Este ilustre señor fue el primer hombre, el primer mendigo y el primer
desnudo en usar topless sobre la tierra. Al comenzar el Génesis, durante la
complicada etapa de creación, papá Jehová comenzó inventando a los animales
fáciles y sencillos, como el gato, el perro, la vaca, el cuy y los pollos,
además, por cierto, al agraviado burro. Luego hizo unos más complicados como el
cocodrilo, el rinoceronte y el hipopótamo. Después se puso a pensar y pensar
hasta que logró inventar al ornitorrinco, al armadillo y al pejesapo. Pero esto
le pareció poca cosa y se puso en plan surrealista abstracto y así fue como
diseñó al pulpo, el canguro, la jirafa, la perseguida cucaracha, el oso
hormiguero, la morsa, el escarabajo pelotero, el erizo y el caballito de siete
colores. Aun así, no estaba satisfecho y decidió hacer al más bestia de todos,
fabricándolo con un poquito de barro y dándole un tremendo soplido para que
cobrara vida. Desafortunadamente, se sobrepasó de temperatura y calcinó al
muñeco, convirtiéndolo en un Bongo de ladrillo. "¡Dios mío, qué
barbaridad!", exclamó, pero no se desanimó y sobre el pucho hizo otro,
insuflándolo con movimientos estéticos y armoniosos. De esta forma, el hombre
hizo su debut en la tierra, pero Dios no sabía qué nombre ponerle. Agapito le
parecía poco serio, Ceferino muy chusco, Joe nombre de astronauta, Eliborio
poco majestuoso y Lolo muy deportivo. Finalmente, decidió llamarlo Adán, porque
estaba tal como vino al mundo: calatito y con el cañón al aire señalando algún
punto.
Los primeros días, el jumento se portó de maravilla. Todo parecía
natural. Salían de sus labios palabras sencillas y corrientes, aunque se había
vuelto pesado y silencioso, a veces irreconocible. Por eso, para matar el
tiempo y no aburrirse, regaba las plantas, cortaba el pasto y podaba los
árboles, además de jugar a la solitaria y rascarse los huevos.
Pero en la semana siguiente, sintiéndose ajeno al espectáculo de la
vida, comenzó con las quejas y los reclamos, alegando mil tonterías: que le
faltaba el ombligo, que el de abajo le parecía muy corto y que estaba por las
huevas; que tenía las piernas muy flacas, que necesitaba anteojos y que se
moría de frío. Por eso, sugirió que le instalaran una estufa y una cafetería en
el Edén. Además, se declaró en huelga de hambre, como Gandhi, porque todos los
animales tenían pareja y a él lo habían dejado solo, cosa que le pareció
altamente antinatural y angustiante.
Como Dios es demócrata y está en todas partes, escuchó que Adán relinchaba
arrugando el pecho y temblando impotente, moviendo las manos como si se
apuñalara a sí mismo. Observando a sus otros animales y haciendo cálculos, esa
noche decidió, mientras Adán agotado se quedaba dormido y contaba ovejas,
sacarle una costilla falsa, a la que luego le insufló el correspondiente
soplido y fabricó una despampanante morena que no era precisamente Miss
Universo, o mejor dicho, ¡qué bruto, qué superhembra!... Pero era perfectamente
diferente, misteriosa y curiosa. Por eso, cuando Adán despertó, se volvió
estúpido al contemplar a la pegajosa y nebulosa bailarina de striptease, tanto
que se le erizaron los cabellos, su presión se paralizó y otras cosas más.
Entonces, reunió a todos los músicos de la Fania All Stars y, junto con los
animalitos, celebraron el acontecimiento. "¡Qué bien tocan!", dijo la
morena, moviendo el esqueleto montada en el burro excitado y tembloroso;
mientras todos brindaban por los cuatro costados con muchas cajas de cerveza
helada y espumosa. Ya al amanecer, con los músculos faciales paralizados, la
boca torcida y sin comprender por qué, se hizo compadre del burro, del tigre y
del león. Al anochecer, después de ir a "bajar de peso" detrás de
unos matorrales, y no se sabe cómo, quedó tirado, supinamente, al pie de un
árbol, quedando muerto tres días como Lázaro. Nadie se preocupaba por él. En la
mañana del tercer día, solo el sol y la gran jungla lo rodeaban, aunque
zumbando sobre su cabeza y sobre el montón de desperdicios sólidos, moscas de
todos los colores ingresaban y salían de su boca abierta, acompañándolo.
Amigos, compadres y familiares, todos sin excepción, lo habían abandonado,
porque el rumor seguía alrededor de la cueva, como nunca antes visto. Se veía
al burro bailando con la desnuda morena, muy juntos, bajo unos salientes que
les daban sombra y los ocultaban de los demás animales. Más al fondo y al otro
lado de la cueva, sentados sobre un tronco seco, riendo a carcajadas y
frunciendo el ceño, la burra filosofaba con el caballo, como alegres borrachos
esclavos del placer. "¿Con qué podrías asustarme ahora?", le decía la
burra. Esa pregunta lo hizo pensar. "Solo que la tengo un poquito más
gruesa", respondió con cierto esfuerzo, interrogándola con la mirada.
"Me parece que tu verdad es una mentira", dijo la burra con pena.
Y así pasaron las horas aquella noche y los dos días siguientes. A
varios metros de la cueva, solo zumbaban las moscas como en emboscada.
Pero al atardecer, llegó, tropezándose con las ramas y espantando a las
moscas que rodeaban su boca pestilente. Pero hubo uno que se compadeció. Sí, él
mismo, papá Jehová. Chasqueando los dedos y resucitando al primer jumento,
logró quitarle la tremenda resaca de lo vivido. "Valiente imbécil, te dejo
solo con tu mujer por un día y haces tal tontería", le dijo. Adán,
consciente de ello, se sentó dócilmente y bajó la cabeza. "No volverá a
suceder", contestó. "¿Me permitirá pasar esta noche en su
casa?", agregó. "Hasta te han echado de tu cueva... ¡Ay, demonios, es
difícil saber qué te espera!... Me gustaría, pero no tengo posada, estoy aquí y
allá, y por donde lo mires... Y es mejor que te vayas y pidas perdón, porque el
burro me ha confesado que casi te metes con su burra y que tu mujer se dio
cuenta". Y Jehová se echó a reír.
Cuando el sol se puso, absorto y en silencio, fue de regreso a su cueva.
Al llegar, se presentó diciendo palabras ambiguas y fumándose un troncho. Ella,
sin saber por qué, lo perdonó, pero primero le pidió una piteadita y luego despidió
al burro que sonreía sicalípticamente. Desde entonces, respirando aliviado,
Adán caminaba con su "cuero" por los jardines del paraíso, tan
orgulloso como el pavo real, haciendo alarde de su experiencia como el
pistolero John Wayne. La fiesta no duró mucho y cuando estaban muy bien, la
serpiente rockanrolera intervino y los engañó con el cuento de la manzana o la
higuera, un asunto que nos tiene hinchados hasta los cachetes, por no decir
otra cosa... Entonces Dios los sacó de “taquito” del paraíso sin miramientos,
con un procedimiento analítico y sistemático, y como comenzaron a sentir
vergüenza, desde ese día se vistieron con hojas de parra, que lógicamente solo
se quitaban para dormir.
Marcolino.
Sos grande Marcolino, harta chispa
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