miércoles, 9 de mayo de 2012

Solo un sueño

     Me duché muy deprisa. Al salir, cerré de golpe la puerta. El sonido de la música en la radio ya no se escuchaba. Desnudo aún, sacudí la cabeza al recordar que mis cabellos estaban empapados. Uní las manos y me acerqué a la puerta tratando de llamarla. Volví a sacudir la cabeza y las gotas de agua se esparcieron por todo los rincones de mi cuarto. Seguía desnudo. Oigo el sonido de sus zapatos traqueteando el suelo mientras se aleja. Entonces, me siento al borde de la puerta cerrada y llevo mis manos a la cabeza. Dudó por un momento. Me paro rápidamente, y levantando uno de mis pies, le doy un golpe a la pared. Tengo unas ganas de correr e ir a detenerla para que no se aleje de mí y de mi cuarto. De pronto se oye un grito tras de la puerta, casi a mi lado, como un sonido rápido y escalofriante. Doy un rugido y nadie me contesta. Ahora suenan nuevos pasos en el pavimento. Se abre la puerta, la abre con precaución y la veo acercarse muy cerca de mí. Se para y me observa. Doy una sonrisa y me veo aún desnudo. Levanto mi toalla y me cubro el cuerpo sin ninguna vergüenza. Entonces la oigo toser golpeándose el pecho. Me entrega sus dos manos atrapando las mías y siento recorrer una sinfonía en mi cerebro como una loca melodía del sortilegio. La abrazo y rodeo todo su cuerpo con mis dos manos, ella logra murmurar algo indiscreto: "¿me puedes dar un beso?... Medito por unos momentos. Luego sonrío acercando mis labios a su boca antojada de un beso. Deliciosos sentimientos se entremezclaron en mi cabeza. Ella misma se estremeció deslumbrante, llena de un gran silencio. Nos quedamos abrazados por un buen rato, abrumados. Nos habíamos devuelto la vida. Medito un momento, examino su figura y ella me mira estupefacta. Por fin se atrevió a decirlo, lo dijo bajito y dulcemente: "¿quieres que me quede contigo, que te acompañe?"... La puerta se cierra y nos acomodamos sentados en la cama; ya nadie puede abrirla, la puerta queda cerrada, absolutamente...
     Tengo un dolor y un lastre en la cabeza, y todo mi cuerpo se inclina a temblar tendido sobre la cama. Miro hacia el techo e intento comprender lo sucedido. Me siento y me encojo, estoy incrédulamente alegre, aunque no sé si es verdad lo atestiguado. De pronto, ingresa una vulgaridad en mi alma y mis ojos se llenan de pavor cuando recuerdo lo sucedido. Medito apoyando mi codo derecho en una de mis piernas, y me cojo la nariz y me muerdo uno de mis dedos. Sin dudas, había salido de un corto, pero loco sueño; el que me había llevado a aquellos lugares indescifrables, en las que ella lo absorbía todo con su presencia. Me empecé a burlar de mis estúpidas afirmaciones. Me compadecí de lo sucedido. Permanecí por unos momentos en esa postura. Me puse en pie y me alejé de mi cama, muy avergonzado. Me volví a echar con todo mi cuerpo tendido sobre la cama. Me estiré con los brazos abiertos. Traté de recordar totalmente el sueño, pero no pude acercarme ni un centímetro. Se alejaba sin poder retenerlo. 
     Ya el silencio de la noche empezaba a terminar por todos lados. Balbuceo no sé qué cosas tratando de ingresar en el sueño y recordar su huida por culpa de unas incontrovertibles palabras; luego su pronta llegada, al comprender que habíamos nacido en el mismo espacio y tiempo y que la vida estaba celoso de nosotros. Sí, la recordaba, con el alma desnuda y mirándome asustada y con los ojos resplandecientes. Pero no recordaba cómo estaba vestida ni de qué color eran su blusa y su falda. Solo recordaba su breve cintura, y nítida, sus últimas palabras, aquellas después del beso: "¿Quieres que me quede contigo, que te acompañe?"... “Sabes que te amo, lo sabes y no hiciste nada por entenderlo”.
     Me quedé mirando todo mi rededor, buscando algún recuerdo más en mi memoria. Me puse en pie, di unos pasos y tropecé con mi gato casi llegando a la pared para encender la luz. Me volví a mirar la puerta con el deseo de salir de aquel simulacro; mientras caminaba hacia ella, me puse a meditar: “¿será verdad lo que mi sueño quiere que yo conciba?": “Sí, ella te ama”. Llegué, la abrí y me dirigí hacia las escaleras. Tenía una confusión tremenda, se me mezclaba la realidad con el sueño. Sentía aún su aliento en mi rostro y sus brazos que rodeaban mi cuello. Su risa avergonzada, su risa breve con mucho miedo. Parecía demasiado lejos, pero la recordaba; se me vino a la memoria su ropa abierta, sus cabellos lacios y caídos sobre mis hombros… De pronto, amotinado, entendí que me había despertado en el interior de mi sueño. Seguía soñando, pero ahora me permitía oír los ruidos de la calle y sentir a la noche geométricamente explosiva: mucha música, muchas bocas hablando en voz alta y derramándose por el aire.
    Estaba dormitando casi despierto. Era una de mis tantas artimañas ineludibles por culpa de tantas pesadillas sinónimas. Aquella tarde, me había quedado dormido, echado sobre mi cama, con la ropa puesta, atestiguando mis malas costumbres, y después de pasarla bien, charlando y bebiendo unas cervezas con dos inapelables amigos. El sonido de una música estridente fue la culpable de que yo me despertara. La bulla era imparable y laceraba mis oídos. En el interior de mi estómago algún cómplice daba algunas vueltas como exigiendo a mi cerebro que le diera miles de bocados. Mi hambre era canina y mi sed la de un cosaco. Me incorporé al amparo de mis brazos, con entusiasmo; me puse en pie con la cabeza perdida y dando vueltas; y me dirigí casi a tientas hasta la cocina, caminando sobre mis pasos, descalzo. El café me resultó tremendo, y mis ganas de ir a buscarla, también.
Loro

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