martes, 29 de mayo de 2012

Llegar a los Sin Cuenta

     Con todo cariño para mis amigos Juan Carlos y Joe quienes infundieron en mí la irreverencia y el humor... Loro

    El tiempo es el asesino que nos va a eliminar de este bello paisaje llamado tierra. Pero hay una diferencia: una cosa es cómo desaparece lentamente a un hombre y otra, muy diferente, a una mujer. Un hombre se resigna, incluso el tiempo juega a su favor. De adolescente tierno a  joven “bonito”. Pongámosle diez años más: hombre interesante. Si le agregamos diez años más, pasamos a otro superior: veterano apuesto. Hasta conseguir finalmente ser un respetable adulto mayor, como dicen algunos congéneres muy condescendientes. O tal vez, como dicen los jóvenes: pobre viejo de mierda. Hasta ahí llegamos aunque todavía falte bastante para arrugar.
    Las mujeres por su lado, saben que los años no la doran sino que las queman. Se equivocaron de mundo, porque este sobrevalora la juventud femenina. Solo basta mirar una propaganda de cerveza. Imagínese a una mayorcita muy panzoncita, en bikini, con una cerveza bien helada en las manos... ¡La Pilsen Callao, quiebra!... Para una mujer tener años no es ganar experiencia sino perder encantos.
    Si a un hombre le preguntan la edad, no es una falta de respeto. Es todo lo contrario. Bueno, siempre y cuando no sea un recién salidito del closet, o sea un "somos más". La pérdida de pelo y de energía lo gana en calma y autoridad. En cambio, las mujeres esconden el D.N.I., fingen la edad y hacen lo imposible por planchar las arrugas con cuanta crema encuentren en el mercado. Por ejemplo: un hombre con el pelo pintado a lo más es un estrafalario, un acomplejado o un marica. Una mujer sin el pelo pintado es una pobre anciana descuidada. En el hombre las canas son sinónimo de interesante, de experiencia. En la mujer son cochinas blancuras de vejez.
    En pocas palabras, lo que en el hombre es madurez, en la mujer es decrepitud. Ya no son carne fresca ni lechugas para llevar una minifalda. Por eso se han adueñado de nuestros pantalones Jeans, hasta de nuestros esmóquines que con tanto empeño los ingleses lo crearon para los hombres.
    A las mujeres los años les entran como una espada que empieza a hundirse desde su cabeza. Pero son las menopáusicas, las primeras testigos de los desaforados cambios sociales de los 70s y 80s. A ellas les quedó la peor parte: crecieron con restricciones, algunas ni conocen una disco, hasta recibieron a sus enamorados con horario restringido, y hasta se atrevieron a “chotearlos” sin escrúpulos, por el bendito: “tengo que ser alguien antes de aceptarte”. O "virgen llegaré al matrimonio". ¡Qué tiempos aquellos! No había aún propagandas por televisión que las obligaran a adelgazar. Ni que hablar de las pinturas en la cara: nada de nada, la cara tenía que estar bien lavadas. Las bocas pintadas eran símbolo de una mujer de mal vivir. Además sus faldas debían de estar tres dedos por debajo de la rodilla. Obvio, tenían que cuidar la pureza como tesoro, porque nosotros los hombres éramos los malos de la película. En pocas palabras, era una generación muy diferente a la actual. Me pregunto: ¿si en esos tiempos las mujeres hubieran tenido teléfono celular? ¿Qué hubiera pasado con el mundo? Ni hablar de la Internet... ¡Qué diferencia con nuestros hijos de hoy!...             
    Las que no se casaron y siguen blandiendo su orgullo de no haberlo hecho, son las más arrepentidas. No probaron la miel de la vida y la desgracia de haberse casado. Deambulan por este mundo, incompletas, descubriendo en el vil espejo la prueba de los años transcurridos. Ni el colágeno puede esconder las patas de gallos que se arremolinan en su rostro. Odian a Newton: sus pechos obedecen a la ley de gravedad, todo tiene que descender. Ni que se miren de espalda: sus glúteos parecen un flan de carretilla, por más que la contraigan. Por favor, que el metro esté alejado de ellas: ochenta centímetros de pura grasa. Ya sus cuerpos empiezan a tomar la figura de un kión. Ya el número telefónico de sus tiempos con seis dígitos: 90 - 60 - 90,  quedan en su recuerdo. Todo se encamina a lo peor, adquirir la estilizada silueta de un refrigerador. Con esa sensación de miseria humana y de frustración tratan de aferrarse a alguna dieta y, por supuesto, a un gimnasio. Hasta invitan al hermano para que las acompañe. Pero como este pendejo se las pasa con sus amigos de juerga en juerga, no les queda otra que invitar a una de sus amigas. Entonces buscan su agenda de teléfonos que está bien oculta, tal vez junto a su diario; la sacan y la ponen en la mesita de noche: ¡qué carajo, ya no ven ni un culo! Tratan de recordar entonces, con mucho esfuerzo, donde pusieron sus escondidas gafas bifocales. Ahí estaba, en la última de la lista, su amiga Julia, que tenía un cuerpo parecido al de ella. Pero el gimnasio les dura poco, porque después de tanto esfuerzo, y luego de subir a la maldita balanza, se dieron cuenta que la maldita báscula y su fría aguja marcaba, veinte kilos de más de pura grasa repartidas en sus cuerpos. Tal forma, originaba tres tallas más.
    Algunas hasta se alimentan de lechugas orgánicas, de frutas bajas en azúcar, de pechugas sancochadas, etc. Y son tan conchudas, que visitan los supermercados con mucho orgullo. Entonces se ponen a coger artículos de higiene femenina, de tampax y otros protectores diarios tipo tanga. Miran a su rededor para cerciorarse que la están mirando las otras veteranas y poder sacar pecho y que les diera envidia. Hasta preguntan en qué lugar pueden encontrar los anticonceptivos, las muy frescas. Una vez que las encuentran, las ponen encima de las frutas y las lechugas para que queden a la vista y así erguirse vanidosamente. La mentira se les acaba cuando tienen que proveerse de los pañales desechables para adultos con goteo imprevisto. Ahí es cuando su ego se les va por los suelos. Se encaraman las gafas y adoptan actitudes detectivescas cogiendo a escondidas las cajas. Claro, cerciorándose antes de que nadie la esté observando. 
    Ni que hablar de sus citas a los psicólogos. No acabaría este relato. Continuó con las casadas:      
    Y las que se casaron y tienen hijos, están peores, con la diferencia de que tienen que soportar a los hijos aunque estos hagan lo que se les da la gana. Los tiempos de ellos ya no son de la pobre viejita, son de ellos mismos, en una  revolución que las pobres ya no pueden entender. Solo les queda decir: "Para mí siempre serán mis bebes". 
    La realidad que las obligaba a casarse para poder tener sexo, ya no es la misma. Ahora los hijos, las instan a que sean madres modernas: tienen que recibir a sus novias para quedarse a dormir en la casa. Si no lo hacen, quedan como brujas anticuadas.
    Padecen la cárcel estética de sus hijas pero, a diferencia de ellas, su vida es menos buena. La memoria comienza a llenarse de humo de cigarrillo o de vapores de una sauna. Los calores internos ya no responden a la llama de una vida caliente. No hay mejor conversación con una de su promoción que, conversar sobre la salud. Su esqueleto lleno de carne, ese andamio que algún día hizo delirar a muchos galanes, comienza a tambalear. Se dan cuenta que el tema de la salud es primordial y que lo estético es algo pasajero.
    Ellas, las que en su tiempo, trastocaron el mundo de la medicina, y la llevaron a la pobre solamente para originar belleza, ahora la quieren desviar para que protejan su salud. Hasta los curanderos se llenan de plata con ellas.
Y las separadas, las que un día despiertan y se dan cuenta que siempre durmieron con el enemigo, las que no podían hablar más de dos palabras sin discutir, las que en una reunión con sus amigas o diríamos, colegas, sólo tienen tiempo para el arrepentimiento y hablar mal del desgraciado que las hizo cachudas, ella son las que caminan con su alma destrozada por el mundo, aullando a todo pulmón que mejor le hubieran dicho sí al amigo de su promoción de colegio o a su amigo de barrio. Aquel flaquito que se les mandó y ellas lo chotearon elevando su autoestima. Sus recuerdos con ellos se vuelven toda una “telellorona”. Hasta empiezan a averiguar qué fue de ellos y si aún están solteros. No saben las muy tontas que el tiempo no puede ir de cabeza. Las pobres son las nostálgicas de su especie, y la tristeza les inunda el alma en cada reunión de amigos. Estas mujeres, son tan tontas, que hasta piensan que ellas fueron las culpables de la separación. No entienden que los hombres desde que aparecieron como homo erectus, tenían que salir a cazar para mantener a la especie viva. LOS HOMBRES SOMOS CAZADORES, que no se les olvide nunca. Y nosotros no tenemos la culpa de ello. Así fuimos creados. Y mujer que no lo entienda, entonces que se pase al bando de las divorciadas, o mejor que no se case
Esos es todo, eso es todo, eso es todo…           
Loro         

5 comentarios:

  1. ja ja ja ja... Te pasaste. Lo que no puedes decirme en público lo dices en este blog. ¿Irreverente?... ja ja ja. Me gustas así, ojalá que en la próxima reunión nos los digas a todas y no te quedes mudo y con un rostro patético. Mínimo se te dará un beso y un apanado... ja ja ja.
    Bety

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  2. Ups. Creo que se te pasó ligeramente la mano, aunque si lo que querías era crear polémica estoy seguro que lo conseguiste. Preparémonos para la justa y merecida respuesta que nuestra amiga estará redactando.
    Y eso que hace unos días me atreví a aconsejarte "machete estate en tu vaina"...
    Un abrazo.
    J.C.

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  3. Vaya, parece que agarré carne... ¡Qué pongo el rostro patético!... jajaja. Lo que pasa es que sufro de Caliginefobia. Y la culpable eres tú, mi querida amiga.
    Saludos.
    Loro

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  4. Holas J.C. Parece que escribimos casi al mismo tiempo... Si pues, a ver que nos trae nuestra amiga adicta al FarmVille...
    Loro.

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    Respuestas
    1. Holas
      ¿Cuándo te animarás a publicar la respuesta a este relato? ¿O es que también agarró carne? A lo mejor nos ha dado con palo hasta debajo de la lengua. jaaaaa
      Y a propósito, ¿cuándo repondrás la foto del staff? Mira que ya estoy dudando de que la borraste en forma accidental.
      Un abrazo.
      J.C.

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