Con todo cariño para mis amigos Juan Carlos y Joe quienes infundieron en mí la
irreverencia y el humor... Loro
El tiempo es el asesino que nos va a eliminar de este bello paisaje llamado
tierra. Pero hay una diferencia: una cosa es cómo desaparece lentamente a un
hombre y otra, muy diferente, a una mujer. Un hombre se resigna, incluso el
tiempo juega a su favor. De adolescente tierno a joven “bonito”.
Pongámosle diez años más: hombre interesante. Si le agregamos diez años
más, pasamos a otro superior: veterano apuesto. Hasta conseguir
finalmente ser un respetable adulto mayor, como dicen algunos congéneres
muy condescendientes. O tal vez, como dicen los jóvenes: pobre viejo de
mierda. Hasta ahí llegamos aunque todavía falte bastante para arrugar.
Las mujeres por su lado, saben que los años no la doran sino que las queman. Se
equivocaron de mundo, porque este sobrevalora la juventud femenina. Solo basta
mirar una propaganda de cerveza. Imagínese a una mayorcita muy panzoncita, en
bikini, con una cerveza bien helada en las manos... ¡La Pilsen Callao,
quiebra!... Para una mujer tener años no es ganar experiencia sino perder
encantos.
Si a un hombre le preguntan la edad, no es una falta de respeto. Es todo
lo contrario. Bueno, siempre y cuando no sea un recién salidito del closet,
o sea un "somos más". La pérdida de pelo y de energía lo gana en calma
y autoridad. En cambio, las mujeres esconden el D.N.I., fingen la edad y hacen
lo imposible por planchar las arrugas con cuanta crema encuentren en el
mercado. Por ejemplo: un hombre con el pelo pintado a lo más es un
estrafalario, un acomplejado o un marica. Una mujer sin el pelo pintado es una
pobre anciana descuidada. En el hombre las canas son sinónimo de interesante,
de experiencia. En la mujer son cochinas blancuras de vejez.
En pocas palabras, lo que en el hombre es madurez, en la mujer es decrepitud.
Ya no son carne fresca ni lechugas para llevar una minifalda. Por eso se han
adueñado de nuestros pantalones Jeans, hasta de nuestros esmóquines que con
tanto empeño los ingleses lo crearon para los hombres.
A las mujeres los años les entran como una espada que empieza a hundirse desde
su cabeza. Pero son las menopáusicas, las primeras testigos de los desaforados
cambios sociales de los 70s y 80s. A ellas les quedó la peor parte: crecieron
con restricciones, algunas ni conocen una disco, hasta recibieron a sus
enamorados con horario restringido, y hasta se atrevieron a “chotearlos” sin
escrúpulos, por el bendito: “tengo que ser alguien antes de aceptarte”. O
"virgen llegaré al matrimonio". ¡Qué tiempos aquellos! No había aún
propagandas por televisión que las obligaran a adelgazar. Ni que hablar de las
pinturas en la cara: nada de nada, la cara tenía que estar bien lavadas. Las
bocas pintadas eran símbolo de una mujer de mal vivir. Además sus faldas debían
de estar tres dedos por debajo de la rodilla. Obvio, tenían que cuidar la
pureza como tesoro, porque nosotros los hombres éramos los malos de la película.
En pocas palabras, era una generación muy diferente a la actual. Me pregunto:
¿si en esos tiempos las mujeres hubieran tenido teléfono celular? ¿Qué hubiera
pasado con el mundo? Ni hablar de la Internet... ¡Qué diferencia con nuestros
hijos de hoy!...
Las que no se casaron y siguen blandiendo su orgullo de no haberlo hecho, son
las más arrepentidas. No probaron la miel de la vida y la desgracia de haberse
casado. Deambulan por este mundo, incompletas, descubriendo en el vil espejo la
prueba de los años transcurridos. Ni el colágeno puede esconder las patas de
gallos que se arremolinan en su rostro. Odian a Newton: sus pechos obedecen a
la ley de gravedad, todo tiene que descender. Ni que se miren de espalda: sus
glúteos parecen un flan de carretilla, por más que la contraigan. Por favor,
que el metro esté alejado de ellas: ochenta centímetros de pura grasa. Ya sus
cuerpos empiezan a tomar la figura de un kión. Ya el número telefónico de sus
tiempos con seis dígitos: 90 - 60 - 90, quedan en su recuerdo. Todo se
encamina a lo peor, adquirir la estilizada silueta de un refrigerador. Con esa
sensación de miseria humana y de frustración tratan de aferrarse a alguna dieta
y, por supuesto, a un gimnasio. Hasta invitan al hermano para que las acompañe.
Pero como este pendejo se las pasa con sus amigos de juerga en juerga, no les
queda otra que invitar a una de sus amigas. Entonces buscan su agenda de
teléfonos que está bien oculta, tal vez junto a su diario; la sacan y la ponen
en la mesita de noche: ¡qué carajo, ya no ven ni un culo! Tratan de recordar
entonces, con mucho esfuerzo, donde pusieron sus escondidas gafas bifocales.
Ahí estaba, en la última de la lista, su amiga Julia, que tenía un cuerpo
parecido al de ella. Pero el gimnasio les dura poco, porque después de tanto
esfuerzo, y luego de subir a la maldita balanza, se dieron cuenta que la
maldita báscula y su fría aguja marcaba, veinte kilos de más de pura grasa
repartidas en sus cuerpos. Tal forma, originaba tres tallas más.
Algunas hasta se alimentan de lechugas orgánicas, de frutas bajas en
azúcar, de pechugas sancochadas, etc. Y son tan conchudas, que visitan los
supermercados con mucho orgullo. Entonces se ponen a coger artículos de higiene
femenina, de tampax y otros protectores diarios tipo tanga. Miran a su rededor
para cerciorarse que la están mirando las otras veteranas y poder sacar pecho y
que les diera envidia. Hasta preguntan en qué lugar pueden encontrar los
anticonceptivos, las muy frescas. Una vez que las encuentran, las ponen encima
de las frutas y las lechugas para que queden a la vista y así erguirse
vanidosamente. La mentira se les acaba cuando tienen que proveerse de los
pañales desechables para adultos con goteo imprevisto. Ahí es cuando su ego se
les va por los suelos. Se encaraman las gafas y adoptan actitudes detectivescas
cogiendo a escondidas las cajas. Claro, cerciorándose antes de que nadie la
esté observando.
Ni que hablar de sus citas a los psicólogos. No acabaría este relato.
Continuó con las casadas:
Y las que se casaron y tienen hijos, están peores, con la diferencia de que
tienen que soportar a los hijos aunque estos hagan lo que se les da la gana.
Los tiempos de ellos ya no son de la pobre viejita, son de ellos mismos, en una
revolución que las pobres ya no pueden entender. Solo les queda decir:
"Para mí siempre serán mis bebes".
La realidad que las obligaba a casarse para poder tener sexo, ya no es la
misma. Ahora los hijos, las instan a que sean madres modernas: tienen que
recibir a sus novias para quedarse a dormir en la casa. Si no lo hacen, quedan
como brujas anticuadas.
Padecen la cárcel estética de sus hijas pero, a diferencia de ellas, su vida es
menos buena. La memoria comienza a llenarse de humo de cigarrillo o de vapores
de una sauna. Los calores internos ya no responden a la llama de una vida
caliente. No hay mejor conversación con una de su promoción que, conversar
sobre la salud. Su esqueleto lleno de carne, ese andamio que algún día hizo
delirar a muchos galanes, comienza a tambalear. Se dan cuenta que el tema de la
salud es primordial y que lo estético es algo pasajero.
Ellas, las que en su tiempo, trastocaron el
mundo de la medicina, y la llevaron a la pobre solamente para originar belleza,
ahora la quieren desviar para que protejan su salud. Hasta los curanderos se
llenan de plata con ellas.
Y
las separadas, las que un día despiertan y se dan cuenta que siempre durmieron
con el enemigo, las que no podían hablar más de dos palabras sin discutir, las que
en una reunión con sus amigas o diríamos, colegas, sólo tienen tiempo para el
arrepentimiento y hablar mal del desgraciado que las hizo cachudas, ella son
las que caminan con su alma destrozada por el mundo, aullando a todo pulmón que
mejor le hubieran dicho sí al amigo de su promoción de colegio o a su amigo de
barrio. Aquel flaquito que se les mandó y ellas lo chotearon elevando su
autoestima. Sus recuerdos con ellos se vuelven toda una “telellorona”. Hasta
empiezan a averiguar qué fue de ellos y si aún están solteros. No saben las muy
tontas que el tiempo no puede ir de cabeza. Las pobres son las nostálgicas de su especie, y
la tristeza les inunda el alma en cada reunión de amigos. Estas mujeres, son
tan tontas, que hasta piensan que ellas fueron las culpables de la separación.
No entienden que los hombres desde que aparecieron como homo erectus, tenían que
salir a cazar para mantener a la especie viva. LOS HOMBRES SOMOS CAZADORES, que
no se les olvide nunca. Y nosotros no tenemos la culpa de ello. Así fuimos
creados. Y mujer que no lo entienda, entonces que se pase al bando de las
divorciadas, o mejor que no se case
Esos
es todo, eso es todo, eso es todo…
Loro
ja ja ja ja... Te pasaste. Lo que no puedes decirme en público lo dices en este blog. ¿Irreverente?... ja ja ja. Me gustas así, ojalá que en la próxima reunión nos los digas a todas y no te quedes mudo y con un rostro patético. Mínimo se te dará un beso y un apanado... ja ja ja.
ResponderEliminarBety
Ups. Creo que se te pasó ligeramente la mano, aunque si lo que querías era crear polémica estoy seguro que lo conseguiste. Preparémonos para la justa y merecida respuesta que nuestra amiga estará redactando.
ResponderEliminarY eso que hace unos días me atreví a aconsejarte "machete estate en tu vaina"...
Un abrazo.
J.C.
Vaya, parece que agarré carne... ¡Qué pongo el rostro patético!... jajaja. Lo que pasa es que sufro de Caliginefobia. Y la culpable eres tú, mi querida amiga.
ResponderEliminarSaludos.
Loro
Holas J.C. Parece que escribimos casi al mismo tiempo... Si pues, a ver que nos trae nuestra amiga adicta al FarmVille...
ResponderEliminarLoro.
Holas
Eliminar¿Cuándo te animarás a publicar la respuesta a este relato? ¿O es que también agarró carne? A lo mejor nos ha dado con palo hasta debajo de la lengua. jaaaaa
Y a propósito, ¿cuándo repondrás la foto del staff? Mira que ya estoy dudando de que la borraste en forma accidental.
Un abrazo.
J.C.