Una
dama y un caballero se encuentran conversando muy amenamente, sentados,
bordeando una mesita vestida de rojo, frente a frente, en la terraza de un
café. Son las siete y media de la noche. La luna los mira, por la ventana,
lenta e incompleta, inclinada; en la calle la gente camina alegre, triste,
inexorable; se oyen ruidos indefinidos y alguna bocina en la distancia. El
sonido acompasado de una balada directo al corazón se pasea suave por sus
oídos. Ademanes, risas, movimientos, sombras extendidas; la noche parece
detenerse como un sueño, están impacientes, esperan respuestas. Pasan revista a
los presentes, volviéndose, levantando las cejas, sonrientes, mientras el mozo
inclinado, llena los vasos con un vino tinto.
—Los
señores están servidos —dice el mozo, con calma.
—¡Ah,
sí!... Gracias. Luego lo llamamos, a ver qué le pedimos de cenar…, aún no hay
hambre… ¡Muchas gracias! —agrega Charly acentuando la voz.
—¿Al
final, ella te llegó a amar? —pregunta ella, corriendo la silla, pegándolo un
poco más a su cuerpo, a su espalda. Lo sigue con la mirada, se acoda en la
mesa, lo observa, desde muy lejos, desde muy cerca.
—No…
Que yo sepa, no. Me llegó a odiar. Con un odio apasionado y rabioso.
—¿Cómo?
Tanto así… Ella me ha dicho lo contrario.
—¿Qué?
No. Nunca; es mentira… Tal vez me amó, ¡maldita sea!, ¡Ah, qué tiempo más
estupendo, qué te puedo decir!..., pero ahora me odia con indiferencia. Yo sé
lo que eso significa.
—¿Ninguna
cosa buena ha quedado entre ustedes? ¿Qué le has hecho? ¿Qué le decías? Tú
sabes que ella es mi mejor amiga. Pero también sabes que es muy reservada.
Siempre me cambia la conversación. Pero un día me lo dijo…
—¿Qué
te dijo? —continuó Charly, muy serio.
—Que
te hubiera dicho que sí, si te hubieses empeñado. Tenías un gran poder sobre
ella, que todo estaba en tus manos…
—¡Vaaa!
Sabía que yo estaba enamorado de ella. No tengo inconveniente en decirlo. La he
perseguido por muy buenos años. Todo fue inútil al final, y hoy ya no estoy
para eso. En la última reunión no pude pronunciar ni siquiera un discurso
burlón o tonto…, y cuando traté…, ella me dio un tirón, me sacudió, ustedes lo
han visto… No tengo que repetirlo.
A
ambos lados de la mesa, agazapados, se hablan en alto, bajito, refugiados de
miradas indiscretas. Ella lo hostigaba, buscaba provocarle, buscaba sus
secretos. Él cerraba los ojos, los abría, abrazaba sus frases como buscando
hablarse así mismo, la recordaba, así soñaba, andando, andando, insistiendo en
su amor, sumido en la impotencia. No hallaba las palabras precisas, las buscaba
alrededor, en el ambiente, le duele el corazón, esto lo ahoga.
—Tú
querías casarte… Ella me lo dijo; pero que ella tuvo miedo…
—Tonterías…
Nunca se lo propuse, nunca me declaré, ella lo sabe. Estaba seguro de que a
ella nunca le interesó el matrimonio. Se lo escuché en la secundaria, un día
cualquiera, no lo recuerdo; lo que sí recuerdo es que se lo dijo a su amiga de
carpeta, a Reyes, ¿la recuerdas?, no sé si se lo dijo para que yo la escuchara,
creo que sí, o no sé... Sólo que yo estaba presente.
Empezó
a sonar un vals melancólico, “ódiame por piedad, yo te lo pido, ódiame sin
medida ni clemencia…”, volaba hacia ellos, salía por las ventanas, se
acurrucaba en sus oídos, la nostalgia hacía su aparición, sufría por ello.
—Estoy
segura de que ella aún te quiere, y mucho. Me lo ha dicho, justo en este mismo
lugar, sentada donde tú estás; y cuanto más hablaba, su mente más trabajaba,
concentraba toda su atención en lo que decía, giraba, movía las manos, la
cabeza, se enfurecía sin reflexionar, alzaba los hombros, pero luego
acabó con un “ya no se puede hacer nada”.
—Sí.
Eso lo sé…, el que ya no se puede hacer nada. Yo la perseguí, y ella me
despreció. Esa es la verdad… Sabes, mejor ya no hablemos de ese tema, dejémoslo
ahí…
—Entonces,
para qué me has invitado… No te hagas el loco. Si ambos caminan obsesionados...
Parece una historia sin fin.
Charly
hizo una pausa por unos segundos, se contuvo, se percató de un error, estaba
conversando con la mejor amiga de ella, reflexionó. Quiso agregar algo…
En
aquel instante, de modo inesperado, se oyeron unos pasos lentos, agazapados, y
una leve voz femenina.
—¡Por
fin te encuentro! Estuve llamando a tu teléfono celular… y al de tu casa, me
dijeron que te buscara en el lugar de siempre, en este café.
Besos
en las mejillas, brazos que se envolvían en un saludo, un breve grito y un
corazón que martillaba observándolas, quieto, impresionado. Nada escapaba a su
atención; se paró junto a ella, la nueva amiga, tan cerca como pudo, casi
pisándole los talones, esperando un saludo; se separó y la miró fijamente, esto
dura unos pocos segundos —¡Charly! —exclamó a media voz, sintiéndose
enrojecer. Permanecieron estáticos, mirándose a los ojos; por fin, estiran sus
brazos y se envuelven tímidamente, se apartan y esto les produce una sacudida,
un pequeño choque en el alma, se volvieron a mirar, sus rostros cambiaron de
color, se oye una respiración angustiada. Disimulan.
—¡Pero
amiga de mi corazón!... ¿Cuándo llegaste? Me hubieras avisado que venías… —exclamó
Judy, con el cuerpo hacia atrás, junto a él— Charly me invitó a cenar. No creo
qué te importe… Pero siéntate… Por favor Charly, más atento con la dama…, una
silla…
—No,
¿por qué lo dices? ¿Qué insinúas? Somos sólo amigos, eso espero; ¿de qué están
hablando? —dijo la recién llegada, tomando asiento, con cara seria, frunciendo
el seño.
Los
dos se quedaron callados, con las manos quietas, sentados. Charly se incorporó,
hizo un ademan y fue al rincón en busca del baño. Eran las ocho de la noche.
—Estábamos
hablando de ustedes…
—¿Qué?
¿Qué le has dicho? No te habrás atrevido… —dijo, escandalizada.
—Cálmate,
estás muy sensible, muy alegórica…
—¿Alegórica?...
¿Qué quieres decir? Alegórica yo… no te pases, él es el alegórico… Tú crees que
se ha ido al baño porque tenía ganas…
—Entonces
hay que esperar su regreso. Me gustaría que se lo digas en su cara, que es un
alegórico… —dijo Judy, soltando una sonrisa de intrusa, y dándole unos
golpecitos en la mano.
—La
culpa la tengo yo —dijo Estrella, indecisa—. Debí habértelo advertido. Nunca
pensé que llegara a tanto…, el de invitarte a cenar y averiguar las
conversaciones que tuvimos las dos.
—Pero
si hablé contigo y me dijiste que no te importaba. Y la invitación fue de pura
casualidad, nos encontramos en el camino, y yo lo traje a este lugar…, es un
buen lugar para conversar…, un lugar tranquilo… Tú lo sabes… ¿Cuando vuelva se
lo dirás?…
—¿Qué
cosa?... Nada… Escucha: Charly es un sinvergonzón, un pillo muy sagaz… Se lo
apunta todo en su memoria y luego se lo cuenta a sus amigotes… Está jugando
conmigo. Eso me saca de quicio… Es un…
No
terminaba de hablar, cuando Charly hizo su aparición.
—¿Y
tú, cómo estás? ¿Por qué ya no me escribes? Un poco más y pongo aviso en todos
los canales de televisión… ¿Ya no me quieres escribir? —dijo Charly, sentándose
en la silla y volviéndose hacia Estrella.
—¡Ah!
Se escriben… No me habías dicho nada… amiga. Ya veo que tienen secretos —dijo
Judy, riendo y acariciándole el hombro.
Estrella
se estremeció y los miró extrañada. Reaccionó.
—No
te hagas el tonto. Al contrario, te escribí con toda intensión. Siempre me doy
mi tiempo… No sé si coincide con el tuyo… eso me tiene sin cuidado —dijo
Estrella, con una sonrisa agria, inclinada hacia atrás, apoyando uno de sus
codos en la mesa y sosteniendo su mentón con una de sus manos.
—¡Hum!
Bonitas gafas… Te quedan muy bien —la interrumpe Charly, cariñosamente.
—Eres
un hombre muy pero muy divertido: cuentas historias que te convienen y
echas adjetivos sin medir las consecuencias —afirma Estrella, enojada —. ¿Qué
tiene que ver mis gafas en esta conversación? —remató, gruñendo.
—¡Uf!
¡Qué temperamento! ¡Qué cara, eh!... ¡Vaya, parece que no hemos resuelto
nada!...
—Resuelto…
¿Qué?... ¿A qué te refieres? ¿Tengo algo que resolver contigo? —interrogó
Estrella, amenazadora.
Allí
estaban, con las miradas oscurecidas, mirándose con ferocidad. Judy acudió en
su ayuda.
—¿Tanto
se odian?... Creo que mejor me retiro para que limen sus asperezas.
—No.
Tú no te retiras… Contigo no es. Es con este siempre mal pensado y cínico —dijo
Estrella, agitando las manos en dirección de Charly—. ¿Quién te mandó, dime, a
hacer lo qué has hecho? Tú crees que yo no me iba a enterar… Siempre buscas
perfeccionar el horror que cometiste…
—No
es momento para conversar de eso… —respondió Charly, como si le doliera alguna
herida sin cicatrizar.
—¿Por
qué? No estabas averiguando mis sentimientos, engatusando a mi amiga. Luego
¿qué?... ¿Para qué lo quieres saber?... Ah, para vanagloriarte… ¡Claro!... ¡Qué
listo te crees!...
—¡Vamos,
Estrella, siempre tan niña, no maduras, siempre como antes! Siempre resolviendo
a tu manera ¿no?, ¿entonces? —dijo Charly, enérgico, queriendo parase y
levantando la vista, haciendo un gesto de huida.
Judy,
aturdida, no comprendía nada. ¿No era aquello cosa del demonio que quería poner
fin a una relación de amigos? ¡Ni un segundo de paz desde que se encontraron
frente a frente! ¿Qué había sucedido para llegar a esto? Se frotaba las manos,
nerviosa, la dama estaba cada vez más asombrada. No había otra solución que
terminar la velada.
—Sí,
pues, cómo siempre… lanzas una lisura y te vas… Anda, márchate —dijo Estrella,
exasperada, fuera de sí, como desnudando una espada.
Charly
se vuelve a sentar, golpea el suelo con el pie, sus ojos están desmesuradamente
abiertos. Judy lo observa, tratando de sonreír, muy nerviosa. Seguía sin
entender nada.
—No.
Ahora quiero que vengas conmigo. Judy no tiene por qué aguantar tus majaderías
y mi cara de diablo —contesta Charly, con voz áspera, casi perdiendo la
paciencia.
—¡Ah,
sí! ¡Ah, bien! —dijo Estrella, cogiendo el vaso de Judy y dándole un caótico
sorbo.
—¡Bendito
sea Dios!... ¡Tienen unas expresiones!... Por mí, no se preocupen. Yo me puedo
ir sola… Pero no lo olvidaré… ustedes me han sorprendido —dijo Judy, moviendo
la cabeza, enfadada, incrédula.
—Bueno.
Salgamos entonces… —dijo Estrella, mirando enérgicamente a Charly, y dándole un
beso a Judy, cogiéndole cariñosamente la mano, como indicándole a qué atenerse.
—Otro
día conversamos amiga… La cuenta la voy a dejar pagada… —dijo Charly, muy
cortés, despidiéndose de Judy.
Los
dos se encaminan perfectamente pensativos, erguidos, lentamente, hasta la caja
registradora; la dama comprende que era inevitable, los queda mirando,
estupefacta, no salía de su asombro.
—¡Espera
un poco! —Gritó Judy—. Tus gafas, están preciosas. ¡Te quedan muy bien!
—Estrella se vuelve hacia ella y sonríe, hace un gesto con sus manos, reprimiéndola
con suavidad, mirándola vivamente y con el rostro cambiado, activo, caluroso…
Libertad