jueves, 19 de marzo de 2015

Adán en el paraiso infernal

Este ilustre señor fue el primer hombre, el primer mendigo y el primer desnudo en usar topless sobre la tierra. Al comenzar el Génesis, durante la complicada etapa de creación, papá Jehová comenzó inventando a los animales fáciles y sencillos, como el gato, el perro, la vaca, el cuy y los pollos, además, por cierto, al agraviado burro. Luego hizo unos más complicados como el cocodrilo, el rinoceronte y el hipopótamo. Después se puso a pensar y pensar hasta que logró inventar al ornitorrinco, al armadillo y al pejesapo. Pero esto le pareció poca cosa y se puso en plan surrealista abstracto y así fue como diseñó al pulpo, el canguro, la jirafa, la perseguida cucaracha, el oso hormiguero, la morsa, el escarabajo pelotero, el erizo y el caballito de siete colores. Aun así, no estaba satisfecho y decidió hacer al más bestia de todos, fabricándolo con un poquito de barro y dándole un tremendo soplido para que cobrara vida. Desafortunadamente, se sobrepasó de temperatura y calcinó al muñeco, convirtiéndolo en un Bongo de ladrillo. "¡Dios mío, qué barbaridad!", exclamó, pero no se desanimó y sobre el pucho hizo otro, insuflándolo con movimientos estéticos y armoniosos. De esta forma, el hombre hizo su debut en la tierra, pero Dios no sabía qué nombre ponerle. Agapito le parecía poco serio, Ceferino muy chusco, Joe nombre de astronauta, Eliborio poco majestuoso y Lolo muy deportivo. Finalmente, decidió llamarlo Adán, porque estaba tal como vino al mundo: calatito y con el cañón al aire señalando algún punto.

Los primeros días, el jumento se portó de maravilla. Todo parecía natural. Salían de sus labios palabras sencillas y corrientes, aunque se había vuelto pesado y silencioso, a veces irreconocible. Por eso, para matar el tiempo y no aburrirse, regaba las plantas, cortaba el pasto y podaba los árboles, además de jugar a la solitaria y rascarse los huevos.

Pero en la semana siguiente, sintiéndose ajeno al espectáculo de la vida, comenzó con las quejas y los reclamos, alegando mil tonterías: que le faltaba el ombligo, que el de abajo le parecía muy corto y que estaba por las huevas; que tenía las piernas muy flacas, que necesitaba anteojos y que se moría de frío. Por eso, sugirió que le instalaran una estufa y una cafetería en el Edén. Además, se declaró en huelga de hambre, como Gandhi, porque todos los animales tenían pareja y a él lo habían dejado solo, cosa que le pareció altamente antinatural y angustiante.

Como Dios es demócrata y está en todas partes, escuchó que Adán relinchaba arrugando el pecho y temblando impotente, moviendo las manos como si se apuñalara a sí mismo. Observando a sus otros animales y haciendo cálculos, esa noche decidió, mientras Adán agotado se quedaba dormido y contaba ovejas, sacarle una costilla falsa, a la que luego le insufló el correspondiente soplido y fabricó una despampanante morena que no era precisamente Miss Universo, o mejor dicho, ¡qué bruto, qué superhembra!... Pero era perfectamente diferente, misteriosa y curiosa. Por eso, cuando Adán despertó, se volvió estúpido al contemplar a la pegajosa y nebulosa bailarina de striptease, tanto que se le erizaron los cabellos, su presión se paralizó y otras cosas más. Entonces, reunió a todos los músicos de la Fania All Stars y, junto con los animalitos, celebraron el acontecimiento. "¡Qué bien tocan!", dijo la morena, moviendo el esqueleto montada en el burro excitado y tembloroso; mientras todos brindaban por los cuatro costados con muchas cajas de cerveza helada y espumosa. Ya al amanecer, con los músculos faciales paralizados, la boca torcida y sin comprender por qué, se hizo compadre del burro, del tigre y del león. Al anochecer, después de ir a "bajar de peso" detrás de unos matorrales, y no se sabe cómo, quedó tirado, supinamente, al pie de un árbol, quedando muerto tres días como Lázaro. Nadie se preocupaba por él. En la mañana del tercer día, solo el sol y la gran jungla lo rodeaban, aunque zumbando sobre su cabeza y sobre el montón de desperdicios sólidos, moscas de todos los colores ingresaban y salían de su boca abierta, acompañándolo. Amigos, compadres y familiares, todos sin excepción, lo habían abandonado, porque el rumor seguía alrededor de la cueva, como nunca antes visto. Se veía al burro bailando con la desnuda morena, muy juntos, bajo unos salientes que les daban sombra y los ocultaban de los demás animales. Más al fondo y al otro lado de la cueva, sentados sobre un tronco seco, riendo a carcajadas y frunciendo el ceño, la burra filosofaba con el caballo, como alegres borrachos esclavos del placer. "¿Con qué podrías asustarme ahora?", le decía la burra. Esa pregunta lo hizo pensar. "Solo que la tengo un poquito más gruesa", respondió con cierto esfuerzo, interrogándola con la mirada. "Me parece que tu verdad es una mentira", dijo la burra con pena.

Y así pasaron las horas aquella noche y los dos días siguientes. A varios metros de la cueva, solo zumbaban las moscas como en emboscada.

Pero al atardecer, llegó, tropezándose con las ramas y espantando a las moscas que rodeaban su boca pestilente. Pero hubo uno que se compadeció. Sí, él mismo, papá Jehová. Chasqueando los dedos y resucitando al primer jumento, logró quitarle la tremenda resaca de lo vivido. "Valiente imbécil, te dejo solo con tu mujer por un día y haces tal tontería", le dijo. Adán, consciente de ello, se sentó dócilmente y bajó la cabeza. "No volverá a suceder", contestó. "¿Me permitirá pasar esta noche en su casa?", agregó. "Hasta te han echado de tu cueva... ¡Ay, demonios, es difícil saber qué te espera!... Me gustaría, pero no tengo posada, estoy aquí y allá, y por donde lo mires... Y es mejor que te vayas y pidas perdón, porque el burro me ha confesado que casi te metes con su burra y que tu mujer se dio cuenta". Y Jehová se echó a reír.

Cuando el sol se puso, absorto y en silencio, fue de regreso a su cueva. Al llegar, se presentó diciendo palabras ambiguas y fumándose un troncho. Ella, sin saber por qué, lo perdonó, pero primero le pidió una piteadita y luego despidió al burro que sonreía sicalípticamente. Desde entonces, respirando aliviado, Adán caminaba con su "cuero" por los jardines del paraíso, tan orgulloso como el pavo real, haciendo alarde de su experiencia como el pistolero John Wayne. La fiesta no duró mucho y cuando estaban muy bien, la serpiente rockanrolera intervino y los engañó con el cuento de la manzana o la higuera, un asunto que nos tiene hinchados hasta los cachetes, por no decir otra cosa... Entonces Dios los sacó de “taquito” del paraíso sin miramientos, con un procedimiento analítico y sistemático, y como comenzaron a sentir vergüenza, desde ese día se vistieron con hojas de parra, que lógicamente solo se quitaban para dormir.

Marcolino.


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