Hace algunas noches estuvimos compartiendo
unas cervecitas con Charly y Marcolino, mientras tratábamos de evocar algunas
de las muchas anécdotas de que habíamos sido partícipes. Y otra vez pude
comprobar la prodigiosa memoria eidética de Marcolino, quien me hizo recordar
esta anécdota, que ya había olvidado casi por completo. Aquella noche,
sumamente borracho, fungí de cura y procedí a “casar” a Charly con Naty, tal
como relataré a continuación.
Todo ocurrió la noche del 20 de agosto de mil
novecientos ochenta y tantos, en que celebrábamos el onomástico de nuestro buen
amigo Marcolino. En aquellos tiempos él se había mudado al Fundo Márquez, y
vivía solo, por lo que su casa se convirtió en uno de nuestros inocentes
centros de operaciones.
La mayoría de nosotros vivíamos en Reynoso,
por lo que acordamos reunimos en casa de Joel para de allí embarcarnos con
rumbo a la casa de Marcolino.
Luego de viajar más de 30 minutos a bordo de
un ómnibus, por fin llegamos a Márquez. Eran alrededor de las diez de la noche.
Estábamos con Joel, el “chato” César, el “zorrito” Adolfo y el “oso” Raúl,
quien por aquellos tiempos todavía nos acompañaba en algunas de nuestras escapadas.
Los más gileros de la mancha eran,
sin duda, el “chato” César y el “zorrito” Adolfo. Siempre asediando a cuanta
fémina pasaba a su lado, cada uno con su estilacho.
Estos dos compadres disfrutaban haciendo malabares para comprobar con cuántas
hembritas podían estar al mismo tiempo. Joel andaba con una germa bien rellenita. Raúl, más
reservado, gileaba con una costilla que nunca nos presentó; en
cuanto a mí, estaba con una flaquita compañera de estudios, cuya historia quizá
me anime a compartir. Por supuesto que en esta ocasión todos íbamos solos…
Desde lejos escuchamos los acordes de una
buena salsa y pudimos divisar que la puerta de la casa de Marcolino estaba
abierta de par en par, así que entramos en tropel.
—Hola Marcolino… ¡feliz cumpleaños! —exclamamos
en coro—, mientras lo abrazábamos, felicitándolo por su día.
—Hola muchachos, gracias por venir.
Luego de los abrazos y bromas de reglamento, Marcolino
se percató de la ausencia de uno de nosotros.
—¿Qué pasó con Charly? ¿Por qué no ha venido
con ustedes? —preguntó.
—Parece que va a llegar algo tarde —intenté
excusarlo.
—Seguro que a estas horas todavía está con la flaca, ya tiene años afanándola, el
muy perro —acotó Joel.
—¿Qué, todavía sigue detrás de la flaca? —preguntó César, poniendo
expresión de total desconcierto.
—Ese huevón, todavía no aprende —exclamó
Adolfo, mientras se rascaba la cabeza.
—Si, ese es un quiltro —sentenció Marcolino,
sacando a relucir su ingenio para poner apodos rebuscados. Todavía ahora, cada
vez que discuten, una de las formas favoritas que utiliza Marcolino para
exasperar a Charly es diciéndole: ¡Calla quiltro! … lo que despierta nuestras
carcajadas y enfurece a Charly, dando inicio a una de sus casi interminables
discusiones, en donde, aunque se dicen “zamba canuta”, siempre terminan
riéndose.
Nos recibió también la Sra. Hilda, madre de Marcolino.
La saludamos con mucho afecto. De ella sólo tenemos excelentes recuerdos, pues
siempre nos recibió con gran cariño y se esmeraba en atendernos y engreírnos.
Solía permanecer en la fiesta durante unas horas, luego de lo cual desparecía
discretamente.
Con un rápido vistazo hice un reconocimiento
del terreno: la sala y el comedor habían sido acondicionados para dejar espacio
para el baile. Sentadas en varios sillones había varias hembritas, cada una más
guapa que la otra, que conversaban distraídamente entre ellas, mirándonos con
disimulo. En uno de los costados del comedor se encontraba una mesa, sobre la
cual divisé por lo menos tres damajuanas
de vino. Junto al refrigerador, apiladas, había varias cajas de cerveza,
esperando su turno para enfriarse.
Vengan muchachos, les presento a unas amigas —nos
apuró Marcolino. Él siempre tuvo la costumbre de celebrar sus cumpleaños con
una jarana de rompe y raja, que prolongábamos hasta el lindo amanecer. Durante
aquel tiempo no sabíamos cómo, pero se las ingeniaba para invitar a buenas
hembritas. Como decía el “chato” César, había para todos los gustos, delgadas
como nos gustaba a la mayoría, y “bien
despachaditas, con mucha pasa y mucha fruta” como las prefería Joel.
Nos presentó a sus amigas una a una. Estaban
Gisella, Miriam, Naty, Mercedes y otras tres o cuatro cuyos nombres no
recuerdo. Debían tener nuestras edades, o algo mayores, y lucían vestimentas
sumamente apretadas, que resaltaban sus curvilíneos cuerpos.
No podíamos quejarnos. Teníamos la
combinación perfecta: un ambiente cómodo, chicas bien bien buenas, música
salsa, cervezas y tabaco. La noche prometía.
Por aquellos tiempos éramos muy aficionados a
bailar y no nos perdíamos una sola melodía, por lo que siempre nos
encontrábamos entre brindis y bailes.
Entre las chicas destacaba una: Naty, una
chatita muy agraciada con quien congeniamos desde un principio. Baile va y
brindis viene, rápidamente entramos en confianza, y después de compartir algunos
vasos de vino me confesó que venía de una ruptura amorosa.
—¿Con que buscando nuevo novio? —me atreví a preguntarle.
Ella no respondió. Sólo se limitó a sonreír,
mientras levantaba los hombros y en su rostro se dibujaba un mohín de
coquetería.
Ya era casi medianoche. La fiesta estaba en
su apogeo y el vino se había agotado, por lo que continuamos la juerga con las respectivas
cervecitas. Para esa hora yo estaba casi completamente borracho. Todos bailábamos
y brindábamos con desenfreno, disfrutando de la música y de nuestras
acompañantes al máximo. Hasta me pareció ver que César tomaba nota de la
dirección de una de las chicas, en tanto que Adolfo gesticulaba intentando
convencer a otra de quién sabe qué.
Justo en ese momento llegó Charly, y al
instante se convirtió en víctima de nuestras bromas. Todos comenzamos a
fastidiarlo.
—Hola muchachos —nos saludó, mientras se
acercaba a abrazar y felicitar a Marcolino.
—¿Y por qué la demora, pendejo? —le inquirió Marcolino
—Tuve que ayudar a mi cuñado en unas vainas —intentó mentirnos Charly.
—Calla, cojudo, seguro que estabas afanando a
la flaca —le increpé.
—¿Ya te dijo que sí? ¿O sigues esperando que la flaca se te declare? —se burló Joel.
—Este huevón la sigue calentando… ¡Este es un
termo!…¡Quiltro! —sentenció Marcolino.
—Ya dejen de joder, pendejos, y pasen la
botella, que tengo que nivelarme —Charly trató de cambiar el hilo de la
conversación, mientras encendía un cigarrillo.
Felizmente para Charly que en ese momento
comenzó a sonar una baladita, así que todos nos apuramos en buscar pareja.
Saqué a bailar a Naty. Mientras bailábamos bien
aparraditos, pude ver que Charly se dirigía a sentarse en una esquina, llenaba
su vaso con cerveza y me levantaba su botella, haciéndome el típico ademán de
¡Salud!
Fue en ese momento que se me ocurrió gastarle
una broma…
No recuerdo bien quién estaba más ebrio, si
Naty o yo. El hecho es que no me costó mucho trabajo convencerla.
—Ven Charly, te presento a Naty —le pedí ni
bien terminó la baladita.
Charly se nos acercó. Se saludaron besándose
en las mejillas.
—Charly, por siaca aquí Naty viene de una decepción amorosa y anda buscando
pareja —le dije, mientras les sonreía.
Naty asintió sonriendo pícaramente,
siguiéndome la corriente.
—¿Así que estás buscando un nuevo novio? Pues
cuenta conmigo preciosa —Apareció el pendejo del “chato” César, que había
estado escuchando todo lo que le decía a Charly.
—Pues a falta de uno tienes dos pretendientes
—bromeé con Naty —Tendrás que escoger entre ambos, le sugerí.
César y Charly intercambiaron una mirada
retadora.
Naty miró fijamente a ambos durante unos
instantes. Entre los cuatro, Charly era el que se encontraba menos mareado.
No pude contener la risa.
—¿Y por qué ríes? —me preguntaron en coro.
—Por nada —les mentí. En realidad no podía
evitarlo, al contemplar la situación en que nos encontrábamos: La más bajita de
la fiesta tendría que elegir entre estos dos chatazos.
Para sorpresa de César, Naty eligió a Charly.
A mí no me sorprendió para nada. Conozco a
Charly de toda la vida y he de reconocer que este hijo de la guayaba y del mandarín siempre tuvo un cierto “ángel”
con las hembritas y se manejaba con soltura entre ellas. Claro que la excepción
era la flaca. Estrella era la
kriptonita de Charly. Ante ella el muy cojudo lucía como un adolescente tierno,
como un mocoso, como un “chiquillo de
mamita”. Será como dicen por ahí, que en algunos casos “el amor te ciega, te enmudece, te embrutece”.
En ese momento todos los muchachos estaban
congregados en torno a nosotros. Durante un instante nos abstraímos de la
celebración. Nadie prestaba atención a la música, ni a las chicas, que se miraban
entre ellas sin saber qué ocurría. Todos los muchachos trataban de azuzarnos
con sus sugerencias.
Bueno Poncho, ya que tú los uniste, entonces
cásalos —escuché que alguien me sugería.
Charly siempre ha sido uno de mis mejores
amigos, y cada vez que podemos disfrutamos gastándonos alguna broma. Así que no
podía desaprovechar la oportunidad. Tan borracho como me encontraba, no se me
ocurrió una idea mejor para fastidiarlo que haciendo lo que la mancha sugería.
Atención manganzones —levanté la voz, tratando
de hablar con solemnidad y de no perder el equilibrio—. Voy a casar a este par
de tortolitos.
Se hizo un silencio, sólo interrumpido por el
tocadiscos, que en esos momentos reproducía la salsa “Quítate tú”. Las demás
chicas se acercaron a ver qué ocurría. Tuve que levantar más la voz para
dejarme escuchar:
—A ver Naty, ¿aceptas a Charly como tramposo? —pregunté.
Ella sonrió.
—A ver Charly, ¿aceptas a Naty como tramposa?
Él se puso serio —No sería difícil adivinar
en quién estaría pensando.
—Bueno, por el poder que estos manganzones me
han conferido, los declaro tramposo y tramposa… ¡hasta que la flaca los separe!
La carcajada fue general.
—¡Que se besen! ¡Que se besen!—comenzaron a
repetir los amigos, en coro.
Todos miraban a Naty y a Charly. El desafío
estaba planteado. ¿Cómo reaccionarían?
Pues como cualquier mortal. Charly no
desperdició la oportunidad; cogió a Naty por la cintura y le estampó un beso de
esos… como se pide chumbeque.
Luego, sin soltarla, nos lanzó una mirada
entre burlona e incómoda. Encendió otro cigarrillo y la llevó a su esquina, en
donde había dejado su chelita.
El resto de nosotros volvimos al jolgorio
¡Nada mejor en salsa que la Fania all
Stars!
Charly y Naty nos acompañaron durante un buen
rato más, y al parecer habían tomado muy en serio eso de “recién casados”,
porque no dejaban de besarse y estar aparrados por aquí y por allá. Nadie se
percató en qué momento se retiraron de la fiesta…
—Lo que me perdí… ¡no hay sin suerte! —se
lamentaba el “chato” César, mientras brindaba conmigo.
—Oye Poncho, parece que Charly ya olvidó a la flaca —me comentó Joel, mientras reía
y apretaba a la germita con quien
bailaba.
—Al menos por esta noche… —contesté—, al
menos por esta noche…
ANONIMUS
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