Muy
cerca de la puerta de un pequeño bar, cinco amigos se encontraban sentados en
círculo mientras bebían unas cervezas. Aquel lugar era frecuentado por ellos.
En la mesa, había una cajetilla de cigarrillos y un fósforo, dos botellas
llenas y una vacía, además de hojas sueltas y un libro titulado: "Un amor
sin huevos", de un autor desconocido, aunque no para ellos, ya que era un
amigo del colegio, un inefable compañero. Mientras esperaban, pasaban el
tiempo.
—¿Ustedes
saben por qué explotó el Challenger y murieron sus siete ocupantes? —preguntó
el Zorrito levantándose y volviéndose a sentar.
—Porque
una junta tórica del cohete impulsor falló a los 2.5 segundos de su
lanzamiento… y en 70.5 segundos más se desintegró —respondió Joel con seriedad,
sin cambiar de postura.
—Yo
tengo entendido que fue debido a las bajas temperaturas en esos momentos
—replicó Martín, dando un sorbo corto a su vaso y pellizcándose la oreja.
—Para
mí que hubo sabotaje. Hubo una mano negra de los rusos —prorrumpió el Bongo con
amarga ironía.
El
Zorrito se levantó de nuevo y caminó alrededor de la mesa. Luego, los observó
detenidamente antes de ponerse a reflexionar, moviendo la cabeza.
—La
verdad es otra… Quizás Joel tenga razón acerca de la explosión… Pero, ¿saben
cuáles fueron las últimas palabras que quedaron grabadas en la caja negra antes
de que la cabina impactara con el océano?
Poncho
encendió un cigarrillo, dio una pitada y lo miró interrogativamente. Joel
acercó su vaso hacia él y se quedó pensativo.
—¡Este
Zorrito ya está borracho! Si la nave se desintegró en el aire… —replicó Martín,
exclamando.
—Tienes
que leer un poco más… —le dijo el Zorrito, con calma y disimulada animosidad.
—De
acuerdo, ¿cuáles fueron las últimas palabras que se registraron en la caja
negra? —farfulló Joel, levantando la vista con asombro y cortándole la palabra.
—Las
últimas palabras fueron: “Deja que ella conduzca”.
Todos
soltaron una risotada, levantando bruscamente la cabeza.
Era
un día tranquilo y soleado. Por todas partes, había vida y regocijo. Al rato,
el mozo trajo más cerveza. Los cinco amigos llenaron sus vasos y empezaron a
charlar más animadamente. Transcurrió media hora y las anécdotas no dejaban de
brotar.
—Poncho,
¿tú sabes cuánto tarda una mujer en llegar al orgasmo? —preguntó el Bongo,
riendo deliberadamente.
—¡Y
a mí qué mierda me importa! —respondió Poncho, con reproche y levantando las
manos.
—¡Buena
respuesta, eh! —acotó Joel, reprendiendo al Bongo.
—¡Vaya!
Me han pillado… —dijo el Bongo en voz baja— Pero esta no la saben: ¿Qué hace
una mujer después de hacer el amor?
—Lo
que tú estás haciendo ahora, ¡JODER! —respondieron todos.
Estaban
de muy buen humor, y sus pensamientos vagaban junto con sus bromas mientras
seguían sentados alrededor de la mesa.
Pasaron
unas horas y ya era tarde, exactamente las 3.30, cuando llegó el inefable autor
del susodicho libro, Charly.
—¡Hola,
Charly!... ¿Qué ha sido de tu dichosa vida? —lo saludaron todos.
—Aquí
y allá, tratando de domesticar otra especie… —responde Charly casi de
inmediato.
—Y,
¿cómo es eso, cumpa?... —preguntó el Zorrito, inclinándose hacia él y dándole
la mano.
—Lo
siento por ella… —dijo con alguna sequedad. —¡Ya fue!… es historia —respondió
Charly, dirigiéndose a todos.
Tenía
los párpados fruncidos y los ojos bien abiertos; estaba vestido con una pobreza
recatada: un pantalón jeans azul y una camisa de mangas cortas de color entero,
un celeste cielo.
—¡A
ver, háganme un campito! ¡Y pásenme un vaso que vengo con la garganta seca y el
cuerpo lleno de sudor!
Charly,
para darles una idea de lo que acababa de decir, coge una servilleta y se
enjuga la frente. Luego, acerca un vaso, lo llena de cerveza y le da un sorbo
largo hasta secarlo. Acerca una silla de la mesa contigua y se sienta junto a
ellos.
—¿Ustedes
saben a quién mataría primero Hitler si tuviera frente al judío de Willy y al
negro del Bongo, parados en el paredón? Y, ¿por qué? —pregunta Charly, mirando
al Bongo y empuñando el vaso vacío.
—¡Este no puede con su genio!… —se defiende el Bongo, mirándolo con desprecio—. Ya va a empezar a joder… —remata, impaciente por tan jodida pregunta.
Los
demás amigos dan todas las variaciones posibles a la pregunta, pero no dan con
la respuesta.
—A
quién mata primero —se apura en decir Martín, calándose los anteojos.
—Al
judío de Willy, pues…
—Y,
¿por qué? —pregunta Poncho, volviéndose a Charly y mirando de soslayo al Bongo.
—Está
muy claro… porque primero es el deber y luego el placer… —responde Charly,
riéndose y llenando su vaso con más cerveza.
Todos
los demás sueltan una risotada, examinando al Bongo, que se llena de ira y su
rostro cambia de color. Entonces, éste se volvió a mirar a Charly. Se pone a
pensar. Se rasca la cabeza sometiendo a su flojo cerebro al máximo esfuerzo.
Busca hacer una pregunta. La encuentra.
—¿Ustedes
saben quién es el Serrano Manco Cápac?
—¡El
que te enterró su larga vara en tu negro Huanacauri!… —se apura a contestar
Charly, con ironía.
Las
carcajadas no se hacen esperar.
—No
le hagas caso —dijo el Zorrito, dándole una palmada en la espalda.
El
Bongo se paró alterado, con el rostro demudado, víctima de las bromas de
Charly; hasta los botones de su camisa se habían soltado, dejando ver su negro
y lampiño pecho.
En
ese mismo instante, un gran perro negro atraviesa corriendo por debajo de la
mesa. Husmeando, se detiene a las espaldas del Bongo. Parece buscar algo. Sin
perder tiempo, se pone a olerle el culo agitadamente. Parece conocerlo. Todos
se ríen. El Bongo parece un poco aturdido. "Ven para acá", le dijo.
Después lo pone entre sus piernas. El perro no deja de agitar la cola. Lleva un
estrecho collar de cuero en el cuello con un singular asidero en el que está
grabado un nombre: Negro tristeza.
Como
si de pronto se hubiera hecho una intensa claridad en el cerebro del Bongo, se
le ocurre soltar unas palabras.
—Este
perro es de mi tribu… —Se inclina, lo coge del arnés y le soba la cabeza
haciéndole cariñito con las dos manos.
—Por
lo negro que es… —responde Joel, ingenuamente.
—No,
por lo de tristeza... —responde el Bongo, con una sonrisita cachacienta— Porque
ambos tenemos un gran "penón" —culmina carcajeándose solo.
Todos
lo quedan observando sin soltar siquiera una sonrisa. Aunque nada escapa a su
atención. Se vuelven a mirar entre ellos. Entonces Charly se pone en pie,
examina cuidadosamente al perro y al Bongo. Sonríe y se lleva la mano a la
cabeza.
—Este
es el único chiste que repite este huevón en todas las reuniones. ¿No sabes
otro? —pregunta— Esperen un toque, el chiste del Bongo me ha dejado unas ganas
de mear... —dice Charly, moviendo la cabeza negativamente y mirando su
entrepierna con desconfianza. Apura el paso y aumenta: —Este se cree el Negro
Influencias...
Luego
se encamina al baño haciendo un gesto de desaprobación.
Al
rato regresa Charly y encuentra al Bongo carcajeándose solo, mientras los otros
tenían cara de palo.
—Seguro
que el negro les ha contado otro de sus chistes... —farfulló Charly,
sacudiéndose los cabellos con sus dos manos.
—Nos
ha contado una experiencia propia —dijo Poncho—. Dice que anoche se le presentó
un hada y le dijo que le concedía un deseo. El negro, ni huevón, le dijo que lo
hiciera blanco y que le diera muchos culos... Y ¡bum!... lo convirtió en
inodoro... Así que ya tenemos baño cerca... Para la próxima, aquí no más
meas...
—No
se me hubiera ocurrido nunca —dijo Charly, con una sonora carcajada.
Charly
se acercó a Poncho y lo miró con curiosidad.
—Con
este negro tenemos para hacer hora —dijo Charly y luego prosiguió fríamente—
Ustedes saben que el negro siempre se queda dormido manejando. El domingo
pasado, el negro se quedó dormido conduciendo su Tico y se metió debajo de un
tráiler ¡Pum! quedó como un sartén aplastado... Despierta y ve a unos diez
metros de él una larga cola. Se sorprende; pero se queda aún más sorprendido
porque todos son blancos, hasta San Pedro. El negro se pone nervioso y se dice:
“ahora me van a joder porque soy negro; me van a enviar directo al infierno”.
Entonces hace un ademán y sale de la cola caminando de espaldas, a lo Michael
Jackson, tratando de ir al fondo sin que San Pedro se dé cuenta. Luego se le
ocurre algo, se le prende el foquito, da un paso hacia delante y vuelve a la
cola. Cuando llega su turno, San Pedro le pregunta: tu nombre y apellido. El
negro contesta: Leonardo DiCaprio… ¡Ah, ah! —exclama San Pedro, mirándolo con
curiosidad y examinándole el rostro. Se rasca la cabeza y se frota la barba.
Luego se lleva la mano al bolsillo y saca un celular y marca un número.
—Aló,
aló… con Jesús.
—Sí,
con él hablas, dime San Pedro, ¿qué ocurre?
—Una
consulta, Mister, tengo una duda... ¿En la película Titanic, la dirigida y
escrita por James Cameron, y que protagonizó Leonardo DiCaprio y Kate Winslet
se hundió o se quemó?
El
sol estaba escondiéndose, la noche se hacía presente y los amigos estaban con
las copas repletas en el cerebro; la cerveza estaba haciendo estragos.
Balanceaban ligeramente sus cuerpos y pirueteaban sentados a la mesa sin
ninguna carga en los hombros, quizá ningún pensamiento oscuro, ninguna pena en
el alma. Se acercaba la hora de partir y el Bongo seguía siendo víctima de las
bromas. Tal vez de una cruel injusticia.
En
ese momento, Poncho cogió un lapicero, sacó un libro y le dijo a Charly que le
estampara una dedicatoria y la rubricara.
—Supongo
que aquí se termina todo, ¿no Charly?
—Todo,
compañero. Es el fin. El siguiente libro tendrá otro contenido, más picante,
más jodido... El humor es mejor que una tragedia de amor... Ustedes se lo
merecen.
Charly
termina de escribir la dedicatoria y luego garabatea su firma. Se levantan
todos y empiezan a caminar balanceándose.
—¿Saben
por qué a las mujeres les llega la menopausia y pierden la regla? —pregunta
Charly, mientras le da una pitada al cigarrillo.
—No.
¿Por qué? —preguntan todos.
—Tarea
para su casa... —contesta Charly, con una ironía melancólica, hasta
nostálgica...
Loro
https://www.youtube.com/watch?v=_D13MseKAvY
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