domingo, 9 de septiembre de 2012

Una dama y un caballero

Una dama y un caballero se encuentran conversando muy amenamente, sentados, bordeando una mesita vestida de rojo, frente a frente, en la terraza de un café. Son las siete y media de la noche. La luna los mira, por la ventana, lenta e incompleta, inclinada; en la calle la gente camina alegre, triste, inexorable; se oyen ruidos indefinidos y alguna bocina en la distancia. El sonido acompasado de una balada directo al corazón se pasea suave por sus oídos. Ademanes, risas, movimientos, sombras extendidas; la noche parece detenerse como un sueño, están impacientes, esperan respuestas. Pasan revista a los presentes, volviéndose, levantando las cejas, sonrientes, mientras el mozo inclinado, llena los vasos con un vino tinto.
—Los señores están servidos —dice el mozo, con calma.
—¡Ah, sí!... Gracias. Luego lo llamamos, a ver qué le pedimos de cenar…, aún no hay hambre… ¡Muchas gracias! —agrega Charly acentuando la voz.
—¿Al final, ella te llegó a amar? —pregunta ella, corriendo la silla, pegándolo un poco más a su cuerpo, a su espalda. Lo sigue con la mirada, se acoda en la mesa, lo observa, desde muy lejos, desde muy cerca.
—No… Que yo sepa, no. Me llegó a odiar. Con un odio apasionado y rabioso.
—¿Cómo? Tanto así… Ella me ha dicho lo contrario.
—¿Qué? No. Nunca; es mentira… Tal vez me amó, ¡maldita sea!, ¡Ah, qué tiempo más estupendo, qué te puedo decir!..., pero ahora me odia con indiferencia. Yo sé lo que eso significa.
—¿Ninguna cosa buena ha quedado entre ustedes? ¿Qué le has hecho? ¿Qué le decías? Tú sabes que ella es mi mejor amiga. Pero también sabes que es muy reservada. Siempre me cambia la conversación. Pero un día me lo dijo…
—¿Qué te dijo? —continuó Charly, muy serio.
—Que te hubiera dicho que sí, si te hubieses empeñado. Tenías un gran poder sobre ella, que todo estaba en tus manos…
—¡Vaaa! Sabía que yo estaba enamorado de ella. No tengo inconveniente en decirlo. La he perseguido por muy buenos años. Todo fue inútil al final, y hoy ya no estoy para eso. En la última reunión no pude pronunciar ni siquiera un discurso burlón o tonto…, y cuando traté…, ella me dio un tirón, me sacudió, ustedes lo han visto… No tengo que repetirlo. 
A ambos lados de la mesa, agazapados, se hablan en alto, bajito, refugiados de miradas indiscretas. Ella lo hostigaba, buscaba provocarle, buscaba sus secretos. Él cerraba los ojos, los abría, abrazaba sus frases como buscando hablarse así mismo, la recordaba, así soñaba, andando, andando, insistiendo en su amor, sumido en la impotencia. No hallaba las palabras precisas, las buscaba alrededor, en el ambiente, le duele el corazón, esto lo ahoga.
—Tú querías casarte… Ella me lo dijo; pero que ella tuvo miedo…
—Tonterías… Nunca se lo propuse, nunca me declaré, ella lo sabe. Estaba seguro de que a ella nunca le interesó el matrimonio. Se lo escuché en la secundaria, un día cualquiera, no lo recuerdo; lo que sí recuerdo es que se lo dijo a su amiga de carpeta, a Reyes, ¿la recuerdas?, no sé si se lo dijo para que yo la escuchara, creo que sí, o no sé... Sólo que yo estaba presente.
Empezó a sonar un vals melancólico, “ódiame por piedad, yo te lo pido, ódiame sin medida ni clemencia…”, volaba hacia ellos, salía por las ventanas, se acurrucaba en sus oídos, la nostalgia hacía su aparición, sufría por ello.
—Estoy segura de que ella aún te quiere, y mucho. Me lo ha dicho, justo en este mismo lugar, sentada donde tú estás; y cuanto más hablaba, su mente más trabajaba, concentraba toda su atención en lo que decía, giraba, movía las manos, la cabeza, se enfurecía sin reflexionar, alzaba los hombros,  pero luego acabó con un “ya no se puede hacer nada”.
—Sí. Eso lo sé…, el que ya no se puede hacer nada. Yo la perseguí, y ella me despreció. Esa es la verdad… Sabes, mejor ya no hablemos de ese tema, dejémoslo ahí…
—Entonces, para qué me has invitado… No te hagas el loco. Si ambos caminan obsesionados... Parece una historia sin fin.
Charly hizo una pausa por unos segundos, se contuvo, se percató de un error, estaba conversando con la mejor amiga de ella, reflexionó. Quiso agregar algo…
En aquel instante, de modo inesperado, se oyeron unos pasos lentos, agazapados, y una leve voz femenina.
—¡Por fin te encuentro! Estuve llamando a tu teléfono celular… y al de tu casa, me dijeron que te buscara en el lugar de siempre, en este café.
Besos en las mejillas, brazos que se envolvían en un saludo, un breve grito y un corazón que martillaba observándolas, quieto, impresionado. Nada escapaba a su atención; se paró junto a ella, la nueva amiga, tan cerca como pudo, casi pisándole los talones, esperando un saludo; se separó y la miró fijamente, esto dura unos pocos segundos —¡Charly!  —exclamó a media voz, sintiéndose enrojecer. Permanecieron estáticos, mirándose a los ojos; por fin, estiran sus brazos y se envuelven tímidamente, se apartan y esto les produce una sacudida, un pequeño choque en el alma, se volvieron a mirar, sus rostros cambiaron de color, se oye una respiración angustiada. Disimulan.
—¡Pero amiga de mi corazón!... ¿Cuándo llegaste? Me hubieras avisado que venías… —exclamó Judy, con el cuerpo hacia atrás, junto a él— Charly me invitó a cenar. No creo qué te importe… Pero siéntate… Por favor Charly, más atento con la dama…, una silla…  
—No, ¿por qué lo dices? ¿Qué insinúas? Somos sólo amigos, eso espero; ¿de qué están hablando? —dijo la recién llegada, tomando asiento, con cara seria, frunciendo el seño.
Los dos se quedaron callados, con las manos quietas, sentados. Charly se incorporó, hizo un ademan y fue al rincón en busca del baño. Eran las ocho de la noche.
—Estábamos hablando de ustedes…
—¿Qué? ¿Qué le has dicho? No te habrás atrevido… —dijo, escandalizada.
—Cálmate, estás muy sensible, muy alegórica…
—¿Alegórica?... ¿Qué quieres decir? Alegórica yo… no te pases, él es el alegórico… Tú crees que se ha ido al baño porque tenía ganas…
—Entonces hay que esperar su regreso. Me gustaría que se lo digas en su cara, que es un alegórico… —dijo Judy, soltando una sonrisa de intrusa, y dándole unos golpecitos en la mano.
—La culpa la tengo yo —dijo Estrella, indecisa—. Debí habértelo advertido. Nunca pensé que llegara a tanto…, el de invitarte a cenar y averiguar las conversaciones que tuvimos las dos.
—Pero si hablé contigo y me dijiste que no te importaba. Y la invitación fue de pura casualidad, nos encontramos en el camino, y yo lo traje a este lugar…, es un buen lugar para conversar…, un lugar tranquilo… Tú lo sabes… ¿Cuando vuelva se lo dirás?…
—¿Qué cosa?... Nada… Escucha: Charly es un sinvergonzón, un pillo muy sagaz… Se lo apunta todo en su memoria y luego se lo cuenta a sus amigotes… Está jugando conmigo. Eso me saca de quicio… Es un…   
 No terminaba de hablar, cuando Charly hizo su aparición.
—¿Y tú, cómo estás? ¿Por qué ya no me escribes? Un poco más y pongo aviso en todos los canales de televisión… ¿Ya no me quieres escribir? —dijo Charly, sentándose en la silla y volviéndose hacia Estrella.
—¡Ah! Se escriben… No me habías dicho nada… amiga. Ya veo que tienen secretos —dijo Judy, riendo y acariciándole el hombro.
Estrella se estremeció y los miró extrañada. Reaccionó.
—No te hagas el tonto. Al contrario, te escribí con toda intensión. Siempre me doy mi tiempo… No sé si coincide con el tuyo… eso me tiene sin cuidado —dijo Estrella, con una sonrisa agria, inclinada hacia atrás, apoyando uno de sus codos en la mesa y sosteniendo su mentón con una de sus manos.
—¡Hum! Bonitas gafas… Te quedan muy bien  —la interrumpe Charly, cariñosamente.
—Eres un hombre muy pero muy  divertido: cuentas historias que te convienen y echas adjetivos sin medir las consecuencias —afirma Estrella, enojada —. ¿Qué tiene que ver mis gafas en esta conversación? —remató, gruñendo.
—¡Uf! ¡Qué temperamento! ¡Qué cara, eh!... ¡Vaya, parece que no hemos resuelto nada!...
—Resuelto… ¿Qué?... ¿A qué te refieres? ¿Tengo algo que resolver contigo? —interrogó Estrella, amenazadora.
Allí estaban, con las miradas oscurecidas, mirándose con ferocidad. Judy acudió en su ayuda.
—¿Tanto se odian?... Creo que mejor me retiro para que limen sus asperezas.
—No. Tú no te retiras… Contigo no es. Es con este siempre mal pensado y cínico —dijo Estrella, agitando las manos en dirección de Charly—. ¿Quién te mandó, dime, a hacer lo qué has hecho? Tú crees que yo no me iba a enterar… Siempre buscas perfeccionar el horror que cometiste…
—No es momento para conversar de eso… —respondió Charly, como si le doliera alguna herida sin cicatrizar.
—¿Por qué? No estabas averiguando mis sentimientos, engatusando a mi amiga. Luego ¿qué?... ¿Para qué lo quieres saber?... Ah, para vanagloriarte… ¡Claro!... ¡Qué listo te crees!...
—¡Vamos, Estrella, siempre tan niña, no maduras, siempre como antes! Siempre resolviendo a tu manera ¿no?, ¿entonces? —dijo Charly, enérgico, queriendo parase y levantando la vista, haciendo un gesto de huida.
Judy, aturdida, no comprendía nada. ¿No era aquello cosa del demonio que quería poner fin a una relación de amigos? ¡Ni un segundo de paz desde que se encontraron frente a frente! ¿Qué había sucedido para llegar a esto? Se frotaba las manos, nerviosa, la dama estaba cada vez más asombrada. No había otra solución que terminar la velada.
—Sí, pues, cómo siempre… lanzas una lisura y te vas… Anda, márchate —dijo Estrella, exasperada, fuera de sí, como desnudando una espada.
Charly se vuelve a sentar, golpea el suelo con el pie, sus ojos están desmesuradamente abiertos. Judy lo observa, tratando de sonreír, muy nerviosa. Seguía sin entender nada.  
—No. Ahora quiero que vengas conmigo. Judy no tiene por qué aguantar tus majaderías y mi cara de diablo —contesta Charly, con voz áspera, casi perdiendo la paciencia.
—¡Ah, sí! ¡Ah, bien! —dijo Estrella, cogiendo el vaso de Judy y dándole un caótico sorbo.
—¡Bendito sea Dios!... ¡Tienen unas expresiones!... Por mí, no se preocupen. Yo me puedo ir sola… Pero no lo olvidaré… ustedes me han sorprendido —dijo Judy, moviendo la cabeza, enfadada, incrédula.
—Bueno. Salgamos entonces… —dijo Estrella, mirando enérgicamente a Charly, y dándole un beso a Judy, cogiéndole cariñosamente la mano, como indicándole a qué atenerse.
—Otro día conversamos amiga… La cuenta la voy a dejar pagada… —dijo Charly, muy cortés, despidiéndose de Judy.
Los dos se encaminan perfectamente pensativos, erguidos, lentamente, hasta la caja registradora; la dama comprende que era inevitable, los queda mirando, estupefacta, no salía de su asombro.
—¡Espera un poco! —Gritó Judy—. Tus gafas, están preciosas. ¡Te quedan muy bien! —Estrella se vuelve hacia ella y sonríe, hace un gesto con sus manos, reprimiéndola con suavidad, mirándola vivamente y con el rostro cambiado, activo, caluroso…                
Libertad

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