—Entonces… ¿cuál es el plan? —me
animé a preguntar, para romper el incómodo silencio que se había instalado
repentinamente entre nosotros.
—¿Vamos los tres juntos? —nos preguntó Joel, a boca de jarro, esbozando una
amplia sonrisa, mientras nos miraba fijamente a los ojos, tal vez intentando
encontrar alguna señal de duda o debilidad ante su propuesta.
Charly no titubeó ni un segundo y
de inmediato contestó afirmativamente. Yo al inicio dudé… y es que no podía
recordar con claridad cuándo fue la última ocasión en que me vi inmiscuido en
este tipo de asuntos. Un sentimiento de incertidumbre me comenzó a invadir,
pero no podía fallarles a mis amigos, no podía permitir que ésta fuese la
primera vez que desertase ante uno de sus desafíos, por lo que también asentí,
aunque con escasa convicción.
Y creo que no me faltaba razón.
Aunque nosotros tres ya habíamos tenido la oportunidad de participar en alguna
que otra trastada, lo que en ese momento estábamos planificando compartir era
algo totalmente diferente. A esas alturas de nuestras vidas era obvio que cada
uno de nosotros ya había pasado por ese lance en más de una ocasión, pero por
separado, en privado, sin público que hubiese podido criticar nuestra forma de
actuar. Si conseguíamos realizar lo propuesto por Joel, ésta sería la primera
vez en que los tres compartiríamos la misma experiencia, siendo mutuos testigos
de nuestras performances en estas lides. Y eso sí que me turbaba un poquito,
pues a todas luces resultaba evidente que este acontecimiento constituiría un
hito que podría marcar de algún modo nuestra relación amical. Sin darme cuenta,
comencé a experimentar un extraño temor de que tal vez no lograse dar la talla
y que mi desempeño no estuviese a la altura de la de mis dos compinches.
Repentinamente se me secó la garganta y comencé a sentir un extraño vacío en el
estómago, mientras unas traicioneras gotas de sudor comenzaban a resbalar por
mi frente. Por un segundo tuve la intención de renunciar, pero en el siguiente
me repuse. Después de todo, no podía defraudar a mis amigos sin siquiera
intentarlo, así que me armé de valor y me sumé con poco entusiasmo en esta
nueva aventura.
Me encontraba absorto, cavilando
acerca de estos detalles, cuando volví a escuchar la voz de Joel:
—Está bien, pero… ¿con cuál de
ellas?
—A mí me da igual… ¿a cuál de
ellas prefieres? —me preguntó Charly, dirigiéndome una mirada irónica, en la
que por primera vez pude intuir un tinte de desafío.
Me acomodé lo mejor que pude en
mi silla, mirando detenidamente a cada una de las féminas que se encontraban
frente a nosotros. La elección fue fácil. Desde siempre he tenido cierta
predilección por las mujeres delgadas y aquella, con su blanca indumentaria, de
inmediato captó mi atención.
—Creo que la flacota que está frente a nosotros, junto a la puerta, es la
indicada. Está linda y me parece que nos atenderá bien —les contesté,
incorporándome en mi silla y acercándome a ellos para que me escucharan con
claridad, al mismo tiempo que inclinaba mi cabeza en dirección a ella, haciéndoles
un pequeño ademán de asentimiento.
Mis dos amigos se tomaron unos
momentos para mirar con minuciosidad a la susodicha, y luego de cruzar una
mirada cómplice, dieron su veredicto de aprobación.
Buena elección… está muy
simpática la flacaza —aprobó Joel—,
pero fíjense que están atendiendo a todos de uno en uno… ¿quién la convence
para que lo haga con los tres al mismo tiempo?
Joel tenía razón. Este era el
primer gran obstáculo que deberíamos vencer para conseguir nuestro objetivo.
—Tú tráela para acá y yo me
encargo de persuadirla —le contestó Charly, en un súbito arranque de audacia,
exhibiendo su típica expresión de autosuficiencia.
Joel nos miró nuevamente a los dos,
y luego de dirigirnos un gesto de complicidad, partió resuelto a contactar con
la flacota, en tanto nosotros lo
observábamos con atención. En ese instante yo era un mar de dudas. Había
aceptado este pequeño reto como lo haría con cualquier otro, pero los nervios
comenzaban a apoderarse de mí… ¿Y si no respondía a la altura de mis amigos? ¿Y
si me acobardaba en el último segundo? Por un instante abrigué la esperanza que
ella no le prestase atención a Joel, que no le hiciese caso; pero no, para
agravar mi disconfort, vi que Joel
abordaba a la flacota, y luego de
intercambiar algunas frases, logró que ella voltease a vernos con curiosidad.
Al poco rato, ambos regresaban a nuestra ubicación. Joel venía sonriente, en
tanto que en el rostro de ella se notaba una expresión de duda y suspicacia.
Mientras se aproximaban a
nosotros pude verla con mayor detenimiento: muy alta, debía medir casi un metro
ochenta, blancona, muy guapa y curvilínea; llevaba el cabello largo, negro y
ondulado, y con ese atuendo de enfermera lucía particularmente atractiva.
Cuando llegaron a nuestra mesa
nos pusimos en pie para saludarla. Inmediatamente, Charly aprovechó para
ofrecerle una silla junto a él, en la que ella se acomodó, cruzando sus
estupendas piernas. Comenzaron a platicar.
En esos momentos, totalmente
nervioso, yo deseaba fervientemente que ella dijera que no, que se negara
rotundamente, que rechazase la posibilidad de que los tres entrásemos junto con
ella, que no se prestase para aquello. Pero otra vez no. Luego de decirle quién
sabe qué con esa carita de niño tierno, Charly terminó por convencerla. La flacota, incorporándose de su silla, se
irguió cuan alta era y nos lanzó una agradable sonrisa, al mismo tiempo que nos
proponía:
—¿Vienen conmigo chicos?
La suerte estaba echada. No había
vuelta atrás. Nos pusimos en pie y la seguimos en fila india, sin emitir palabra
alguna. Luego de un breve recorrido llegamos a la habitación correspondiente.
Ella abrió la puerta y, una vez dentro, nos invitó a ingresar, para después
cerrarla detrás de sí.
Los tres avanzamos un par de
pasos y nos quedamos inmóviles. De pronto, inexplicablemente me comencé a
sentir bien. El nerviosismo me había abandonado, y me extasiaba contemplando
cada rincón de la habitación y toda la parafernalia que estaba a disposición de
la flacota para atendernos. No pude
dejar de experimentar cierta atracción por aquel ambiente que se respiraba
dentro de esa habitación, que quedaría grabado en forma indeleble en mi
memoria.
—¿Así que han querido venir
conmigo los tres juntos? ¿Son traviesos… no? —nos preguntaba la flacota, mientras exhibía su mejor
sonrisa.
Ninguno contestó. Seguíamos
parados cerca de la puerta. Respiré profundamente y miré de reojo a mis
camaradas; para mi sorpresa, vi que sus gestos habían cambiado radicalmente. La
sonrisa los había abandonado y lucían tensos y desencajados. Charly parecía respirar
con dificultad, en tanto que Joel comenzaba a transpirar copiosamente. Fue
obvio que la flacota, toda una
profesional experimentada en estas circunstancias, notó de inmediato el temor
en nuestros rostros, pues intentó relajarnos diciéndonos:
—No se preocupen chicos, que no
les va a doler.
Por supuesto que eso no nos causó
ninguna gracia. Seguimos inmóviles y mudos, sin saber qué hacer ni qué decir.
—Muy bien muchachos, vayan
quitándose la ropa para poder hacerlo —nos exhortó ahora la flacota, al mismo tiempo que se ponía
cómoda y nos contemplaba sonriente.
Recién en ese instante me percaté
que hacía frío. Comencé a quitarme la chompa y la camisa como un autómata,
mientras veía que mis amigos hacían lo mismo.
—Muy bien… ¿Quién viene primero?
—preguntó ahora, mientras ponía sus cosas en orden.
En ese momento sentí un empujón.
No podría decir a ciencia cierta cual de mis amigos lo hizo, o si fueron ambos,
pero me impulsaron con tanta fuerza que por poco y me voy de bruces contra
ella.
—¡Ok!… Comenzaré contigo entonces
—me propuso la flacota, mirándome con
esos ojazos negros que hasta ahora recuerdo.
El nerviosismo volvía a
invadirme. Estaba parado frente a ella, sin saber qué hacer. Volteé a mirar a
Charly y a Joel, y pude ver cómo estos dos hijos
de la guayaba y del mandarín retrocedían, pegándose a la puerta, mirándome
con recelo.
—Ante todo protección —escuché
que nos decía la flacota, mientras
nos mostraba esos artilugios de látex que nos protegerían de cualquier
infección.
Y permanecí de pie, literalmente
tieso, mientras observaba extasiado cómo se calzaba los guantes quirúrgicos y
extraía la dosis exacta de vacuna dentro de aquella jeringa con forma de
“pistolita”, que depositó sobre la mesa. Inmediatamente sentí en mi hombro el
frío producido por el alcohol con que lo frotaba para desinfectarlo. Entonces,
cogió nuevamente la jeringa y diestramente me aplicó aquella dolorosa vacuna, en
tanto que yo apretaba los dientes, luchando contra una lágrima traicionera que
pretendía asomar a mis ojos.
—¿Viste que no te dolió? —intentó
consolarme, sonriéndome, al mismo tiempo que cubría mi hombro herido con un
apósito de gasa que fijó con tiras de esparadrapo.
Y, mientras me vestía, pude ver a
mis camaradas, desfilando uno por uno, cual sentenciados al paredón, a recibir
su respectiva dosis de vacuna, repitiendo exactamente la misma situación que yo
había experimentado previamente.
Esto sucedió hace ya muchos años.
Yo tenía siete años, Joel ocho y Charly, el mayor de nosotros, había cumplido nueve.
Desde entonces, cada vez veo una vacuna,
no puedo evitar sonreír de júbilo al evocar esta pequeña aventura que tuve el
gusto de compartir con mis amigos de siempre.
Anonimus
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