Me duché muy deprisa. Al salir, cerré de golpe la puerta. El sonido de la
música en la radio ya no se escuchaba. Desnudo aún, sacudí la cabeza al
recordar que mis cabellos estaban empapados. Uní las manos y me acerqué a la
puerta tratando de llamarla. Volví a sacudir la cabeza y las gotas de agua se
esparcieron por todo los rincones de mi cuarto. Seguía desnudo. Oigo el sonido
de sus zapatos traqueteando el suelo mientras se aleja. Entonces, me siento al
borde de la puerta cerrada y llevo mis manos a la cabeza. Dudó por un momento. Me
paro rápidamente, y levantando uno de mis pies, le doy un golpe a la pared.
Tengo unas ganas de correr e ir a detenerla para que no se aleje de mí y de mi
cuarto. De pronto se oye un grito tras de la puerta, casi a mi lado, como un
sonido rápido y escalofriante. Doy un rugido y nadie me contesta. Ahora suenan
nuevos pasos en el pavimento. Se abre la puerta, la abre con precaución y la
veo acercarse muy cerca de mí. Se para y me observa. Doy una sonrisa y me veo
aún desnudo. Levanto mi toalla y me cubro el cuerpo sin ninguna vergüenza.
Entonces la oigo toser golpeándose el pecho. Me entrega sus dos manos atrapando
las mías y siento recorrer una sinfonía en mi cerebro como una loca melodía del
sortilegio. La abrazo y rodeo todo su cuerpo con mis dos manos, ella logra
murmurar algo indiscreto: "¿me puedes dar un beso?... Medito por unos
momentos. Luego sonrío acercando mis labios a su boca antojada de un beso.
Deliciosos sentimientos se entremezclaron en mi cabeza. Ella misma se
estremeció deslumbrante, llena de un gran silencio. Nos quedamos abrazados por
un buen rato, abrumados. Nos habíamos devuelto la vida. Medito un momento,
examino su figura y ella me mira estupefacta. Por fin se atrevió a decirlo, lo
dijo bajito y dulcemente: "¿quieres que me quede contigo, que te
acompañe?"... La puerta se cierra y nos acomodamos sentados en la cama; ya
nadie puede abrirla, la puerta queda cerrada, absolutamente...
Tengo un dolor y un lastre en la cabeza, y todo mi cuerpo se inclina a temblar
tendido sobre la cama. Miro hacia el techo e intento comprender lo sucedido. Me
siento y me encojo, estoy incrédulamente alegre, aunque no sé si es verdad lo
atestiguado. De pronto, ingresa una vulgaridad en mi alma y mis ojos se llenan
de pavor cuando recuerdo lo sucedido. Medito apoyando mi codo derecho en una de
mis piernas, y me cojo la nariz y me muerdo uno de mis dedos. Sin dudas, había
salido de un corto, pero loco sueño; el que me había llevado a aquellos lugares
indescifrables, en las que ella lo absorbía todo con su presencia. Me empecé a
burlar de mis estúpidas afirmaciones. Me compadecí de lo sucedido. Permanecí
por unos momentos en esa postura. Me puse en pie y me alejé de mi cama, muy
avergonzado. Me volví a echar con todo mi cuerpo tendido sobre la cama. Me estiré
con los brazos abiertos. Traté de recordar totalmente el sueño, pero no pude
acercarme ni un centímetro. Se alejaba sin poder retenerlo.
Ya el silencio de la noche empezaba a terminar por todos lados. Balbuceo no sé
qué cosas tratando de ingresar en el sueño y recordar su huida por culpa de
unas incontrovertibles palabras; luego su pronta llegada, al comprender que
habíamos nacido en el mismo espacio y tiempo y que la vida estaba celoso de
nosotros. Sí, la recordaba, con el alma desnuda y mirándome asustada y con los
ojos resplandecientes. Pero no recordaba cómo estaba vestida ni de qué color
eran su blusa y su falda. Solo recordaba su breve cintura, y nítida, sus
últimas palabras, aquellas después del beso: "¿Quieres que me quede
contigo, que te acompañe?"... “Sabes que te amo, lo sabes y no hiciste
nada por entenderlo”.
Me quedé mirando todo mi rededor, buscando algún recuerdo más en mi memoria. Me
puse en pie, di unos pasos y tropecé con mi gato casi llegando a la pared para
encender la luz. Me volví a mirar la puerta con el deseo de salir de aquel
simulacro; mientras caminaba hacia ella, me puse a meditar: “¿será verdad lo
que mi sueño quiere que yo conciba?": “Sí, ella te ama”. Llegué, la abrí y me
dirigí hacia las escaleras. Tenía una confusión tremenda, se me mezclaba la
realidad con el sueño. Sentía aún su aliento en mi rostro y sus brazos que
rodeaban mi cuello. Su risa avergonzada, su risa breve con mucho miedo. Parecía
demasiado lejos, pero la recordaba; se me vino a la memoria su ropa abierta,
sus cabellos lacios y caídos sobre mis hombros… De pronto, amotinado, entendí
que me había despertado en el interior de mi sueño. Seguía soñando, pero ahora
me permitía oír los ruidos de la calle y sentir a la noche geométricamente
explosiva: mucha música, muchas bocas hablando en voz alta y derramándose por
el aire.
Estaba
dormitando casi despierto. Era una de mis tantas artimañas ineludibles por
culpa de tantas pesadillas sinónimas. Aquella tarde, me había quedado dormido,
echado sobre mi cama, con la ropa puesta, atestiguando mis malas costumbres, y
después de pasarla bien, charlando y bebiendo unas cervezas con dos inapelables
amigos. El sonido de una música estridente fue la culpable de que yo me
despertara. La bulla era imparable y laceraba mis oídos. En el interior de mi estómago
algún cómplice daba algunas vueltas como exigiendo a mi cerebro que le diera
miles de bocados. Mi hambre era canina y mi sed la de un cosaco. Me incorporé
al amparo de mis brazos, con entusiasmo; me puse en pie con la cabeza perdida y
dando vueltas; y me dirigí casi a tientas hasta la cocina, caminando sobre mis
pasos, descalzo. El café me resultó tremendo, y mis ganas de ir a buscarla, también.
Loro
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