miércoles, 28 de septiembre de 2011

El primer beso de Charly con la flaca

Esta historia sería particularmente difícil de narrar si no existiese Charly. Y es que, llegando al medio siglo de edad, recordar tu primer beso no es fácil, pues sus pequeños detalles se van diluyendo con el tiempo y su importancia va decayendo paulatinamente. Quizá hasta los 15 o 20 añitos el primer beso haya tenido algún significado especial; pero, pasados tantos años, aquel recuerdo se torna algo borroso.
¿Espontáneo? ¿Bonito? ¿Con tu “primer amor”? ¿En un sitio particular? ¿Nervioso? ... Podríamos enumerar muchos detalles pero, al final, si los comparamos con lo que otros refieren, veríamos que luego de tantos años los recuerdos de casi todos los primeros besos son muy similares, pues no existió nada particular o memorable que los diferencie de los demás.
Felizmente existe nuestro amigo Charly. Con él tenemos asegurada una historia singular, única, pintoresca, extraordinaria; muy distinta a la que de seguro habríamos contado cualquiera de nosotros. Intentaré contarla a mi manera, ajustándome lo más posible a lo oído de boca de Charly.
Sería la primavera del año ochenta y tantos. Ese día, a las seis de la tarde Charly tenía programado un examen de Matemática IV en la UNI. Coincidentemente, esa misma tarde, Estrella lo había invitado a una parrillada organizada por su promoción de estudios en la Ciudad Universitaria de la UNMSM. Templadazo como estaba, no pudo negarse.
La parrillada estaba programada para la una de la tarde, en un pequeño bosque ubicado en los aledaños del pabellón de Economía. Charly calculó su tiempo y al vuelo determinó que podría llegar a la parrillada a las dos de la tarde, acompañar a Estrella hasta las cinco y de allí salir disparado hasta la UNI, para llegar puntual a rendir su examen.
Mientras caminaba con dirección a la Universidad de San Marcos, Charly se sonrojó al recordar la última discusión que tuvo con sus amigos, ocurrida unos días antes, en que aprovechando el tiempo libre que nos dejaba la universidad, compartimos unas cervecitas con Joel. En aquellos tiempos Charly toleraba poco el alcohol, por lo que se embriagó con rapidez y no tardó en quedarse dormido. De pronto, sin mediar motivo aparente, Charly levantó la cabeza, miró fijamente a Joel y comenzó a increparle con voz apenas inteligible:
—Oye Joel… ¿tú crees que soy cojudo no?
Joel y yo nos miramos sin comprender qué ocurría. Charly continuó:
—Eres un pendejo Joel… ¿crees que soy cojudo no? … responde ¡pendejo! … ¿crees que soy cojudo no?
—Qué pasa Charly —intenté mediar.
—Mira Poncho, este pendejo de Joel me quiere quitar a la flaca ¿Cree que soy cojudo o qué?... ¡pendejo!
—Creo que has tomado mucho Charly…
—No jodas Poncho. Ya van dos veces que voy al paradero a esperar a la flaca y lo encuentro al pendejo de Joel, que me quiere atrasar con ella ¿Cree que soy cojudo o qué? Seguro que también está templado de Estrella… ¡Pendejo!
Era una faceta de Charly que nunca había conocido hasta ese momento. Charly con expresión de indio raco, celoso, sumamente celoso… y sin razón. En vano Joel intentó explicarle que se trataba de un encuentro casual, que la flaca no le gustaba para nada, que jamás traicionaría a un amigo y etc, etc. Felizmente que la discusión terminó allí nomás, pero la anécdota quedó y persiste. Después, y aún ahora, solemos joderlo por su súbito arranque de celos y nos desternillamos de risa todos, especialmente Charly, quien astutamente insiste en no recordar el episodio.
Ya me desvié del tema. Prosigamos.
Mientras se acercaba a su cita, Charly pensaba y repensaba en Estrella, el único y gran amor de toda su corta vida. Ya hacía varios años, desde el cuarto de secundaria, que nuestro buen Charly quedó prendado de la flaca.
—¡Cuantos años templado! —comenzó a rememorar Charly.
—¿Cuántos años? —se preguntó en voz alta —A ver, de 1976 a 1982 son siete años. Pero hay que descontar el año 1978, que lo dedicamos por completo a prepararnos para postular a la universidad. No hubo tiempo para el amor, pues durante ese añito en la Academia tuvimos que aprender más de lo que habían intentado enseñarnos en cinco añotes de secundaria. Entonces…
—¡Seis años enamorado! … ¡casi el 25% de toda su vida!
Miró su reloj. Faltaban diez minutos para las dos de la tarde. Apuró el paso. Volvió a recordar un día de abril del año 79 en que, recién cachimbo, se encontró “casualmente” con Estrella después de mucho tiempo. Claro, “casualmente” —pensó, mientras que en el rostro se le dibujaba una gran sonrisa. Y nuevamente pensó en todas las ocasiones en que “casualmente” se reencontró con ella. Al fin y al cabo era el destino… ¡Cómo actúa el destino cuando le das una “ayudita”!
Ya habían salido juntos en varias ocasiones y parecía que Estrella le correspondía. Era tiempo de declararle su amor. Lo intentó en varias oportunidades, pero en todas ellas se le encogieron las boloñas y prefirió dejarlo para “la próxima cita” y así no arriesgarse a escuchar un no por respuesta. Tal vez ahora se decidiría a declararle su amor… tal vez si las condiciones eran propicias… tal vez.
Por fin llegó al lugar del encuentro. La parrillada ya había comenzado pero aún eran pocos los asistentes. Estrella se encontraba de pie, colaborando con los quehaceres de la parrilla.
Se acercó, la saludó e intercambiaron un par de frases. Como Estrella permanecía en su sitio ayudando junto a la brasa, Charly pidió que le sirvieran su parrilla y compró un par de cervecitas para animar el ambiente.
Caballerosamente, destapó su chela y, llenando el vaso hasta la mitad, se lo ofreció:
—¡Salud Estrella!
—Lo siento Charly, pero no acostumbro tomar.
—No hay problema —contestó Charly, mientras intentaba sonreír.
Trágame tierra —pensó Charly—. Cogió su vaso y sus botellas, y se fue acongojado, triste, melancólico, meditabundo, taciturno y cabizbajo hacia un costado del bosque, en donde comenzó a devorar su parrillada y a brindar consigo mismo.
Mientras lo hacía, observó que llegaba un numeroso grupo de alumnos. Todos pertenecían a la promoción de Estrella. De pronto, notó que alguno de ellos le ofrecía un vasito de cerveza a Estrella. ¡Pobre cojudo! … ¡la flaca lo va a arrochar! —pensó Charly, pero, para su sorpresa, Estrella recibió el vaso muy animada y comenzó a apurar su contenido
Puta madre, ahora sí trágame tierra —Pensó Charly, mientras mordía rabiosamente su porción de parrillada, pensando en acabarla de inmediato para largarse de allí lo antes posible.
No pudo evitar seguir mirando a Estrella, que continuaba brindando con sus demás amigos ¿Por qué actuaba así? —se preguntó Charly —¿Por qué a veces la sentía tan próxima y otras tan distante? ¿Es que acaso no se daba cuenta de su amor?
Y nuevamente mil recuerdos pasaron por su mente. Recordó su primera cita fallida, en que él la dejo plantada por acudir a una boda y sobrepasarse con los tragos. Luego sus negativas a salir y él insistiendo tercamente, gastando sus pocos fondos en comprar fichas “rin” para llamarla por teléfono. Hasta llegó al extremo de recurrir a Chicho, un amigo mutuo, a quien se vio obligado a utilizar como Celestina, para conseguir hablar personalmente con Estrella ¿Es que después de tanta insistencia ella no se daba cuenta de lo mucho que le interesaba?
Estaba por terminar su parrillada cuando la vio venir. Estrella se aproximaba a él, al mismo tiempo que le hacía una seña pidiéndole que se acercara.
Charly abandonó de inmediato lo que quedaba de sus cervezas y partió presto a su encuentro. Mientras se le acercaba, advirtió que Estrella venía con paso tambaleante y pudo observar su expresión que lucía algo desencajada.
—Charly me siento mal, creo que las cervezas me han caído mal ¿Puedes acompañarme un rato por favor? —la escucho hablar, con voz farfullante.
Charly la observó con detenimiento: estaba sonrojada, con la mirada algo extraviada y una mueca que parecía ser una sonrisa —¡Estrella se había emborrachado con sus amigos!… ¡pero a él no le había recibido ni un puto vaso de cerveza!
—Charly, tengo náuseas… creo que voy a vomitar
Charly, conspicuo sobreviviente de mil borracheras, ya conocía toda esa jarana, así que le sugirió irse a algún baño para que desalojara el estómago.
—No hay tiempo Charly… creo que no llegaré.
Charly calculó a qué distancia se encontraba el baño más próximo y se dio cuenta de que, efectivamente, no podrían llegar a tiempo.
—Vamos por aquí —le sugirió, tomándola suavemente de una mano, mientras la guiaba hacia unos árboles apartados.
Tras superar varios tropezones llegaron a un árbol muy alto, ubicado lejos de las miradas extrañas ¡Justo a tiempo! Estrella ya comenzaba a presentar las arcadas que preceden al vómito.
—Charly… detenme esto —pidió Estrella, al mismo tiempo que se sacaba los anteojos y se los entregaba.
Charly los guardó en uno de sus bolsillos, sin saber qué más hacer. Carajo —pensó —, que situación para embarazosa. Levantó la vista y la ayudó a apoyarse en el árbol, mientras que se inclinaba para expulsar el vómito.
Estrella permaneció en aquella posición durante varios minutos, hasta que terminó de vomitar. Entonces, dejó de apoyarse en el árbol y extrajo un pañuelo de uno de sus bolsillos, con el que se limpió el rostro. Tras unos instantes, se irguió, volteando en dirección adonde Charly permanecía inmóvil, con el pantalón salpicado por el vómito, intentando vencer la natural repugnancia que lo invadía.
La vio acercarse. Ella ahora lucía pálida, sudorosa y despeinada, y emitía un aliento con olor a mezcla de cerveza con parrillada. No supo qué hacer ni qué decir. Tan solo se limitó a entregarle sus anteojos, mientras la miraba indeciso.
Estrella recibió su gafas, se las acomodó lo mejor que pudo, y antes de que Charly pudiera reaccionar, se acercó a él sin decir una palabra, y lo beso en los labios.
Fue un pequeño piquito, sólo un rozón, una caricia fugaz que difícilmente podría se catalogada como beso, pero beso al fin y al cabo.
Y cogió a Charly completamente por sorpresa. Además del sabor y del olor parrillada, a bilis, a ácido y alcohol, otras mil sensaciones lo invadieron. Pensó que por fin había llegado el momento propicio para expresarle su amor, para decirle cuanto la quería, cuánto anhelaba que este instante se repitiera infinitas veces, de declamarle su amor tal y como lo había ensayado tantas veces. Pensó en abrazarla y que los besos continuaran. Pero no… otra vez se le encogieron las boloñas y no supo qué hacer ni qué decir.
—¿Ya te sientes mejor? —se escuchó a sí mismo.
Ella asintió, sin decir nada.
—Será mejor que te acompañe a tu casa.
Se dirigieron hacia la casa de Estrella en silencio. Recién anochecía, pero ya era muy tarde para acudir a su examen en la UNI. Prefirió no mencionarlo… total, siempre podría recurrir al examen sustitutorio.



Anonimus.

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