sábado, 3 de noviembre de 2012

Las mujeres

Muy cerca de la puerta de un pequeño bar, cinco amigos se encontraban sentados en círculo mientras bebían unas cervezas. Aquel lugar era frecuentado por ellos. En la mesa, había una cajetilla de cigarrillos y un fósforo, dos botellas llenas y una vacía, además de hojas sueltas y un libro titulado: "Un amor sin huevos", de un autor desconocido, aunque no para ellos, ya que era un amigo del colegio, un inefable compañero. Mientras esperaban, pasaban el tiempo.

—¿Ustedes saben por qué explotó el Challenger y murieron sus siete ocupantes? —preguntó el Zorrito levantándose y volviéndose a sentar.

—Porque una junta tórica del cohete impulsor falló a los 2.5 segundos de su lanzamiento… y en 70.5 segundos más se desintegró —respondió Joel con seriedad, sin cambiar de postura.

—Yo tengo entendido que fue debido a las bajas temperaturas en esos momentos —replicó Martín, dando un sorbo corto a su vaso y pellizcándose la oreja.

—Para mí que hubo sabotaje. Hubo una mano negra de los rusos —prorrumpió el Bongo con amarga ironía.

El Zorrito se levantó de nuevo y caminó alrededor de la mesa. Luego, los observó detenidamente antes de ponerse a reflexionar, moviendo la cabeza.

—La verdad es otra… Quizás Joel tenga razón acerca de la explosión… Pero, ¿saben cuáles fueron las últimas palabras que quedaron grabadas en la caja negra antes de que la cabina impactara con el océano?

Poncho encendió un cigarrillo, dio una pitada y lo miró interrogativamente. Joel acercó su vaso hacia él y se quedó pensativo.

—¡Este Zorrito ya está borracho! Si la nave se desintegró en el aire… —replicó Martín, exclamando.

—Tienes que leer un poco más… —le dijo el Zorrito, con calma y disimulada animosidad.

—De acuerdo, ¿cuáles fueron las últimas palabras que se registraron en la caja negra? —farfulló Joel, levantando la vista con asombro y cortándole la palabra.

—Las últimas palabras fueron: “Deja que ella conduzca”.

Todos soltaron una risotada, levantando bruscamente la cabeza.

Era un día tranquilo y soleado. Por todas partes, había vida y regocijo. Al rato, el mozo trajo más cerveza. Los cinco amigos llenaron sus vasos y empezaron a charlar más animadamente. Transcurrió media hora y las anécdotas no dejaban de brotar.

—Poncho, ¿tú sabes cuánto tarda una mujer en llegar al orgasmo? —preguntó el Bongo, riendo deliberadamente.

—¡Y a mí qué mierda me importa! —respondió Poncho, con reproche y levantando las manos.

—¡Buena respuesta, eh! —acotó Joel, reprendiendo al Bongo.

—¡Vaya! Me han pillado… —dijo el Bongo en voz baja— Pero esta no la saben: ¿Qué hace una mujer después de hacer el amor?

—Lo que tú estás haciendo ahora, ¡JODER! —respondieron todos.

Estaban de muy buen humor, y sus pensamientos vagaban junto con sus bromas mientras seguían sentados alrededor de la mesa.

Pasaron unas horas y ya era tarde, exactamente las 3.30, cuando llegó el inefable autor del susodicho libro, Charly.

—¡Hola, Charly!... ¿Qué ha sido de tu dichosa vida? —lo saludaron todos.

—Aquí y allá, tratando de domesticar otra especie… —responde Charly casi de inmediato.

—Y, ¿cómo es eso, cumpa?... —preguntó el Zorrito, inclinándose hacia él y dándole la mano.

—Lo siento por ella… —dijo con alguna sequedad. —¡Ya fue!… es historia —respondió Charly, dirigiéndose a todos.

Tenía los párpados fruncidos y los ojos bien abiertos; estaba vestido con una pobreza recatada: un pantalón jeans azul y una camisa de mangas cortas de color entero, un celeste cielo.

—¡A ver, háganme un campito! ¡Y pásenme un vaso que vengo con la garganta seca y el cuerpo lleno de sudor!

Charly, para darles una idea de lo que acababa de decir, coge una servilleta y se enjuga la frente. Luego, acerca un vaso, lo llena de cerveza y le da un sorbo largo hasta secarlo. Acerca una silla de la mesa contigua y se sienta junto a ellos.

—¿Ustedes saben a quién mataría primero Hitler si tuviera frente al judío de Willy y al negro del Bongo, parados en el paredón? Y, ¿por qué? —pregunta Charly, mirando al Bongo y empuñando el vaso vacío.

—¡Este no puede con su genio!… —se defiende el Bongo, mirándolo con desprecio—. Ya va a empezar a joder… —remata, impaciente por tan jodida pregunta. 

Los demás amigos dan todas las variaciones posibles a la pregunta, pero no dan con la respuesta.

—A quién mata primero —se apura en decir Martín, calándose los anteojos.

—Al judío de Willy, pues…

—Y, ¿por qué? —pregunta Poncho, volviéndose a Charly y mirando de soslayo al Bongo.

—Está muy claro… porque primero es el deber y luego el placer… —responde Charly, riéndose y llenando su vaso con más cerveza.

Todos los demás sueltan una risotada, examinando al Bongo, que se llena de ira y su rostro cambia de color. Entonces, éste se volvió a mirar a Charly. Se pone a pensar. Se rasca la cabeza sometiendo a su flojo cerebro al máximo esfuerzo. Busca hacer una pregunta. La encuentra.

—¿Ustedes saben quién es el Serrano Manco Cápac?

—¡El que te enterró su larga vara en tu negro Huanacauri!… —se apura a contestar Charly, con ironía.

Las carcajadas no se hacen esperar.

—No le hagas caso —dijo el Zorrito, dándole una palmada en la espalda.

El Bongo se paró alterado, con el rostro demudado, víctima de las bromas de Charly; hasta los botones de su camisa se habían soltado, dejando ver su negro y lampiño pecho.

En ese mismo instante, un gran perro negro atraviesa corriendo por debajo de la mesa. Husmeando, se detiene a las espaldas del Bongo. Parece buscar algo. Sin perder tiempo, se pone a olerle el culo agitadamente. Parece conocerlo. Todos se ríen. El Bongo parece un poco aturdido. "Ven para acá", le dijo. Después lo pone entre sus piernas. El perro no deja de agitar la cola. Lleva un estrecho collar de cuero en el cuello con un singular asidero en el que está grabado un nombre: Negro tristeza.

Como si de pronto se hubiera hecho una intensa claridad en el cerebro del Bongo, se le ocurre soltar unas palabras.

—Este perro es de mi tribu… —Se inclina, lo coge del arnés y le soba la cabeza haciéndole cariñito con las dos manos.

—Por lo negro que es… —responde Joel, ingenuamente.

—No, por lo de tristeza... —responde el Bongo, con una sonrisita cachacienta— Porque ambos tenemos un gran "penón" —culmina carcajeándose solo.

Todos lo quedan observando sin soltar siquiera una sonrisa. Aunque nada escapa a su atención. Se vuelven a mirar entre ellos. Entonces Charly se pone en pie, examina cuidadosamente al perro y al Bongo. Sonríe y se lleva la mano a la cabeza.

—Este es el único chiste que repite este huevón en todas las reuniones. ¿No sabes otro? —pregunta— Esperen un toque, el chiste del Bongo me ha dejado unas ganas de mear... —dice Charly, moviendo la cabeza negativamente y mirando su entrepierna con desconfianza. Apura el paso y aumenta: —Este se cree el Negro Influencias...

Luego se encamina al baño haciendo un gesto de desaprobación.

Al rato regresa Charly y encuentra al Bongo carcajeándose solo, mientras los otros tenían cara de palo.

—Seguro que el negro les ha contado otro de sus chistes... —farfulló Charly, sacudiéndose los cabellos con sus dos manos.

—Nos ha contado una experiencia propia —dijo Poncho—. Dice que anoche se le presentó un hada y le dijo que le concedía un deseo. El negro, ni huevón, le dijo que lo hiciera blanco y que le diera muchos culos... Y ¡bum!... lo convirtió en inodoro... Así que ya tenemos baño cerca... Para la próxima, aquí no más meas...

—No se me hubiera ocurrido nunca —dijo Charly, con una sonora carcajada.

Charly se acercó a Poncho y lo miró con curiosidad.

—Con este negro tenemos para hacer hora —dijo Charly y luego prosiguió fríamente— Ustedes saben que el negro siempre se queda dormido manejando. El domingo pasado, el negro se quedó dormido conduciendo su Tico y se metió debajo de un tráiler ¡Pum! quedó como un sartén aplastado... Despierta y ve a unos diez metros de él una larga cola. Se sorprende; pero se queda aún más sorprendido porque todos son blancos, hasta San Pedro. El negro se pone nervioso y se dice: “ahora me van a joder porque soy negro; me van a enviar directo al infierno”. Entonces hace un ademán y sale de la cola caminando de espaldas, a lo Michael Jackson, tratando de ir al fondo sin que San Pedro se dé cuenta. Luego se le ocurre algo, se le prende el foquito, da un paso hacia delante y vuelve a la cola. Cuando llega su turno, San Pedro le pregunta: tu nombre y apellido. El negro contesta: Leonardo DiCaprio… ¡Ah, ah! —exclama San Pedro, mirándolo con curiosidad y examinándole el rostro. Se rasca la cabeza y se frota la barba. Luego se lleva la mano al bolsillo y saca un celular y marca un número.

—Aló, aló… con Jesús.

—Sí, con él hablas, dime San Pedro, ¿qué ocurre?

—Una consulta, Mister, tengo una duda... ¿En la película Titanic, la dirigida y escrita por James Cameron, y que protagonizó Leonardo DiCaprio y Kate Winslet se hundió o se quemó?

El sol estaba escondiéndose, la noche se hacía presente y los amigos estaban con las copas repletas en el cerebro; la cerveza estaba haciendo estragos. Balanceaban ligeramente sus cuerpos y pirueteaban sentados a la mesa sin ninguna carga en los hombros, quizá ningún pensamiento oscuro, ninguna pena en el alma. Se acercaba la hora de partir y el Bongo seguía siendo víctima de las bromas. Tal vez de una cruel injusticia.

En ese momento, Poncho cogió un lapicero, sacó un libro y le dijo a Charly que le estampara una dedicatoria y la rubricara.

—Supongo que aquí se termina todo, ¿no Charly?

—Todo, compañero. Es el fin. El siguiente libro tendrá otro contenido, más picante, más jodido... El humor es mejor que una tragedia de amor... Ustedes se lo merecen.

Charly termina de escribir la dedicatoria y luego garabatea su firma. Se levantan todos y empiezan a caminar balanceándose.

—¿Saben por qué a las mujeres les llega la menopausia y pierden la regla? —pregunta Charly, mientras le da una pitada al cigarrillo.

—No. ¿Por qué? —preguntan todos.

—Tarea para su casa... —contesta Charly, con una ironía melancólica, hasta nostálgica...

Loro

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