sábado, 19 de mayo de 2012

Un encuentro agradable

Son ya las diez de la mañana. El día sigue nublado y el frio no deja ganas de nada. Es que no pude dormir muy bien; “algo insensato tiene que haber influido en esto”, me dije.
Me volví a cubrir con el edredón hasta el cuello; traté de levantarme, pero la pereza y la flojera me acurrucaron aún más. Entonces me quedé mirando al vacío y me puse a recordar lo ocurrido hacía unas horas.
Nos habíamos reunido un grupo de amigos hasta la media noche. Él estuvo allí, parco como siempre, supongo que bosquejando y respondiéndose cosas involuntariamente, las que nunca se atrevió a preguntar. Lo miraba de rato en rato, tratando de que hablara. Dos o tres veces se encontraron nuestras miradas. Me dio ganas de ir y darle un beso delante de todos. Me contuve. Cuando me sirvió la segunda copa de vino, lo miré fijamente, pero él tenía los ojos lejos de los míos, totalmente desviados. Sus cabellos recién cortados, su camisa nueva con el cartón en el cuello, sus zapatos adquiridos en el momento, me hacían sonreír. No dije nada, me quedé muda, pero aguantando la carcajada, tenía que estar seria.  
Estuvo muy atento sirviendo lo que me iba a embriagar, lo hacía adrede. Sé que lo hacía con esa intención. Al menos me di cuenta que en algo me conocía. ¡No! Sí que me conocía.
Hablábamos de todo esa noche, hasta de alguna que otra cosa sin sentido. Nuestro amigo J.C. se comportó como él lo quería o lo necesitaba. Pensé que iba a ser más intrigante, me hubiera gustado, pero no, sólo dijo lo necesario. No llegó a ser atrevido a pesar de que hice algunas preguntas para que sucediera aquello. Me admiraba que no hubiera hecho nada por apresurar la ejecución de su amigo. Me hubiera gustado, éramos los justos y necesarios en ese momento.
Horas antes…  
El taxi me dejó cerca de la casa de mi amiga Julia; caminé casi cuatro metros y me encontré frente a frente con J.C. Nos saludamos casi sorprendidos. Había que ver la cara que puse. Me dio un vuelco el corazón, porqué comprendí que él estaba con J.C., aunque no lo vi en el primer momento. De pronto, se acercó mi amigo Jorge y me saludó muy efusivamente; seguía igual que en la secundaria, adoptando una actitud tan zalamera como cortés; ingresé, saludé a mis dos amigas, Julia y July; tomé asiento en un sillón que me permitía tenerlos a todos a mi rededor. No me atreví a preguntar si había llegado con ellos. Desde donde me encontraba vi a Julia ponerse de pie y dirigirse apuradamente al comedor. Luego de cruzar a través de las cortinas, que separaban la sala del comedor, me pareció oír ruidos de copas y botellas, y un balbuceo prudente, como simultaneo; intuí que él estaba tras las cortinas. Tardó un poco en aparecer; hizo su ingreso con una fuente llenas de copas de vino. Se acercó y me saludó dándome un beso en la mejilla y sirviéndome una de las copas. Lo vi nervioso y apagado, como insinuando que no sabía nada de lo que allí sucedía. ¡Qué tonto y estúpido me parecía! No era él, porque lo escuché con angustia e intranquilo. En aquel minuto yo tenía razón, me desagradaba su comportamiento. Lo miraba asombrada, perpleja, pero a la vez me parecía muy divertido, y además, podía decir lo que se me antojara. Había que hablar y mantener la conversación, y contar las cosas que nos habían sucedido en el colegio, así que, eso hicimos. Fue una gama de anécdotas que me dejaron con la sonrisa en los labios. Era la primera vez que conversaba de esa manera y en una reunión, junto a él y con otros amigos. Lo vi levantarse no sé cuantas veces, como exhibiéndose, servía muy atento las copas de vino, pasando de un sitio al otro. Sé que se daba cuenta que yo le cruzaba la mirada, a tal punto que se le ensombrecía el rostro y hablaba con lentitud y vaguedad.
Pasado un rato, para significar su presencia, hice un comentario baladí sobre una foto trucada y subida al Facebook, en la que yo aparecía en una fila, abrazada a él y a otros amigos del la promoción del colegio. Esa sola intención lo puso nervioso, a tal punto que divulgó al autor.
—¿Quién compuso la foto...?  —dijo balbuceando una castellano caricaturesco. No dijo el nombre, pero señalaba a J.C.
J.C. lo miró levantando las cejas, como diciendo: “¡Ay!, este no entiende nada”.
Se veía a leguas que su sonrisa era fingida y nerviosa. En cambio yo sí que me alegré un montón al enterarme que de ambos había sido la idea. Me alegró mucho. Además ellos lo sabían, porque yo traté de ingresar al mundo del blog y de nuestros relatos con aquella pregunta, pero no quisieron seguirme. Al rato, se me acercó sirviéndome otra copa llena, y quiso hablarme, pero solo le sentí un leve suspiro. No le quitaba los ojos de encima. Me pregunté: ¿Qué clase de individuo era y hasta donde llegaría? ¿En qué sentido había mutado? Yo descifraba en el acto cada movimiento y cada balbuceo hechos por él.  ¿Qué le costó darme un beso?... Sé que tal vez lo hubiera cacheteado, o quién sabe, me hubiera dejado quieta y sin palabras, aunque le hubiera costado caro. Es que nuestra relación es tan complicada, pero nos agrada sobremanera. No nos quedó otra que sólo limitamos a mirarnos desde lejos, como quien dice: será para otra ocasión.
Caminaba y se paseaba pensativo por la habitación cada vez que las copas se quedaban vacías. Las cogía y las volvía a llenar. Por ese lado, no había cambiado nada. Es su forma de ser, lo sé. Tal vez hasta lo hacía inconscientemente. Yo me entretenía conversando, amenamente, con nuestros otros amigos. Al fijar mis ojos sobre él, noté que miraba atentamente a J.C., como tratando de que le escudriñara lo esencial y atormentado de sus pensamientos y fuera su traductor. Aproveché un momento y me fui al baño. Pensé que tal vez se pondrían de acuerdo para un ataque total. Cuando volví, logré juzgar sus comportamientos. No, no hubo nada inoportuno ni ataque por los flancos. ¡Nada!... “¡Pero quién sabe! Me lo lanzarían en cualquier momento”, eso pensé. Quizás darían un golpe oportuno, logrando salirse del libreto y también con las suyas al fin de cuentas...; pero nada cambió. Sólo quedó quedarme quieta, sentada en mi sillón, hablando y siguiéndoles la corriente.
El reloj marcó las doce, y ya era la hora de regresar a casa. Lo vi coger su celular y ver la hora también.
—Sí, ya es tarde. Es hora de retirarse —dijo muy despacio y volviendo a mí.
Todos nos pusimos de pie y caminamos hasta la puerta de salida. Me despedí de Julia dándole un cariñoso beso en la mejilla, y expresándole mi agradecimiento por todo. Ya en la calle, divise un auto amarillo muy pequeño, y a ellos de pie cerca al auto, haciéndole algunas bromas a July. Me estaban esperando para acompañarme hasta mi casa. Entonces logré hacerle unas señas a July; ella también quería subir al auto y acompañarnos, quiso que llegara sana y salva. Hubo muchas risas, cortas, exaltadas, muy dispuestas y curiosas mientras ingresábamos al auto pequeño. Cuando me tocó ingresar, me volví hacia él, estaba de pie, sujetando la puerta para que yo ingresara, sus ojos muy abiertos me examinaba muy atentamente. Tal vez quería convencerse de que habíamos estado por primera vez juntos y con otros amigos a la vez, y en especial con J.C. Se le notaba en la cara. Yo permanecí serena, aunque el vino se me había subido un poquito a la cabeza.
Él hizo su ingreso.  
Entonces nos sentamos juntos, en la parte de atrás, él pegado a la puerta del lado derecho. Yo iba en el centro, y a mi otro costado, July. El auto empezó a moverse, mi compañera estaba muy feliz y fresca, de buen humor. El auto comenzó a sacudirse. Estaba quieta a la espera de su voz, esperando alguna pregunta indiscreta. Pero no la hizo, no se atrevió. Solo cuando empecé a tocar y provocar un tema intrascendente, empezamos a discutir; eran cuestiones de trabajo y otras tonterías más. ¡Siempre discutiendo!... Mientras hacíamos esto, empecé a sentir su brazo detrás de mi cuello. Al volverme hacia él, nos quedamos quietos, ansiosos y viéndonos por unos momentos. Lo miré con interés mientras le hablaba.
—¿No te parece?
—No, no me parece.
Y así sucesivamente. Nunca estábamos de acuerdo. Siempre me llevaba la contraria.
—Bueno, ya llegamos… —dije sin mucho interés.
Abrió la puerta y salimos por el mismo lugar. Al salir, me puse de pie casi instintivamente. Él se abalanzó de súbito hacia mí y me dio un fuerte beso en la mejilla. Yo le respondí de la misma manera. Lo quedé mirando apenada y nostálgica. Otra vez mudo.
—Mañana te llamo  —le dije muy bajito.
No respondió. Me retiré de su lado y me acerqué a mis otros amigos, despidiéndome también de ellos. Me fui caminando lentamente hacia las rejas. Mientras lo hacía, J.C. me hizo una broma. Sólo sonreí. Luego levantando la vista hacia donde estaba él, logré mirarlo por un rato. Me miró y me hizo un saludo de despedida levantando ligeramente la mano.
Creo que, a pesar de todo, esta reunión llegó a hacer afirmativa y agradable. Tenía otro psicológico tema para meditar. Un inevitable, preciso y gran tema… La pasión, a nuestra edad, siempre acecha en los intervalos.      
Libertad

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