro
de una mujer de dieciocho años. No lo puede creer. El Tiempo volvió a
jugarle otra mala pasada. Ahora recuerda que tiene una cita con un amigo. Es
aquel amigo del colegio. Ella supone que su amor es reciproco y que está segura
de lo que siente por él. Suspira y bebe un trago de agua. Se arregla y se
arropa con el mejor vestido que tiene. Pero él no llega. Azorada, se sienta en
una silla, se acoda en su escritorio y vuelve a sus ideas. De la nada, aparece La
Sabiduría en forma de una paloma.
—Dime
mujer, ¿para qué me has llamado?
Ella,
masticando una rabia, le responde:
—¡No!
Yo no la he llamado…
La
paloma se puso triste y empezó a volar; dio varias vueltas alrededor de la
habitación en espera de que la mujer reaccionara. Al ver que no la había, se
paró en el umbral de la ventana, se volvió a ella por unos segundos y echó a
volar, desapareció.
La
muchacha, razonando, se acerca al espejo y se vuelve a mirar. Tiene el rostro
de una dama de unos veinticuatro años. Está asombrada. Asombrada de que El
Tiempo transcurriera tan velozmente. Recuerda, entonces, que tiene que
encontrarse con el amigo que no llegó la primera vez y al que ella ahora ha
citado. Sabe y entiende que ahora que él lo ama. Está segura. Por eso, piensa
lo que le va a decir, aunque duda, pero igual, se lo tiene que decir. Antes de
ir a su encuentro, hacen su aparición El Odio y La Venganza.
Llegan en forma de un toro negro con dos cabezas.
—Dime
mujer, ¿para qué nos has llamado?
Ella,
muy suelta, responde:
—Los
he llamado para que me ayuden a matar a El Amor.
El Odio
y La Venganza le responden:
—Nosotros
no te podemos ayudar si tú no bienes acompañada de La Mentira. Porque El
Amor es muy fuerte y nos puede derrotar.
En
ese preciso momento hizo su aparición El Conocimiento. Éste le dijo:
—¡Pero
no puede ser!… ¡Quizás estés equivocada! Mira que yo casi nunca me equivoco. Te
recomiendo que llames a La Reflexión, ella te puede ayudar.
Dicho
esto, la mujer no quiso llamar a La Reflexión. Todo lo contrario, llamó
a La Mentira.
El Odio, La Venganza y La Mentira fueron junto con ella al encuentro de
su amigo y de El Amor. El Conocimiento y La Reflexión no
la acompañan. Mientras se encaminan, ella empieza a llamar a todas sus
emociones contrarias: El Rencor, La Angustia; y a la peor de todas: La
Resignación. Al llegar, tal como lo supuso, El Amor se encuentra solo
en compañía de su amigo. Empieza la pelea, El Amor se refugia en los
agujeros de El Recuerdo y La Tristeza; pide a gritos que lo
acompañe El Tiempo. No hubo respuesta. Sólo aparecen los primos de El
Tiempo: El Espacio y Los Momentos, quienes lo acompañan en su
lucha, incansablemente. Pero El Amor necesita algo más para ganar
la pelea; necesita de dos manos abiertas con las palmas juntas, cada uno con su
propio sueño; y no dos manos sujetadas, queriendo ser uno.
Era
cierto, la mujer y el hombre tenían trenzadas las manos desde aquel día en que
ambos se fijaron; lo que provocó que La Condescendencia apareciera y
caminarán llenando cada uno los agujeros del otro; trenzados, sí, pero tirando
opuestamente al sur y al norte; al este y al oeste. Al final apareció la más
sibilina de todas: La Desconfianza.
El Tiempo,
invocado, llegó y saludó a El Amor. Le dijo:
—Son
tantos, son demasiados, y yo sé que mis primos son muy débiles; no podrás con
todos a la vez. Ven conmigo, yo los castigaré. Es increíble la manera tan
soberbia con la que te han tratado.
El Amor, agónico,
se fue en compañía de El Tiempo, se fue, además, junto con La
Tristeza, El Conocimiento y La Reflexión. Los dejaron ahí, en
compañía de El Odio, La Mentira, La Venganza, La desconfianza y La
Resignación; qué como castigo de El Tiempo, los acompañan hasta el
día de hoy.
Loro
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