Son
ya las diez de la mañana. El día sigue nublado y el frio no deja ganas de nada.
Es que no pude dormir muy bien; “algo insensato tiene que haber influido en
esto”, me dije.
Me
volví a cubrir con el edredón hasta el cuello; traté de levantarme, pero la
pereza y la flojera me acurrucaron aún más. Entonces me quedé mirando al vacío
y me puse a recordar lo ocurrido hacía unas horas.
Nos
habíamos reunido un grupo de amigos hasta la media noche. Él estuvo allí, parco
como siempre, supongo que bosquejando y respondiéndose cosas involuntariamente,
las que nunca se atrevió a preguntar. Lo miraba de rato en rato, tratando de
que hablara. Dos o tres veces se encontraron nuestras miradas. Me dio ganas de
ir y darle un beso delante de todos. Me contuve. Cuando me sirvió la segunda
copa de vino, lo miré fijamente, pero él tenía los ojos lejos de los míos,
totalmente desviados. Sus cabellos recién cortados, su camisa nueva con el
cartón en el cuello, sus zapatos adquiridos en el momento, me hacían sonreír. No
dije nada, me quedé muda, pero aguantando la carcajada, tenía que estar seria.
Estuvo
muy atento sirviendo lo que me iba a embriagar, lo hacía adrede. Sé que lo
hacía con esa intención. Al menos me di cuenta que en algo me conocía. ¡No! Sí
que me conocía.
Hablábamos
de todo esa noche, hasta de alguna que otra cosa sin sentido. Nuestro amigo
J.C. se comportó como él lo quería o lo necesitaba. Pensé que iba a ser más
intrigante, me hubiera gustado, pero no, sólo dijo lo necesario. No llegó a ser
atrevido a pesar de que hice algunas preguntas para que sucediera aquello. Me
admiraba que no hubiera hecho nada por apresurar la ejecución de su amigo. Me
hubiera gustado, éramos los justos y necesarios en ese momento.
Horas
antes…
El
taxi me dejó cerca de la casa de mi amiga Julia; caminé casi cuatro metros y me
encontré frente a frente con J.C. Nos saludamos casi sorprendidos. Había que
ver la cara que puse. Me dio un vuelco el corazón, porqué comprendí que él
estaba con J.C., aunque no lo vi en el primer momento. De pronto, se acercó mi
amigo Jorge y me saludó muy efusivamente; seguía igual que en la secundaria,
adoptando una actitud tan zalamera como cortés; ingresé, saludé a mis dos
amigas, Julia y July; tomé asiento en un sillón que me permitía tenerlos a
todos a mi rededor. No me atreví a preguntar si había llegado con ellos. Desde
donde me encontraba vi a Julia ponerse de pie y dirigirse apuradamente al
comedor. Luego de cruzar a través de las cortinas, que separaban la sala del
comedor, me pareció oír ruidos de copas y botellas, y un balbuceo prudente, como
simultaneo; intuí que él estaba tras las cortinas. Tardó un poco en aparecer;
hizo su ingreso con una fuente llenas de copas de vino. Se acercó y me saludó
dándome un beso en la mejilla y sirviéndome una de las copas. Lo vi nervioso y
apagado, como insinuando que no sabía nada de lo que allí sucedía. ¡Qué tonto y
estúpido me parecía! No era él, porque lo escuché con angustia e intranquilo. En
aquel minuto yo tenía razón, me desagradaba su comportamiento. Lo miraba
asombrada, perpleja, pero a la vez me parecía muy divertido, y además, podía
decir lo que se me antojara. Había que hablar y mantener la conversación, y
contar las cosas que nos habían sucedido en el colegio, así que, eso hicimos.
Fue una gama de anécdotas que me dejaron con la sonrisa en los labios. Era la
primera vez que conversaba de esa manera y en una reunión, junto a él y con
otros amigos. Lo vi levantarse no sé cuantas veces, como exhibiéndose, servía
muy atento las copas de vino, pasando de un sitio al otro. Sé que se daba
cuenta que yo le cruzaba la mirada, a tal punto que se le ensombrecía el rostro
y hablaba con lentitud y vaguedad.
Pasado
un rato, para significar su presencia, hice un comentario baladí sobre una foto
trucada y subida al Facebook, en la que yo aparecía en una fila, abrazada a él
y a otros amigos del la promoción del colegio. Esa sola intención lo puso
nervioso, a tal punto que divulgó al autor.
—¿Quién
compuso la foto...? —dijo balbuceando una castellano caricaturesco. No
dijo el nombre, pero señalaba a J.C.
J.C.
lo miró levantando las cejas, como diciendo: “¡Ay!, este no entiende nada”.
Se
veía a leguas que su sonrisa era fingida y nerviosa. En cambio yo sí que me
alegré un montón al enterarme que de ambos había sido la idea. Me alegró mucho.
Además ellos lo sabían, porque yo traté de ingresar al mundo del blog y de
nuestros relatos con aquella pregunta, pero no quisieron seguirme. Al rato, se
me acercó sirviéndome otra copa llena, y quiso hablarme, pero solo le sentí un
leve suspiro. No le quitaba los ojos de encima. Me pregunté: ¿Qué clase de
individuo era y hasta donde llegaría? ¿En qué sentido había mutado? Yo
descifraba en el acto cada movimiento y cada balbuceo hechos por él. ¿Qué
le costó darme un beso?... Sé que tal vez lo hubiera cacheteado, o quién sabe,
me hubiera dejado quieta y sin palabras, aunque le hubiera costado caro. Es que
nuestra relación es tan complicada, pero nos agrada sobremanera. No nos quedó
otra que sólo limitamos a mirarnos desde lejos, como quien dice: será para otra
ocasión.
Caminaba
y se paseaba pensativo por la habitación cada vez que las copas se quedaban
vacías. Las cogía y las volvía a llenar. Por ese lado, no había cambiado nada.
Es su forma de ser, lo sé. Tal vez hasta lo hacía inconscientemente. Yo me
entretenía conversando, amenamente, con nuestros otros amigos. Al fijar mis
ojos sobre él, noté que miraba atentamente a J.C., como tratando de que le escudriñara
lo esencial y atormentado de sus pensamientos y fuera su traductor. Aproveché
un momento y me fui al baño. Pensé que tal vez se pondrían de acuerdo para un
ataque total. Cuando volví, logré juzgar sus comportamientos. No, no hubo nada
inoportuno ni ataque por los flancos. ¡Nada!... “¡Pero quién sabe! Me lo
lanzarían en cualquier momento”, eso pensé. Quizás darían un golpe oportuno,
logrando salirse del libreto y también con las suyas al fin de cuentas...; pero
nada cambió. Sólo quedó quedarme quieta, sentada en mi sillón, hablando y
siguiéndoles la corriente.
El
reloj marcó las doce, y ya era la hora de regresar a casa. Lo vi coger su
celular y ver la hora también.
—Sí,
ya es tarde. Es hora de retirarse —dijo muy despacio y volviendo a mí.
Todos
nos pusimos de pie y caminamos hasta la puerta de salida. Me despedí de Julia
dándole un cariñoso beso en la mejilla, y expresándole mi agradecimiento por
todo. Ya en la calle, divise un auto amarillo muy pequeño, y a ellos de pie
cerca al auto, haciéndole algunas bromas a July. Me estaban esperando para
acompañarme hasta mi casa. Entonces logré hacerle unas señas a July; ella
también quería subir al auto y acompañarnos, quiso que llegara sana y salva.
Hubo muchas risas, cortas, exaltadas, muy dispuestas y curiosas mientras ingresábamos
al auto pequeño. Cuando me tocó ingresar, me volví hacia él, estaba de pie,
sujetando la puerta para que yo ingresara, sus ojos muy abiertos me examinaba
muy atentamente. Tal vez quería convencerse de que habíamos estado por primera
vez juntos y con otros amigos a la vez, y en especial con J.C. Se le notaba en
la cara. Yo permanecí serena, aunque el vino se me había subido un poquito a la
cabeza.
Él
hizo su ingreso.
Entonces
nos sentamos juntos, en la parte de atrás, él pegado a la puerta del lado
derecho. Yo iba en el centro, y a mi otro costado, July. El auto empezó a
moverse, mi compañera estaba muy feliz y fresca, de buen humor. El auto comenzó
a sacudirse. Estaba quieta a la espera de su voz, esperando alguna pregunta
indiscreta. Pero no la hizo, no se atrevió. Solo cuando empecé a tocar y
provocar un tema intrascendente, empezamos a discutir; eran cuestiones de
trabajo y otras tonterías más. ¡Siempre discutiendo!... Mientras hacíamos esto,
empecé a sentir su brazo detrás de mi cuello. Al volverme hacia él, nos
quedamos quietos, ansiosos y viéndonos por unos momentos. Lo miré con interés
mientras le hablaba.
—¿No
te parece?
—No,
no me parece.
Y
así sucesivamente. Nunca estábamos de acuerdo. Siempre me llevaba la contraria.
—Bueno,
ya llegamos… —dije sin mucho interés.
Abrió
la puerta y salimos por el mismo lugar. Al salir, me puse de pie casi
instintivamente. Él se abalanzó de súbito hacia mí y me dio un fuerte beso en
la mejilla. Yo le respondí de la misma manera. Lo quedé mirando apenada y
nostálgica. Otra vez mudo.
—Mañana
te llamo —le dije muy bajito.
No
respondió. Me retiré de su lado y me acerqué a mis otros amigos, despidiéndome
también de ellos. Me fui caminando lentamente hacia las rejas. Mientras lo
hacía, J.C. me hizo una broma. Sólo sonreí. Luego levantando la vista hacia
donde estaba él, logré mirarlo por un rato. Me miró y me hizo un saludo de
despedida levantando ligeramente la mano.
Creo
que, a pesar de todo, esta reunión llegó a hacer afirmativa y agradable. Tenía
otro psicológico tema para meditar. Un inevitable, preciso y gran tema… La
pasión, a nuestra edad, siempre acecha en los intervalos.
Libertad
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