—¡Eh doña!… ¡Tráiganos una cerveza más por favor, para completar la
caja! —, se apresuró en solicitarle Joel a la dueña del bar, levantando la
botella vacía con su mano izquierda y mostrándosela, a la vez que gesticulaba
para que nos atendieran con mayor premura.
Todavía no era muy tarde y ya nos habíamos despachado casi una piscina
de cerveza. Esa tarde, como tantas otras, aprovechamos las bondades que nos
ofrecía el clima cálido para reunirnos a disfrutar de un buen cebiche de
pescado matizado con conchas negras, que naturalmente estábamos acompañando con
las clásicas cervezas bien heladas, en tanto nos deleitábamos conversando y
encendiendo uno que otro cigarrito. Y como es costumbre luego de tantas chelas,
yo ya estaba algo mareado, así que me limitaba a llenar menos mi vaso y a
escuchar más a mis interlocutores. Como de costumbre, a mi cumpa Joel parecía
que la sed recién comenzaba a despertársele, y por su parte Charly ya comenzaba
a poner sus ojitos chinitos y trataba de ingeniárselas para inmiscuir de
cualquier manera a la flaca en nuestra conversación, a la vez que
amenazaba con cruzarse en cualquier momento y sin previa advertencia.
Ya llevábamos casi tres horas conversando y brindando, y brindando y
conversando, así que habíamos agotado los temas serios y estábamos en plena
chacota, bromeando de todo y por todo. Y Charly insistía.
—¿Sabían que la flaca…?
—comenzó a plantearnos.
—Ya vas a comenzar otra vez con la misma cojudez… No jodas Charly —lo
interrumpió Joel, mirándolo con ironía—, sabes muy bien que desde hace varias
semanas hemos proscrito ese tema…
—Así es angelitos —tercié—, y no es que el temita de marras haya dejado
de divertirnos, pues siempre nos entretiene escuchar sus graciosas pipioladas,
pero ya acordamos que lo mejor es no hablar más de ese soso asunto, al menos
hasta que algo interesante suceda… si es que sucede…
Justo en aquel momento nos trajeron la chela solicitada, así que procedí
a servirme una generosa ración, luego de lo cual le pasé la botella a mis
amigos, que llenaron sus vasos con fruición. Y permanecimos así, entre brindis
y bromas durante un buen tiempo hasta que de pronto, y sin mediar algún motivo
aparente, Charly pareció abstraerse de nuestra reunión y se quedó dubitativo durante
un instante, mirando al vacío. En su rostro
se reflejó una súbita preocupación, apagó su cigarrillo y dejó su vaso casi
lleno a un costado de la mesa, mientras extraía cuidadosamente su tablet de uno de los bolsillos de su
casaca, acomodándolo frente a él.
—Discúlpenme un momento. No demoro —se excusó Charly, mientras encendía
su aparatejo y se conectaba a internet.
Inmediatamente cruzamos algunas miradas de confusión con Joel, sin
entender qué ocurría. Tal vez algún negocio urgente—pensé—. No nos quedó más
que brindar entre nosotros en tanto Charly permanecía concentrado en su
portátil, manipulando el teclado en su pantalla.
Luego de unos minutos, al parecer Charly dio por terminada su sesión por
el ciberespacio, pues apagó su dispositivo y nos dijo, a modo de explicación:
—Es que estaba atendiendo a “mi granjita”.
Nuevamente cruzamos otra mirada de desconcierto con Joel. Bueno —pensé—,
Charly se dedica a esa macana, así que es muy probable que se haya animado a
invertir en alguna granja o algo por el estilo.
—¡Puta madre!, Charly. Así que por fin te decidiste a comprarte una
granja… ¡Felicitaciones! —me apuré en congratularlo.
—Ya era hora, cumpa, eso si merece un brindis —propuso Joel—. ¿Y en
dónde está localizada tu granja?
—¿Y cómo la controlas por Internet? —comenzamos a preguntarle acerca de
la novedad.
—No, no, no. Es que no me entienden —contestó Charly, exhibiendo su
típica sonrisa cachacienta—. No se trata de una granja real, sino de una
virtual. Es un juego de internet llamado Farmville.
Y permaneció durante varios minutos intentando explicarnos las
características de su granja virtual, hablándonos maravillas de sus terrenos imaginarios
y de cómo hacer para ampliarlos, de sus siembras y de sus quiméricas cosechas,
de sus ficticios animalitos, de “sus vaquitas” y “caballitos”, y de sus
técnicas para negociar con su “producción” y subir de nivel en este
incomprensible juego. Y Charly gesticulaba con pasión, mientras que nosotros
nos limitábamos a escucharlo sin entender ni un carajo. Y continuaba con su
disertación, narrándonos sus experiencias y proyectando su evolución en el
juego, y bla bla bla y bla bla bla… hasta que llegó un momento en que mis
orejotas se negaron a continuar escuchándolo. Ya no me era posible enfocar mi
atención en lo que decía ni seguirle el hilo de la conversación. Sólo lo veía
mover los labios, mientras mis pensamientos comenzaban a alejarse poco a poco.
Repentinamente, un chispazo de sobriedad me hizo reaccionar y recordé el
nombrecito aquel: Farmville. Por supuesto que me era familiar. Si hacía algunos
días que alguno de mis contactos del Facebook había tenido el desparpajo de
enviarme una invitación para participar en ese juego. Y por su culpa me tomé la
molestia de investigar de qué se trataba. Así me enteré que era un juego
relativamente nuevo, muy popular en las redes sociales, sobre todo en el
segmento de mujeres mayores que disponen de tiempo libre y no saben qué hacer
con él, y también entre algunos varones despistados de dudosa masculinidad.
Inmediatamente exclamé:
—¡Puta madre Charly!… ¡No jodas pendejo! Ya recordé que ese es un puto
juego en el que sólo participan tías solteronas y gays.
—¿Qué cosa? —Se sorprendió Joel, mirándome con desconcierto.
—Lo que dije —remarqué—, hace algunos días estuve buscando información
sobre esa cojudez y eso fue lo que encontré.
—Pues ya estás un poquito cocho
para recién animarte a salir del clóset, Charly —se apresuró en fastidiarlo
Joel, mirándolo con sorna, dándole pequeños sorbos a su cerveza.
Ese comentario desató la discusión de inmediato. Charly tratando de
defender lo indefendible y nosotros retrucándolo y burlándonos de sus
argumentos. Estuvimos así durante varios minutos, entre risas y brindis, hasta
que por fin el buen Charly se dio por
vencido y se animó a confesarnos:
—Está bien, par de pendejos. Les voy a contar porqué estoy participando
en este juego.
—Ya sabía que había gato encerrado… A ver, desembucha con confianza
—contestó Joel, acomodándose en su silla, mientras pedía una nueva cervecita.
—Lo que ocurre es que la flaca también juega Farmville, y con esa
excusa puedo contactarla por el chat casi a diario —reconoció Charly,
mirándonos sin pudor.
—¡Puta madre!... ¡lo único que faltaba!… Si hasta da vergüenza ajena… —no
pude contener mi crítica.
—Se nota que la fulana te tiene agarrado de los huevos —comentó Joel.
—No… qué va a ser —intentó protestar Charly.
—¿Y entonces por qué será que en todo lo que
haces siempre te la ingenias para involucrarla? —pregunté.
—Es que es algo intrínseco… —comenzó a argumentar Charly.
—No jodas Charly. Ya estamos viejos para seguir
pensando en esas cojudeces —. Lo interrumpí.
—Para mí que la flaca le ha dado algo
—intervino Joel.
—Y debe ser recontra efectivo —le seguí la
corriente—. Oye Charly, hay que pedirle la receta a la flaca, porque si
podemos empaquetarlo o embotellarlo nos hacemos más ricos que Bill Gates,
huevón.
—Y si después encontramos el antídoto, el tal
Carlos Slim nos queda chico —remató Joel.
—Ahora me explico el porqué después de tanta
choteada este angelito sigue perro por ella —comentó Joel.
—Sí. Eso explicaría muchas cosas —continué.
—¿Cómo qué por ejemplo, par de pendejos?
—Charly tuvo la insensatez de preguntar. Y no le quedó otra opción que
permanecer callado ante el aluvión de respuestas:
—Ahora ya sabemos por qué la flaca es
tu kriptonita.
—Sí. Y por qué enmudeces en su presencia.
—Ajá… y no sólo te domina con su mirada;
también es capaz de manejarte cual titiritera, desde larga distancia.
—Sí. Obediencia total. Hasta te hace borrar
sus fotos del Facebook.
—Y de tu blog.
—Hasta se da el lujo de censurarte.
—Si… ¿recuerdas?… hace algún tiempo hasta te
prohibió continuar escribiendo tu novela acerca de Katia.
—Te apagó por completo, hasta se dio el lujo
de censurar tu estilo.
—Sí. Te hizo claudicar. Te quitó lo mordaz.
Te cortó las alas y le quitó el filo a tu pluma.
—Da pena decirlo, pero ahora únicamente
escribes para pedir disculpas y para autoflagelarte, huevín.
Y permanecimos así, bromeando durante no se qué tiempo, sin percatarnos
de que cerca a nosotros se había detenido una señora, quien al parecer había
estado escuchándonos con atención. La conocíamos. Era una mujer de edad, que se
gana la vida vendiendo golosinas y que de vez en cuando nos oferta sus
productos. Volteé a mirarla con curiosidad y ella, luego de un instante de
duda, comenzó a aproximarse hacia nuestra mesa.
—Buenas noches señores… ¿alguna golosina?
Le compramos algunas. La buena señora, luego de despacharnos lo
requerido, dejó su canasta con sus productos sobre una silla y comenzó a
mirarnos fijamente, uno por uno, como intentando precaver nuestra reacción ante
lo que nos diría. Luego, apoyando sus manos sobre la mesa, se inclinó para que
la oigamos con claridad y, mirando fijamente a Charly, susurró:
—¡Sopa de calzón!
Ninguno respondió. Tan sólo nos limitamos a mirarla con curiosidad, mientras
le dedicábamos el máximo de nuestra atención.
—Si señores —recalcó la anciana, levantando un poco la voz—. A su amigo
le han dado sopa de calzón. Por eso
es que lo tienen así de dominado —concluyó. Luego, agradeciéndonos por la
compra, se despidió amablemente de nosotros y desapareció con paso cansino en
medio de la noche.
Anonimus
Así fueron ellas, así son ellas y no hay, ni habrá, manera de cambiarlas... Es su orgullo. En cambio, y lo repetiremos hasta el cansancio para que nadie nos acuse de feministas: el "varón" u "hombre" es un animal revuelto, promiscuo y, en materia de amor, no tiene bandera... ni siquiera un banderín. Más aún, ni un miserable gallardete. Nada... ¿Amor perfecto?... ¡pamplinas!... Tristes náufragos, que con las justan llegan a la playa, y eso, sólo cuando nosotras queremos... Sus frenesís sexuales son apesadumbrados casos clínicos que, ni con cirugía craneal se les compondrá... Silban pero no están en el silbido; escriben pero no se encuentran... ¿Dónde están?... Pero eso no es lo importante...
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