jueves, 2 de febrero de 2012

Niña vieja

I

La miro lejana, esquiva;

busco palabras titubeantes

que huyen antes de ser mías

y enredan todo.

Ahora las junto.

Quiero que digan,

para que me escuches

desnuda,

igual que el sonido de las olas 

reventando en la orilla.

Claro.

Seguramente,

en la mesa de una buena amiga

almorzaste,

anocheciendo en una silla,

sola.

Con tus preocupaciones transversales

llegadas del mundo,

hablaste de cosas sin sentido,

como ausencia recordada.

Y te dolieron pensamientos prófugos

tras saborear algún plato preferido

y tamaña cortesía.

Te abrigas tiernamente

y aprietas con rigidez la bufanda.

El abrigo suspira y te hace señas.

Arrecia el frío y extraña la duda,

mientras el corazón suena

como río desbocado.

Luego meditas,

aferrada a tu tristeza

bajo el dintel de una entrada

que es salida.

Palpas el mentón

ya en retirada

y hundes las manos en los bolsillos 

rindiéndote a la nostalgia.

Un temblor llega a tu cabeza 

y la idea también,

tu corazón se contrae aún más

al evocar tu primer beso

desgarrando en la memoria,

matándolo suavemente,

desvencijada.

Tu carantoña acariciando

un rostro amoratado

es intangible en tu memoria.

Y está bien, y está mal  

haberlo mirado de arriba abajo

o viceversa,

cebado y rechoncho

en alguna foto que conservas 

en lugar predestinado.

También te has reído

mordiéndote los labios,

entendiéndolo todo sin esfuerzo,

tarareando sin respeto,

evocando completa su imagen

en el espejo reciclada.

Examinando, en fin,

sus distribuidos ornamentos

burlándote en conjunto

te has reído por completo.

Sabiendo que lo quieres

y odias con afecto,

sonríes por un momento.

Le haces un ademán a tu conciencia

y te miras perpleja en el espejo,

emocionada.

Casi abrazas a tu reflejo 

que nació por una llamada 

saliendo muy ampliada al aire,

llena de secretos.

Te ves desnuda,

flexible,

generando ácido y dulce jugo

en tus entrañas.

Buscas entre tus pensamientos

un zumo afilado de olores

con agradable forma de benevolencia.

Alcanzando estado febril

de llamas interiores de gozo  

logras mirarlo con reproche.

Te vengas musicalizando todo

con guitarra que resuena añeja.

Así tal vez deba ser

si llamaras terca como niña,

alguien vendría cual campana súbita

dando gritos cual fantasma,

dejándolo con la boca amarga

al borde de la espuma.

Pero si respiraras en su oído,

el corazón caería en el espacio

que se burla al alejarlos.

Dices que lo llamas,

que le das bajo la funda.

Viste. Todo se acabó.

Y la soledad te alumbra.

Deja de ser un quejido,

niña vieja.

No dejes que el tiempo encuentre

una catacumba donde solo hay

penumbra y nada se oye.

Yo veo sólo eso.

A veces, mucha lluvia

con ruido de llamas húmedas.

Como fantasma blanco

rasgando sus vestiduras.

¿Quieres ser ese fantasma?

Alguien vendrá y te soplará con furia.

 

Sin embargo, sería deleitoso

circular desnudos, como un grito

a orillas del océano,

solos,

y vestirla sin cerrar los ojos.

II

 

Oh musa lejana, en tu mirada estricta,

como hojas de un otoño vacilante,

busco las palabras que se deslizan,

mías pero fugitivas, enredadas,

las recojo ahora, las junto con gracia.

 

Quiero que hablen, que resuenen desnudas,

como las olas rompiendo en la orilla,

claro y posiblemente, en la mesa amiga,

anocheciendo en la silla solitaria.

 

Con cuitas transversales, como recién llegadas,

has charlado de sinsentidos, de ausencia recordada,

te han dolido pensamientos cercanos a la huida,

tras el disfrute de platos preferidos, cortesía compartida.

 

Te abrigas tiernamente, constriñes tu chalina,

el frío arrecia y la duda se cierne,

el corazón suena como río descarado,

meditas aferrada a tu tristeza, en el umbral que es salida.

 

Palpas el mentón en retirada, manos en bolsillos,

sucumbes a la nostalgia, recordando el primer beso,

lo matas suavemente en la memoria desvencijada,

carantoña intangible en el rostro amoratado.

 

Bien y mal se entrelazan al mirar de arriba o abajo,

cebado y rechoncho en alguna foto predestinada,

te has reído mordiéndote los labios con entendimiento,

tarareando sin respeto, reciclada imagen en el espejo.

 

Examinas tus ornamentos distribuidos, burlándote,

risas completas al comprender que lo quieres y odias,

sonríes un momento, haces un ademán a la conciencia,

te miras emocionada en el espejo, casi abrazas tu reflejo.

 

Nació por culpa de una llamada, aire ampliado,

llena de secretos, te ves desnuda y flexible,

originas ácido y dulce jugo en tus entrañas,

buscas un zumo de olores afilado en pensamientos.

 

En el estado febril de llamas interiores,

miras con reproche y enojo, te vengas con la guitarra,

quizás así deba ser, llamando como niña terca,

alguien vendrá como campana súbita, gritos de fantasma.

 

Pero si solo respiras en su oído, el corazón caerá

en el espacio que los aleja y se burla,

dices que lo llamas, das bajo la funda,

todo se acaba y la soledad te ilumina.

 

No solo un quejido, niña vieja, deja

que el tiempo encuentre una catacumba,

donde nada se oye, solo hay penumbra,

yo veo eso, mucha lluvia, ruido de llamas húmedas.

 

Como un fantasma blanco rasgándose vestiduras,

¿quieres ser fantasma? Alguien vendrá,

soplará con furia, deleitoso circular como grito,

orillas del océano, totalmente desnudos.

 

Vestir la realidad sin cerrar los ojos,

oh musa, deja que esta poesía sea

una danza de palabras, un canto que susurre

en el viento de la eternidad.

III

Contemplando, austera y distante,

como una palmada titubeante,

busco mis palabras,

más que mías,

ellas escapan

y enredan todo.

 

Ahora las reúno,

pretendo que expresen,

para que tú escuches

desnuda,

cómo resuena el sonido de las olas

rompiendo en la orilla.

 

Claro,

quizás,

en la mesa de alguna amiga

has almorzado,

anocheciendo en una silla,

solitaria.

 

Con tus preocupaciones transversales,

como si acabaran de llegar del mundo,

has dialogado sobre cosas sin sentido,

como ausencia recordada.

 

Te han pesado tus pensamientos,

cerca de la huida,

tras el disfrute de algún plato amado

y la cortesía inmensa.

 

Te arropas con ternura

y aprietas con firmeza tu chalina.

El abrigo, suspirando, te hace una señal.

El frío arrecia y la duda se extraña,

mientras el corazón suena como un río audaz.

 

Luego reflexionas,

aferrada a tu melancolía,

bajo el umbral de una entrada

que es una salida.

 

Has palpado tu mentón en retirada

y has metido las manos en los bolsillos del pantalón,

rendida a la nostalgia.

 

Un temblor te recorre,

la idea se asoma,

tu corazón se contrae con fuerza,

porque has recordado ese primer beso,

desgarrándolo en tu memoria,

asesinándolo con suavidad y desgaste.

 

Tu caricia,

acariciando un rostro amoratado,

es intangible en tu memoria.

 

Está bien,

está mal,

haberlo mirado de abajo hacia arriba

o de arriba hacia abajo,

ceñido y regordete,

en alguna foto que conservas

en un sitio predestinado.

 

Te has reído también, mordiéndote los labios,

comprendiéndolo todo sin esfuerzo,

tarareando sin respeto,

recordando su imagen completa,

reflejada en el espejo.

 

Examinando, al fin, sus dispersos ornamentos,

burlándote en conjunto,

se han reído por completo.

 

Comprendes que sabes que lo quieres

y que lo odias con afecto,

sonríes por un momento,

haces un gesto a tu conciencia.

 

Emocionada, te miras perpleja en el espejo,

casi le das un abrazo a tu reflejo,

nacido por culpa de una llamada,

saliendo al aire ampliada,

llena de secretos.

 

Te observas desnuda, flexible,

generando un ácido y dulce jugo en tus entrañas.

 

Buscas entre tus pensamientos

un agudo néctar de olores,

con amable forma de benevolencia.

 

Al alcanzar el estado febril

de las llamas internas de tu gozo,

logras mirarlo con reproche y enojo.

 

Te vengas musicalizando todo,

con una guitarra que resuena antigua.

 

Así es,

tal vez debe ser así,

si solo llamases como niña terca,

alguien vendría como campana súbita,

gritando como un fantasma,

dejándote con la boca amarga,

al borde de la espuma.

 

Pero si solo respirases en su oído,

el corazón caería en el espacio

que los separa y que se burla.

 

Tú dices que lo llamas,

que le das bajo la funda.

 

Viste.

Todo se acabó.

Y la soledad te ilumina.

 

Deja de ser solo un quejido,

niña antigua.

No permitas que el tiempo encuentre una catacumba,

donde nada se oiga,

donde solo haya penumbra.

 

Yo veo solo eso,

a veces mucha lluvia

con un murmullo de llamas húmedas,

como un fantasma blanco

rasgándose sus vestiduras.

 

¿Quieres ser fantasma?

Alguien vendrá y soplará con furia.

 

No obstante,

sería un deleite

circular como un grito,

a orillas del océano,

completamente desnudos,

solos,

y vestirlo sin cerrar

los ojos.

IV

La miro estricta, lejana;

como palmada vacilante

busco mis palabras:

más que mías 

ellas huyen 

y todo lo enredan.

Ahora las junto.

Quiero que digan,

para que me oigas

desnuda,

como es el sonido de las olas

reventando en la orilla.

Claro.

Posiblemente,

a la mesa de una buena amiga has almorzado,

anocheciendo en una silla,

sola.

Con tus cuitas transversales,

como si recién llegaran del mundo, 

has conversado de cosas sin sentido, 

como ausencia recordada.

Y te han dolido tus pensamientos cerca de la huida,

después del disfrute de algún plato preferido 

y de tamaña cortesía.

Usted se abriga tiernamente 

y constriñe con rigidez su chalina.

El abrigo suspirando le hace una seña.

El frío arrecia y la duda se extraña 

y el corazón como rio descarado le suena.

Luego medita

aferrada a su tristeza,

bajo el umbral de una entrada 

que es una salida.

Se ha palpado el mentón 

ya en retirada 

y ha puesto las manos en los bolsillos del pantalón 

sucumbiendo a la nostalgia.

Se le viene a la cabeza un temblor 

y la idea llega,

su corazón se contrae con más fuerza,

porque ha recordado su primer beso 

rasgándolo en su memoria, 

y lo ha matado suavemente 

desvencijada.

Su carantoña, 

acariciando un rostro amoratado, 

es intangible en su memoria.

Y está bien 

y está mal 

haberlo mirado de abajo para arriba 

o de arriba para abajo, 

cebado y rechoncho, 

en alguna foto que conserva 

en un sitio predestinado.

Se ha reído también mordiéndose los labios, 

comprendiendo todo sin esfuerzo,

tarareando sin respeto,

recordando completa su imagen 

reciclada en el espejo. 

Examinando, 

en fin, 

sus distribuidos ornamentos, 

burlándose en conjunto, 

se han reído por completo.

Comprendiendo que sabe que lo quiere 

y que lo odia con afecto, 

sonríe por un momento.

Le hace un ademan a su conciencia, 

y emocionada se mira perpleja al espejo.

Casi le da un abrazo a su reflejo, 

que nació por culpa de una llamada, 

saliendo al aire muy ampliada, 

llena de secretos.

Se miró desnuda, 

flexible, 

y originó un ácido y dulce jugo en sus entrañas.

Buscó entre sus pensamientos 

un afilado zumo de olores 

con agradable forma de benevolencia.

Alcanzando el estado febril 

de llamas interiores de su gozo, 

logra mirarlo con reproche y enojo.

Se venga musicalizándolo todo, 

con una guitarra que resuena añeja.

Así es, 

tal vez deba ser así, 

si solamente llamaras como niña terca,

alguien vendría como campana súbita, 

dando gritos como un fantasma, 

dejándolo con la boca amarga 

al borde de la espuma.

Pero si solamente tú respiraras en su oído, 

el corazón caería en el espacio 

que los aleja y que se burla.

Tú dices que lo llamas, 

que le das bajo la funda.

Viste.

Todo se acabó.

Y la soledad te alumbra.

Deja de ser solamente un quejido, 

niña vieja.

No dejes que el tiempo encuentre una catacumba,

en el que nada se oye, 

en el que sólo hay penumbra.

Yo veo sólo eso.

A veces mucha lluvia 

con un ruido de llamas húmedas

Como un fantasma blanco 

rasgándose sus vestiduras.

¿Quieres ser fantasma? 

Alguien vendrá y te soplará con furia.

Sin embargo 

sería deleitoso 

circular como un grito,

a orillas del océano,

totalmente desnudos,

solos 

y vestirla sin cerrar

los ojos. 

Loro

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