viernes, 19 de abril de 2013

En la oscuridad

Una nube de mosquitos giraba alrededor de mi cabeza. La oscuridad no era completa; había un farolito moribundo que iluminaba la silueta doblada de un árbol y reflejaba su luz sobre mi cara. Yo estaba aquí, sentada en una banca de madera, con algo de frío. Permanecía silenciosa y serena, mientras meditaba sobre mi deslinde o un afán de venganza, convencida de que había empezado desde cero, lo que creía me hacía temible; en fin, me daba explicaciones.

Por un instante pensé que era hora de retirarme, porque ya lo justo de mi soledad estaba completa. Y también porque las calles estaban casi vacías y empezaba a garuar. Pero cuando levanté la mirada, pude observar que una sombra se acercaba a mí con el paso apurado, por lo que no me dio tiempo de huir. Se detuvo a mi lado y me saludó presentándose. Al principio creí que era un ladrón o un loco suelto, porque iba vestido desordenadamente... Como un relámpago y emitiendo un sonido de sorpresa, me levanté y retrocedí por detrás de la banca. Después de abrir los ojos totalmente, entendí que se trataba de un amigo que conocía desde hacía mucho tiempo.

—Hola, ¿cómo estás? —me saludó rápidamente.

—¡Dios mío, me has asustado! —le respondí sorprendida—. ¿Qué haces en este lugar? ¡Te juro que me has asustado!

—¿Disculpa? Una señora me envió por aquí. Me dijo que en este parque te encontraría —susurró en voz baja y mirándome con temor.

—¿Qué señora? —le inquirí.

—Debo suponer que es una vecina a quien tú conoces. Ella estaba limpiando una ventana y aproveché para preguntarle en qué piso vivías. Me indicó cuál era y me dijo a la vez que habías salido y que te podía encontrar en este lugar.

—¿Te has atrevido? Mira, no me vengas con cuentos... ¡¿Me oyes?!

—Pero no es para tanto... No sé por qué tienes que gritar.

—¿Me crees tonta? ¡A mí déjame en paz!

—Solo vine para invitarte a cenar.

—¿Sí? Pero no me interesa —le respondí malhumorada.

Se acercó casi chocándome y se sentó bruscamente en la banca con una mueca fría que le brotó en el rostro.

—¿Qué sucede? ¿Por qué esa actitud de adolescente? —preguntó alzando la voz y agitando las manos.

—¿Cómo? ¿Te has mirado al espejo? Pareces un sicópata...

Estaba ofuscada.

Se volvió hacia mí y se encontró con una mujer que lo observaba con temor y cólera.

—¡Siempre has sido una miedosa..., una...!

Pero antes de que hubiera culminado de hablar, me paré frente a él y lo quedé mirando detenidamente con una sensación de rechazo en el rostro. Transcurrió uno, dos, tres minutos, y no soltaba palabra alguna. Parecía que la tierra se lo estaba tragando.

—Vaya... Pero ¿por qué tanto cinismo? Ya es una costumbre consagrada en ti. Nunca vas a cambiar...

Entonces se incorporó y dio media vuelta, acercándose al árbol. En su cara achispada parecía leerse: "No he venido hasta aquí para pelear, mi intención es otra".

—Hay una cosa que no comprendo: ¿cómo hemos llegado hasta estos extremos? Pero ha llegado la hora de darte una lección...

—¿Qué dices? No me hagas reír. Siempre has sido un perfecto estúpido... ¡Tú mismo tienes la culpa, siempre me tuviste a tiro de escopeta! Mientras que yo me moría de aburrimiento.

—¡No me digas...! Pero no hay razón ahora para perder el tiempo en bla, bla, bla...

—¿Sí? No me había enterado... ¿Y desde cuándo te has dado cuenta de que perdías el tiempo conversando conmigo?... Me sigues haciendo reír... Además, sé que solo has venido de visita. ¿Tal vez quieres que te cocine? Y yo sin saberlo... Lo celebro mucho..., pero tengo mala sazón... Sabes, siempre me has parecido el hijo de un sacristán de iglesia abandonada; siempre con una ligera y tímida sonrisa, como la de un cómico sordomudo.

Estiró el cuello y miró la oscuridad que nos rodeaba, giraba y hacía curvas con su cabeza, como percatándose de que no hubiera nadie.

—Tengo ganas de tocarte...

—¿Qué?

—Tengo ganas de tocarte...

—¡Por fin!... vaya. ¡Cómo iba yo a imaginar esto! Estoy sorprendida... Tu cerebro aún no es supersónico, pero está superando la velocidad de una tortuga... Algo es algo —le dije, burlándome.

Suspiró y se quedó pensativo. Yo, por mi parte, lo miraba con una sonrisa cómica, como la que siente una al descifrar el relato de un chiste corto. Una nube de mosquitos circundaba su cabeza. No hacía mucho viento. Miró atrás con mucha duda. De pronto, una súbita alegría invadió su rostro y agitó su alma como si el pasado y el presente se uniesen formando una cadena en sus pensamientos, eslabón por eslabón.

Estaba al frente de un mono polifacéticamente polígamo.

El pobre necesitaba demostrarse algo: que no estaba viejo, que gustaba, que le funcionaban los centímetros de su gran pena, que era un sinvergüenza de miércoles y que el Tenorio estaba aún intacto.

Para ser más exacta, él era el que eligió.

Misteriosamente había elegido el lugar, la hora y la oscuridad para echarse una canita al aire (literalmente). Se aventaba con todo al abordaje: "es una mujer ingenua y sin experiencia con los monos". Hasta había cambiado de look, cosa que no acostumbraba. Llevaba puesta su personalidad de conquistador, hasta ensayaba una sonrisita avasalladora.

Me examinaba de arriba abajo, con los ojos de un crápula, deseoso de darme un baile de diez minutos de diálogo mudo y así llegar a la conclusión de que "¡Bueno, total... soy lo mejor que tiene a la mano...!".

Así, pues, protegido por un bloque de cemento mental que no admite derrotas ni un "No" como respuesta, este mono se tira de cabeza, con ropa y todo, a la piscina que cree está repleta de agua.

—¡Ah, sí!... ¡Enhorabuena! —contestó, tomándome del hombro.

—¿Sabes quién soy yo? —le pregunto exaltada, moviendo la cabeza.

Se calla con cara nostálgica y caricaturesca. Luego añade:

—Sí. Mi primer amor... ¿Quieres o no quieres?...

—¡Oh, sí, mucho, mucho!... ¿Y desde cuándo, ah?

—¿Quieres o no quieres? —repitió con insolencia.

Así planteadas las cosas, cualquiera diría que me mostraría contenta e insatisfecha... Sabiendo, sobre todo, que fue él quien eligió el lugar, la hora y la oscuridad, y no al revés.

Pero no.

Todo lo contrario.

Cuando una mujer se quiere entregar, ella es la que pone el día, la hora, el lugar y la oscuridad necesaria. O sea, ataca ahí donde el mono menos se lo espera. Los monos no han salido aún de las cavernas y su sensibilidad es la de un bloque de concreto. Creen todavía en las experiencias patas arriba que tuvo su tatarabuela, allá, cuando el patriarcado hizo que su tatarabuelo la achuntara; pero lo triste, para su "infinita" vanidad, es que esas mujeres ya no existen ni existirán más en lo que les resta de vida. Estos califas malandrines de mente retrógrada solo son aceptados por nosotras, ahora, sí, ahora, siempre y cuando estén tres metros bajo tierra y con una lápida sobre sus cabezas.

Entregarse no es quitarse la ropa para que solo ellos gocen a la sombra de una luz tenue. No, no, no... ¡Ya no es así, mis queridos monos!

Nos abrazamos en medio de aquella oscuridad y con la nube de mosquitos que nos rodeaban. Me vuelvo a un lado e inclino mi cabeza sobre su hombro, luego le susurro algo al oído:

—¿Y si se entera ella...?! ¡Es capaz de quitarte la salida con tus amigos y cortarte lo poco que tienes!

—¿Qué?

—¡¿Y si viene mi hermana y nos encuentra?!

—¿Qué?

—Pero ¿quién tuvo la culpa?

—¿Qué?

—Ya tú ve... Luego no me eches tu pecado en cara... ¡Soy exageradamente apasionada!... —le dije, con resignación burlona.

—¿Qué?

—Long absent, soon forgotten!

 

Libertad

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