Una
soleada tarde de domingo experimenté una curiosa alegría. No había como parar
de sonreír. La risa se me subía hasta los labios. Mis ojos y mis pensamientos
se llenaban de júbilo. Hasta me puse a tararear, en espera de lo que acontecía.
Esa tarde tuve la suerte de escuchar y ver en la televisión, que a Boca de
Urna: el NO le llevaba al SI casi 8%.
Hora
y media más tarde, todo estaba confirmado. ¡Ganó el NO!
No
cabía duda; tenía ante mí la confirmación de mi primer triunfo, de mi primera
victoria en una apuesta. Al oír el flash no pude menos que sonreír a la idea
clara y feliz de mi conquista y a la idea de lucirme cuando llegara el momento
de cobrarla. No había palabra humana que turbara aquel instante.
Eso
supuse.
Días
atrás, pasando una velada con dos apreciados y atentos amigos, yo había
apostado con uno de ellos; mi apuesta fue que la señora Villarán no iba a ser
revocada, que seguiría como alcaldesa. Él apostaba, alegremente, que se iba de
todas maneras, que sería revocada. Yo no tenía idea de otra cosa más que esa,
nunca tuve en mi mente apostar por si se quedaban o se iban sus allegados en la
alcaldía; el espíritu de la apuesta era esa, o es blanco o es negro. Simple
apuesta. No nos interesó apostar por el arco iris que la circundaba. La
aritmética era rudimentaria, como que 2 + 2 son 4 en la base 10. Resultaba
innecesario ingresar al cálculo diferencial con tan simple y ligera apuesta, el
tiempo y las cervezas se hubieran calentado hasta hervir.
Desde
el primer momento de la apuesta, Juan, nuestro otro amigo, que compartía la
conversación y las cervezas, lo entendió así. Porque no lo vi sacar ninguna
calculadora o detenerse a pensarlo con minuciosidad. Acepté las condiciones de
la sencilla apuesta a pesar de que todas las encuestas le daban el 10% a favor
del SI… Joe, “honestamente” se echó a reír, imaginando que la victoria era
suya. No lo dudó. Sonreí con curiosidad ecléctica y Juan hizo lo mismo. Nuestra
confianza por la apuesta era de lo más natural. —Va la apuesta, tres cervezas
bien heladas…
Transcurrieron
no sé cuantos días. Mi ansia por disfrutar mi victoria se hacía cada vez más
evidente. Hasta pasaba ideas ingenuas por mi mente, por ejemplo: saborear las
espumantes y heladas cervezas acompañadas de una porción de canchitas. Tal vez
haya que añadir una conversación amena, fresca y extendida.
Sin
embargo, cuando llegó el momento de cobrar la apuesta, un día en el que nos
reunimos como tantas veces, encontré a Joe, orgulloso de su victoria y
vanagloriándose con una singular peculiaridad. Dijo que matemáticamente el SI
había ganado, lo dijo hasta el capricho. Me saqué los anteojos, limpié los
cristales innecesariamente, como tratando de salir de mi asombro. Pero él allí,
sumaba y sumaba sin dejar ningún número abandonado. Entonces, un presentimiento
pesaroso y confuso me ingreso hasta el estómago, haciendo presagiar lo
inesperado. Mi felicidad se desvanecía cada vez que lo escuchaba ahondar en su
victoria; mi feliz verdad estaba siendo convertida en una triste verdad. Se me
encogía mi aritmético corazón cuando lo veía y escuchaba con atención, como
quien mira y escucha a un expedicionario en busca de misteriosos sonidos y
huellas exactas en lo oscuro de su memoria analítica. No sé si mis pobres y
vulgares indagaciones hubieran servido en esos momentos para refutarlo.
Joe,
seguía en lo suyo. Todo esto lo hacía con una sonrisa triunfal en los labios y
con el rostro casi dramático. Guardé silencio. No sabía qué decir. Es algo que
me sucede cuando alguien prorrumpe con triquiñuelas, encontrando motivos desesperados
bajo la manga. En una frase, le falto dar un puñetazo a la mesa para que aceptáramos
su matemática verdad.
—Matemáticamente
el SI ganó… —dijo, sonriendo tercamente.
—Oh,
sí… —contesté amigablemente.
Durante
un rato le oímos hacer preguntas y observaciones preliminares, hablaba consigo
mismo a veces. Esto dio ocasión de muchas bromas en su contra. Pero él,
satisfecho en su vanidad, volvía a su cuadro matemático: —Miren, la mayoría de
concejales han sido revocados. Las matemáticas no engañan… El SI ganó—… Faltó
solo una pizarra para que nos diera una clase de sumas y restas. ¿Se trataba de
un arrebato emocional por no saber perder? ¿Su memoria era difusa?... Tal vez
era la lógica en la que incurren los hombres más consecuentes.
Juan
escuchaba mis explicaciones y le daba valor a cada una de mis palabras, eso me
azoraba mucho el ánimo y lograba que mi alegría, por mi primera victoria en una
apuesta, volviera a mis sentidos. Por primera vez lo escuchaba y lo veía
demasiado dócil y cortés conmigo. Únicamente se reía escuchando los argumentos de
Joe, bromeaba haciéndole entender que la apuesta fue si se iba o no se iba la
señora Villarán; pero Joe, solamente pintaba regodeo en su rostro, el cual
representaba concienzudamente, el papel de un catedrático de verdades
definitivas, exactas. En su oráculo no tenía cabida la hipótesis o la duda; su
método científico era el suyo mismo. Incluso jugaba maquiavélicamente con las
matemáticas como nunca, pero lo hacía de modo acordado por él mismo,
desconociendo la simple aritmética de la apuesta.
Y,
pausadamente, desorientado de mi verdad, renuncié…
—Que
lo decida Marco —le dije, cerrándole la puerta a mi vapuleada aritmética.
Loro
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