sábado, 15 de septiembre de 2012

El efecto Farmville

Se dice que si se puede identificar el problema, ya se tiene un noventa por ciento de la solución.
La vieja vendedora de golosinas había dado con el diagnostico exacto, todo indicaba que el fiel camarada Loriborio había sido envenenado con sopa de calzón; ahora no les quedaba otra que buscar la manera de revertir esta penosa situación, antes de que su compañero de mil batallas estuviera totalmente perdido; quedaba absolutamente claro que el pasar horas de horas jugando un juego de solteronas aburridas y maricos empedernidos, no encajaba para nada, con la conducta habitual de su compinche, y que el problema había pasado a mayores.
Todos sabían que nadie cambia de la noche a la mañana, así que debieron advertir que algo no estaba funcionando bien cuando Loriborio mencionó por primera vez el bendito juego; la manera como se expresaba del farmville no era propia de él, se notaba a las claras que era muy nuevo en el tema, pero que aparentemente le apasionaba, Joel internamente pensó que su pata Loriborio había decidido a la vejez salir del closet, no entendía bien la situación porque creía que lo conocía bien, pero los hechos así planteados demostraban claramente que no era así.
La situación se complicó aún más, cuando les mostró su más reciente adquisición, un flamante y reluciente Ipod 5, un fresco aparatejo recién lanzado a la venta en USA; y Loriborio era ya uno de los pocos afortunados en, toda la extensión de la tercera roca, que poseía uno de estos ultra-modernos gadget.
Una leve envidia se apodero de Juan y Joel en ese momento.
—A este Loriborio sí que le va muy bien —. Pensó cada uno de ellos para sí mismo.
—¡A la mela, juguetito nuevo!... ¡y vaya que juguetito! —exclamó Juan.
—Al menos uno de nosotros ha ingresado por la puerta grande al siglo XXI —replicó Joel.
—Es lo mínimo que uno se merece —dijeron al unísono.
Sí, era el juguetito que Loriborio se merecía, trabajaba muy duro, sin exagerar era una de las pocas personas que estaba  contribuyendo tesoneramente a que este Perú, por tanto tiempo postergado, continuara creciendo; su empeño en el trabajo era tal que se diría que Loriborio no trabajaba para vivir sino que vivía para trabajar.
El bicho que tenia era todo un prodigio, Loriborio no había escatimado en gastos con su nueva adquisición, había contratado el plan Internet Satelital con cobertura ilimitada, de tal manera que siempre podía estar enganchado a la nube,  estuviera donde estuviera, y esa era la característica que más estimaba, ya que le permitía monitorear el juego de marras en todo momento; en varias ocasiones se le veía absorto, concentrado en la pantalla, sus compinches pensaban que seguro debería estar contestando algún correo importante, o tal vez, revisando un documento crítico para el negocio, pero que podría ser tan importante que no podía esperar y requería su atención inmediata.
Es así que un día Joel, le dijo seriamente:
—Cumpa deja ya el trabajo, tienes que aprender a delegar responsabilidades, tu solo no puedes echarte a la espalda todo el fardo.
Casi sin salir de su abstracción, Loriborio le respondió:
—Es que si no alimento a mis vaquitas me voy a ver en serios problemas.
El incidente anterior también paso desapercibido, hasta que pocos días después, temprano por la mañana Loriborio llamó por teléfono a Joel; en su voz se podía percibir preocupación e impotencia, en muy contadas ocasiones Loriborio había recurrido a Joel por ayuda (excepto claro por billete), y por lo que Joel sabía nunca se levantaba tan temprano, las 8 de la madrugada eran para Loriborio una hora inapropiada para estar despierto, ya que a esa hora casi siempre se encontraba en brazos de Morfeo.
—Cumpa tú que sabes de computación y tienes harta experiencia… —dijo Loriborio.
Tras un breve silencio, Loriborio continúo:
—Sabes, tengo un gran problema, si podemos resolverlo podremos ganar una fortuna, por favor, podrías venir a mi casa para discutir los detalles.
Así que raudamente Joel partió hacia lo que él creía seria su gran encuentro con la diosa fortuna.
Al llegar a la casa, Joel notó que Loriborio era presa de una especie de ataque de ansiedad. Pasaron a su oficina y le mostró su computadora, lo único que pudo ver fue una interface de juego que no le atrajo mucho la atención, brevemente pero con un febril entusiasmo Loriborio le explicó las reglas del bendito juego a su amigo.
Al finalizar la singular explicación Joel le pregunto:
—… y que chucha quieres hacer con esta huevada.
Loriborio ligeramente contrariado, le confesó que el farmville le estaba quitando mucho de su tiempo y que necesitaba crear una especie de avatar que le permitiera seguir jugando sin estar él realmente presente.
A lo que Joel, tratando de hacerle entrar en razón, le dijo:
—Cumpa tu sí que estas tocado, en primer lugar, por lo que veo, este no es un juego de hombres, en segundo lugar estos juegos tienen algoritmos que le permiten detectar cuando el jugador es real y cuando un programa especial llamado bot ha sido puesto en marcha, y en tercer lugar, el más importante, me expondría a que en el intento de entender cómo funciona este juego, termine convertido en un completo marica, y eso como se dice no es un riesgo que esté dispuesto a correr, por mucho dinero que haya de por medio.
La reacción de Loriborio no se hizo esperar, se le notaba muy molesto y refunfuñaba para sí cosas ininteligibles. Por su lenguaje corporal se podría deducir que de seguro pensaba:
—Este tarugo no da la talla para programar algo tan sencillo, lo he llamado por gusto.
Nadie sabrá jamás que otros pensamientos cruzarían en ese momento por la mente febril de Loriborio, cautamente Joel decidió no entrar en confrontación. Se dijo para sus adentros:
—Esperaré a que a este aspirante a marico se le pase y después le conversare con calma, en este momento este chivo no entiende de razones.
Es así que Juan y Joel entendieron que el problema era muy grave y era necesario tomar al toro por las astas, debían encontrar una solución al problema, nadie les aseguraba que el mal no fuera contagioso y que al final todos los galifardos terminarían sus días alimentando vaquitas, regalando plantas exóticas y quien sabe que otras cojudeces más.
La supervivencia del grupo estaba en juego, debían declarar la emergencia cuanto antes. Conocían a Loriborio de casi toda la vida, nunca había sido un lanza como Percy, ni tampoco un don Juan como el zorrito, pero había tenido en su larga trayectoria varias intervenciones memorables y nunca lo hubieran catalogado como un marico o saco largo, pero quien sabe.
Hariwaki

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