Es
ya primavera. Pero el tiempo está cambiado. No ha salido el sol, el firmamento
está lleno de una densa neblina; un viento frio recorre por todos lados. Las
gentes caminan abrigadas, con ropa gruesa, caminan sumergidos en el infierno de
la gran ciudad.
Una
mujer se acerca hasta un banco de madera como puede. Sus manos cargan paquetes
y bolsas con marcas de un supermercado. Hay un grupo de curiosos que no hacen
caso a ese malabarismo, hay miradas que se desparraman por todos lados,
mientras sus cuerpos se encaminan deambulando, con destino fijo, indefinido,
temporal.
Nadie
tiene la culpa de este encuentro; el hecho es puramente fortuito. Él no se lo
ha propuesto, ella tampoco; a él se le ve sentado, atento, sumergido en una
lectura, inmerso en lo que lee y relee; convocado y presente en un momento; se
le ve con los ojos bien abiertos, extendiendo su imaginación, abstrayéndose del
espacio y tiempo.
Ella
se ha quitado la cartera y la maneja tratando de ubicarla en algún lado de su
cuerpo. Trastabilla, levanta la mirada, la fija y se da cuenta que es él, se
sorprende, se sonroja. Él morbosamente sigue coleccionando palabras de su
lectura. Se sienta a su lado, ramifica una idea, deja los paquetes en el suelo
y se atreve a sorprenderlo, le da un beso en la mejilla al distraído, apoyando
uno de sus brazos en su hombro y acariciándolo con una palmada muy débil sobre la
cabeza, agitándole los lacios cabellos. El caballero se levanta emocionado, interminablemente,
advirtiendo una sorpresa, haciendo un ademan con sus manos extendidas,
excitadas, levantando el libro. Ella se levanta junto a él, y él grita ya en el
abrazo, entusiasmadísimo:
—¡Hola,
amiga…! ¿Qué sorpresa? —Se aleja un poco, y la examina sonriendo— La verdad… es
que parece usted una chiquilla con esos vestidos de ocasión, muy primaverales…
Y la estación no está cumpliendo sus funciones… ¡Y qué anteojos!... ¡Dígame que
estoy soñando!
El
hecho es significativo, inesperado, una imitación de lo tantas veces imaginado
por él, por ella, para facilitar sus días estando despiertos, días y noches irrecuperables,
paralelos. Algunos recuerdos desbordan sus pensamientos, en plural, sin
limitarse, como un fantasma intranquilo que llega de repente y los acosa.
Esperanza presente, recuerdo presente y un pasado que no tiene realidad,
falseado, mutilado, ligeramente horrible.
La
mujer tiembla de sobreexcitación, lo mira sin moverse, sumamente abochornada
por el comentario. Mueve la cabeza y conviene para sí que está bella, que está
radiante; ya se lo había advertido su imagen en el espejo, su duplicada
apariencia, su intercambio de sonrisas y hasta la cerradita de ojos como
despedida, antes de marcharse rumbo al consumismo.
Su
imaginación empieza a trabajar, recuerda la última vez que se vieron; la tarde
en que hablaron de todo menos de lo que debían, la tarde en que se despidieron
con las venas hinchadas y azuladas; muchos años que lo conocía, siglos de años
relativos con ciertas abreviaturas. Siente un vértigo ligero en el pecho,
puertas que se abren como una enciclopedia marcada, señalada para ser
continuada su lectura.
—Hola.
Así que ahora se te ha dado por leer en los parques y escuchar el sonido de la
calle… ¡Qué loco eres!... Y ¿por qué ya no me escribes?... ¡Hum! No sé por qué
se te ha dado por ignorarme…
Él
se da cuenta que los argumentos no son del todo verídicos, no sustancial, que
no está subordinado a ella, que no merece tanto escándalo… que sucede cada
trescientos siglos, o cuando duerme y está con ella, inconcebible.
Se
le ocurrió una idea descabellada, coherente, articulada. Lo había pensado, soñado,
miles de veces, tenía hasta la licencia de este plan sistemático, imaginado; y
que ahora se hacía realidad. Estaba del mejor humor, un poco avergonzado por la
sorpresa.
La
obligó a sentarse, respiró; estuvo algún tiempo mirándola; ella hacía lo mismo
con él. Se quedaron quietos, sonriendo. Se dieron su tiempo, no tenían prisa;
ambos estaban más seguros de sí mismos. Se resistían a formular la paradoja que
ellos conocían, a un millón de años de enunciado el problema, de comenzado a
padecer un vivo dolor.
Disimuló
y probó su primer intento, sin metáforas, solo con una especie de resumen
burlón, frívolo.
—Estaba
esperándola… Siempre la espero donde usted quiera, donde usted prefiera… pero
es tan molesto decidir uno mismo. ¡Uf! Sí lo es —dijo él, estirándose y
mirándola con fría extrañeza, calculando sus palabras y sus gestos.
Ella
lo descifró, se dio cuenta que las palabras no podían aclarar el misterio, el
origen de la insensata perdición de miles de años acumulados, irreemplazables. El
lenguaje oral fatigó el venerado secreto que ella hospedaba. Esas palabras,
esas estructuras verbales que nunca se dijeron, que solo llegaron a variaciones
a disparates, capaces de una justificación.
Continuará
Loro
¡¿Qué qué qué qué?!
ResponderEliminarNo jodas Charly. ¿Esta es la picante respuesta al libelo que te dedicó la susodicha?. Si hasta parece que quieres emular a corin tellado.
Como diría RP:
"Este gallo ya no canta,
se le secó la garganta"
jaaaaaaaa jem, jem, jem ...