Yo tomaba
pisco donde “el gordo” mientras le daba vueltas en la cabeza a un proyecto. Le
diré la verdad: tenía en el bolsillo cincuenta soles… Mi mujer no me los quiso
dar, pero usted sabe, al fin los aflojó, la muy tonta…Yo le dije: “Virginia,
esta noche no vuelvo sin haber encontrado trabajo”. Así fue como salí: para
buscar un trabajo… pero no cualquier trabajo… eso, no… ¿Usted cree que un
hombre de mi condición puede aceptar cualquier trabajo?…Yo tengo cuarenticinco
años, amigo, y he corrido mundo… Sé inglés, conozco la mecánica, puedo
administrar una hacienda, he fabricado calentadores para baños, ¿comprende? En
fin, tengo experiencia… Yo no entro en vainas: nada de jefes, nada de horarios,
nada de estar sentado en un escritorio, eso no va conmigo… Un trabajo
independiente para mí, donde yo haga y deshaga, un trabajo con iniciativa, ¿se
da cuenta? Pues eso salí a buscar esta mañana, como salí ayer, como salgo todos
los días, desde hace cinco meses… ¿Usted sabe cómo se busca un trabajo? No,
señor; no hace falta coger un periódico y leer avisos… allí sólo ofrecen
menudencias, puestos para ayudantes de zapatero, para sastres, para tenedores
de libros… ¡bah! Para buscar trabajo hay que echarse a caminar por la ciudad,
entrar en los bares, conversar con la gente, acercarse a las construcciones,
leer los carteles pegados en las puertas… Ése es mi sistema, pero sobre todo
tener mucho olfato; uno nunca sabe; quizás allí, a la vuelta de la esquina…
pero. ¿De qué se ríe? ¡Si fue así precisamente! A la vuelta de una esquina me tropecé con
Simón Barriga… Fue en la avenida Arenales, cerca de la bodega Lescano, donde
venden pan con jamón y chilcanos… ¿Se figura usted? Hacía veinteaños que no nos
veíamos; treinta, quizás desde el colegio; hemos mataperreado juntos… Muchos
abrazos, mucha alegría, fuimos a la bodega a festejar el encuentro... ¿Pero qué?
¿Adónde vamos? Bueno, lo sigo a usted, pero con una condición: siempre y cuando
quiera escucharme… Así fue, tomamos cuatro copetines… ¡Ah! usted no conoce a
Simón, un tipo macanudo, de la vieja escuela, con una inteligencia… En el
colegio era un burro y lo dejaban siempre los sábados con la cara a la pared…
pero uno después evoluciona… yo también nunca he sabido muy bien mi cartilla… Pero
vamos al grano… Simón andaba también en busca de trabajo, es decir, ya lo tenía
entre las manos; le faltaban sólo unos detalles, un hombre de confianza…
Hablamos
largo y tendido y ¡qué coincidencia! Imagínese usted: la idea de Simón
coincidía con la mía… Como se lo dije en ese momento, nuestro encuentro tenía
algo de providencial… Yo no voy a misa ni me gustan las sotanas, pero creo ciegamente
en los azares… Ésa es la palabra: ¡providencial!... Figúrese usted: yo había
pensado –––y esto se lo digo confidencialmente––– que un magnífico negocio sería
importar camionetas para la repartición de leche y… ¿sabe usted cuál era el proyecto
de Simón?... ¡Importar material para puentes y caminos!… Usted dirá, claro, entre
una y otra cosa no hay relación… Sería mejor que importara vacas. ¡Vaya un chiste!
Pero no, hay relación; le digo que la hay… ¿Por dónde rueda una camioneta? Por
un camino ¿Por dónde se atraviesa un río? Por un puente. Nada más claro, eso no necesita
demostración. De este modo comprenderá por qué Simón y yo decidimos hacernos
socios... Un momento, ¿dónde estamos? ¿Esta no es la avenida Abancay? ¡Magnifico!...
Bueno, como le decía, ¡socios! Pero socios de a verdad… Fue entonces cuando nos
dirigimos a Lince, a la picantería de que le hablé. Era necesario planear bien
el negocio, en todos sus detalles ¿eh? Nada mejor para eso que una buena
enramada, que unos tamales, que unas botellitas de vino Tacama…. Ah, ¡si, viera
usted el plano que le hice de la oficina! Lo dibujé sobre una servilleta… pero
eso fue después… Lo cierto es que Simón y yo llegamos a la conclusión de que necesitábamos
un millón de soles… ¿qué? ¿Le parece mucho? No haga usted muecas…. Para mí,
para Simón, un millón de soles es una bicoca… Claro, en ese momento ni él ni yo
los teníamos. Nadie tiene, dígame usted, un millón de soles en la cartera como
quien tiene un programa de cine… Pero cuando se tiene ideas, proyectos y buena
voluntad, conseguirlos es fácil… sobre todo ideas. Como le dije a Simón:”Con ideas
todo es posible. Ese es nuestro verdadero capital”… Verá usted: por lo pronto Simón
ofreció comprometer a u general retirado, de su conocencia y así, de un
sopetón, teníamos ya cien mil soles seguros… Luego a su tío Fernando, el
hacendado, un hombre muy conocido… Yo, por mi parte, resolví hablar con el
boticario de mi barrio que la semana pasada ganó una lotería… además yo iba a
poner una máquina de escribir Remintong, modelo universal… ¿Estamos por el
mercado? Eso es, deme el brazo, entre tanta gente podemos extraviarnos… En una
palabra, cuando terminamos de almorzar teníamos ya reunido el capital. Amigo;
cosa difícil es formar una sociedad. No se lo recomiendo… Nos faltaban aún dos
cosas importantes: el local y la razón social. Para local, mi casa… no se trata
de una residencia, todo lo contrario; una casita en el jirón Ica, cuatro piezas
solamente… Pero mi mujer y mis hijos irían adormir al fondo… De la sala haría
la oficina y del comedor que tiene ventana a la calle la sala de exhibiciones… Todo
era provisional, naturalmente; pero para comenzar, magnífico, créalo usted;
Simón estaba encantado… Pero a todo esto ya no estábamos en la picantería.
Pagué, recuerdo… pagué el almuerzo y las cuatro botellas de vino. Simón me
trajo al patio a tomar café. Pagué el taxi. Simón me invitó un puro… ¿Fue de
allí que llamé?… Sí, fue de allí. Llamé a Virginia y le dije: “Mujer, acabó la
mala época. Acabo de formar una sociedad con Simón Barriga. Tenemos ya un
millón des soles .No me esperes a comer que Simón me invitará a su casa”… Luego
del café, los piscos; Simón invitaba e invitaba, estupendo… Entonces vino una
cuestión delicada: el nombre de la sociedad… ¡Ah! No crea usted que es una cosa
fácil; yo también lo creía… Pero mirándolo bien, todos los buenos nombres están
ya tomados… Primero pensamos que “El Porvenir”, fíjese usted, es un bonito nombre,
pero hay un barrio que se llama “El Porvenir”, un cine que se llama “El
Porvenir”, una Compañía de Seguros que se llama “El Porvenir” y hasta un
caballo, creo, que se llama “El Porvenir”… ¡Ah! Es cosa de mucho pensar… ¿Sabe
usted qué nombre le pusimos? ¡A que no adivina!… Fue idea mía, se lo aseguro… Ya
había anochecido, claro. Le pusimos “Fructífera S.A.” ¿Se da usted cuenta del
efecto? Yo encuentro que es un nombre formidablemente comercial… Pero, no vaya
tan rápido, ¿estamos en el jirón Cuzco?… Vea usted; después de los piscos,
una copa de menta, otra copa dementa… Pero entonces, ya no organizábamos el
negocio; nos repartíamos las ganancias, Simón dijo: “Yo me compro un carro de
carreras”. ¿Para qué? ––me pregunto yo. Esos son lujos inútiles… Yo pensé
inmediatamente en un chalet con su jardincito, con una cocina eléctrica,
con su refrigeradora, con su bar para invitar a los amigos… Ah, pensé también
en el colegio de mis hijos… ¿Sabe usted? Me los han devuelto porque hace tres
meses que no pago… Pero no hablemos de esto… Tomábamos menta, una y otra copa;
Simón estaba generoso… De pronto se me ocurrió la gran idea… ¿usted ha visto?
Allí en los portales del “Patio” hay un hombre que imprime tarjetas, un
impresor ambulante… Yo me dije: “Sería una bonita sorpresa para Simón que yo
salga y mande hacer cien tarjetas con el nombre y dirección de nuestra
sociedad”… ¡Qué gusto se va a llevar! Estupendo, así lo hice… Pagué las tarjetas
con mis últimos veinte soles y entré al bar… El hombre las traería a nuestra mesa
cuando estuvieran listas… “He estado tomando el aire”, le dije a Simón; el muy
tonto se lo creyó… Bueno, me hice el disimulado, seguimos hablando… Para eso, el
negocio había crecido, ah, ¡naturalmente! Ya las camionetas para leche, los caminos
eran pequeñeces…. Ahora hablábamos de una fábrica de cerveza, de unos cines de
actualidades, inversiones de primer orden…. Otra copita de menta… Pero, ¿qué es
esto? ¿La plaza Francisco Pizarro?… Bueno, el hombre de las tarjetas vino. ¡Si
viera usted a Simón! Se puso a bailar de alegría; le juro que me abrazó y me besó…
Él cogió cincuentas tarjetas y yo cincuenta. Fumamos el último puro. Yo le dije:
“Me he quedado sin un cobre pero quería darme ese gusto “. Simón se levantó y se
fue a llamar por teléfono… Avisaría a su
mujer que íbamos a comer… Quedé solo en el bar. ¿Usted sabe lo que es quedarse
solo en un bar luego de haber estado horas conversando? Todo cambia, todo
parece distinto; uno se da cuenta que hay mozos, que hay paredes, que hay
parroquianos, que la otra gente también habla… Es muy raro… Unos hombres con
patillas hablaban de toros, otros eran artistas, creo, porque decían cosas que
yo no entendía… Y los mozos pasaban y repasaban por la mesa… Le juro, sus caras
no me gustaban… Pero, ¿y Simón? Me dirá usted… ¡Pues Simón no venía! Esperé
diez minutos, luego veinte; la gente del Teatro Segura comenzó a llegar… Fui a
buscarlo al baño… Cuando una persona se pierde en un bar hay que ir a buscarlo
primero al baño… Luego fui al teléfono, di vueltas por el café, salí a los
portales…. ¡Nada!… En ese momento el mozo se me acercó con la cuenta… ¡Demonios!
Se debía 47 soles… ¿en qué? Me digo yo. Pero allí estaba escrito… Yo dije:
“Estoy esperando a mi amigo”. Pero el mozo no me hizo caso y llamó al maitre…
Hablé con el maitre que es una especie de notario con una servilleta en la
mano… Imposible entenderse… Le enseñé mis tarjetas… ¡Nada! Le dije: “Yo soy
Pablo Saldaña” ¡Ni caso! Le ofrecí asociarlo a nuestra empresa, darle parte de
las utilidades… El tipo no daba su brazo a torcer… En eso pasó usted,
¿recuerda? ¡Fue verdaderamente una suerte! Con las autoridades es fácil
entenderse; claro, usted es un hombre instruido, un oficial, sin duda; yo admiro
nuestras instituciones, yo voy a los desfiles para aplaudir a la policía… Usted
me ha comprendido, naturalmente; usted se ha dado cuenta que yo no soy una
piltrafa, que yo soy un hombre importante ¿eh?… Pero, ¿qué es esto?, ¿dónde
estamos?, ¿ésta no es la comisaría?, ¿qué quieren estos hombres uniformados? ¡Suélteme,
déjeme el brazo he dicho! ¿Qué se ha creído usted? ¡Aquí están mis tarjetas! Yo
soy Pablo Saldaña el gerente, el formador de la Sociedad, yo soy un
hombre, ¿entienden?, ¡un hombre!
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